Escribe: UMBERTO SENEGAL*
Para el estudio del minicuento colombiano y su desarrollo histórico, es ineludible indagar la producción narrativa de múltiples autores nacionales que, sin ser prolijos en su escritura y sin que hubiesen ahondado en su teoría, incentivados por la magistralidad de algunos narradores foráneos representativos, publicaron una reducida muestra de microrrelatos que obedecen a parámetros formales del género al reunir varios de sus rasgos significativos: brevedad, ironía, anécdota comprimida, lenguaje preciso y elipsis, sin prescindir de su premisa primordial: desarrollo de la acción. Uno de tales cuentistas, donde tal proposición es centro de cada microrrelato, es Nelson Osorio Marín, con pocos minicuentos en su haber, -dispersos en revistas y periódicos- representativos por el fino empleo de lo simbólico, onírico y fantástico en acción centrípeta, del minicuento tradicional.
Poeta, compositor y publicista. Nació en Calarcá, Quindío, en 1941 y falleció en Bogotá, en noviembre de 1997. En el ámbito literario nacional fue valorado más por su talento en las dos primeras actividades, que por su creación minicuentística.
Sobre su poesía, con tonos coloquiales y próximos al discurso narrativo, María Mercedes Carranza, en Manual de literatura colombiana (Bogotá, 1988) precisa:
“Muy cercano a la sensibilidad de los nadaístas, Osorio incorpora a su poesía los elementos de los mass–media: el texto del periódico, letras de tangos y boleros, los mitos, del cine, y utiliza un lenguaje prosaico. Hace poesía de tema político y canciones al estilo de las que se conocen como canción –protesta. Los mitos adolescentes de una clase media baja que se nutre en las fuentes de la cultura de masas como única alternativa de creación, sus personajes, su lenguaje, son los temas de la poesía de Osorio, la cual tiene el valor de recrear un mundo netamente colombiano y de crear para él una época que lo representa”.
El poeta y polémico ensayista colombiano Harold Alvarado Tenorio, sitúa la producción literaria de Nelson dentro de la Generación desencantada (1970–1984) descrita así: “Poetas, narradores, ensayistas y dramaturgos cuyo signo fue la desconfianza respecto de tantas voces y aplausos y la búsqueda, afanosa, de unas tradiciones dónde asistirse, luego de la iconoclasia y borrón y cuenta nueva que habían prohijado de la mano de los Nadaístas los Frentenacionalistas”.
En una época donde no se formulaban aún los ilustrativos nombres que, hoy por hoy, recibe la minificción, Osorio llamó a sus cuentos Microfantasías. Las escribió entre 1970 y 1976, agrupando veintiocho al final del libro de poesía Al pie de las letras (Bogotá, 1976). Es posible que comenzara a escribirlas a partir de sus 29 años de edad, por la década de los 70 cuando la minificción alza vuelo en Hispanoamérica. “En el caso de la narración breve hispanoamericana podemos observar que es en la segunda mitad del siglo XX cuando comienzan a abundar estas estructuras narrativas mínimas”, afirma el erudito teórico David Lagmanovich.
Textos con extensión menor que la página, cuyo total de palabras va desde una minificción con sólo cinco –Hiroshima– hasta la más extensa –La deuda–, con 248 palabras; y desde el cuento atómico –máximo 20 palabras– hasta el cuento ultracorto cuantificado por Zavala –200 palabras–, las microfantasías del citado volumen son: La visita al río, Imagen, Ruptura, Experimento, Unidad, El amiguito, Indiferencia, Círculo onírico, Hiroshima, Resurrección, Última noticia, Premonición, Jugarreta, La deuda, El reverso de la visita, Metamorfosis, La pregunta, Asombro, Esquizofrenia uno, Materí, lerí leró, Continuidad, Para un final feliz, Para un final trágico, Esquizofrenia dos; Todo, abuelo?; No todo, abuelo; No siempre, abuelo y Revelación.
