Atril literario. Invitado: JUAN CAMILO PEÑA
- Arcón Cultural
- hace 2 días
- 18 Min. de lectura
EL FRUTERO
por JHON JAIRO SALINAS

Aquel frutero cansado
por el trajinar de los años...
Con su caminado lerdo
baja de la montaña...
Con su destartalada carreta...
En la esquina sórdida de la ciudad...
Exhibe sus frutos,
cual arcoiris de frutas jugosas...
Aquel frutero
que viene de la montaña
¡vende!, ¡vende! el amor en dulce
Pitaya, vende!,
¡vende!, los besos en ciruelas rojas.
¡Vende! , ¡vende!, uvas y fresas
hasta agotar sus existencias...
Pasa la prostituta
exhibiendo sus pechos,
le pregunta al frutero
¿Cuánto vale la manzana?_
-¡vale diez pesos!, responde.
¡Tranquila! si, no tienes dinero
me pagas con tus ricas guanábanas.../
¡Ahhh! mi lindo frutero
ellas valen más que la manzana...
Umm... ¿eres entonces un corazón
de frutal prohibido?...
Ella suspira ante el frutero
con sus ojos coquetones:
-...Soy como la amarga hiel
en frutal maldecido...
El frutero inquiere:
¡Eres entonces pecado,
hecho en carne...
Peligrosa de anón!
¡Ah!, eres cual fruta madura,
¡exquisita!,
¡fruta deseada!
¡fruta madura, sabor a miel!...
Con el pasar de los años
el amor de aquel frutero
siguió navegando ebrio
en el sol de los viñedos...
Su acritud de fruta madura
muere lentamente
en cáscara de vergel.
En su destartalada carreta,
en sórdidas calles,
el frutero venerable,
arremolina su último amor
en fruto maduro...
El corazón del viejo frutero...
seguirá madurando
en el sabor de agua agridulce...
Sus ajadas manos
abrirán el camino
tendido en cáscaras amargas...
Sus frutas seguirán siendo
texturas del deseo,
añorando la fruta carnosa
de un amor fariseo...
MI CUERPO HABLA
por SAMARA BEDOYA LÓPEZ

¿Acaso crees que mi cuerpo no te habla?
¡Ya vas a ver!
Mis ojos te miran con lujuria,
pero si tu frialdad
es como un témpano,
te devolveré
arrogancia y olvido.
Si no me ves con amor,
podré usar mis pensamientos,
enviarte señales de humo
para recordarte que existo.
Y si pasaran las horas,
los minutos, los días,
los meses, quizás los años,
usaré todo mi cuerpo
para correr hacia ti,
hablaré, gritaré, correré, tocaré, palpitaré,
dejare que mi sangre y mis sentidos
te aclamen a viva voz....
¿Aún así y nada?
¡Hey!
¿Eres sordo o simplemente
un muerto en vida,
que no mereces escuchar
ni siquiera esta agonía
de amarte sin pensar?
Algún día,
te darás cuenta
de haber perdido
a la que nunca valoraste,
a la que se cansó
de serte siempre leal,
de tanta humillación,
volando a nuevas rutas
de amor y felicidad.
TENEMOS QUE APRENDER
por PEDRO ARTURO SOTO BURITICÁ

Tenemos que sacarnos de la cabeza tantas palabras que nos dijeron que nos lastimaron…
Qué somos fe@s
Que somos gord@s
Que somos demasiado delgad@s
Que no tenemos buen cuerpo, que sí nuestra nariz, que nuestras piernas, que nuestras manos, que nuestros ojos, que nuestra frente…Que si somos demasiado tontos o ingenuos…Que si somos o no somos…..O que………….
Que sí nunca fuimos lo suficiente, o nunca hicimos lo suficiente
Que lo que nos faltaba
Que si cualquier cosa
Debemos desaprender y volver a creer que somos fuertes, que somos poderosos, que somos imparables.
Tenemos que aprender que somos seres de luz maravillosos, que somos seres perfectos tal cual somos, que la belleza es un constructo y está en la luz de quién nos ve.
Que cada uno de nosotros es luz, así sin más.
