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Arcón Cultural

Alfredo Espino, poeta y desordenado


Su nombre completo era Edgardo Alfredo Espino Najarro. Dicho Poeta salvadoreño que a partir de la publicación de su único libro, Jícaras Tristes, ha sido uno de los líricos más leídos en su país y está considerado como uno de los autores clásicos de la literatura centroamericana.

Nacido en el seno de una familia numerosa (segundo de ocho hermanos), era hijo del también poeta Alfredo Espino, miembro de una destacada dinastía de profesores, médicos y escritores salvadoreños.


El joven Alfredo recibió una esmerada formación académica que finalizó en 1927, cuando se doctoró en la Facultad de Jurisprudencia y Ciencias Sociales de la Universidad de El Salvador con una tesis sobre Sociología estética.


A muy temprana edad comenzó a publicar colaboraciones literarias en las revistas Lumen y Opinión estudiantil y en los periódicos La Prensa y Diario de El Salvador.


Llevó una vida bohemia y disipada que le condujo a caer en frecuentes crisis alcohólicas, en una de las cuales se quitó la vida cuando contaba poco más de veintiocho años de edad.


Los restos mortales del poeta, sepultados en primera instancia en el Cementerio General de San Salvador, fueron después trasladados a la llamada Cripta de los Poetas, en el camposanto de los Jardines del Recuerdo.


Fachada donde vivió el poeta

Sus composiciones, diseminadas en papeles sueltos y en distintas publicaciones, fueron recopiladas por su padre con el fin de llevarlas a la imprenta. Una parte de esta recopilación, prologada por un texto esclarecedor del poeta Alberto Masferrer, fue publicada en 1932 en el diario Reforma social.


A causa de su repercusión, en 1936 vio la luz en forma de libro una compilación más completa y representativa de su obra que se tituló Jícaras tristes.



La poesía de Alfredo Espino es un equilibrio de romanticismo y expresión mesurada, que canta al paisaje con imágenes de gran poder descriptivo y plasticidad, siempre desde una percepción tierna de los seres y las cosas de su tierra.


Buena parte de su obra es un canto a la región de Cuzcatlán.


Imágen de una huelga de estudiantes, en la cual participó Espino.

Prefirió la sencillez y la métrica tradicional para sus modestas pretensiones líricas y escribió romances y sonetos, aunque no desechó el verso libre. Sus poemas evocan los árboles, los frutos, el aroma de la noche, los colores, los niños y lo maternal.


Desde su publicación, sus poemas fueron acogidos y difundidos con entusiasmo por los lectores salvadoreños, que enseguida se identificaron con su líricas descripciones paisajísticas. Así, Jícaras tristes se convirtió en una de las lecturas obligadas en los programas educativos salvadoreños, y desde instancias gubernamentales se promovió su edición y difusión.


Alfredo Espino había nacido en Ahuachapán hacía 1900.


Selección poética


A la izquierda abajo, junto a sus compañeros del 7mo. curso
de derecho de 1926 en una antigua fotografía de album.

UN RANCHO Y UN LUCERO Un día -¡primero Dios!- has de quererme un poquito. Yo levantaré el ranchito en que vivamos los dos. ¿Que más pedir? Con tu amor, mi rancho, un árbol, un perro, y enfrente el cielo y el cerro y el cafetalito en flor... Y entre aroma de saúcos, un zenzontle que cantará y una poza que copiará pajaritos y bejucos. Lo que los pobres queremos, lo que los pobres amamos, eso que tanto adoramos porque es lo que no tenemos... Con sólo eso, vida mía; con sólo eso: con mi verso, con tu beso, lo demás nos sobraría... Porque no hay nada mejor que un monte, un rancho, un lucero, cuando se tiene un "Te quiero" y huele a sendas en flor...



Por las floridas barrancas Pasó anoche el aguacero Y amaneció el limonero Llorando estrellitas blancas. Andan perdidos cencerros Entre frescos yerbazales, Y pasan las invernales Neblinas, borrando cerros.


Fotografiado en algún lugar de El Salvador rural.

LAS MANOS DE MI MADRE Manos las de mi madre, tan acariciadoras, tan de seda, tan de ella, blancas y bienhechoras. ¡Sólo ellas son las santas, sólo ellas son las que aman, las que todo prodigan y nada me reclaman! ¡Las que por aliviarme de dudas y querellas, me sacan las espinas y se las clavan en ellas! Para el ardor ingrato de recónditas penas, no hay como la frescura de esas dos azucenas. ¡Ellas cuando la vida deja mis flores mustias son dos milagros blancos apaciguando angustias! Y cuando del destino me acosan las maldades, son dos alas de paz sobre mis tempestades. Ellas son las celestes; las milagrosas, ellas, porque hacen que en mi sombra me florezcan estrellas. Para el dolor, caricias; para el pesar, unción; ¡Son las únicas manos que tienen corazón! (Rosal de rosas blancas de tersuras eternas: aprended de blancuras en las manos maternas). Yo que llevo en el alma las dudas escondidas, cuando tengo las alas de la ilusión caídas, ¡Las manos maternales aquí en mi pecho son como dos alas quietas sobre mi corazón! ¡Las manos de mi madre saben borrar tristezas! ¡Las manos de mi madre perfuman con terneza!



