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¿Qué es eso de la cultura?


Escribe: OSKAR NEGT**

Señoras y señores, en lo que a mí respecta, lo dicho en los discursos anteriores sería más que suficiente para justificar este solemne acto. Si me han parecido satisfactorios es porque en cierto modo apuntan hacia el futuro y porque cualquiera puede identificarse con ellos. Me debió de aconsejar el mismísimo diablo el día en que, llevado por la delirante certeza de poder decir algo acerca del tema, acepté la tarea que se me encomendó de hablar aquí sobre lo que es la cultura. El amago de una sonrisa irónica que observo en las caras de las conferenciantes que me han precedido no me augura nada bueno, pues se les nota ansiosas por saber qué voy a decir acerca de lo que puede ser la cultura. Podría haberlo previsto.

De ahí que empiece hablando de cuatro aspectos que me dejan perplejo. Uno de ellos –y ustedes ya han hecho alusión a él en sus palabras de introducción, realmente conmovedoras– es que siempre tengo dificultades para hablar sobre un tema que no es ajeno a mi disciplina. Hablar de cultura delante de unos científicos de la cultura en principio me deja sin respiración. No lo digo en tono peyorativo ni irónico, pero siempre que me han preguntado «¿qué es la sociología?» o «¿qué es la germanística?», les he dicho a mis alumnos y alumnas, para darles una orientación: «Lo que hacen los germanistas es la germanística y lo que hacen los sociólogos es la sociología». Del mismo modo, en esta ocasión también podría decirse que la ciencia de la cultura es lo que hacen los científicos de la cultura; y eso nos lleva a la segunda perplejidad.

Me he preparado a base de estudiar los programas de los cursos más recientes, y en realidad no he encontrado ningún tema digno de mención que no aparezca en ellos, ¡salvo uno! De él hablaré más adelante; espero no olvidarme, pero de momento no quiero decir nada.

Historia de la literatura, opinión pública, historia de la infancia, cuentos, familia... Es de agradecer que ustedes hayan documentado todo ello con un material históricamente demostrable, es decir, no sólo mediante suposiciones, lo cual nos remite ya al tema en cuestión: Todos los grandes conceptos históricos , como dijo en una ocasión Nietzsche, son indefinibles . Todo lo que realmente ocurre en la vida social es, por definición, no del todo comprensible, y eso podría ser un indicio de que en los movimientos de búsqueda cultural son precisamente esa diversidad, esos procesos abiertos y esas aproximaciones los que definen lo que es hoy la cultura.

El tercer aspecto que me produce perplejidad es el siguiente: ¿cuál es el objeto de la ciencia de la cultura? Naturalmente, la cultura. Pero ¿qué es eso? ¿Y qué formas de expresión tiene? ¿Hasta dónde estamos autorizados a llegar cuando remitimos el concepto de cultura a lo que podemos hacer como científicos, es decir, al modo de abordar metódicamente una cuestión y exponerla de manera argumentada? ¿Cuánto podemos ampliar el concepto de cultura?

El cuarto motivo de perplejidad quizá sea que esta conferencia estaba anunciada como un «discurso festivo», cuando en realidad hoy en día a la cultura, y a todo lo relacionado con ella, no le va nada bien.

Habría que hacer, pues, más bien un discurso fúnebre, nouno festivo, porque algo que está en vías de desaparición y que quizá debiera ser apoyado, podría verse aún más reforzado en un discurso de esta clase.

De ahí que me vea obligado a hacer meras aproximaciones, preguntas abiertas. Lo que puedo ofrecer son reflexiones extraídas de mi propia experiencia pero no son posturas firmes, y mucho menos definiciones «clare et distincte», que es lo que reclamaba Descartes como característico de las argumentaciones.

Intentaré exponerlas sobre una base que me lleve al tema que nos ocupa. He hojeado gratamente el número 13 de la revista Haute Culture –que a ustedes les resultará familiar– y he visto que Rainer Stollmann dice lo siguiente (se trata de una especie de muleta que me servirá de apoyo para iniciar esta conferencia): «En relación con el aumento de alumnos en esta disciplina, se me plantea la cuestión de si el hecho de que la cultura sea un bestseller se debe a que en realidad ha desaparecido, y a que la gente lo percibe y por eso se ocupa (o se quiere ocupar) tanto de ella.» Y Ralf Rummel, con el que usted, Rainer Stollmann, discute en la revista, dice, refiriéndose al parecer a la formación de profesionales de la cadena privada de televisión RTL: «Yo más bien creo que la cultura está tan hinchada, que en ella tiene cabida casi todo.» Y Rainer Stollmann precisa: «A lo que me refiero al hablar de la desaparición de la cultura es, por una parte, a la pérdida de lo político y, por otra, a la pérdida de las formas de vida y formas culturales.

Creo que es un proceso del que somos conscientes y que por eso surge cierta necesidad de ocuparse de la cultura.» Tomaré esto como punto de partida de mis reflexiones.

En realidad, hoy el uso inflacionista del concepto «cultura» remite a una interpretación errónea del mismo, por lo que nos vemos obligados a plantear cuál es su auténtico significado.

Quizá se pueda incluso decir que la cultura se ha convertido en una especie de concepto bochornoso , como si hubiera que encubrir o tal vez poner en clave algo que, en el ámbito de la realidad oculta, se puede mantener intacto siempre y cuando al menos sea nombrable.