Desaprender y abrazarnos a nosotros mismos, recuperar la confianza y la libertad que nos arrebataron
Recuperar las ganas de volar que teníamos cuando éramos niños
Volver a reír hasta que nos duela la panza….
Volver a confiar
Y cuando haya dudas, solamente confiar en ti y en tu camino por andar , en tu vida por vivir, y en todo lo nuevo que tienes por ser, por estar y por dar.
Confirma, permanentemente que eres un gran honor y un ser que poco a poco va siendo mejor.
EXTRACCIÓN DE LA PIEDRA DE LA LOCURA
por KARLA JAZMÍN ARANGO

En un mundo de estructura,
de mandamientos en mármol,
prefiero ser ese árbol
que asciende buscando altura.
La piedra de la locura
que extrae un falso doctor,
en realidad es una flor
y lo pétreo se desarma.
La libertad es el arma que amenaza al dictador.
EL LENGUAJE
por ALEXÁNDER GRANADA RESTREPO, "MATU SALEM"

Telar con hilos de plata
que sujeta las palabras cernidas.
Manto Sagrado
que cobija la voz
de las almas cercanas,
dando identidad y
calor a los pueblos hermanos.
LLUVIA
por ESPERANZA RAMOS YAÑEZ

La lluvia cae sobre mi pueblo,
las calles se inundan, como se inunda mi alma de amor por ti...
Así como se humedece, la tierra y los campos; se humedece cada parte de mi cuerpo al evocarte.
Llueve sobre mi terruño
así también llueven las imágenes al recordarte...
Que caigan rayos y centellas anunciando con su luz y con su estruendo...como te amo.
Llueve, en la mañana silenciosa
llueve, en tarde novembrina
llueve, en la noche nostálgica, tu ausencia...
llueve, en mi cuerpo y sacia la sed que produces...
colma con cada gota mis ansias,
colma con cada gota mis ganas,
permíteme así como mi cuerpo,
mojar hoy también mi alma.
MI HIJA LUNA A LOS 5 AÑOS EN
LA VENTANILLA DE LA BUSETA
por IBÁN DE JESÚS ALARCÓN MARÍN, "GATO 777"

Casa, casa, casa,carro, carro, moto,casa, moto, señor, señor,señora, niño, moto, perro, moto,señora, policía, casa, flores , policía,carro , policía, gato, policía, señor, moto,basura, señora, policía, policía, camión, policía...
¿Papá por qué hay tantos policías?
Porque hay pocos niños en la escuela.
MI NIÑEZ
por HELENA RESTREPO

Mi niñez fue en las afueras
de una pequeña ciudad.
Yo vivía en la mitad
de una calle sin fronteras.
Fue el tiempo en que las quimeras
me sabían a verdad
y en que la fiel amistad
me dio sus mieles primeras.
La tierra era nuestro juego
o caminar hasta el río
con la lluvia como riego
sin miedo a temblar de frío;
y mi madre era el sosiego,
el calor, el cielo mío.
POSIBLEMENTE
por UMBERTO SENEGAL

¿Eres mi mujer?
La que teje con agua
flores en la arena,
y sabe dónde crece
mi presente para plantar
sus besos y mis caricias.
La mujer que no teme
al tiempo y sabe que los años
son fugaces instantes
donde se decide el amor.
¿Eres mi mujer?
Que va con el vuelo
de la abeja y no se queja
ni se aleja, simplemente
se deja. Eres mi mujer,
aunque no te des cuenta
y yo no lo sepa.
MUVIE STAR
por JUAN CAMILO PEÑA*

No quisiera
abandonar la tersura de esta piel
que tantas veces fue tocada
sobre la agilidad del fuego
Tampoco dejar un paso atrás
la forma diagonal de las manos
en el cuello poliedro y delicado
Me niego a desatender
la lectura de los seudónimos
para poder quitar el antifaz sonriente
que empolva la sombra.
No hay forma
de que se abra de nuevo
el inmenso telón
mientras el cabello crezca
y el público aplauda y se ría.
*(Tuluá, Valle de Cauca, 2000), es estudiante de Lic. en Literatura en la Universidad del Valle. Ha participado en recitales poéticos de su ciudad, también en el marco de Nuevas Voces Tulueñas para la Feria Internacional del Libro de Cali. Ha sido publicado en algunas revistas literarias como Luna Nueva y Politik de la memoria. Es autor de la plaquette Lugar completo.