Sin el poeta concluir estudios de enseñanza media en el colegio Robledo de Calarcá, única institución educativa para varones que en su modalidad existía en tal pueblo por aquellos años, su familia se traslada a la cercana ciudad de Pereira donde, luego de terminar bachillerato, Osorio viaja a Bogotá para estudiar sociología y derecho, disciplinas que nunca ejerció, cautivado por la publicidad. Quien más tarde fustigaría a la burguesía colombiana con sus composiciones musicales, confiesa a Rosa Jaramillo, en entrevista concedida para el libro Oficio de poeta (Bogotá, 1978): “Me echaron del colegio oficial por razones nada poéticas y recibí una beca para continuar en el Liceo Pereira, por entonces el nido de la flor y nata de la burguesía. Empecé entonces a escribir sobre temas que la mayoría de ellos no había vivido jamás”. El poeta J. Mario Arbeláez, en artículo necrológico que escribió para El Tiempo, –17 de noviembre de 1997–, haciendo eco al sentido del humor y la literaria ironía que caracterizó a Nelson, señala:
“Era tan amplio su talento y tan varia la invención de su ingenio, que hizo historia en la publicidad, donde empezó también de la mano del negro Mesa. Puede catalogarse por tanto, con William Ospina, Fernando Herrera y el suscrito, entre los publipoetas, membrete con pretensiones peyorativas que nos endilgara el poeta Roca”. Y añade más adelante, evidenciando el motivo de su fallecimiento: “Respecto a las causas de su muerte, fue ultimado por el enemigo pequeño que más personas se ha llevado este siglo, más que las guerras y las pestes en el territorio Marlboro. A los siete años se fumó su primer cigarrillo entre unas matas de plátano a escondidas de Laura y don Arturo, y desde entonces pasaron cincuenta años en que fumó por lo menos veinte cigarrillos diarios. O sea que en diez y ocho mil doscientos cincuenta días se fumó trescientos sesenta y cinco mil cigarrillos, hasta el último que lo condujo a la clínica y se le apagó entre los labios en la ambulancia”.
En la obra del quindiano, despunta el poeta sobre el narrador. Muchos de sus poemas, estrofas o fragmentos de aquellos, se dejan leer como prosa narrativa por contener detalles que predicen al minicuentista. Verbigracia, la forma empleada en el poema Caso 12K37X, tarjeta IBM ítem 25, nota aclaratoria y final de tres renglones, donde la equilibrada mezcla de verso y prosa ilustra lo dicho atrás. Dos de sus líneas pueden leerse con criterio de cuento atómico: “Se quejó a sabiendas de que cada sílaba costaba centurias entre rejas”. También en el poema Decreto de emergencia, se observa al minicuentista: “El hambre era tanta que el pueblo se comió la ausencia del pan. Pero no tenía dónde cocinar: se la comió cruda…y sin sal, claro está”. En este mismo texto se desprende del verso la siguiente brevísima narración:
“Como corrían las bolas de que los abnegados servidores de la patria estaban descargando toda su amabilidad contra los huéspedes de las cárceles, ‘no puede haber torturas donde no hay torturados’, decretó el Presidente y los presos desaparecieron como por arte de magia”.
Nelson Osorio Marín fue escritor con indiscutibles ideas de izquierda expuestas en sus poemas y musicalizadas en populares composiciones de la época, cuando la canción protesta emocionaba políticamente a millares de jóvenes latinoamericanos, impulsada por la ideología cultural de la revolución cubana. Ana y Jaime, Eliana, Norman y Darío, entonaron con éxito sus cantilenas de apología a la lucha armada, denunciando injusticias socioeconómicas, magnificando el trabajo del campesino y del obrero o convocando a la acción radical:
“Tu fusil, amor,
es la música más libre bajo el sol,
es sangre y futuro del amor
tu fusil, mi amor”.
Un poema con estructura de minicuento, aunque su autor lo construya en ocho versos, se titula: La justicia cojea pero llega…coja: “Perdió el hombre/ su mano derecha/ en un accidente de trabajo. /Hizo eternas antesalas en el Ministerio para reclamar su indemnización: /le dieron 12 meses de cárcel /porque cuando le exigieron la cédula/ se identificó con la izquierda”.
