Metáforas de la nostalgia
- Arcón Cultural

- hace 13 horas
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A veces la poesía confluye en un solo verso, o en un solo poema o en una sola imagen y ahí se congregan todos los lugares de la sensibilidad humana, de las percepciones internas. Un poema podría ser el absoluto de toda la sensibilidad habida y por haber. En un verso solo podría una palabra significarlo todo. La poesía puede ser, ser, incluso, un vocablo solo, solo un vocablo. Rosario Castellanos en su poema Charla (1950), deducía que “la realidad es reducible a los últimos signos y se pronuncia en sólo una palabra…”
En lo que se refiere a la poesía de Aida Cavagliato (Buenos Aires 1938) su escritura se vuelve con el tiempo, un instante supremo de la vida literaria bonaerense, donde cada verso pareciera ser una hoja de otoño que llega a nosotros como un acontecimiento indispensable para advertir que la sensibilidad femenina es también lugar de escritura e imagen. La poesía es imagen y al ser imagen, es también percepción. Ir al libro de Aida es ir al universo de las percepciones. Nuestra aventura poética en estos poemas es, por lo tanto, una aventura de contemplación, visiones, recuerdos y miradas. Cada verso nos obliga a detenernos en un lugar, en un recuerdo, en una nostalgia: Te abandonaron la bruma, / las noches, la luna.
Conozca el sitio web oficial de la escritora: https://aidacavagliato.wixsite.com/argentina
Para nadie es un secreto que en Buenos Aires uno respira literatura. Las librerías poseen obras maravillosas de la escritura latinoamericana y cada estantería tiene, sin egoísmos compulsivos, llamativas imágenes de sus escritores aclamados. Las calles nos van llevando por sitios y espacios donde muchos de ellos y muchas de ellas han vivido su escritura: la calle Montevideo en su numeral 980 abrigó por muchos años a la gran Alejandra Pizarnik; en la calle Viamonte 550 nació y vivió la escritora Silvina Ocampo; la calle Arenales sintió la mirada y la poesía de Olga Orozco, y en una de esas calles, en la llamada calle Esperanza (hoy calle Pareja), en el barrio Villa Devoto, de la ciudad Autónoma de Buenos Aires nació esta bellísima escritora argentina que hoy nos ocupa con sus poemas fastuosos y sus lindas nostalgias de muy fina sensibilidad, Aída Cavagliato.

Su escritura literaria es poesía que mira de otra manera, que siente de otra manera, que va al lector de otra manera. Es testimonio de los lugares, de los sentimientos, de un pasado que se va derritiendo poco a poco entre las palabras y sus metáforas de la nostalgia; entre los días y las horas que van desapareciendo todo aquello que nos es muy querido. La poesía de Aída Cavagliato es, en esencia, nostalgia y memoria. La poesía que escribe y nos comparte, se convierte poco a poco, en un acontecimiento imborrable, sensible y bastante íntimo. Pareciera ser que el poema no buscara otros ojos distintos a la mirada de quien los guarda como monedas muy valiosas que luego alguien muy amado sabrá ponderar de modo muy personal e intenso.
Esta poesía de corte intimista y testimonial es un lugar sagrado donde reposan de manera muy querida el amor, los sentimientos más puros (casi indescriptibles) y los recuerdos de todo cuanto es de verdad valioso para volverse poema: El agua juega alegre / con lo que queda de ti, / eso que también es mío / y viene a saludarte.
De repente, frente a sus textos, uno siente y recuerda también la poesía de Silvina Ocampo (Si soy en vano ahora lo que fui…), de Alfonsina Storni (Te vas alfonsina con tu soledad. / ¿Qué poemas nuevos fuiste a buscar?), o los poemas de Gabriela Mistral (Se va de ti mi cuerpo gota a gota. / Se va mi cara en un óleo sordo, / (…). ¡Se te va todo! ¡Se nos va todo!). Porque, al igual que los versos de estas mujeres escritoras, la voz de Aída es también escritura poética que se atreve a pronunciarse ante un mundo insensible, tosco, agresivo, sigiloso. Es poesía que se atreve a ser reflejo de sentimientos maravillosos, simples, metafóricos, nostálgicos.

La escritura literaria es, por encima de lo demás, imagen excelsa de todo lo que se bifurca, de todo cuanto se ramifica y se vuelve nostalgia. La poesía y el poema son ese pequeño momento que le robamos al olvido, al momento fugaz, al beso que se hace ilusión pasajera. Y ella, como si estuviera hilando los instantes, trata de impedir que todo confluya en el vacío, logrando con sus textos asirse al momento único de las palabras y con las palabras resolver de algún modo esa metáfora que se hace poema y al ser poema ser música, canción, ritual de recuerdos y nostalgias.

Instante puro es aquel en el que el poema es una voz silenciosa que irrumpe en el vacío de los días y nos redime de todo cuanto fue y nunca más será. Para Julio Cortázar “la finalidad de la literatura es hacer preguntas para inquietar, para abrir la inteligencia”. Y muchos poemas de Aida nos formulan preguntas, nos inquietan: ¿Quién podrá cuidarte como yo, / mimándote hasta el amanecer?
Los versos de Aída Cavagliato no han sido escritos para sino para detenerse a contemplar el milagro de las hojas que caen en otoño, el milagro del color en las flores del jardín, el dolor de la ausencia del hijo que mira a otros universos más allá de los lugares comunes, más allá de los abrazos y las veladas familiares. Y por eso ella escribe la nostalgia, deletrea esa pequeña ausencia que se vuelve lágrimas en la ventana que le deja contemplar la ausencia mientras el tiempo sigue ahí, goteando, una a una, las notas musicales de las horas que nunca se detienen y que jamás se apiadan del vacío que nos invade como hiedra, como pesadilla, como angustia interminable. Los poemas de Aída son también una canción, un concierto en la voz de Gina María Hidalgo: No puedo vivir sin amar amando. / Amar como te amé y me has amado…

A veces la poesía confluye en un solo verso, o en un solo poema o en una sola imagen y ahí se congregan todos los lugares de la sensibilidad humana, de las percepciones internas: Soy aquella, / la de los pies descalzos (…) / la que jugaba en la vereda / con las hojas de los árboles…
Título original: "La niña de las cebollitas y las metáforas de la nostalgia"
Escribe: LEONARDO FABIO MARÍN*

*Escritor, poeta y periodista literario.








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