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En 'Cien cuentos atómicos. Relatos hiperbreves', el pereirano Álvaro Lopera narra historias macabras con ironía. Diez cuentos que podrá leer en cuestión de segundos.
CIEN CUENTOS ATÓMICOS Relatos Hiperbreves es un libro del escritor pereirano Álvaro Lopera. En este número de cuentos el autor sigue la esencia estructural del reconocido subgénero en miniatura determinado por el cultor de la las letras quindianas Umberto Senegal.
CIEN CUENTOS ATÓMICOS Relatos Hiperbreves es una obra para leerse sin condicionamiento literario alguno ni con bases estructurales determinadas por el cuento extenso. Su lectura no debe desarrollarse con lógica ni con sentido religioso ni sociopolítico. Son textos de Minificción cimentados en el absurdo y por momentos en el arte del silencio. El prosista de este valioso corpus cuentístico posee excelente manejo de recursos técnicos al asentar contextos básicos del “Microscópico” -parodiando a Antonio Fernández Ferrer- e implementar el arquetipo de la narración nutrido de cánones propios.
De seguro el lector o el estudioso del “Relato muy breve” –término predilecto de Pedro Ugarte- quedará sorprendido ante las 20 y quizá menos palabras cuando cuentan una historia de vida o muerte o espectral y lánguida. En ocasiones el leedor sonreirá bajo el influjo de la narración macabra escrita por nuestro citado autor con ironía. O de pronto saltará desde su punto de lectura para ir al encuentro de su propio fantasma.
Álvaro Lopera es un escritor genuino de la literatura hiperbreve. Y digo autor natural del arte de escribir de manera sucinta porque escribe aforismos desde lustros atrás y ejercita su capacidad de asombro a través del cuento atómico, lenguaje intrínseco en su labor escritural hace más de una década.
En diferentes cuentos atómicos aquí comentados hay insinuaciones de una historia la cual debe redescubrir el lector. A veces una ficción lindante con la realidad como decía Julio Ramón Rybeiro: “La historia del cuento puede ser real o inventada. Si es real debe parecer inventada y si es inventada real”. En esta encomiable producción los personajes orbitan en tiempo paralelo a la realidad. El escritor Lopera pertenece a la historiografía subjetiva del arte de escribir narraciones.
Umberto Senegal en sus constantes indagaciones propone una nueva naturaleza del cuento y con acierto instituye el nombre de Cuento atómico. En uno de sus apartes sobre esta tesis manifiesta: “El cuento atómico es invitación a leerse a sí mismo en la página en blanco. En ocasiones, al cuento atómico se le puede encontrar introducción, nudo y desenlace sintéticos, sin que tales elementos sean necesariamente visibles para la estructura del mismo. Aquí está la esencia del principio dramático de "las tres unidades": un hecho, en un lugar limitado, con un número restringido de personajes". Es inevitable subrayar a Max Aub con su libro Crímenes ejemplares (1957) como un pionero de este subgénero literario.
Un cuento no tiene valor de cuento por el solo hecho de ser narrado en episodios inacabables y aburridos e inconsistentes dignos de ser lanzados al olvido. El cuento sin importar su extensión penetra y recrea. En este libro no solo penetra y recrea también desentraña y se afirma en el vértigo o se mimetiza de cualquier circunstancia.
Julio Cortázar “comparaba al cuento con una esfera; es algo, decía, que tiene un ciclo perfecto e implacable; algo que empieza y termina satisfactoriamente como la esfera en que ninguna molécula puede estar fuera de sus límites precisos”. Esta reflexión es aplicable a la literatura expuesta en esta breve reseña. Álvaro Lopera obedece la premisa de dejarnos con el asombro a cuestas.
Invito a leer los siguientes diez cuentos de CIEN CUENTOS ATÓMICOS Relatos Hiperbreves del relator Álvaro Lopera para entrar a recrear nuestros sentidos después de la hora exacta de un siglo cualquiera:
CEMENTERIO
—¿Qué haces a esta hora aquí? —preguntó el vigilante.
