Cuando Julio MarÃa Sosa Venturini, asà era su nombre completo, llegó a la Argentina, tenÃa veintitrés años. TraÃa una valija de cartón colmada con miedos y desbordada de sueños de cristal. Un papel arrugado con un par de recomendaciones y la dirección de una pensión de una compueblana suya que quedaba en Caballito.
TraÃa consigo los recuerdos de una infancia preñada de carencias. (Ningún niño deberÃa transitar la escuela primaria con tantas intermitencias como Julio, pero el pequeño Sosa debÃa ayudar con la economÃa familiar).
Era 15 de junio de 1949. HacÃa mucho frÃo.
El otoño solÃa ser muy lluvioso y algunas nubes renegridas trepaban por encima de las mesanas, el uruguayo imaginó que miraban burlonamente a los desprevenidos paseantes, con intención de tomarlos por sorpresa.
Uno de los tantos homenajes y recopilaciones de los grandes éxitos de un artista que a tantos años de su desaparición fÃsica, vende tantos discos como su homólogo, Carlos Gardel (1890 - 1935)
Pasó frente a un cristal que le devolvió su imagen, se dio cuenta que el saco que traÃa puesto era un tanto ajustado, esbozó una sonrisa avergonzada y continuó su camino.
DebÃa buscar un taxi, pero querÃa discurrir un poco por la gran ciudad.
El aroma a café era una invitación a despabilarse que hubiera deseado aceptar a cada paso, pero el sucinto presupuesto lo disuadió. Siguió su camino pretendiendo que no deseaba nada aún y se convenció a sà mismo que debÃa llegar cuanto antes a la pensión. ¡Ya habrá tiempo de recorrer cada rincón de la Gran Ciudad y de beber todos los cafés de Buenos Aires!
Un taxista apoyado en su auto con un diario entre las manos lo observaba de refilón. ¡Es tan evidente cuando alguien 'de afuera' llega a Buenos Aires!
Su lentitud al caminar, sus retinas anhelantes, su forma de hablar, en fin, cada movimiento es un pasacalles que grita "recién llegado de otro lugar".
Finalmente se ofreció a llevarlo por un buen precio. Julio volvió a meter la mano en el bolsillo para leer la dirección de la pensión y acordaron el viaje.
Ya de camino, el joven Sosa y el chofer (que al principio era bastante parco) conversaban como si fueran un par de amigos de la infancia que intentaban ponerse al dÃa luego de una prolongado separación.
Julio MarÃa Sosa Venturini, Escultura de J.U. Habegger-1963, situada frente a la Plaza José Batlle y Ordóñez,7​ Las Piedras, Canelones, Uruguay.
Cuando el conductor le preguntó ¿qué lo habÃa traÃdo a la capital? Julio le contó que querÃa probarse como cantor de tangos. Ya sé, le dijo, no va a ser fácil, pero… ¿Hay algo que lo sea?...
-¿Sabe? a los 16 años yo cantaba como amateur en Montevideo, en muchos escenarios. Gané un concurso de tango y llegué a ser el cantor de la orquesta de Carlos Gilardoni, además formé parte de unas cuantas agrupaciones, pero fue con la de Luis Caruso que grabé para el sello Sondor en 1948. ¡Si Dios me dio un don, para algo habrá sido! ¿No le parece?
Mientras tanto, no le tengo miedo al trabajo, desde chiquilÃn la vengo remando para ayudar en mi casa.
Se hacer de todo un poco, fui lustrabotas, repartidor de farmacia, vendedor de rifas, vendedor ambulante, podador municipal de árboles, lavador de vagones, guarda y canillita.
Y ahÃ, vendiendo diarios aprovechaba para poder conseguir de esas revistas que traÃan letras de tango.
El taxista era un tipo entrado en años, peinado a la gomina, su tez era tan blanca que parecÃa verse el cablerÃo de sus venas a través de la piel.
Fotograma coloreado de una de las mÃticas actuaciones del cantor en el viejo canal 13 de Buenos Aires
Se notaba a leguas que tenÃa la cancha que solo puede dar la calle, la noche...