A los 22 años de edad Osorio publica su primer libro de poesía, Cada hombre es un camino (Bogotá, 1963). Seis años más tarde, edita Algo rompe la mentira (Bogotá, 1969) poemas en prosa con temas de directa narratividad, rebosante de elementos afines al cuento breve. Siete años después, aparece su obra final, Al pie de las letras (Bogotá, 1976), donde poesía y narrativa compartirán sin ambages espacios de crítica social proponiendo reivindicaciones del pueblo mediante la lucha armada: “Fabrica cantos de plomo si quieres cantar en serio”, puntualiza en una de sus composiciones. Y enfatiza en otra:
Por una patria del pueblo
lucharemos calle a calle
pelearemos monte a monte
venceremos plomo a plomo.
Demostrando el humor que le caracterizó y repudiando intereses comerciales de los editores, en el copyrigth de este libro subvierte normas de los derechos de autor al consentir: “Quedan absolutamente permitidas la reproducción total o parcial, las imitaciones, variaciones, tergiversaciones y hasta el plagio burdo o solapado”.
Su producción narrativa incluida en revistas o libros que acogen minificciones suyas, no llega al medio centenar de textos. Nana Rodríguez, en el libro Elementos para una teoría del minicuento (Tunja, 2007) rescata dos microfantasías de Nelson: El final, donde se suprime el espacio en el minicuento, y Sensación, donde la metáfora que emplea el narrador–personaje da noticia sobre otro actor y la acción conjunta entre ellos, según analiza Nana Rodríguez. Esta ensayista, singular minicuentista colombiana también, encontró ambos textos de Osorio Marín en el libro Breve teoría y antología sobre el minicuento latinoamericano (Neiva, 1993) de Rodrigo Díaz Castañeda y Carlos Parra Rojas quienes señalan como fuente al Magazín Dominical del diario El Espectador (Bogotá, agosto 1 de 1982. Pág. 5) donde se publicaron las microfantasías siguientes: Amonestación, Entrevista, Los bienes ajenos, El final y este donde rinde homenaje a dos poetas latinoamericanos:
CÉSAR VALLEJO
A Porfirio Barba
Era una llama al viento…¡y el viento se incendió!
En la línea de El dinosaurio, de Monterroso, Osorio escribió varios cuentos atómicos. El que recuerda la bomba atómica en sólo cinco palabras, es uno de los más extraordinarios cuentos ultracortos de la minificción hispanoamericana:
HIROSHIMA
Todo empezó por el final…
Indudablemente, Nelson Osorio fue el primer colombiano en publicar textos representativos de dicho género. Veamos otro:
EL FINAL
Ocurrió aquella noche cuando él perdió la memoria…
Es posible que haya dejado microfantasías inéditas, si se piensa en el talento de Osorio para este género y su inclinación por obras que contuvieran microrrelatos. Por la década de los 70, gozaban de relativa atención y habían penetrado algunos espacios de la crítica, del interés de los lectores y la distribución internacional, narradores de la talla de Juan José Arreola, con Varia Invención (Méjico, 1949); Augusto Monterroso, con Obras completas y otros cuentos (Méjico, 1960); Marco Denevi, con Falsificaciones (Argentina, 1962); Anderson Imbert, con El gato de Cheshire (Argentina, 1965); Julio Cortázar, con Historias de Cronopios y de Famas (Argentina, 1966); Virgilio Piñera, con El que vino a salvarme (Cuba, 1976).
Guillermo Bustamante y Harold Kremer, en la primera edición de su libro Antología del cuento corto colombiano (Cali, 1994) olvidaron a Nelson Osorio, vacío que llenaron, por fortuna, en su Segunda antología del cuento corto colombiano (Bogotá, 2007) al incluir El amiguito, uno de los más inquietantes microrrelatos del narrador calarqueño, digno de la más severa antología de minicuentos sobre espectros y que pudo haber hecho parte de Comitivas invisibles (Argentina, 2008), cuentos breves de fantasmas, de Raúl Brasca y Luis Chitarroni, junto a Joyce, Samperio, Anderson Imbert, Ana María Shua, Gombrowics, Max Aub, Jiménez Emán, Virgilio Piñera o Arreola. Otra de las injustificables omisiones que pretende resarcir esta valoración de Nelson, es la de Henry González en su escueto libro La minificción en Colombia (Bogotá, 2002) sin la menor referencia a quien debe ocupar sitio relevante entre los representantes de la primera generación de minicuentistas colombianos.
