Quiero hacer una pequeña nota de un extraordinario montaje en la sala de exposición “Carlos Drews Castro” del teatro Santiago Londoño. La quinta exposición en el marco de Corto Circuito Escenarios para el Arte, y, aprovecho para contarles que, en agosto de este año 2024, cumple sus 20 años de prácticas estéticas sin parar y, para celebrar, cuenta con una nutrida programación cultural.
Jaldary nos abre su taller para contarnos a través de una liviana muestra, cómo articula una serie de planteamientos estéticos y conceptuales, en pequeño formato y de una factura extraordinaria. No solo le bastó un laberinto con paredes transparentes azules, que insinúa el adentro y el a fuera en el instante, en tiempo real. Telas que avisan, que sugieren que alguien nos supervisa, nos mira. Una obra que tiene unidad entre el voyerismo, la intimidad y el dolor, condensados en un solo papel, espacios claros oscuros, autorretratos engarabatados que despiertan aprehensión de un relato taxativo, un placer o un dolor permanente o aplazado.
“Esta serie me ayudó a entender lo que está pasando y a sanar, y a medida que lo pongo ahí, entiendo que no estoy tan mal.”
Finalmente plantea, que algo vive en medio del espacio. La soledad, es una forma de entregar el malestar al vacío. La maestra Jaldary Díaz afirma: “En un inicio empecé a hacer los dibujos pensando que eran bocetos para pinturas”, “Tengo todo un desorden mental, entonces pongo noticias visualizando pensamientos”, sigue en su relato, también “Fotografías intervenidas, copias intervenidas, grafito, y óleo”. Todas estas afirmaciones se comprenden en la pared del fondo, con una serie de papeles con apuntes, escritos con una poética pictórica, rayas y epístolas “a la prima”, que cuenta a manera de bitácora o Sketchbook, cómo la artista sitúa una hoja de ruta, sus tareas como recorrido inquietante en saltos cualitativos. Toda obra tiene un dolor interno asumido por la creadora. Son aciertos del error.
“Los garabatos son el “me de-construyes, me armas, me complementas”, y a medida que van avanzando, los dibujos se vuelven más realistas, pero a la vez no tan personales”.
Dibujar es un soliloquio, para volverse con el trascurrir del tiempo, monólogo. Éste toma vida en la medida que cada línea, limite, volumen, corroscos, sentimiento o emoción en el espacio duro, texturado, liso, algodonado o suave, se repite en florilegios, en personajes que cuentan historias, momentos vacíos que el artista en muchas ocasiones no se toma en serio. La función del espectador, del observador, es darle curso a su diálogo susurrante frente a la obra, una articulación imaginada del artista y del que la contempla, un diálogo mediado entre el silencio y el afecto (aquí pasan muchas cosas) de lo que se mira, para llenar de significados bellos, algo que el creador nunca se imaginó plantear; aquí nace la crítica, se configura un verdadero arte.
Esta exposición la acompañó un bello texto curatorial realizado por una mujer, que habita el alma del arte desde las aulas de la universidad Sorbona de París, con insumos teóricos desde la filosofía y el derecho. Laura Sofía Salazar Salazar, está con nosotros, realizando una pasantía en gestión cultural, montaje y museología, en la cual nos permite dialogar desde distintas miradas, en asuntos como: el estado del arte, la política y la sociedad, tres cosas que aprueban convocar las distintas expresiones, tendencias y postulados del mundo del arte y la cultura.
A continuación, es lo que escribe la filósofa Laura Sofía Salazar Salazar, sobre la obra de la maestra Jaldary Díaz.
Margarita siempre viva
“El yo, delante del otro, es infinitamente responsable”
–Emmanuel Levinas
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La paradójica construcción de nuestro afecto nos enfrenta al duelo de nuestra propia impotencia. Con Margarita siempre viva, Jaldary Díaz nos lleva por el camino de la sublimación de esta pérdida y reconocimiento del otro como entidad incontrolable, dejando tras de sí la frustración y el dolor de sabernos fuera de control.
Esta recopilación de obras muestra la catarsis y la subsecuente sanación que esta procura. Cuando el dolor supera las palabras y se nos escapa por el cuerpo, el arte expresa lo que la lengua nunca pudo, y tal como Bergson lo plantea, lo inconmensurable es por fin exteriorizado, “quería responder a preguntas muy puntuales sobre cómo me estoy sintiendo y que tengo para decir sobre lo que estoy sintiendo. Son preguntas del porqué me siento así, o cómo reaccionar ante la frustración de conexiones o intimidad que ya no están”.
En medio del proceso creativo orgánico que caracteriza esta serie, los medios hablan por sí solos. Desde la crudeza del garabato a la franqueza del dibujo, el arte le pide al artista la libertad necesaria para tomar forma. Lo que en un principio fueron bocetos para pinturas, se transforman en la obra central, que a su vez demanda una mayor transformación. El paralelo entre la pérdida de control en nuestras relaciones interpersonales y la pérdida de control que a veces implica la creación artística cuando esta busca expresar sentimientos inefables atraviesa esta serie en su totalidad. El reto de aceptar la imposible constancia de las conexiones en nuestra vida se traduce en la necesidad de sobrepasar la tradicional bidimensionalidad del arte y aprender a soltar las riendas, rasgando, rayando y redibujando sobre el primer trabajo técnico.
La versatilidad que impregna esta serie evidencia la complejidad del sentimiento que la funda, pero a la vez su universalidad. El reconocimiento de la alteridad que forma el tejido humano induce al sujeto en un recorrido de autoconocimiento, de caos y de análisis. Exteriorizando el torbellino de pensamientos abstractos en su pared, el esbozo toma forma desde su más borrosa y pura expresión y emprende una transformación constante hacia la calma en su claridad, pero a la vez una mayor distancia entre el yo y su sentimiento.
Escribe: JAMES LLANOS GÓMEZ*
*Pintor, artista plástico y uno de los artistas más relevantes a nivel nacional. Curador de la Sala "Carlos Drews Castro".
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