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Von Neumann, un "marciano húngaro"


John von Neumann en 1952 delante del ordenador del IAS, que
tenía una capacidad total de memoria de 5 KB (40,960 bits)

Escribe: ALEXÁNDER GRANADA RESTREPO, "MATU SALEM"*


Los marcianos fueron aliados fundamentales de EEUU para derrotar a las Potencias del Eje en la Segunda Guerra Mundial, y para emerger de ella como superpotencia dominante del siglo XX. En aquellos años una broma recurrente en los círculos científicos fantaseaba con que invasores de Marte habían llegado a Hungría a finales del siglo XIX y se habían marchado a los pocos años, tras decidir que nuestro planeta no era adecuado para instalarse; pero durante su breve estancia tuvieron tiempo para aparearse con terrícolas y dejar unos pocos descendientes, que con el tiempo llegaron a convertirse en científicos excepcionales, con unas capacidades intelectuales que no parecían de este mundo.


“Los alienígenas ya están entre nosotros; solo que se hacen llamar húngaros”, declaró estirando la broma uno de ellos, Leo Szilard, que fue uno de los padres de la energía nuclear y que escribió la carta más importante que mandó en su vida Albert Einstein.


Estatua suya en los Estados Unidos

Además de Leo Szilard (1898–1964) formaban el núcleo duro de aquel grupo (una especie de rat pack de la ciencia) Theodore von Kármán (1881–1963), cuyas ideas propulsaron la historia de la aviación, abriendo el camino de las aeronaves a reacción y los vuelos supersónicos; Edward Teller (1908–2003), diseñador de la bomba de hidrógeno; Eugene Wigner (1902–1995), que ganó el Nobel de Física por sus teorías para entender el núcleo atómico y que predijo la existencia del actual unicornio de la física; y por último, el más singular de todos ellos, John von Neumann (28 diciembre 1903 – 8 febrero 1957).


Condecorado por el presidente de Estados Unidos de entonces, Dwight D. Eisenhower (1890 - 1969)

Nacido como Neumann János Lajos, él es el paradigma de aquellos científicos superdotados que nacieron en familias judías de clase media de Budapest, crecieron en el refinado ambiente intelectual del mismo barrio de esa ciudad, fueron al mismo instituto y luego a la Universidad Técnica de Budapest, que completaron sus estudios en Alemania antes de huir del nazismo para instalarse en EEUU, donde todos tuvieron un importante papel en el proyecto Manhattan, el primer gran plan de ciencia aplicada de la historia.


Allí, en el laboratorio de Los Álamos, llamaban la atención tanto por sus extraordinarios intelectos como por sus animadas charlas, ya fuera en su incomprensible idioma materno o en un inglés con aquel acento que había popularizado en Hollywood el actor húngaro Bela Lugosi al encarnar a Drácula (1931).


El adolescente que resolvió una gran crisis matemática


Durante un momento de distención

Desde niño, von Neumann había sido educado para hablar y escribir con total fluidez en alemán, francés e inglés, y poder defenderse en italiano, yidis, latín y griego antiguo. También entonces nació su pasión por la historia, especialmente por la del mundo antiguo. Podría haber sido historiador o lingüista, pero en lo que destacaba por encima de todo era en las matemáticas.


Fue un niño prodigio cuya capacidad de cálculo mental era tal que a la edad de 6 años ya se le atribuían hazañas como hacer rápidas divisiones de números de ocho cifras sin necesidad de lápiz ni papel. En la escuela, su nivel matemático iba varios años por delante de sus compañeros, así que su padre contrató a eminentes matemáticos como Gábor Szegő para instruirlo.


Su esposa Klara, quien fue también una
prominente científica, pero que fue olvidada.

Como resultado, en 1921 y con tan solo 17 años, ya había realizado su primera gran contribución a la ciencia: en uno de sus primeros artículos de investigación aportó la definición moderna de números ordinales, que mejoraba la realizada por Georg Cantor. Para sorpresa del mundo científico y para regocijo de David Hilbert, un adolescente enseñaba el túnel de salida de una grave crisis de identidad en la que los más grandes matemáticos teóricos se habían metido a sí mismos, desatada por la paradoja de Russell, el filósofo y matemático que ganó el Nobel de Literatura.


Semejante logro no impresionó al padre de János lo suficiente como para permitirle centrarse en las matemáticas. Accedió a que cursara esa carrera universitaria en Budapest solo si, al mismo tiempo, estudiaba en la Universidad de Berlín para convertirse en ingeniero químico, una profesión que Max von Neumann veía con muchas más salidas y como garantía de una posición económica acomodada para su hijo.


Él cumplió con los requisitos paternos y a la vez culminó en 1926 el doctorado en matemáticas que le permitió alcanzar sus propios deseos: instalarse en la Universidad de Gotinga como discípulo de David Hilbert.


