Diane Keaton: elegancia y libertad como arte
- Arcón Cultural

- hace 13 horas
- 3 Min. de lectura

El cine despide a una de sus figuras más singulares. Diane Keaton, actriz ganadora del Óscar, símbolo de autenticidad y referente de una generación de mujeres que reinventaron la comedia romántica, murió a los 79 años en California, según confirmó su familia a la revista People. No se han revelado las causas del deceso, y sus allegados han pedido privacidad en este momento de duelo.
Nacida en Los Ángeles en 1946, Keaton creció entre escenarios escolares y sueños de Broadway. Su primera gran oportunidad llegó en 1968 como suplente en la obra Hair, pero fue un año más tarde cuando su nombre comenzó a resonar con fuerza: Play It Again, Sam, de Woody Allen, le valió una nominación al Tony y marcó el inicio de una colaboración artística y personal que definiría la década siguiente.

Su salto al cine vino de la mano de Francis Ford Coppola, quien la eligió para interpretar a Kay Adams en El Padrino (1972). Años después, el propio director explicaría su decisión: “En Diane había algo más profundo, más divertido y fascinante que cualquier otro rostro de su generación”. Su presencia en El Padrino II consolidó una carrera que pronto encontraría su verdadero tono: la mezcla de inteligencia, humor y humanidad que haría de Annie Hall (1977) un clásico imperecedero.
Por esa interpretación, inspirada en su propia personalidad, Keaton ganó el Óscar a Mejor Actriz. “Ser actor es exponerse por completo”, dijo entonces. “Espero no ser una tonta por hacerlo. Pero incluso si lo soy, mientras haya verdad y diversión, está bien”. Esa honestidad fue su marca.
Durante los años 80, trabajó junto a Warren Beatty en Reds —que le valió su segunda nominación al Óscar—, protagonizó Crímenes del corazón y se animó a dirigir su primer documental, Heaven (1987), una reflexión poética sobre la posibilidad de una vida después de la muerte. Ese mismo año, brilló en Baby Boom, inaugurando una fructífera sociedad creativa con Nancy Meyers que la acompañaría en títulos entrañables como El padre de la novia, Alguien tiene que ceder y Porque lo digo yo.

Dueña de una comicidad sutil y de una vulnerabilidad luminosa, Keaton se convirtió en el rostro de la mujer moderna de Hollywood: independiente, torpe, adorable y absolutamente real. En El club de las divorciadas (1996) reafirmó su popularidad y, como recordaría Rolling Stone, “formó junto a Goldie Hawn y Bette Midler un trío soñado de la comedia”.
En paralelo a su carrera como actriz, Keaton exploró otras disciplinas. Fue fotógrafa, directora y escritora. Publicó varios libros, entre ellos sus memorias Then Again (2011) y el ensayo Let’s Just Say It Wasn’t Pretty (2014), donde reflexionó sobre los cánones de belleza femenina: “No me digas qué es la belleza antes de que lo descubra por mí misma”, escribió, reafirmando su eterna resistencia a los moldes.
Su estilo, con sombreros, trajes masculinos y una elegancia sin artificios, se volvió icónico. En una industria que celebra la perfección, ella reivindicó la excentricidad y el humor como señas de identidad. Su propio vino tinto con hielo, The Keaton, lanzado en 2015, fue prueba de su desenfado: “No es elegante, pero yo tampoco lo soy”, decía entre risas.

En años recientes, volvió a conquistar al público con Book Club (2018) y su secuela de 2023, compartiendo pantalla con Jane Fonda, Candice Bergen y Mary Steenburgen. También sorprendió al aparecer en el videoclip Ghost de Justin Bieber, demostrando que su curiosidad artística no conocía edades.
Con cuatro nominaciones al Óscar y una trayectoria premiada por el American Film Institute en 2017, Diane Keaton deja una huella que trasciende generaciones. Warren Beatty la definió en aquella ceremonia con precisión:
“Diane Keaton es una trama en sí misma: impredecible, divertida, trágica y siempre cautivadora. Esa mujer es una historia”.
Y así fue. Actriz, directora, fotógrafa, escritora, ícono. En su cine —y en su vida—, Keaton hizo del desparpajo una virtud, del humor un refugio y de la imperfección, una forma de belleza.

Su risa seguirá siendo una escena que nadie querrá que termine.
Fuente: ARCÓN CULTURAL








Comentarios