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Arcón Cultural

Lola Mora, el poder sobre la piedra


Talentosa, misteriosa y empoderada. Si bien continúa la polémica sobre su fecha y lugar de nacimiento, su sobrino bisniento y biógrafo asegura que era tucumana y llegó al mundo en abril de 1867.

Si bien ambas provincias se disputan el lugar de nacimiento y se duda de su fecha, Pablo Mariano Solá (sobrino bisnieto y biógrafo), confirma que Dolores Candelaria Mora Vega, más conocida como Lola Mora, llegó al mundo en abril de 1867, en la provincia de Tucumán. Luego se cuenta que fue bautizada en la localidad salteña de El Tala, y que por disposición de sus padres -si bien no pertenecían a las grandes familias del norte argentino y conservaban un modesto nivel de vida- se mudaron a Tucuman. También se dice que ella siempre se sintió tucumana. En esas tierras precisamente, la pequeña Lola comenzó sus estudios primarios, en el Colegio Sarmiento, y su vocación de artista afloró temprano, destacándose en materias como dibujo y piano.


Su obra cumbre, "La Fuente de las Nereidas"

Fue la tercera de siete hermanos: tres varones y cuatro mujeres. Lola crecía, estudiaba, dibujaba, enhebrando los sueños y metas de una adolescente de fines del siglo XIX. Sin embargo, a la edad de 18 años, recibió el primer gran golpe de la vida: en 1885, sus padres fallecieron con una diferencia de dos días. Ella por neumonía y él por un ataque al corazón. Lola, a partir de ese momento, quedó bajo el cuidado del marido de su hermana mayor.

Dos años después del trágico final de sus padres conoció al pintor italiano Santiago Falcucci. Con él, Lola Mora tomó varias clases en las que profundizó sus conocimientos de pintura y dibujo. Sobre todo, las técnicas que venían del neoclasicismo y el romanticismo europeos.


A partir de ahí, y algo bastante peculiar en la historia de una mujer de aquella época, la joven Lola comenzó a retratar a distintas personalidades de la alta cuna tucumana. De este modo, ingresó a cierto círculo del poder de aquella provincia y los diversos encargos no se hicieron esperar.


Lola Mora aceptaba trabajos para el gobierno, organizaciones y de particulares, como en este caso.

En 1894, exhibió por primera vez una gran colección de todos aquellos retratos de los gobernadores tucumanos que produjo hasta el momento. La muestra recibió muy buenas críticas y de alguna manera la puso en el mapa del escenario pictórico como una destacada artista.

Más tarde, donó esta misma colección íntegramente a esa provincia del norte. Su maestro Falcucci expresó una vez: “Era la copia de una fotografía, pero tenía todo de propio, de individual en la factura”. Aprovechando ese éxito, viajó a Buenos Aires para solicitar una beca y perfeccionar sus estudios en Roma. La ganó y allí se fue a estudiar con el pintor Francesco Paolo Michetti y con el escultor Giulio Monteverde, quien era conocido por aquel entonces como “el nuevo Miguel Ángel”.


Cortometraje sobre la vida de la escultora

Monteverde observó el gran talento que Lola tenía para esculpir que le aconsejó no abandonarlo.

Lola, entonces, sí abandonó la pintura para convertirse puramente en una escultora.

Después de cosechar otros éxitos artísticos en distintos países de Europa (en París logró ganar una medalla de oro por sus piezas), volvió a la Argentina 1900. Con su retorno, también volvieron los encargos.


Otra imagen de la prestigiosa artista.

De su vida íntima se sabe poco y abundan los rumores. Algunos dicen que fue la amante de Julio Argentino Roca, un gran amigo y mecenas de Lola. También se dijo que la artista tenía inclinaciones bisexuales. Lo cierto es que a sus 42 años se casó con un empleado del Congreso Nacional, Luís Hernández Otero, 17 años más joven que ella, y de quien se separó a los cinco años de casada.

Realizó los bustos de varias personalidades de la política y la aristocracia argentina, como Juan Bautista Alberdi, Facundo Zuviría, Aristóbulo del Valle, Carlos María de Alvear y Nicolás Avellaneda.

También trabajó con las alegorías: las estatuas de La Justicia, El Progreso, La Paz y La Libertad, en las cercanías a la Casa de Gobierno de la ciudad de Jujuy, y algunas esculturas en el Monumento Histórico Nacional a la Bandera, en la ciudad santafesina de Rosario.

Se sabe que el ocaso de su carrera artística vino también de la mano con la separación de su marido, Luís Hernández Otero, en 1917.

A partir de ahí, ya casi nadie le ofreció encargos ni trabajos. A los 65 años, con una salud muy frágil, vivía con sus sobrinas.

La Cámara de Diputados, por su parte, le otorgó una pensión en honor a sus años de gloria.

Sin embargo, Lola Mora murió el 7 de junio de 1936, antes de cobrar el dinero.

Busto de la escultora.

En su memoria y a modo de homenaje en la Argentina, se instituyó oficialmente el 17 de noviembre (supuesta fecha de su natalicio), el Día Nacional del Escultor y las Artes Plásticas.

Un pequeño detalle, en reconocimiento a una de las más grandes de todos los tiempos.

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