Impulsor de las grandes revoluciones científicas


János Neuman y su prima Lili en 1915 (Fuente: Dolph Briscoe Center for American History).

Allí comenzó una etapa de vertiginosa producción científica (1927-1929), a un ritmo de un artículo al mes con cruciales aportaciones a las matemáticas. Abarcó innumerables campos de investigación, labrándose la fama de ser “el último gran matemático que dominaba por igual las matemáticas puras y las aplicadas“.


Puestos a destacar un logro de aquellos años, un ya maduro John von Neumann eligió el riguroso marco matemático que aportó a la mecánica cuántica, consolidando la revolución de una joven disciplina que había dado sus primeros pasos a la vez que el pequeño János. Hubiera sido suficiente con eso para tener un lugar en la historia de la ciencia contemporánea, pero él hizo mucho más.


Von Neumann fue el perejil de todas las salsas en las que se cocieron las grandes revoluciones científicas del siglo XX. Rebobinando muchas de esas historias aparece un artículo fundacional de él, una visionaria predicción o una inspiradora conexión que abrió la mente de los grandes innovadores en esos campos. Ya instalado en la Universidad de Princeton y cambiado su nombre a John, trabajó en la filosofía de la inteligencia artificial con Alan Turing. Participó en el desarrollo de ENIAC, el primer ordenador completo, que en 1945 por fin tenía los cuatro rasgos básicos de nuestras actuales computadoras.


Explicando la razón de algunos de sus complejos cálculos

Sentó las bases teóricas de los virus informáticos, al desarrollar en 1949 el concepto de autómatas capaces de reproducirse, siguiendo procesos como los que luego se vieron en organismos vivos al descubrirse la estructura del ADN. Sembró unas ideas de la teoría cuántica de la información que luego recogió Claude Shannon, el olvidado inventor de la era digital.


Realizó en 1950 el primer parte meteorológico computerizado, con la predicción para las siguientes 24 horas, y en 1955 advirtió del calentamiento global causado por la actividad humana y propuso usar tecnologías de geoingeniería para controlar el clima. Fundó la teoría de juegos, que luego desarrollaron varios premios Nobel como John Nash. Y también se le atribuye la estrategia de equilibrio, basada en la destrucción mutua asegurada, que rigió la geopolítica durante la Guerra Fría.


Rapidez inalcanzable, apabullante curiosidad


Arquitectura de Von Neumann

Sus conocimientos históricos y bélicos, además de sus convicciones políticas, lo llevaron también a anticipar algunos factores clave en el inicio de la Segunda Guerra Mundial y a confiar en EEUU como potencia para frenar a los nazis.


Su agilidad mental y su asombrosa memoria —era capaz de recitar palabra por palabra textos leídos años atrás— le hacían sobresalir incluso en un ambiente en el que trabajaban las consideradas mentes más brillantes de su época. Incluso entre el resto de marcianos —aquellos maestros en conectar disciplinas científicas que no parecían tener relación—, su creatividad y rapidez resultaban inalcanzables.


Edward Teller reconocía que “nunca podía seguirle el ritmo” y añadía: “von Neumann podía charlar con mi hijo de 3 años poniéndose a su nivel, y a veces yo me preguntaba si usaba las mismas técnicas cuando hablaba con el resto de nosotros”. También Eugene Wigner afirmaba que no conocía a nadie tan rápido y agudo como von Neumann, pese a su trato cercano con iconos de la ciencia como Albert Einstein, Paul Dirac, Werner Heisenberg o Max Planck.


En el hogar, junto a su cónyugue

Para Claude Shannon era, sin duda, “la persona más inteligente que jamás he conocido”. La reciente biografía El hombre del futuro, de Ananyo Bhattacharya, que acaba de publicarse en español profundiza en la figura de John von Neumann: tanto en esa genialidad del gran matemático admirado por sus colegas como en las vivencias del personaje que salía de fiesta toda la noche varias veces por semana, que molestaba a otros insignes profesores de Princeton —entre ellos Einstein, poniendo marchas alemanas a alto volumen en su despacho— o que se entusiasmaba con los chistes verdes y con los cotilleos hasta en su lecho de muerte.


Von Neumann murió a los 53 años, luchando contra un cáncer que le impidió ganar uno o varios premios Nobel, a los que seguramente habría sido candidato a pesar de ser matemático. Tampoco pudo ver cómo el siglo XX acababa de tomar forma, siguiendo muchas de las teorías, ideas prácticas y predicciones nacidas de su prodigiosa mente y de su insaciable y aún más apabullante curiosidad.













*Escritor, poeta teórico y filósofo, autor de "Las caravanas de Matusalém"
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