—Creo que me perdí…
—¿Y dónde vives?
—En la tumba 752.
EN LA MORGUE
—No puede estar en esta área —dijo el forense.
—Disculpe usted…
—¿Busca algún cuerpo?
—Sí, el mío.
AMIGAS DE INFANCIA
—¡Te ves muy joven! ¿Acaso hallaste la fuente de la eterna juventud?
—Claro que sí.
Y le clavó los colmillos.
PETICIÓN DE HOSPEDAJE
—¿Puedo quedarme esta noche?
—Claro que sí.
— ¿Pero es verdad que aquí hay fantasmas?
—Eso dicen…
Y desapareció.
TÉCNICAS PARA DORMIR
Duerme boca abajo, para que lo arrulle el latido de su corazón.
Esta noche, por primera vez, escuchó latir dos.
EN EL QUIRÓFANO
— ¿Qué hago aquí?
—Usted es donante de órganos.
—¡Pero yo no he muerto!
—Eso a mis clientes no les importa.
RARA COSTUMBRE
Desde la infancia, miraba bajo la cama todas las noches, antes de acostarse.
La última noche, encontró una mirada macabra.
INCRÉDULO
Persiguiendo lo que parecía alguien disfrazado de fantasma, le quitó la sábana de encima y no había nadie.
CRIMEN PERFECTO
Todo estaba calculado, incluso traía puestos sus guantes de látex. Al retirar sus manos del cuerpo ensangrentado, exclamó:
—Enfermera, desconéctelo.
EL ANFITRIÓN
— ¿Por qué me visitas cada noche?
—No lo hago.
— ¡Claro que sí!
—No, yo vivo aquí —respondió el fantasma.
(Publicado originalmente en el portal LAS 2 ORILLAS
y transcripto por expresa voluntad del autor).
TRAS EL SENDERO DE LA SANTA
CARLOS ALBERTO RICCHETTI

Eran de lo peor del pueblo. Verdaderos peces gordos de una pecera demasiado chica para albergarlos junto a la gente del común. Pensaban que el dinero les otorgaba el derecho de hacer cuanto quisieran, sin ningún tipo de consecuencias. Por ello estaban siempre unidos, buscando presas fáciles como esa vez, a bordo del lujoso automóvil, merodeando sobre la ruta como verdaderos cazadores de las vulnerabilidades suburbanas, portando cinco personas como el tambor de cualquier revólver lenguaraz, dispuesto a imponer su marca de sangre.
Aunque conservaban los celos propios, las envidias y el afán de competir de forma salvaje aún entre ellos, nadie discutía el liderazgo de Mariano Táliche, el conductor y propietario del Bugatti Royale, al cual no había vacilado en poner al borde de la quiebra a su padre, acosado por deudas de juego, con tal de hacérselo traer directamente de Italia. No le importaron sus ruegos. Cuando la vergüenza, aliada al chisme, lo arrastraron al suicidio, ya podía alardear despreocupado algo más que el buen aspecto a las jóvenes pobretonas de arribismo inculcado, enseñadas a renunciar al amor en busca del mejor partido para huir de la miseria social.
El asiento delantero lo ocupaba a perpetuidad el enigmático abogado Natalio Bengoechea. Introvertido, abúlico, se unió al grupo a la espera de superar el aburrimiento existencial, apartado de mujeres golpeadas que le suplicaban compañía a cambio de unas monedas. A sabiendas de que no volverían a recibirlo —la última lo había denunciado— y a regañadientes, pese a librarse de la cárcel debido a sólidas conexiones institucionales, se vio en la obligación de abandonar de manera transitoria dicha clase de expansiones.
Atrás viajaba Bonifacio Andrada, un alfeñique calvo, ayudante de farmacia a falta de recursos e inteligencia para iniciar los estudios de medicina. Depositario de las crueldades de los demás, a fin de obtener aceptación o de codearse con los ricos, siempre amenazaba en vano reaccionar. Inexorablemente, Germán Tolosa, ahora pegado a la ventana, le guiñaba el ojo a Táliche a través del espejo retrovisor, intentando poner límites al papel del pobre infeliz.
—Ya está, muchachos —dijo con sonrisa afilada—. Bonifacio es un gran amigo. Muy servicial...