Las microfantasías, término que concibió Osorio cuando en la parca teoría del minicuento que circulaba por aquella década (1960–1970), no se estilaban nombres como minificción, microrrelato, relato hiperbreve, relato vertiginoso, ficción súbita, cuento corto, etc, incluídas en Al pie de las letras, identifican al cuentista que afrontó con regocijo literario la escritura de minificciones, cuando su práctica era incipiente en Colombia, asimilándolas en su técnica, forma y en sus temas de tendencia fantástica. Cerca de 20 microfantasías se inscriben dentro de atmósferas que trascienden los límites de lo real cotidiano, ocupando en ese nivel de lo fantástico que Bioy Casares enunció como argumental. Descripciones suscintas cuando no existían teorías del microrrelato, en la actualidad tan esclarecedoras, ni se habían expuesto en Hispanoamérica los enriquecedores análisis que sobre minicuento tienen Zavala, Lagmanovich, Koch, Pollastri, Violeta Rojo, Brasca, Tomassini y Noguerol, entre otros, estableciendo su estética y sus elementos estructurales característicos.
Nelson Osorio Marín fue pionero del minicuento colombiano. Cuando compiló sus 28 microrrelatos, en Colombia no se habían publicado los libros con microrrelatos de Jairo Aníbal Niño ni de Harold Kremer. Luego de Luis Vidales, el más importante referente bibliográfico pionero del minicuento colombiano por derecho propio es La perorata (Medellín, 14 de febrero de 1967), del escritor calarqueño Jaime Lopera Gutiérrez quien, estimulado por microrrelatos de Borges, Cortázar, Max Aub, Arreola, Monterroso, Anderson Imbert y Fausto Masó, publicó dicho volumen que se erige como el primero de los libros de minicuentos dedicado en su totalidad al género. Al pertenecer a la década de los 60, La perorata hace parte de esa primera generación de libros. Además de Lopera Gutiérrez, el otro narrador fue Manuel Mejía Vallejo con Las noches de la vigilia (Medellín, 1975) que contiene 36 minicuentos dignos de figurar en la más refinada muestra del microrrelato latinoamericano. Uno de ellos tiene 22 palabras:
INVASIÓN
Creó tantos pájaros, que agotó la nada de donde aún no habían sido creados; al saberse creados, los pájaros agotaron el silencio.
El mismo año que Nelson publicó sus microfantasías, el narrador costeño David Sánchez Juliao dio a conocer El arca de Noé (Medellín, 1976), con amplia muestra de minificciones. Era exigua la bibliografía que en Colombia circulaba sobre el tema. Otro calarqueño, Luis Vidales, quien igual que Osorio, emigró de la Villa del cacique hacia Bogotá, hizo algo semejante en 1926, cuando en su libro de poesía Suenan timbres, incluyó al final 20 minicuentos reunidos bajo el título general de Estampillas. Con medio siglo de por medio entre ellos y ambos con ideas de izquierda, evidentes en el ejercicio de sus acciones políticas, empleando lenguajes transgresores en una sociedad conservadora y mojigata; convirtiendo sus creaciones literarias en instrumento de denuncia y combate, a Vidales y Osorio debe estudiárseles como hitos esenciales del minicuento colombiano.
El hecho de resaltar sus textos con un nombre determinado, diferenciándolos de tradicionales cuentos largos o cortos y demarcando límites de extensión, hace significativos para la historia de la minificción colombiana. Nelson Osorio sobresalió por ser de los más críticos compositores colombianos de canción protesta durante dos décadas, años 60 y 70 y primer lustro de los 80, vocero musical del pensamiento izquierdista que conmovía a Latinoamérica por aquellos años, mientras en Estados Unidos buena parte del sentimiento popular se manifestaba en canciones protesta contra la invasión de USA a Camboya y la guerra de Vietnam. Latinoamérica estaba infestada por dictadores y líderes políticos corruptos, incapaces de presentar soluciones a la miseria, el analfabetismo, el desempleo y creciente marginamiento de las clases populares. Las voces de Nacha Guevara, Mercedes Sosa, Carlos Puebla, León Gieco, Víctor Jara y Daniel Viglieti, junto a tantas otras menos populares, amplificaban las quejas del pueblo.
