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Arcón Cultural

Elena Garro, una pluma a la sombra del marido


Aún sigue siendo una de las escritoras mexicanas más controvertidas. Fue amada y odiada, además, parecía que su sola existencia no estaba destinada a encontrar la felicidad en ningún momento.


Elena Delfina Garro Navarro nació el 11 de diciembre de 1916 en Puebla de Zaragoza. Aunque el mundo de la lectura le pertenecía, su vocación pudo ser otra, pues en algún momento deseó ser coreógrafa, bailarina o general.


Eligió el camino de las letras y destacó por ser polifacética, escribía novela, teatro y ensayo histórico, para lo cual recurría a la crónica, la memoria y la poesía. De hecho, hay críticos literarios que la colocan como una de las escritoras más importantes del siglo XX, a lado de figuras como Rosario Castellanos.


Octavio Paz, su mayor sufrimiento


Sin embargo, hubo un día en la vida de Elena Garro que marcó el resto: el 24 de mayo de 1937. Ante cuatro testigos, esa estudiante que soñaba con ser bailarina, se casó con el poeta Octavio Paz. Se conocieron en la UNAM y llevaban dos años de novios.


Garro afirmó que Paz la manipuló, que ella iba a la escuela un día y que Paz y sus amigos la desviaron al juzgado sin que ella supiera nada. Decía que fue víctima de una conspiración que puso fin a su vida de estudiante y que casi mató su sueño artístico.


Lo cierto es que Elena estaba muy consciente de ese matrimonio, pues una inteligencia como la que ella poseía, nos hace dudar de esa enorme ingenuidad.


Durante el tiempo que estuvieron casados, además de tener una hija, Helena, la autora de Los Recuerdos del Porvenir produjo varias obras literarias, aunque afirmaba que no tenía la libertad creativa que deseaba debido al riesgo de opacar al poeta.


Fue entonces que decidió dedicarse al periodismo porque “eso no opacaba a nadie”.


A finales de los años 40, Octavio Paz comenzó a mantener una relación con la pintora Bona Tibertelli de Pisis, mientras que Elena se enamoró perdidamente del escritor argentino Adolfo Bioy Casares.


“Es el único hombre en el mundo del que me he enamorado y creo que eso no me lo perdonó nunca Octavio”, decía. Según Helena Paz, su madre quedó embarazada de Bioy, pero Paz la obligó a deshacerse del producto porque, legalmente, el bebé era suyo.


Elena Garro vivía frustrada por la opresión de Octavio Paz y por formar parte de un grupo de intelectuales en el que ella era “la esposa de Paz”. Esto la llevó a intentar suicidarse en dos ocasiones en 1947. El naufragio de su matrimonio era evidente; nada lo podía salvar, pero el divorcio llegó hasta 1959.


Paz acudió a Ciudad Juárez a tramitar una separación exprés. Elena se enteró a través de una notificación judicial.


La ruptura hizo que tomaran caminos distintos: él conservó la fama, la gloria, y amasó un gran prestigio; ella inició un descenso al mismo infierno.


Su proximidad al PRI y su servicio secreto, y, sobre todo, sus errores ante la matanza de Tlatelolco, la volvieron una escritora maldita.


Novelista, dramaturga y poeta, Garro hizo posiblemente de su existencia un cuento absurdo, pero dio al mundo una literatura que sólo ahora, en el centenario de su nacimiento, empieza a contemplarse en toda su inmensidad.



Garro, la espía


Elena Garro y Octavio Paz entre un grupo de artistas e intelectuales mexicanos en el Teatro Español de la Plaza Santa Ana (Madrid, 1937). Foto: FCE/UNAM


Sus críticas hacia el comunismo, sus ataques a las formas autoritarias del PRI y demás, hicieron que fuera seguida de cerca por la Agencia Central de Inteligencia estadounidense (CIA) y la Dirección Federal de Seguridad, policía secreta del Gobierno mexicano.


En el informe sobre el asesinato de John F. Kennedy, perpetrado en noviembre de 1963, se consigna un supuesto encuentro en la Ciudad de México, entre la cuentista y Lee Harvey Oswald, el hombre que acabó con la vida del presidente de Estados Unidos.