—De chico tenía un perro que se llamaba igual —aseguró Bengoechea, despertando la carcajada contenida de Tolosa.
—¡Si quiere, bájese ahora así le digo el nombre del mío! —gritó furioso Andrada, mostrándole el puño.
—¡Basta, Bonifacio! —interrumpió Táliche.
Luego de instantes de silencio absoluto, concedió sin dejar de mirar hacia la inmensa oscuridad ante el parabrisas, quebrada por la potente luz de neón de los faroles.
—Andrada es un buen hombre. Siempre está listo para conseguirnos cualquier cosa ni bien se le pida. Eso es lo importante.
—Es verdad —agregó Tolosa—. Hace unos días lo hice levantar a las dos de la mañana para inyectar a mi abuelita paralítica, que estaba muerta del dolor.
Táliche buscó la complicidad de Bengoechea, inmerso en pensamientos vacíos. Al advertirlo, lo increpó.
—¿Vos siempre en las nubes de Úbeda?
—Sí. Escuché —fue la escueta respuesta.
—¿No fue a tu casa para curarte de la peste que llevas encima?
Bengoechea lo observó de reojo, lleno de pudor y orgullo herido, sin atreverse a mirarlo a la cara.
—Para colmo, todavía no le pagaste —mencionó meneando la cabeza—. Deberías hacerte atender seguido. De lo contrario, se va a terminar corriendo la voz y, además de morirte, antes te van a terminar echando de todos los prostíbulos.
Hizo una pausa.
—Tampoco hay derecho a que un hombre no pueda ejercer como tal…
Bengoechea no dejaba de voltear la vista a la ventanilla cuando Táliche volvió a tomar la iniciativa, tras superar la curva de la vía alterna de camino al pueblo.
—Nunca olvido a quien me da la mano. Creo que ha llegado el momento de reconocer al compañero Andrada. Ha tolerado mucha barrabasada, inclusive de mí, que lo gocé hasta el cansancio. Va siendo la hora de limar asperezas. ¿Les parece? —reconoció antes de secarse la comisura de los labios con la manga de la camisa.
Las distintas respuestas gestuales daban vía libre. Era el privilegio de pertenecer a esa pequeña logia anónima, donde parecía posible la convergencia del acaudalado con el que estaba convencido de serlo, aunque alcanzar dicha panacea signifique el servilismo y la realización de tareas impensables para gente distinguida.
—Te quiero mucho, Bonifacio, aunque no me gusta demostrarlo ni soporto hacer cosas de mariconcitos...
—No se preocupe, Don Mariano —fue la incómoda respuesta—. Es mutuo. Gracias a usted conseguí trabajo y...
—Está bien —asintió Táliche, disimulando el hartazgo con una mueca complaciente—. Me ibas a decir también que no estarías aquí si yo me hubiera abstenido de convencer primero a estos queridísimos amigos...
—Con su licencia, Don Mariano —tartamudeó Baldomero—, pero aquí mi amigo de verdad es Tolosa… Es muy bueno. Además...
—¿Cómo? —interrumpió Táliche, aparentando preocupación—. ¿No me considerás “amigo”, después de las veces que te saqué las papas del fuego?
La tensión silenciosa dejaba escuchar el ruido de los neumáticos sobre el camino accidentado.
—¡Sí, sí! ¡Por supuesto! ¡Eso no se discute!
—Ay, Bonifacio… Hablar así de los muchachos que te abrieron las puertas de la amistad… De Bengoechea, quien te apañó cuando quisiste hacerte el pillo con la nena de los Fernández. ¿Cuántos años tenía? ¿Nueve?
—¡Se lo juro, Don Mariano! —exclamó Andrada, abriendo los ojos mientras se quitaba el sudor con el pañuelo del bolsillo lindante a la solapa del saco—. ¡No hice nada! ¡Por favor! ¡Le ruego que no me vaya a malentender!
—¿Y de dónde salió el láudano del té con leche? ¿O se lo puso el mago Fu Manchú?
Tolosa lanzó una estruendosa carcajada. Táliche levantó la mano del volante.