Con los textos que reunió en Al pie de las letras, Nelson Osorio obtuvo méritos para figurar en cualquier antología del minicuento colombiano y para que se consideren sus narraciones dentro de la minificción latinoamericana, puesto que la construcción de los mismos está en la línea del microrrelato tradicional con introducción, nudo y desenlace inesperado. Las microfantasías de Osorio cumplen a cabalidad con tal requisito que exige David Lagmanovich para las estructuras narrativas mínimas con extensión menor a una página. “tienen que ir de algo a algo, de un estado a otro posterior (o incluso anterior), de una causa a su consecuencia (o viceversa)”. Resumen bien la trama, el personaje y el ambiente como en los dos siguientes microrrelatos:
LA VISITA AL RÍO
El anciano iba al río cada vez que podía. Se miraba en sus aguas, deleitándose. Y sentía un imperativo deseo de ser río.
Por eso aquella tarde, camino del pueblo, el anciano no se incomodó al ver que muchos hombres en traje de baño se acercaban y lo invadían, nadando en él.
JUGARRETA
Estiré la mano y lo toqué. Sobresaltado encendí la lámpara y... allí estaba, flotando a unos centímetros del piso, con su título reluciente: Cien años de soledad.
Lentamente me acerqué y cuando creí que eran el momento y la distancia apropiados me descargué sobre él. Inútil. Permaneció suspendido en el aire. Al cabo de cierto tiempo –y sin que mediara mi intervención– se posó en el piso. Lo palpé y lo releí renglón por renglón, cuidadosamente. Todo igual, excepto algo: no estaba Remedios la Bella.
*Nació en Calarcá, Quindío, Colombia. Poeta, cuentista, ensayista, educador y editor. Director del Centro de Estudios Robert Walser (Calarcá, Quindío, Colombia). Licenciado en Español y Literatura. Ha colaborado en múltiples periódicos y revistas de Colombia y otros lugares del mundo. Sus haikus han sido traducidos a 12 idiomas. Algunos de sus textos en prosa y verso figuran en antologías dentro y fuera del país. Fundador y Presidente de la Asociación Colombiana de Haiku. Coordinador del Centro de Estudios Bizantinos y Neohelénicos, Miguel Castillo Didier. Codirector del Centro de Investigación y Difusión del Minicuento, Lauro Zavala. Vicepresidente de la Fundación Pundarika. Asesor literario y coordinador de Cuadernos Negros Editorial, de Calarcá, Quindío. Ha editado y dirigido varias revistas y periódicos literarios entre ellas la Revista de arte y literatura, Kanora. Ganador de varios concursos regionales de cuento y poesía. Ha publicado 24 libros de poesía, minificción, cuento, haiku y ensayo. Tiene varios libros inéditos sobre Robert Walser. IM: Entre cuento, haiku, minificción, poesía, ensayo o lo que tú denominas cuento atómico, ¿con cuál te sientes más cómodo? ¿Por qué? US: Cada forma literaria de las enunciadas por ti, me satisface a plenitud cuando es con esa expresión verbal, con ese género determinado que mis vivencias, mis emociones, sentimientos e ideas, buscan exteriorizarse por escrito. Cada impresión interior elige, no sé cómo, la forma literaria para concretarse. Del cerebro al papel, ocurre la elección del género. La intensidad de la vivencia adopta una estructura de acuerdo con la conciencia que tenga yo del evento. Surge entonces un haiku. Germina una minificción. El cuento atómico llega como cincelado en la imagen, en el acontecimiento que lo inspiró. Con ninguno realizo esfuerzos más allá de las correcciones adecuadas cuando el texto se convierte en realidad literaria. Todos me son placenteros y con cada uno de ellos, cuando el hecho así lo produce, me siento íntimamente conectado, sin contradicciones de ninguna índole, sin arrepentimientos porque quise decir algo en un género y lo especifiqué en otro. IM: ¿Por qué no le cuentas a nuestros lectores acerca de Robert Walser? US: Sí, contémosle a quien tenga el alma, la conciencia, todos sus sentidos abiertos al máximo, que Walser fue un iluminado zen y nunca lo supo. Nadie se lo dijo en el manicomio de Herisau. Hablémosle al oído, a quien pueda escuchar susurros de este