De acuerdo con el capitán mexicano Fernando Gutiérrez Barrios, Elena Garro también fue una informante durante el movimiento estudiantil del 68. Decía que había proporcionado detalles de los supuestos organizadores de las manifestaciones. La lista de presuntos acusados por la novelista incluye a personajes de la talla de Luis Villoro, Rosario Castellanos, Carlos Monsiváis y Leonora Carrington.


Helena Paz desmintió todo y señaló que debido a esas acusaciones, ella y su madre fueron víctimas de amenazas y agresiones. La matanza de Tlatelolco de 1968 llevó a la dramaturga al exilio.


Un triste final


Nueva York, 1956. De izquierda a derecha: Elena Garro; Adolfo Bioy Casares, el escritor argentino que sería el gran amor de su vida; su esposo, Octavio Paz y la hija del matrimonio, Helena Paz Garro.


El regreso de Garro a México estuvo alejado de la gloria. Ella pasó sus últimos días en una vivienda de Cuernavaca, junto a su hija.


Estuvo rodeada de gatos franceses y mexicanos, alimentándose de largos sorbos de café. El 22 de agosto de 1998 murió de cáncer de pulmón.


Antes de partir reconoció que había un único propósito que animaba sus miembros y exacerbaba su inteligencia:


“Yo vivo contra él, estudié contra él, hablé contra él, tuve amantes contra él, escribí contra él y defendí indios contra él. Escribí de política contra él, en fin, todo, todo, todo lo que soy es contra él (…) en la vida no tienes más que un enemigo y con eso basta. Y mi enemigo es Paz”


Ultima voluntad


Una de sus últimas fotos antes de fallecer.


La tarde de 26 de septiembre de 1972, Elena Garro, de 55 años, compareció ante el licenciado Francisco González y González, titular de la notaría 35, acompañada de sus testigos, el estudiante Rodrigo Mares García, misterioso militante estalinista y luego trotskista —además de compañero de José Ferrel, un amigo de juventud de Octavio Paz—, Rodrigo García Treviño, y el tipógrafo José Guadalupe Olaes Solís, con el fin de otorgar su testamento público abierto.


El solemne acto se celebró en el despacho ubicado "en los altos de la casa número noventa y seis de la calle República de Cuba", y en él consta que la escritora, "advertida de las penas que impone la ley a quien declara con falsedad", declaró vivir en el departamento 4 de la calle de Taine, estar divorciada, dedicarse al hogar y "estar exenta en el pago del impuesto sobre la renta".


A diferencia de lo que Garro pregonaría después, en su testamento no "eligió como beneficiario de su obra, sus derechos y todas sus pertenencias al escritor argentino Adolfo Bioy Casares, el gran amor de su vida",[1] sino, como es natural, designó heredera y albacea a su única hija, Elena Laura Paz Garro.


Según narra Rafael Cabrera, además de las preocupaciones que tenía por las enfermedades de su descendiente, en esas fechas, Garro vivía momentos de profunda agitación porque "le habían advertido que se había orquestado una operación para asesinarla".[2] Sin embargo, el fedatario certificó que la testadora tenía plena capacidad, "que se encuentra en su cabal juicio, cumplida memoria y libre de cualquier coacción o violencia, con perfecto conocimiento del acto que celebra".


Es ejemplar que Elena Garro previera su última voluntad, algo que al día de hoy es la excepción entre quienes deberían hacerlo. Una omisión muy sonada fue la de Marie José Tramini, segunda esposa de Octavio Paz que, ante su negligencia, puso el patrimonio del poeta en la órbita de la beneficencia pública capitalina, algo que jamás hubiera deseado Paz. Muchos años después, tras la muerte de Garro, su hija asumió el carácter que se le confirió. Cuando Elena Laura falleció, su primo hermano Jesús Garro Velázquez adquirió la titularidad sobre la obra de la escritora. Por último, al morir éste el 25 de junio de 2017, su viuda Raquel Steinmann asumió la totalidad de esos derechos. Es difícil imaginar que, en aquellos días de septiembre de 1972, de los que tanto se ha escrito, Elena Garro supusiera quién iba a resultar, al final, beneficiaria.


NOTAS

[1] Rafael Cabrera, Debo olvidar que existí. Retrato inédito de Elena Garro, México, Debate, 2017. Versión electrónica. [2] Ibid.


Fuente: DIARIO EL UNIVERSAL (MÉXICO)

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