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Avanzar, avanzar, no detenerse



«No soy buen campo para el mal»

Jean Paul Sartre


A menudo se cree que los poetas no escriben libros extensos, pero en un mundo cambiante y polifónico, Hernán Mallama Roux, poeta, docente y gestor cultural nacido en Roldanillo-Valle (y pereirano a fuerza de empresa), ha borrado de un plumazo aquella creencia. ¿De qué forma? Gracias a Periscopio, Casa Editorial, quien ha apostado concienzudamente por su prosa, y ha dado luz verde a una novela muy esperada (ya en el mercado), titulada: «La muerte llega disfrazada de ella misma» (2025).


     Una obra literaria que, a mi parecer, es una mixtura entre ficción y no ficción, y una tremenda novedad que sorprende por su contenido, en especial porque Hernán Mallama Roux, como colombiano a tiempo completo y conversador consumado, siempre conserva la historia y la realidad del país en su boca y en su mente, y con intereses semejantes era ineludible que no dibujara en algún momento nuestro pasado, bosquejara nuestras esperanzas, incluso, ficcionara la violencia con maestría, tal y como lo ha hecho en su primera novela.


     Porque sabemos que el título original de esta ópera prima era «Los indefensos», además, merecedora, hace poco tiempo, de la prestigiosa residencia literaria de Casa Creativa, sin embargo estos son meros detalles complementarios de una obra narrativa cuya edición es impecable y donde el autor ha sabido responder con una historia (o unas historias entrelazadas) que trata de esa «violencia [que] es [tan] vieja como el mundo». Fuerzas entrecruzadas que manejan a los hombres y que configuran una atmósfera enrarecida, telón de fondo y acción de personajes como Antonella, Arturo, Aurelio, Diego, Manuel, Memo, Sandra, cada uno en su realidad, pero todos sumidos en un intríngulis de país.




     Y por intríngulis me refiero a las pequeñas violencias que sufrimos los colombianos a diario, fragmentos, parte de un drama más general, relacionados con una violencia que ya no pertenece solo a lo rural, sino a lo urbano, y que ya no se da «allá lejos en el monte», sino «acá muy cerca al vecindario», y esto hay que reconocerlo para lograr atajar, sanar y avanzar.  Mallama nos ha tendido un puente entre estas realidades para que miremos el abismo, sin dejarnos caer en él sin ninguna esperanza.


     Razón por la cual, en este frente literario de 155 páginas donde él nos inserta, hay un empeño en mover nervios culturales (el enamoramiento de un aspirante a burócrata y una intelectual), agitar la cosa política (el rol del Estado en la guerra), mostrar el ideal artístico (el vínculo entre un músico y una maestra), y hacer confesar a los militares (beligerancia sin humanidad), con unos personajes que gravitan en un circuito narrativo que nos conmueve. Me refiero al sensible e idílico romance de Antonella y Arturo en tiempos de guerra, por un lado; el destino cruel y aciago de Aurelio, Guillermo y Diego, por el otro; y las voces (o coros griegos) del Anarquista, el Jerarca y el Librepensador entre páginas, quienes refrescan la narrativa, o al menos, realzan el color y la profundidad de la historia, y que en el fondo sabemos quiénes son.


     Resaltando, por supuesto, que Hernán Mallama Roux ha puesto en boca de cada uno de ellos sendas reflexiones que nos interpelan, como, por ejemplo, la agudeza del mal, expuesta por Diego, el sicario: «Somos los asesinos del bien, los iletrados, los caídos. Somos el abandono social, la inequidad empuñando una pistola…»; o la sensibilidad a flor de piel de Antonella, la periodista: «Tengo miedo. Es profundo como la noche oscura, insondable. Siento un vacío, como si me faltara todo por dentro»; incluso, la voz de un estudiante silvestre que dice: «El misterio no se cuestiona, profesora. Cuestionarlo es restarle belleza; es mejor contemplarlo sin prejuicios, como a los pájaros o a los mangos cuando maduran en el árbol».

     De igual forma las referencias culturales presentes en «La muerte llega disfrazada de ella misma» (2025) nos recuerdan episodios que necesitan verdad y reparación en el país. Asuntos como el auge del sicariato juvenil, los falsos positivos que contaminaron la gloria del ejército colombiano, el riesgoso arte del periodismo de investigación, y la acuciante búsqueda de la paz en medio de tanta desinformación emitida por medios periodísticos secuestrados por la política. Cicatrices que son tan importantes como la herida misma, porque el juego de la violencia es una suma a cero, donde nadie gana y nadie pierde, pero todos recordamos con dolor o esperanza de que algo cambie.



     Pero, por un momento, evitemos pensar que todo aquí, en esta novela, son fracturas, pues también leemos (y sentimos) un aire al interior de la trama que la hace parcialmente pereirana (sin que su contenido quede reducido a lo regional) y eso es algo que conecta. Varios capítulos nos sitúan en lugares que conocemos, personas con las cuales hemos trabado palabras o negocios, incluso, el autor usa un argot pereirano en algunas escenas, enriqueciendo y acercando al lector con el contexto inmediato, casi, como si nos contara al oído interno, y en su peculiar voz, lo que sabe del tema y de qué forma se dieron las cosas.

     Una novela agradable de leer, aunque eso sí, no lineal, pero concatenada desde el inicio hasta el final, cuyo argumento nos invita a ofrendar la mente y el corazón para lograr empatía con aquellos que sufren y esperan, y ser severamente dispáticos con los violentos, quienes sin trasfondo ni justificación se empeñan en caminar en la senda de la violencia trazada a mediados del siglo XX y reafirmada por la Doctrina de Seguridad del innombrable, porque en esto de la historia de Colombia todos somos, mitad víctimas, mitad culpables, y una acción puede cambiarlo todo.


     Finalmente, considero que «La muerte llega disfrazada de ella misma» se encuadra en el género de «novela sobre la violencia» y se emite de cara al público, casi, en paralelo con títulos como «La intemperie» (Grupo editorial Letras negras) de Jaime Andrés Ballesteros y «Casa Grande» (Editorial Homérica) de Ana María Cadavid. Novelas singulares en su forma, pero hermanadas en un «concierto para sí sentir» nuestra historia, sus injusticias internas y las secuelas que ha dejado en el presente, que al leerlas, suscitan reflexión y arte por medio de la literatura, tal como ellos lo han hecho.


     Salud, y enhorabuena por Hernán Mallama Roux y su nueva, o primera novela «La muerte llega disfrazada de ella misma», y a Periscopio Casa Editorial, quien ha impreso libros de autores tan importantes de la talla de J.J. Junieles, Patricia Díaz Daza, Marco T. Robayo y otros.


Escribe: DIEGO FIRMIANO*














*Escritor. Ensayista. Coleccionista de libros. Lector.

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