tipo, sobre el mayor y más desconocido (ahora, no tanto) escritor que ha dado el mundo en los últimos cien años. Walser, el escritor de lo superficial, de los detalles visibles y mínimos, abre desde ellos los abismos literarios donde pocos son capaces de descender. Desde la materia, lo cotidiano sensorial, señala senderos sicológicos, metafísicos, filosóficos, religiosos y estéticos a fenómenos del mundo y la vida, de los sentimientos, la soledad, el paisaje, el ser y la nada, que pocos narradores y poetas han trazado para caminarlos como lectores o protagonistas. Cuando se conoce la obra de Walser, es imposible seguir impasible al mundo que nos rodea. Todo se llena de nuevas voces. Nuevas miradas. Nuevas reflexiones. Todo se llena de síntesis pero también de dimensiones nuevas hacia lo real o lo imaginario. Hombre y obra son conmovedores. Te lo aseguro: nadie queda incólume, nadie desea seguir igual cuando ingresa a la obra de Walser. Entre sus múltiples dimensiones literarias, tiene la magistralidad de lo breve. Puedes comenzar por los tres volúmenes de Escrito a lápiz: Microgramas I (1924-1925), Microgramas II (1926-1927) y Microgramas III (1925-1932). Uno de los más bellos estudios sobre su obra y vida, lo escribió Jürg Amann y se llama: Robert Walser. Una biografía literaria. IM: ¿Cuál es la motivación de Cuadernos Negros para publicar microrrelatos? US: Nuestra admiración por el género. El gusto íntimo de leerlos y contribuir a que otras personas los lean y disfruten también. El gozo de fructificar, aunque parte de la cosecha se pierda. Alguna ave se acercará a comer sus frutos. Igual que escribirlos, la nuestra con Cuadernos Negros y su sección de minicuentística regional, nacional e internacional es una acción no premeditada, no comercial, no utilitarista ni con presunciones literarias de ninguna índole. Innegablemente, dejar una huella del género en nuestra ciudad, en nuestro departamento y tal vez en nuestro país. Contribuir a su visibilización dentro de la narrativa y, en particular, dentro del cuento en Colombia y en el Quindío. Es como señalar la aparición del arcoíris a individuos que van de prisa y no les importa el arco, ni el día, ni el mundo donde viven. Por cuanto se refiere a Colombia, a los teóricos que en algún momento escribirán la historia del género, es confirmarles con cada uno de los cuadernos editados -parte de obras más desarrolladas en sus autores-, que en el departamento del Quindío por algún motivo no académico el microrrelato ha tenido, tiene y tendrá raíces recónditas en la literatura y la visión que el hombre contemporáneo posee de la sociedad actual. De toda realidad. De todo imaginario. IM: Atrévete a hacer un listado imprescindible de libros dedicados al microrrelato. US: Seductora tu propuesta. Veinte años atrás, se habría podido hacer, en torno al género en lengua castellana, dicho listado sin vacilaciones ni vacíos. Diez años atrás, se habría complicado la enumeración de autores y obras. Pasos de dinosaurio. Y de por medio habría sido ineludible comenzar a citar a los teóricos, a los comentaristas, a cuantos sin condicionamientos narrativos fueron aproximándose al género desde otros puntos de vista. Cinco años atrás, el listado comienza a convertirse en una torre de Babel. Bodega de Babel. La minificción hace explosión e implosión. Por sobre los criterios editoriales de los grandes empresarios del libro. Por sobre los cuestionamientos de los críticos y los lectores. Por sobre el gusto literario predominante. El viejo canon del microrrelato se derrumba. Los lectores que descubren el minicuento, imponen sus propios gustos. Revelan obras y autores. La minificción se crece a pesar de todos y contra todos. Proteica en sus formas, en sus temas, en su extensión, en su estructura. La minificción clásica y la posmoderna se atraviesan, se inseminan, se mezclan, se enriquecen a partir de los elementos utilizados por autores reconocidos como pioneros y los recursos de millares de jóvenes incursionando en el género, presentando sus propuestas