Vercingetórix, el rey de los cingetos, se levantó contra Roma.
La Galia estaba habitada por cientos de pueblos celtas independientes entre sí. Eran tribus valerosas, pero desorganizadas. La superioridad táctica de las legiones romanas se puso de manifiesto en las guerras de la Galia.
Las tropas de Julio César , disciplinadas y adiestradas, vencerían sin gran dificultad a aquellas huestes de bárbaros. No obstante, su ventaja decisiva radicaba en la división de los galos.
De esta manera, poco a poco, combinando trampas, sobornos, traiciones, combates y una fulgurante rapidez de movimientos, César fue haciéndose dueño de toda la Galia.
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La mayor amenaza
El dominio sobre los galos era frágil. Los romanos, con las requisas y las recaudaciones de impuestos, pasaron a ser vistos como opresores, lo que avivó la llama de la revuelta.
Los alzamientos eran aplastados sin demasiados problemas, hasta que el año 52 a.C. estalló otra rebelión de grandes proporciones.
Por primera vez un jefe galo del centro consiguió solucionar el grave problema de desunión que tenían los galos.
Su nombre era Vercingétorix, cuyo nombre quiere decir “Rey supremo de los cingetos”, y era el líder del pueblo de los arvernos.
Su padre se había opuesto al avance de Roma y fue ejecutado por César.
Pero al parecer Vercintegórix pasó a colaborar con el invasor, probablemente para aprender las tácticas romanas y conseguir el respaldo para sus aspiraciones monárquicas. Al no lograr el apoyo de César se rebeló.
Antiguo dibujo de Eugene Delacroix (1798 - 1863) donde se lo representa.
Sin embargo, sabía que solo podía triunfar con la unidad de los galos. Ese sentimiento pudo conseguirlo apelando a los druidas, cuyas prácticas mágico-religiosas eran respetadas por todas las tribus y conformaban, por así decirlo, su seña de identidad y de unidad más clara. Vercingétorix, además, conocía bien a los romanos, por lo que siempre rehusó el choque abierto en el campo de batalla y practicó la guerra de guerrillas y de tierra quemada para dejar sin suministros a su enemigo.
Esta estrategia dio resultado, y César se estrelló contra los galos en las murallas de Gergovia. Tuvo que retirarse, lo que hizo que otras tribus se sumasen a la rebelión. Vercingetórix era una verdadera amenaza al domino romano.
Y, para colmo, la rebelión se había propagado especialmente por el centro, pillando divididas a las fuerzas romanas entre el norte, donde estaba el núcleo principal, y el sur, con César.
En ese momento surgió otra vez la audacia de Julio César. Se vio obligado con sus mermadas fuerzas a realizar duras y rápidas marchas, de día y de noche, para atravesar las líneas enemigas y unirse al grueso de sus tropas.
Fue esta rapidez la clave de su victoria, pues consiguió batir por separado a distintas tribus e impedir que se uniesen al caudillo rebelde.
El error de Vercingetórix
Reconstrucción de las defensas romanas de Alesia Wikimedia Commons / Arnaud / CC BY-SA 3.0Terceros
No obstante, la rebelión seguía viva, y tuvo que recurrir de nuevo a la osadía. En lugar de retroceder para reagruparse, atacó con determinación al corazón del territorio.
El jefe galo, confiando en sus numerosas fuerzas, cometió el error de presentarle batalla en campo abierto, con lo que fue parcialmente derrotado. Acto seguido el romano le persiguió y sitió su capital, Alesia.
Vercingetórix se dispuso a resistir tras sus defensas esperando a los miles de galos que habían de venir en su ayuda. Esto obligó a César a establecer una costosa y complicada obra de sitio. Construyó una empalizada, fosos que inundó con agua y torres para rendir la ciudad por hambre. Pero, al mismo tiempo, se vio obligado a levantar otras barreras aún más importantes para detener los ataques que llegarían pronto desde fuera.
En total, creó unos 40 kilómetros de murallas y parapetos en dos líneas de defensa, instalando a sus legiones en el espacio comprendido entre ambas, de unos 200 metros de ancho de promedio. Fue un prodigio de obra de ingeniería –en la que los romanos eran maestros– que les permitió resistir las ofensivas de los galos.
Durante una semana combatió con sus hombres, espada en mano, a los enemigos que atacaron desde todos los frentes posibles. En aquella lengua de terreno resistieron tenazmente 60.000 soldados (12 legiones y tropas auxiliares) repartidos en 23 campamentos. La situación llegó a ser desesperada para César, pero la falta de liderazgo entre las fuerzas galas de socorro y su desorganización hicieron que los ataques comenzasen a flaquear.
La rendición
'Vercingétorix arroja sus armas a los pies
de Julio César', por Lionel Noel Royer (1899).
Finalmente, en un famoso acto de orgullo que a la vez suponía implorar clemencia para su pueblo, Vercingétorix salió solo de la ciudad, a caballo, con sus mejores galas y armas. Se presentó ante César y, tras arrojar su espada, se arrodilló ante él. De inmediato fue cargado de cadenas, encerrado en una jaula y paseado por toda la Galia. Alesia no fue arrasada, pero todos sus habitantes pasaron a ser esclavos propiedad de los legionarios. La represión que se aplicó a los líderes nativos rebeldes, en especial a los druidas, fue brutal, pero después se volvió a la política de suaves formas para integrar al grueso de la población gala bajo el dominio romano.
La Galia estaba pacificada. Julio César había arrasado el país, provocando centenares de miles de muertos, pero había ganado para Roma más de medio millón de kilómetros cuadrados, medio millón de esclavos, toneladas de alimentos y un tributo de más 40 millones de sextercios, aparte de un enorme botín fruto de los saqueos.
César regresó a Roma con una enorme fortuna personal y, sobre todo, un gran prestigio militar. Lo acompañó Vercingetórix, que sería recluido durante varios años en la cárcel hasta su muerte.
El que fuera rey de los cingetos falleció tras un magnífico desfile de la victoria celebrado en el año 46 a. C. en el que fue paseado y exhibido como trofeo. Unos dicen que fue estrangulado y otros que decapitado.
Fuente: REVISTA HISTORIA Y VIDA / DIARIO LA VANGUARDIA (ESPAÑA)
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