Con la desconfianza propia de los habitantes de las grandes urbes, ese recelo que dan a luz los desengaños, acomodó el espejo retrovisor para vislumbrar el más mÃnimo indicio de que lo estaba 'macaneando', pero no vio una sola señal que indicara alguna mentira.
Asà fue que le dijo que si venÃa a cantar tangos en Buenos Aires habÃa lugares que debÃa conocer.
Julio le advirtió que tenÃa poco dinero, pero el extraño simplemente se encogió de hombros, desconectó el taxÃmetro, y lo empezó a llevar por todas partes.
El varón del tango, ya era famoso cuando dijo que le habÃa dado la sensación que este extraño personaje, por un lado bonachón, servicial, sociable y por el otro desconfiado, seco, sombrÃo, parecÃa ser un tanguero de ley, de esos que con mucha suerte puede uno cruzar alguna vez en la vida.
Otra de sus grandes pasiones y que le costarÃa la vida: Los vehÃculos
Lo llevó por todas partes, recorrieron la zona de Barracas, le mostró locales nocturnos, un comedor gallego en el que almorzaba con frecuencia Hipólito Yrigoyen, las ruinas de un sitio que en su tiempo habÃa sido un famoso prostÃbulo.
Fueron a beber unas cervezas, el singular guÃa, por su edad, tranquilamente podrÃa haber sido su padre.
Lo llevó a un bar que estaba en la zona Riachuelo, el taxista, evidenciaba ser habitué del lugar, le presentó el dueño, seguramente con la intención de 'tirarle un centro' y que con suerte pudiera 'cabecear' algún contrato para cantar.
Llamó a la mesa al propietario del lugar y le dijo: "este es un uruguayo que canta tangos con voz de guapo". Julio hizo una mueca por esconder la tentación de risa ¿de dónde habÃa sacado lo del tono de guapo, si nunca lo habÃa escuchado cantar?
Estaba oscureciendo cuando abandonaron Barracas, recorrieron el centro, Constitución,Balvanera, Once, calle Corrientes, también pasaron frente a la casa donde habÃa vivido Gardel.
Lo invitó a comer un buen puchero de gallina en un tugurio enmohecido del bajo.
Esa comida le llenó mucho más que el cuerpo, ¡le rebalsó el alma! Comió hasta que tuvo que aflojarse el cinto.
Cantando en Radio Carve con la
orquesta de Leopoldo Federico
Era de noche sentÃa frÃo, cansancio, pero la excitación de recorrer la capital argentina, lo mantenÃa despejado.
El porteño conocÃa un cabaret en calle Leandro Alem y lo llevó, le presentó otro cantor y algunas coperas. Todo el mundo conocÃa al taxista y se arrimaba a saludarlos. El caballero nocturno lo presentó como cantor de tangos una vez más. AhÃ, el dueño del lugar le dijo: -Che pibe ¿te animás a cantar un gotán? Julio no se hizo rogar y entre unas prostitutas más aptas para el retiro que para laburar y tipos acabados por la noche, sin micrófono y con unos cuantos whiskies encima, hizo su debut en Argentina. Cantó tres tangos y todos querÃan que siguiera, pero se sentÃa extenuado y siguieron su camino.
Por fin ya de madrugada, el chofer lo lleva a la pensión de Caballito.
Sosa llegó "bien mamado" como dice el tango de Enrique Santos Discépolo. Como era de esperar, a la dueña de la pensión solo le faltó golpearlo por la irresponsabilidad de llegar a esas horas y en ese estado.
-¡¿Che pibe, no sabés que hay una única oportunidad de dar una primera buena impresión?!
El hombre del taxi intentó disculparlo con la enardecida casera, se atribuyó las culpas de haberlo traÃdo asÃ:
-¿Quién se iba a imaginar que era tan flojito el chabón señora? La mujer ni siquiera consintió en dirigirle una mirada al abogado defensor.
Pintura inspirada en una fotografÃa de Julio Sosa, cuando tenÃa 16 años y era guarda de tranvÃa en la ciudad uruguaya de Canelones
El taxista volvió su mirada al recién llegado curda, alzó las cejas, hizo un guiño que no pudo descifrar si era de desconcierto o de risa. Se despidió del uruguayo, le dio un fuerte apretón de manos, sus ojos se encontraron una vez más, le palmeó dos veces la mejilla, se subió al taxi encogiendo los hombros, antes de tomar el volante, se frotó las manos, puso el auto en marcha, lo hizo rezongar un par de veces y se fue.
