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Atril literario. Invitada: ADELA GUERRERO

Actualizado: 25 feb 2023

POEMA

por MARCOS ROGELIO RUBIO LÓPEZ (MÉXICO)






Con la bella bendición

de Dios Divino de Amor,

profundo sea nuestro despertar al nuevo día,

paz serena al interior.


Soltemos nuestros deseos

mundanos de distracción,

y sintamos en el Alma

el gozo y liberación.


"La vida es un reto

de lucha hasta el final."


EL ADIÓS

por YANINA MARÍA CERIANI

Golondrinas

Me saludan

A la distancia

Se van

En la quietud

De la noche

Las veo volar

Las despido

Sonrío

Fingiendo

Pensando en cuán amarga

Seré sin ellas

Les digo adiós

Porque ya mañana

Por la noche

Sabré que no estarán


POEMA I

por: JHONNY ANDRES OSORIO AGUDELO, "JHOAN OSAG"









Arena, luz y luna nacarada, un sueño un

blues es tu cara, mi amada la dulzura de

tu fantasma, un spleen, un ideal ya tan

lejano.


Haz extirpado una estrella

con tus dedos

de zafiro y mi alma trémula de dolor, no

podrá volver a mirarte con la misma

ciegues de mi corazón loco


EL LECHO VACÍO

por XIMENA GAUTIER GREVE

Allí me quedé sentada mirando tu lecho vacío. Fue hacia el fin de la noche. la luna rodaba caliente de tu amor hacia mis senos. Pero llegaron esos hombres gritando, arrasando con todo. De mis brazos en pasión te arrojaron a la calle. Los increpé, corrí con tu abrigo. Ya te empujaban cuesta abajo entre las burlas secas y el frío. Yo suplico con desvarío tus ojos dulces cruzan los míos… El café quedó servido. Ahí me quedé desnuda mirando tu lecho vacío…

PARA LLEGAR A PUERTO

por: DIEGO ALEXANDER VÉLEZ QUIROZ

Casi he llegado a puerto. Después de un largo viaje, de navegar sin rumbo, sin cartas y sin brújula, hoy he visto de nuevo la orilla que me aguarda. Llego sin tripulantes. Soy solo yo, capitán y vigía de mi nave cansada, esta nave que un día, un día ya remoto, se dio a la mar con ansias de embriagarse del mundo y vagar con las olas en aguas cuyo nombre no ha sido pronunciado (secretamente, tenía la certeza de que incluso las olas, un día con buen viento, llegan hasta la costa). Casi he llegado a puerto, tan solo me hace falta fijar el rumbo exacto, encontrar un motivo y echar por fin las anclas. Tan solo necesito una palabra, para llegar a puerto una palabra, dime tu nombre, esa palabra exacta, y mi navío, te lo prometo, se anclará cada noche en tu orilla, en tu cuerpo. Tan solo necesito una palabra, para llegar a puerto una palabra, Dime tu nombre.

POEMA 2

por EMMA DELLY MARULANDA




Mientras la respiración fluye Las manos sudan y el vientre arde, El corazón se rompe Se dilata Se desgarra Se entregan las pupilas a la piel, Las yemas de los dedos se unen a la espalda, La fragancia que emerge en la habitación,

excita e ínsita a la pasión Arde el cuarto en fuego esta Los pies se contraen Y los labios muerdo.

POLIPENSANTE

por ALEXÁNDER GRANADA RESTREPO, "MATU SALEM"

Estoy muy contento de que Dios sea Dios y de que yo un cualquiera, pues, por nada estaría dispuesto a lidiar con esta humanidad -contaminadora y pendenciera-, que ya desea habitar otros mundos, como si en el propio no se bastara ni cupiera.


HIELO

por KARLA JAZMÍN ARANGO

La boca del cielo repleta de hielo ruge entre destellos de luz.

El verbo paralizado se precipita.

La tierra abre sus brazos de par en par ante la inminencia de la colisión.

El agua cristalizada rebota contra la superficie antes de empezar a derretirse.

Adentro, las semillas se sacuden y se entregan gozosas a la celebración del origen.

¡Choque de naturalezas! ¡Fiesta de elementos!

El viento abraza el encuentro entre la tierra y el agua.

El fuego sonríe dentro de la palabra que nace.