—Paciencia, Bengoechea. Bonifacio es buen muchacho. ¿Quién de nosotros puede decir “el que esté libre de pecado, arroje la primera piedra”?
De un momento a otro, Andrada pasó de sentirse abandonado a su suerte al alivio de volver a encontrarse más allá del bien y del mal, de poder disfrutar en la medida de lo posible de los placeres del instinto, de hechos o situaciones vedadas para otros como él, obligados a pagar cuentas ante la sociedad. Lo ilusionaba ostentar a sus adentros esa falsa e insignificante cuota de poder, a pesar de no tener idea de las verdaderas causas que le impedían alcanzar por sí solo tamaño régimen de privilegios, entre los cuales se encontraba la impunidad. De nuevo creía ser afortunado. Le importaba poco hasta cuándo. Su concepto de realización se limitaba a ocupar el lugar de quienes lo supieron perjudicar, saltando como un mono con navaja al interior de una habitación sellada, diminuta, animado a librarse de su cobardía innata para generar el mayor daño posible. Táliche, los suyos, le brindaban la anhelada posibilidad.
—¿Me escuchas, Bonifacio? Te estoy hablando...
—Siempre, Don Mariano...
—Bien. Muy bien. Estaba pensando...
—¿Qué?
—Espera… ¿Puedo preguntarte algo?
—Por supuesto. Lo que quieras.
—Excelente. ¿Nunca pensaste casarte? Como la mayoría y Dios manda, digo...
Los ojos de Andrada se abrieron del asombro. Con las manos sobre el respaldo del asiento, el estrabismo de la mirada lo hacía recalar indefinidamente en un delgado segmento entre el perfil y el torso de Táliche.
—No. No sé.
—Entonces, nunca… ¿nada de nada?
Bonifacio bajó la vista. Los demás comenzaron a reír a destajo.
—Estuve pensando mucho en vos. Sería bueno que comiences a relacionarte con una señorita educada, de su casa. No es de alcurnia. Tampoco es demasiado bonita, pero sí muy trabajadora y… ¿Cómo se dice?
—¿Piadosa? —intuyó Bengoechea.
—Mmm… Puede ser —reconoció Táliche.
—¿La “Santa”?
Tolosa volvió a reír a borbotones. Bengoechea hizo lo propio y su risa contagiosa hizo tentar a Táliche, quien debió dejar de conducir. Estacionó en la improvisada banquina.
—¡Ah! ¡La loca de la guerra con el degenerado del pueblo! ¡Lindo binomio presidencial! —lanzó Bengoechea.
Andrada le rayó la mejilla a fuerza de arañazos.
—¡No le voy a permitir! —gritó, lanzando un manotón que le rayó la mejilla.
El grito de Táliche y los brazos de Tolosa, tomando a Andrada por la espalda, evitaron que la confrontación pasara a mayores.
—¡Basta los dos, carajo, o le pego un tiro a cada uno!
Hubo otro lapso de tiempo.
—Vayamos calmando los ánimos —imperó Táliche—. A ver. Usted, Bengoechea, se queda mudo… Límpiese la sangre de la cara. Vos me oís, Bonifacio. Presta atención… La madre de esta hembra me debe varios favores. Hablé con ella esta semana. Estaba de acuerdo. Después de enviudar, va a necesitar plata para costear el criadero de gallinas. A estas alturas, ya le habrá dicho y la hija, como es tan religiosa, la va a obedecer. Necesito sacarte del foco de atención, porque a los Fernández les pude tirar unos pesos; pero ¿cómo paro la prensa de la Capital?
—Es una idea genial —aseguró Tolosa.
—De paso, para hacerle enterrar la batata…
Tolosa celebró.
—Basta, Bengoechea —increpó Táliche.
—Pero… Don Mariano. Disculpe. Nunca la traté. Las veces que nos cruzamos, me dio vuelta la cara…
—Tranquilo. Esto es algo de parte mía. ¿O le vas a negar el regalo a un amigo? Porque lo soy, ¿verdad?
—Sí, sí —vaciló Bonifacio, sin atreverse a oponer resistencia.
—Así me gusta. ¿Puedo llamarte por el nombre? Si te parece, lo hago por el apellido, como a los demás.
Incómodo, Bonifacio se rehusó a contestar.