La cultura empresarial, la cultura de la pobreza, la cultura de la polémica... Muchas de estas cosas llevan la etiqueta de «cultura», y ahora además tienen interdeterminaciones, o sea, determinaciones locales interculturales, es decir: la interrelación de todos los deseos de ocupación imperial de la cultura.

Para mí constituye una experiencia interesante echar la vista atrás, hacia la historia de principios del siglo XX y de finales del siglo XIX , y advertir esfuerzos similares en torno al concepto de cultura.

En esa época, podrán encontrar a mucha gente procedente de los sectores académicos procupada por la ciencia de la cultura: Heinrich Rickert, Wilhelm Dilthey, Wilhelm Windelband.

Todos ellos procuran delimitar metódicamente las ciencias nomónicas, es decir, las ciencias basadas en la ley, las ciencias de la naturaleza, de las denominadas ciencias idiográficas.

Y Max Weber habla de la importancia cultural de todos los fenómenos sociales de esta época. ¿Acaso el uso inflacionista de la cultura es hoy el presagio de una posible calamidad social que crece bajo ella y se mantiene oculta gracias a la magia cultural de la palabra?

Oculta de tal modo que las personas, mediante un enorme despliegue de actividad cultural, intentan mantenerse alejadas de los principales conflictos y contradicciones de la sociedad. ¿Es esto posible? Porque precisamente en las revoluciones sociales, como las que ocurrieronpoco antes de la Primera Guerra Mundial –es  decir, en la primera década del siglo pasado– y como las que nosvolvemos a encontrar hoy, cosas completamente distintas y 

a veces hasta irreconciliables se revisten de aquello que aún otorga la dignidad de un aura cultural incluso a los intereses más diáfanos; la cultura o el concepto de cultura se han convertido en una forma de práctica mágica .

Se hechiza lo que tiene capacidad de hechizar otorgándole un título, poniéndole un nombre.

Si por ejemplo se habla de cultura empresarial, el lucro deja de ser algo mezquino, para convertirse en fenómeno cultural de máxima categoría.

¿Quién va a negarle inquietud cultural, que aquí se asocia con mucho dinero, a una empresa que realmente trabaja por la cultura empresarial, que piensa día y noche en ella? ¿Quién va a negarle eso al Deutsche Bank, que ha expuesto en los pisos de su rascacielos a diferentes artistas jóvenes, entre ellos algunos desconocidos, y no sólo a Joseph Beuys (que ahora ha adquirido ya el rango de clásico)?

Y ustedes mismos habrán intentado en todos los aspectos, literalmente en todos , controlar mediante componendas culturales los afectos orientados a cosas mal consideradas o incluso tabúes.

La cultura quiebra los afectos. La cultura, tal como la ha descrito Norbert Elias, es un elemento de control de los afectos, también en el caso de quienes se abastecen del concepto de cultura. Cuando los empresarios de la publicidad –con uno de los famosos teóricos del ramo he tenido hace poco un debate público– niegan la diferencia entre cultura, arte y publicidad están haciendo un conjuro.

Así, por ejemplo, en una discusión no me fue posible convencer a mi interlocutor de que entre cultura, arte y publicidad existen diferencias en cuanto a autenticidad, grados de manipulación, aspecto externo de las formas de expresión y lo relacionado con los intereses. Según él, la buena publicidad es arte y, naturalmente, el arte es cultura.

Cuando las cosas y las situaciones se pueden asociar a la palabra «cultura», desaparece la banalidad y la finitud. Lo muerto, lo aborrecible y lo feo pierden algo de peso terrenal.

La oposición interna, eso que define la idiosincrasia de la persona, invierte su sentido a través de las connotaciones culturales.

En el fondo, al hablar de etapas umbral, se está aplicando la filosofía a la vida cotidiana: muchos conceptos venerables con los que trabaja la ciencia, que en otro tiempo tuvieron su patria en la alta filosofía, han ido a engrosar el léxico periodístico.

«Cuando hablo de “etapas umbral de la vida” me estoy refiriendo al nacimiento, la adolescencia, las separaciones y la muerte.

Ya en el actual estado deficitario de la cultura del luto aparecen las primeras consecuencias de la retirada de las certezas en estos campos.*

* Versión revisada de una conferencia pronunciada por Oskar Negt el 29-11-1996, con motivo del décimo aniversario del curso sobre Ciencia de la Cultura de la Universidad de Bremen.


**Nacido en 1934 en Kapkeim (Prusia oriental), filósofo social, se doctoró en 1962 con Th. W. Adorno con una tesis sobre las doctrinas sociales de Comte y Hegel. Fue asistente de Jürgen Habermas en Heidelberg y, desde 1970 hasta su jubilación en 2002, ha ocupado la cátedra de Sociología en la Universidad de Hannover. Vinculado desde muy temprano al socialismo alemán y al movimiento sindical, enseñó en la escuela sindical de Oberursel, y la experiencia en la formación de los trabajadores ha impregnado decisivamente su pensamiento. Participó también de forma crítica en el movimiento del 68. Perteneciente a la generación de pensadores alemanes del 58, que comprende también a Jürgen Habermas, y continuador independiente de la labor crítica de la Escuela de Fráncfort, entre sus obras destacan Fantasía sociológica y aprendizaje ejemplar (1968), Opinión pública y experiencia (1972) y El hombre menospreciado (2001), las dos últimas fruto de su labor en común con Alexander Kluge.

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