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Cada forma es apenas un estado transitorio


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Raya, trazo, renglón, recta, lista, estría, vírgula, forma, silueta, perfil. Diez palabras que se convierten en métodos para el dibujo y, al mismo tiempo, en claves para disciplinar la mente, darle dirección al pensamiento y ponerlo en comandancia.


Hay dibujos que no solo representan, sino que destrozan la reflexión establecida. Son gestos que desgarran las certezas construidas sobre un pasado reciente, cargado de herencias culturales atravesadas por controversias políticas, sociales, económicas y simbólicas. Cada trazo es un acto de insurrección: una afirmación de la rebeldía del espíritu humano, proyectada sobre el papel como testimonio de una fuerza indomable.


La obra gráfica, en su aparente sencillez, contiene una lógica matemática, un orden secreto que se inspira en la realidad misma. Allí se dibujan rizomas y contornos sociales, tensiones entre la vida y la muerte, estrategias de sobrevivencia que emergen desde lo cotidiano hasta lo histórico. Es un registro de cronistas que, con lápiz y papel, traducen en líneas desbordadas las problemáticas de su tiempo, configurando mapas de lo vivido, huellas de lo sentido.


Sin embargo, esas gráficas no se entregan por completo: mantienen una distancia, una prudencia necesaria para no perecer bajo el peso de lo que denuncian. Esa tensión entre lo dicho y lo silenciado, es la que provoca controversia. Y, aun así, en su núcleo, la práctica gráfica persiste como una técnica capaz de expresar con objetividad y potencia el pensamiento concreto del ser humano, confrontado siempre con estados ficticios y problemáticos que impiden el pleno desarrollo de la sensibilidad artística, cultural y social.


¡Dibujar es hablar en voz alta!


Es una forma de romper el silencio, de dejar que la mano traduzca lo que el alma calla. Hacer un grabado en punta seca no es solo un acto técnico, es deshacer los sofismas que distraen, rasgar la superficie para transformar la repulsión y la consternación en vibraciones estéticas, en imágenes que quiebran la mudez y abren paso a la libertad. El pensamiento, cuando se mantiene dinámico, fluye: panta rhei, todo se mueve, nada permanece. Cada forma es apenas un estado transitorio, una multiplicidad de fractales diminutos que se repiten infinitamente: el todo contenido en la parte, el axioma visible solo cuando se observa desde lejos.


No importa lo caótico, lo estéril o lo fútil de lo que se piense; lo esencial es el quehacer. El dibujo no espera a la perfección, exige presencia.


En este trabajo no me contuve: dejé que mis manos sangraran, que se desgastaran, porque solo así comprendí que la excelencia no es un instante, sino un proceso. Les pertenece a mártires de la paciencia, a devotos que convierten la práctica en ritual. Es una reglamentación matemática, geométrica, histórica y profundamente humana. Una construcción mental forjada con golpes sobre el yunque, avivados con fuego, apagados con martillo, templados en aceite como el acero de Damasco. Una arquitectura química, sólida y frágil al mismo tiempo, capaz incluso de apagar la vida.


Y, sin embargo, lo dicho no es mera filosofía: es una práctica, un llamado a la acción. Un movimiento en el que habitan criaturas sin cabeza, pero con cuerpo, como crustáceos que avanzan a tientas en la oscuridad. El resto es vacío. Allí, en ese estado sin nombre, abunda el pensamiento abstracto, que traduce y filtra lo vivido, que atraviesa la diadema del pasado y la reinventa en el presente.


Escribe: JAMES LLANOS GÓMEZ*


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*Pintor, artista plástico y uno de los artistas más relevantes a nivel nacional. Curador de la Sala "Carlos Drews Castro".

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