—¿Se imaginan cuánto nos podríamos divertir en el supuesto casamiento de Bonifacio? —afirmó Táliche.
Bengoechea, casi siempre inexpresivo, rio sin emitir sonido, de forma maligna. Tolosa, fiel a su estilo, lo hizo a carcajadas.
—En buena hora, compañero —dijo ofreciéndole la mano que Bonifacio, tímidamente, aceptó.
—¿Qué hora es? —preguntó Táliche.
—Veinte para las nueve —refunfuñó Bengoechea, molesto, sacando el reloj del bolsillo del chaleco, ubicado al costado del abultado abdomen.
—Tengo otra sorpresa para vos, Bonifacio. Yo mismo te voy a presentar a la “Santa”.
—No le conozco ni el nombre...
—Remedios Dolores Roldán —agregó Tolosa—. Igual no te preocupes, Bonifacio. La mayoría de las niñas no conoce a los pretendientes. Los padres se encargan de hacer los arreglos. El cariño viene con el tiempo.
—Tolosa tiene razón. La “Santa” es linda. ¿Le viste las piernas, la cintura gruesita? ¿Del amor? De chico, tenía un canario. Lo adoraba. Con nosotros te van a sobrar mujeres. Si vos supieras… El otro día, llegando a la esquina de los Gómez, aparecieron dos. Las había visto en el pueblo. Miraban el auto como si fuera la carroza del rey de Inglaterra. Las llevé a pasear. Conversando, me enteré de que eran primas. Terminamos los tres en el campito de mi papá. Casi nos quedamos dormidos. Por suerte, las dejé a tiempo a las afueras del pueblo.
—¿Las chicas Sotelo? —indagó Tolosa—. Esas no le dan la hora a nadie…—A mí sí. La comida entra por los ojos y, si hay billete... ¡Ah! Antes que me olvide, Bonifacio, la madre de la “Santa” me contó que a esta hora suele regresar de traer unos géneros de la casa de la abuela. Aquí nomás. A lo mejor, siguiendo derecho, la encontramos. ¿Qué mejor ocasión para conocerla? Te bajas, la invitas a subir al auto para no hacerla caminar hasta la casa y quedas como un conde.—¿Está seguro, Don Mariano? —Cuando yo te diga “naranja”, vos debes decir “toronja”. Vas a ver.
Bordeando el pueblo, apareció a lo lejos la figura regordeta de la joven, llevando un bulto debajo del brazo. Iba abrigada, con la pollera hasta los tobillos.
—No te digo. ¡Ahí está servida!
—¿Le parece, Don Mariano?
—Anda. No la hagas esperar.
Cuando Bonifacio bajó, Bengoechea bebió de una petaca de whisky y se apresuró a hablar.
—Como le dije, Táliche, uno hace lo que puede en el juzgado, pero no queda otra…—Más, con la propuesta del comité de postularlo a la intendencia, es un peligro chino. Si lo llegan a agarrar, va a cantar hasta “La Cumparsita”.—Es cierto —añadió Táliche, mirando un punto fijo sobre el tablero—. A los de arriba les molestan los escándalos. ¿Vamos?
La niebla invadía los contornos de la ruta. Al avanzar pocos metros, encontraron a Andrade forcejeando con “La Santa”.
—¡No quiere subir, Don Mariano! ¡No quiere hacerme caso!—¡Qué bestia, Bonifacio! Así no se trata a las damas…
Táliche se acercó donde estaba la joven y la ayudó a incorporarse.
—Ahora que lo veo, me quedo más tranquila. Desconozco a ese señor.
Sin inmutarse, Táliche se dirigió a Bonifacio.
—¿Eso vas a hacer en la luna de miel? ¿Cómo vas a tener familia algún día si no la agarras?—No me diga así, Don Mariano…
—Voy a creer que se te escapan hasta las tortugas. Bueno, la nena no, porque al parecer le quedó gustando el asunto…—Me dijo de invitarla a subir, nada más —esbozó Bonifacio, nervioso.