Es porque un pajarito de la montaña ha hecho, en el hueco de un árbol, su nido matinal, que el árbol amanece con música en el pecho, como que si tuviera corazón musical. Si el dulce pajarito por entre el hueco asoma, para beber rocío, para beber aroma, el árbol de la sierra me da la sensación de que se le ha salido, cantando, el corazón.


En 1902, a los dos años de edad, ataviado con una falda de acuerdo a la costumbre de la época en el país centroamericano.

Ya se acercan los potros; raudamente precisa el grupo sus contornos de estética salvaje; entre el pálido rosa del lánguido paisaje corren desenfrenados, a la par de la brisa. Los potros ya se acercan: mas lo hacen tan aprisa, que parece volaran sobre el quieto paraje; desplázanse los cascos en fantástico viaje atrás dejando chozas de silueta imprecisa. Huracanadamente por los llanos nativos, van devorando leguas los potros fugitivos, por burlar los afanes de inútil seguimiento; como una sombra alada pasan ante nosotros, y los recios gañanes, en fuga tras los potros, describen con los lazos rúbricas en el viento...



Aquella muchachita pálida que vivía pidiendo una limosna, de mesón en mesón, en el umbral la hallaron al despuntar el día, con las manitas yertas y mudo el corazón. Nadie sabe quien era ni de donde venía su risa era una mueca de la desilusión. Y estaba el sello amargo de la melancolía perpetuado en dos hondas ojeras de carbón. En las carnes humanas dejo el hambre sus rastros... La miraron las nubes, lo supieron los astros... El cielo llovió estrellas en la paz del suburbio Nadie sabe quien era la muchachita pálida... Entre tanto -en la noche, la noche triste y cálida- arrastrando luceros sigue el arroyo turbio...


Son tan vivos los rubores de tus flores, raro amigo, que yo a tus flores les digo: "Corazones hechos flores". Y a pensar a veces llego: Si este árbol labios se hiciera... ¡ah, cuánto beso naciera de tantos labios de fuego...! Amigo: qué lindos trajes te ha regalado el Señor; te prefirió con su amor vistiendo de celajes... Qué bueno el cielo contigo, árbol de la tierra mía... Con el alma te bendigo, porque me das tu poesía... Bajo un jardín de celajes, al verte estuve creyendo que ya el sol se estaba hundiendo adentro de tus ramajes.



Eran mares los cañales que yo contemplaba un día (mi barca de fantasía bogaba sobre esos mares). El cañal no se enguirnalda como los mares, de espumas; sus flores más bien son plumas sobre espadas de esmeralda... Los vientos -niños perversos- bajan desde las montañas, y se oyen entre las cañas como deshojando versos... Mientras el hombre es infiel, tan buenos son los cañales, porque teniendo puñales, se dejan robar la miel... Y qué triste la molienda aunque vuela por la hacienda de la alegría el tropel, porque destrozan entrañas los trapiches y las cañas... ¡Vierten lagrimas de miel!


Parroquia de Nuestra Señora de la Asunción, en la ciudad de Ahuachapán, capital del distrito
del mismo nombre

¡Cucú, cucú! ¿Estás gimiendo, tórtola del arrozal? ¡Mirá que me estás haciendo con tu cantar, mucho mal! ¡Cucú, cucú! El caserío se va llenando de calma, ¡y un naranjo y una palma se están besando en el río...! Cantarito que te llenas con el agua del riachuelo: ¡Qué bello es mirar el cielo bajo las tardes serenas! Lirio del campo, morena que hueles a leche y rosas: ¡Cómo el alma es tan dichosa cuando la vida es serena...! Entre sonrosadas galas la tarde se va durmiendo. Tórtola que está gimiendo: ¡Si eres madrigal con alas!


Modesta tumba de Alfredo Espino

La noche fue dantesca... En medio del mutismo rompió de pronto el retumbar de un trueno... Tropel de potros que rompiera el freno y se lanzara, indómito, al abismo... Un pálido fulgor de cataclismo, al cielo que antes se mostró sereno, siniestramente iluminó de lleno, como si el cielo se incendiara él mismo... Entre mil convulsiones de montaña se abrió la roja y palpitante entraña en esa amarga noche de penuria... Y desde el cráter en la abierta herida brotó la ardiente lava enfurecida como un boa incendiando de lujuria.



Fuente: BIOGRAFÍAS Y VIDAS / POEMAS YAVENDRÁS

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