En contraposición al decreto del Gobierno Nacional, permitiendo los sitios libres de consumo para reorientar a la fuerza pública a criminalizar a los vendedores de drogas y no, a los jóvenes consumidores, uno de los primeros decretos del flamante alcalde de Pereira, Mauricio Salazar, fue prohibirlos.
Es lógico suponer el alivio de vastos sectores de la sociedad, camandulero, hipócrita, de doble moral, celebrando de seguro la iniciativa aunque después le “regale” el voto los encargados de venderla entre otros, a sus propios familiares. Igual, la señora yendo a misa, infaltable a las seis de la tarde para rezar el Santo Rosario, empeñada en madrugar religiosamente cada dos, cuatro años, a fin de que “nada cambie”.
No se arreglan los problemas persiguiendo a quienes los tienen, sino a los factores que los provocan. Si así fuera, Colombia entera debería ser un gigantesco campo de concentración, donde la falta de legalidad imperante mantendría al culpable fuera de las rejas, mientras se empeña en encarcelar al mísero vendedor de tinto, poniéndole de forma indirecta un revólver para salir a delinquir.
Los golpes brutales al tráfico de drogas de la administración de Gustavo Petro -poco difundidos dentro por los medios de comunicación al servicio del verdadero poder- hicieron mucho más daño al crimen organizado, que todas las detenciones de jóvenes apresados por la Policía Nacional del primero al último.
Tampoco se trata de apología al uso, abuso o comercialización de sustancias, sin caer en las posiciones dispares, ambivalentes, de si es igual, peor de nocivo a fumar cigarrillos comunes y beber, grave problemática arraigada dentro de la idiosincrasia cultural de cada colombiano, con sus licencias justificativas para el caso. Eso sí; ¡de marihuana, ni hablar!
Sin fundamentos
Según el viejo dicho: “Lo vedado, deseado”. ¿Por qué no instrumentar sistemas como en Países Bajos, donde la legislación regula desde la prostitución hasta el consumo de estupefacientes más pesados, como la heroína?
¿Cuál es el motivo de satanizar plantas como la de marihuana, la hoja de coca, punto de partida del acervo cultural de los habitantes originarios? Sí, el aguardiente, el ron, los cigarrillos, debido al mero hecho de ser considerados “legales”, comercializados al interior de misceláneas como se apañan a las borracheras y a los ebrios? ¡Los “blancos, la “gente de bien” sí; los habitantes originarios, no!
¿La marihuana es buena para fabricar cremas contra el dolor óseo, muscular, pero no para consumirla dentro de la privacidad de la casa, a lo sumo al interior de un perímetro indeterminado a través de la ley, apto para departir llevando a cabo dicho ejercicio lúdico – recreativo?
¿No alcanzaría con imponer las mismas regulaciones, como las vigentes al consumo de bebidas espirituosas, el tabaco en sitios públicos, haciendo respetar el derecho ajeno a respirar aire limpio?
Sin embargo, detrás de semejante incoherencia ridícula hay propósitos “contantes y sonantes” para mantener el actual estado de situación.
Lucro mafioso
Lo que en apariencia pretende venderse en forma del combate efectivo, la prevención adecuada, sirve adrede al propósito de agudizarlo.
En Estados Unidos, el ex campeón mundial de boxeo, Mike Tyson, salió de la bancarrota montando un negocio de venta de marihuana medicinal, generando de paso empleo.
Paralelamente, los responsables de haber gobernado el país veinte años, devenidos en “oposición inteligente”, se encargaron de acaparar el segundo negocio después del de las armas junto a la guerrilla, el paramilitarismo, volviendo obsoletas las figuras “tradicionales” de los antiguos capos, al quitarlos del contexto histórico.
Son los mismos sectores oponiéndose a la legalización, porque el día que producir cocaína, hierba, arroje iguales ganancias a las de sembrar papa, yuca, maíz o fríjoles, van a dejar de enriquecerse al punto de “volverse agricultores” como sus ancestros antes de dedicarse a “traquetear”, a vivir de la función pública.
Nomás suponer la pérdida de suculentas ganancias, proporcionadas por los habitantes de la calle perdidos en una adicción sin límites ni regulaciones, reflejo indiscutible de la falta de voluntad e incapacidad de la dirigencia para solucionar los problemas políticos, económicos, derivando en los sociales.
¿Cómo legalizar las drogas, si en nombre de las “buenas costumbres” se las prohíbe con el objetivo de ampliar el microtráfico, orientarlo hacia las escuelas, donde los delincuentes llegaron al extremo de obligar a los estudiantes a consumir drogas, en vistas de abrir “nuevos mercados” tras generar demanda, como si fuera una promoción de yogures? ¿Por qué no van a buscar a estos, en vez de judicializar a cinco o seis muchachos, fumando durante horarios predeterminados en espacios abiertos, apartados, lejos de las familias, de los niños, sin molestar a nadie?
El país no saldrá adelante, ni se realizará nunca mientras continúe siendo una fábrica de hampones, de sicarios, para satisfacer la demanda de las mafias, opuestas a todo cuanto represente alternativas al espurio proyecto de subdesarrollo, dependencia, miseria programada, que pretenden imponer a punta de mentiras y balazos.
Y si esto no es cierto; ¿cuál es el motivo de quienes pagan por pregonar el “Fuera Petro”, cuando el gobierno del presidente además de poner a la policía a perseguir a los delincuentes genuinos, es récord histórico en incautaciones a organizaciones criminales, cuyos verdaderos jefes, jefas, ocupan sendas curules en el Congreso de la República?
Aclaración
El autor de este acalorado pero humilde artículo desconoce por completo la sensación de haber llevado en los labios un sólo cigarrillo de marihuana, ni fue consumidor de ningún tipo de drogas a excepción de las aceptadas: Alcohol de manera ocasional, muy moderada y tabaco compulsivamente, a lo largo de trece años de gastos onerosos que bien pudo haber destinado a mejores fines.
Es opuesto al consumo de todo tipo, en especial las elaboradas mediante procesos químicos por resultar las más dañinas, aunque sin ser tan autoritario para no aceptar quienes lo hacen mientras no lo hostiguen, presionen, ni pretendan imponerle el hábito que respeta pero está muy lejos de poder aceptar.
Sin embargo como periodista profesional, autor ignoto o quizás mejor aún en calidad de persona haciéndose eco de las inquietudes ajenas -a veces anteponiéndolas a las propias- conoce lo suficiente el entramado social, los artilugios del poder, para vislumbrar sofisticadas trampas donde otros pueden suponer falencias involuntarias.
Piensa que errar es propio de las personas, incluyéndose. Admite la existencia de la bondad y la malicia en distintas proporciones dentro de cada mortal. La primera, la reconoce como orientadora hacia el bien común cuando se asocia con el conocimiento formador, la conciencia de contexto. La segunda, para saber detectar, distinguir los alcances de la miseria humana.
Escribe: CARLOS ALBERTO RICCHETTI*
*Periodista, escritor, poeta, actor y cantautor. Director general de Diario EL POLITICÓN DE RISARALDA y de su suplemento, ARCÓN CULTURAL. Intregrante del CIRCULO DE
POETAS IGNOTOS
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