—Vas a tener que darnos una prueba de fe…—¿Eh?—El hombre debe ser hombre. ¿Usted qué dice, Tolosa?—Desde luego —dudó.—Te lo dice hasta tu amigo —resolvió Táliche—. Diga, Bengoechea…—Bien pueda, Andrade. Disponga. Si más tarde, cuando termina, me hace un lugarcito, agradecido de la vida…—Bueno, Andrade. No le demos más vueltas al asunto —puntualizó Táliche al encender el penúltimo “Old Gold” del atado—. Soy muy sensible. Me tomo a pecho los desprecios y si usted no se comporta como un varón, mejor olvídese de nosotros.
Bastaron esas palabras. Bonifacio comenzó a arrancarle la ropa. Fue más la tardanza en hacerlo que los segundos en consumar semejante aberración. Le siguió Bengoechea, luego de meses de abstinencia involuntaria. Al concluir, le palmeó el hombro a Bonifacio, quien permanecía perplejo. La mujer permanecía inmóvil, en estado de shock, con el viento como testigo de las andanzas de aquellos rufianes.
—¿Va a querer, Tolosa?—Me está molestando la próstata de nuevo. Igual, se agradece.
Sin decir palabra, Táliche se aparcó detrás de Bonifacio, llevó la Smith & Wesson a la sien de Bonifacio e hizo fuego.
—Bengoechea, traiga la pala —mencionó con absoluta frialdad.
Más adelante fue donde la mujer.
—La pucha, si serás fea —dijo antes de dispararle en la cabeza, mientras se oían algunos ladridos a la distancia.
Tolosa y Bengoechea desplegaron el género del bulto detrás de unos árboles. Más adelante se turnaron para cavar el pozo. Táliche entró al auto, donde bebió de la petaca a salvo del frío. Habían planeado simular el suicidio de Andrade, después de abusar de la joven. Tras matarla, la enterrarían, dejando el misterio a la posteridad. La impaciencia frente a la demora lo hizo salir a buscarlos. Los halló muertos en el piso, con una mueca de terror, dentro del pozo. Se disponía a huir cuando lo sorprendió el espectro de la “Santa” levitando cerca de su cadáver. Corrió. Trató de encender el auto varias veces. Avanzaba a gran velocidad cuando el espectro se le apareció en medio de la ruta. Al pretender eludirlo, el automóvil descarriló sobre la cuesta empinada de un bañado. Bastó el sonido de la explosión para que los vecinos, armados con linternas a kerosene, comenzaran a acercarse al sitio.
El cuerpo de Táliche fue reconocido por el anillo de plata del meñique derecho. La policía provincial dedujo pronto su papel como instigador. Aunque no fue posible determinar las causas de la muerte de Tolosa y Bengoechea, sí se pudo establecer que tanto ellos como Andrade habían forzado a Remedios Dolores Roldán, quien según los peritajes se encontraba embarazada al producirse los hechos.
En declaraciones posteriores, la madre reconoció que la “Santa” padecía de un leve retraso mental, pero a la vez era buena hija, callada, asidua concurrente a la iglesia, donde rezaba el rosario con otras mujeres y organizaba la entrega de alimentos o ropa usada a los pobres. Otros, libres de temor a las eventuales represalias, acusaron a un sobrino de quince años de Táliche de haberla enamorado y ser el padre de la criatura, lo cual precipitó al infortunado tío a exiliarlo, organizando su futura boda.
Con el transcurso de los años, corrió la voz de que la joven había sido martirizada debido a su inmensa bondad, adjudicándole el milagro de ejercer protección ante cualquier injusticia cometida. Los pueblerinos instalaron un tosco altar donde ocurrió la tragedia, para ofrendarle velas encendidas. Pero detrás de esa devoción insólita no podían faltar los pedidos de venganza, de la vuelta de algún novio indeciso ni de la solterona deseosa de sentar cabeza. Muchos hablaron de haberla visto, de haberse sentado por las noches a conversar en busca de consejo, aunque hubo opiniones divididas acerca de si se trataba de un mal augurio.
De nada sirvió el púlpito de la iglesia para aclarar que se trataba de puras mentiras ni amenazar con la excomunión. En cambio, las autoridades municipales, la policía y los soldados hicieron la vista gorda. Preferían ver a la gente añorando milagros en lugar de soñar una revolución sangrienta, que los arrojara del poder al traste.
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