Julio Sosa no atinó ni a preguntarle el nombre y en el estado deplorable que estaba ni se acordó de pagar. Con los años conquistó sus sueños, esos que trajo en la maleta de cartón cuando apenas pasaba los veinte, se convirtió en "El Varón del Tango".
Sosa ya era Sosa, la voz indiscutida del 2×4 en la década del 60, el que atrajo nuevamente a la juventud a la música ciudadana, radio, televisión, todos querÃan tenerlo en sus espectáculos…
Pero él siempre recordaba a aquél taxista que le desnudó la ciudad y sus secretos nocturnos. Lo buscaba. Intentaba reconstruir aquella noche, buscando los lugares donde creÃa que habÃan estado, reconocer a alguien, o que alguien lo reconociera. Nada dio resultado, es como si a lugares y personas se las hubiera tragado la tierra.
Buscaba una explicación lógica, tal vez habÃan cerrado y nadie sabÃa el destino de esos bodegones, de esas personas.
Cuando iba en auto solÃa ponerse a la par de todo taxi que veÃa para dar con el tachero, ese pertinaz fumador y tomador de whisky berreta, el de la blancura extrema propia de los que trabajan o viven por las noches.
En cuanto a su relación con las mujeres, bien podrÃa
decirse que habÃa una atracción "mutua"
Intentó encontrarlo a través de un programa, contando esta historia en televisión, les dedicó un tango a todos los taxistas y pidió que lo contactasen para poder devolverle tantas gentilezas, compartir una cerveza o un vino y, por qué no, algunos tangos…
Nada dio resultado, nunca. Ni un mÃnimo acercamiento de alguien que le diera una pista por imprecisa que fuera. Como si esa noche estuviera exclusivamente en la cabeza de Julio Sosa. Como si su fugaz amigo nunca hubiese existido, ni el paseo, ni los antros ni las otras personas en ellos.
Un amigo cercano, en la mesa de un bar, cierta vez le volvió a preguntar por esta historia, Julio Sosa estaba tomando un vino, le cambió el semblante, apoyó el vaso lo deslizó por la mesa dibujando infinitos, y tras un largo silencio le respondió que el hombre que lo habÃa esperado en el puerto esa tarde de otoño era un fantasma o el duende de la ciudad que disfrazado de taxista, lo fue a buscar al puerto.
Otra fue la versión de los amigos que estuvieron junto a él la noche que lo buscó la muerte.
Según dijeron al salir de la radio irÃan cenar a un restaurante de Palermo.
Escenas de su multitudinario funeral en la ciudad de Buenos Aires
El varón del tango, al ver un taxi en medio del tráfico se lanzó intempestivamente en una carrera frenética, lo persiguió, llevó por delante un puesto de diarios, después un cordón. Los amigos se bajaron del auto asustados ante esta conducta inusitada. El cantor siguió sólo por Figueroa Alcorta hasta perder la vida al chocar con un semáforo mortal.
Estos amigos, los últimos que lo vieron con vida, contaron que no estaba borracho, que estaba poseÃdo, que esa noche vio el taxi conducido por el tachero que lo recibió en el puerto aquel 15 de junio de 1949.
Probablemente ese 26 de noviembre de 1964 ese flaco de mejillas hundidas, labios finos y peinado a la gomina que recibió a Julio Sosa al llegar a la Argentina, venÃa a reencontrarse con él, a darle la bienvenida como la primera vez. Una vez más habrá sido su guÃa, pero en otra dimensión, finalmente pudieron reunirse y compartir un vino, una cerveza y unos buenos tangos en un mundo mejor ¿Y por qué no?..
Escribe: ANDREA GABRIELA NIKODEM*
*Poeta y escritora, oriunda de Gualeguaychú (Entre RÃos), Argentina. Creadora del programa radial "Entre vos y yo", el cual modera en FM Spacio 104.7 de su ciudad natal.