sin temor ni reverencias para con nadie. ¿Listado?... ¡Dios mío, si cada país tiene decenas de buenos autores y no voy a caer aquí en el error de citar aquellos que los antologistas siempre incluyen en sus colecciones eruditas y limitadas! Los estudiosos descubren cada día nuevos narradores, antiguos o modernos, que rindieron culto a dicho género, a veces sin saber qué estaban escribiendo al parir textos breves sin un sitial definido dentro de la narrativa, dentro del cuento o la poesía en prosa. De Colombia, tengo en mi archivo una bibliografía del minicuento con cerca de 1.000 autores quienes, en menor o mayor grado, han incursionado en el género. Y en cada país de Hispanoamérica sucede igual. Solo se requiere comenzar a leer y entender los textos desde tal perspectiva literaria y narrativa, para hallar perlas, tesoros de todo tipo. IM: ¿Hacia dónde va el microrrelato en Colombia? Trázanos un mapa. US: Hacia la madurez técnica y formal del género. Colombia, como México y Argentina, como Venezuela, contribuye a consolidar las diversas variantes del microrrelato en castellano. Nuestros autores, los destacados porque alguien los incluye en un libro atendiendo a su particular gusto, a sus inclinaciones y compromisos o a su capacidad investigativa; y los menos conocidos, porque son poco visibles para los lectores y los timoratos editores con garra comercial solo para la novela o el ensayo, impulsan día tras día por diferentes medios la realidad literaria y genérica del minicuento. En Colombia la minificción tiene identidad específica. A pesar de sus detractores, casi todos ellos desconocedores de sus raíces y su evolución, el microrrelato ocupa lugares privilegiados en universidades, revistas, periódicos, cátedras, estudios, etc. Un recorrido por los blogs, portales, revistas y páginas de todo tipo en internet, puede abrirle los ojos al más insensible de los lectores que subvaloran el género. El microrrelato en lengua castellana es un dinosaurio que camina seguro de sí mismo, sin hacerle daño nadie y sin que ninguno pueda detenerlo o herirlo, desde mediados del siglo XX, hacia la consolidación literaria de un género representativo del pensamiento y la vida del hombre y la sociedad del siglo XXI. Un dinosaurio capaz de transformarse en mariposa, en gato, en mosca, en oveja, en colibrí, de acuerdo con la mirada del observador. IM: ¿Edición tradicional, nuevos formatos, formatos digitales? ¿Cuál es la plataforma más adecuada para el microrrelato en tu concepto? US: Esta es una de las sobresalientes virtudes del género: todas las plataformas son adecuadas para un microrrelato. Cabe en cualquier sitio. Se ve soberbio y seductor en diversos formatos. Desde una arcaica enciclopedia de papel hasta un sencillo celular. En una pared, como grafiti. En un cuadernillo. En un voluminoso libro. En una hoja volante. En la pantalla. En la voz de quien lo relata. Ave para cualquier nido. Ave de todas las estaciones. Donde encuentro un microrrelato, lo saludo con emoción. ¡Son tan visibles, tan discretos pero tan deslumbrantes! Décadas atrás, el libro era su cuna, su pedestal. Sigue siendo uno de sus receptáculos tradicionales, pero el microrrelato se tomó los espacios tecnológicos para configurar una nueva manera de ser leído asimilado, comprendido y observado. Un libro: El Tao-Teh-King. Una película: El ladrón de bicicletas. Una comida: Cualquier variedad de tamal colombiano. Una ciudad: Agarttha. Un deseo: Escribir una noveleta por el estilo de La paloma, La casa de las bellas durmientes o Seda. Un secreto: La técnica sicológica que empleo para escribir un Cuento atómico. Un amor platónico: En realidad, tres: Lolita, Alicia y Caperucita roja. Una frivolidad: Asistir a conferencias donde sus expositores emplean el discurso vacío. Un capricho: La multiplicidad de sentidos en algo que escriba. Un haiku, un cuento atómico. Un insulto: ¡Haces gárgaras con la menstruación de tu madre! Tomado de: http://revistamicrorrelatos.blogspot.com/
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