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Había una vez un "rey sargento"


Friedrich Wilhelm I von Hohenzollern, tal era su nombre verdadero
en alemán.

El futuro Federico II de Prusia odiaba a su padre. El contraste entre ambos no podía ser mayor. Federico Guillermo I, llamado el «Rey Sargento», tenía una corte espartana donde primaba el elemento militar: ni filósofos, ni músicos (excepto las bandas militares), ni artistas.


Gustaba de la compañía de soldados, las bromas eran de grueso calibre mientras apuraban jarras de cerveza y fumaban tabaco en pipas.


Vestía siempre de uniforme pero este sucio y ajado por el continuo uso.


Su tacañería era proverbial y motivo de frecuentes bromas. Su pasión por el ejército le llevó a crear un cuerpo de granaderos –el regimiento de granaderos de Postdam– formado por soldados ridículamente altos.


La tensión entre ambos estuvo a punto de generar un incidente internacional cuando el príncipe heredero intentó huir de Prusia.


El monarca, acompañado de todos sus hijos.

Su padre, enterado del intento, lo yuguló en embrión. Hizo detener a Federico y ordenó el fusilamiento de su principal adlatere e íntimo amigo. Incluso le obligó a presenciar su muerte.


En 1740 murió Federico Guillermo y el joven Federico se convirtió en rey de Prusia.


Desde los primeros días, Federico II fue testigo de la pena de los prusianos por la pérdida de su rey: ese ser brutal, tosco, autoritario, cruel, caprichoso y roñoso era amado por su pueblo.


Picado por la curiosidad, y la necesidad de ponerse al día en las obligaciones, revisó la gestión realizada por su padre. Resulta que había erradicado los derechos y servidumbres feudales, liberó y mejoró la situación de los siervos haciéndoles libres, decretó la escolarización obligatoria a costa del Estado y reorientó a la nobleza hacía el servicio al Estado bien en la administración, en el Ejército o en la diplomacia.


Retrato de Augusto II de Polonia (izquierda) y Federico Guillermo I de Prusia (derecha), durante la visita de Federico Guillermo en 1728 a Dresde. Pintura de Louis de Silvestre ,
alrededor de 1730.

Fomentó la industria, reformó las leyes y suprimió la tortura en los interrogatorios, castigó la violencia física sobre sus súbditos... No era de extrañar que le llorasen.


A los pocos días, el general príncipe Leopoldo de Anhalt-Dessau (hoy los soldados marcan el paso al desfilar gracias a él) le entregó a Federico II un testamento que su padre había dejado y le dijo:


–Majestad, el difunto rey odiaba la guerra. Estuvo en la batalla de Malplaquet y la carnicería le asqueó.


El testamento era el típico documento lleno de instrucciones y consejos sobre la buena administración que todo monarca solía dejar a su sucesor, pero decía algo más:


«Heredé de mi padre un reino cuyas fronteras, por extensas, eran imposibles de defender y que estaba rodeado de enemigos por todos lados que sólo aspiraban a expandirse a costa de Prusia. El ejército no podía llamarse tal y carecía de todo. El Tesoro estaba completamente vacío...

Caricatura de la época, donde se lo ve supervisando a sus tropas.

Para sobrevivir tuve que desarrollar características completamente ajenas a mi carácter. Me volví un avaro que atesoraba cada moneda que caía en mis manos, desarrollé una personalidad excéntrica y la pregoné con la formación de mis granaderos de Postdam. Me convertí en motivo de burla en todas las cortes de Europa y mientras fui su bufón... me dejaron en paz.



Te dejo un Reino próspero y estructurado, con un ejército disciplinado comandado por el mejor cuerpo de oficiales de Europa. El tesoro está repleto gracias a mis economías. Ahora es decisión tuya cómo los uses».


Un rey atípico


Escena que lo representa
ordenando el arrestro de
su propio hijo, cuando
quiso escapar por sus incompatibilidad con él.

Tras su subida al trono acabó con el boato cortesano y los dispendios que habían caracterizado el reinado de su padre, revelando su carácter autoritario y austero.


Dada su enorme capacidad de trabajo, Federico Guillermo I de Prusia exigió a sus colaboradores una labor intensa y libre de errores.


Poco dado a las diversiones y con escaso sentido del humor, lo único que parecía relajarlo era ir al Tabakskollegium, para fumar en pipa y beber cerveza con sus amigos más íntimos.


Federico Guillermo I favoreció el desarrollo económico mediante una estricta reglamentación financiera que abolía los privilegios y las exenciones y una fuerte centralización de la administración del Estado.


Monumento conmemorativo.

En consonancia con este propósito, protegió la industria y la agricultura y propició la colonización interior.


Gracias a esta política llevó adelante de forma sistemática la reconstrucción del noreste de la Prusia oriental, con pobladores de otras regiones menos favorecidas del país.


Sólo en Prusia, un ducado que había quedado despoblado por la peste de 1709-1710, la población experimentó un fuerte crecimiento, las fábricas proliferaron y el rendimiento de la tierra conoció un notable aumento.


Sin embargo, la principal preocupación del monarca fue el fortalecimiento del ejército. Para ello organizó un reclutamiento nacional regular y creó la Escuela de Cadetes de Berlín (1722).

Con sus atributos de monarca.

El resultado fue que los soldados prusianos conformaron un ejército eficiente y disciplinado: la herramienta que convertiría a Prusia en la mayor potencia militar de Europa.


Durante su reinado no emprendió ninguna guerra, salvo la campaña de 1720 contra Carlos XII de Suecia, al que derrotó en Poltava, lo cual le permitió, mediante el favorable tratado de Estocolmo, incorporar la Pomerania occidental, Stettin y las bocas del Oder.


Murió en 1740 a los 51 años y fue enterrado en la iglesia Garrison en Potsdam.


Durante la Segunda Guerra Mundial, para protegerlo del avance de las fuerzas aliadas, Hitler ordenó que el ataúd del rey, así como los de Federico el Grande y Paul von Hindenburg, se escondieran, primero en Berlín y luego en una mina de sal en las afueras de Bernterode.


Los ataúdes fueron descubiertos más tarde por las fuerzas de ocupación estadounidenses, que volvieron a enterrar los cuerpos en la iglesia de Santa Isabel en Marburgo en 1946.


En 1953, el ataúd se trasladó a Burg Hohenzollern, donde permaneció hasta 1991, cuando finalmente fue enterrado en los escalones del altar en el Mausoleo de Kaiser Friedrich en la Iglesia de la Paz en los terrenos del palacio de Sanssouci .


El sarcófago de mármol negro original se derrumbó en Burg Hohenzollern; el actual es una copia de cobre.



Fuente: EL DEBATE / BIOGRAFÍAS Y VIDAS / HMONG.COM

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