VOLUPTUOSIDADES

por HERNÁN MALLAMA ROUX

Estoy justamente en el ángulo donde observo tu vértice congrumental y gélido manantial donde sacio mi sed.

Estoy justamente ahí, dónde el perfume de tu rosa genital se esparce…

Y penetro en ti, y entonces… Siento correr la sangre sobre el cauce de mis venas

y todo en mí no me pertenece.

Todo, todo lo que es ha dejado de ser, ya no habita mas en este cuerpo, tan pequeño… tan pequeño… ya no somos tu y yo ahora somos nosotros nos fundimos y estremecemos, ya no somos más, nuestros labios han saboreado el néctar prohibido…

Todo, todo lo que es ha dejado de ser, ya no habita más en este cuerpo, tan pequeño…

Tan pequeño…


PARA TI MI VERSO

por ADELA GUERRERO COLLAZOS*

Desde siempre me habitas como la vida en las entrañas de un beso silencio de cerbatana en el bosque sé de Ti Tú me vives sin palabras sin razones descanso en tu palma de armonías ondulación de agua. Alabanza Los salmos se esparcen por la arboleda todo se enciende al paso de las luciérnagas, por entre los misterios de la oscuridad los himnos de sus alas conjuran incertidumbres. Salmo y noche luz y canto Risa y calma Alabanza


*Nacida en Riosucio, Caldas reside desde hace más de 30 años en CALI. Licenciada en Educación con especialización en Teología, Univ. Javeriana Bogotá. Licenciada en Filosofía, Univ. Santo Tomas. Bogotá. Magíster Educación de Adultos Univ. de San Buenaventura. Libros publicados: En la mañana de los pájaros. Edic. Arte Color, 1977. Ceremonial de la luz. Video CD 2001. Orilla de tiempo. Ed.Beaumont, 2003. Desde mi ventana. Ed. Embalaje, 2006. Reflejos. Cuentos. Ed. Beaumont, 2008. Cuando a mi puerta llegas. Ediciones Escala de Jacob, UNIVALLE, 2009. Cofundadora y vicepresidenta de la Fundación de Poetas Vallecaucanos. Cofundadora de Naciones Unidas de las Letras, Bogotá. Distinciones: Finalista, Umbral de la Poesía. Valladolid. España, 2017. Ganadora Poesía Afro. Fundación Plenilunio, Cali, 2011. Gran Mención Premio Mundial Fernando Rielo de Poesía Mística. España,2010. Mención Mundial de Literatura Aguas Verdes, Perú, 2009. Finalista Al Cuento de Nunca Acabar, España, 2005. Ganadora III Concurso Internacional Bonaventuriano de Poesía, 2007. Ganadora Al Relato Más Corto del Verano. Madrid, España, 2005. Gran Premio Ediciones Embalaje, Encuentro de Poetas Colombianas, 2005. Ganadora Premio Internacional de Cuento. Nueva Acrópolis, Colombia, 1992. Primer premio al poema Ser vallecaucano es, Canal 90 Minutos, Cali.




VIDEOS


DECLAMACIÓN

Johana Rodríguez


ART RAYADISMO

Alexander Vélez González


DIABÓLICA

Mc -Tian


TALENTO DE HIERRO

Jhon Fitzgerald


GUERRA SINIESTRA

Imaginaria y los Camellos




CUENTOS, ENSAYOS Y PROSA POÉTICA




MIBONACHI PARA UN NOBEL

por CARLOS ALBERTO VILLEGAS URIBE


E1. El noticionón

Una noticia conmocionó Colombia el 21 de octubre de 1982. Urgente, urgente, Gabriel García Márquez fue elegido Nobel de Literatura. Los 18 jurados vitalicios de la Academia Sueca fueron unánimes. Un amigo de la Academia Sueca le dio la primicia. Gabo se preparaba esa mañana para salir al ejercicio cotidiano. La noticia desbordó las academias y los cerrados círculos intelectuales. El Nobel se sentía en las calles, en los mercados. Hasta en los prostíbulos se comentaba con júbilo la noticia. Los taxistas barranquilleros hacían sonar pitos como cuando gana Junior. Las primeras palabras de la mágica Luisa Santiaga Márquez fueron:

—Ojalá este premio sirva para que me arreglen el teléfono.

Sin mayores pretensiones Gabo reconoció su premio, como: de todos.


—Permítanme primero felicitar a los colombianos porque ya tenemos Nobel.

El premio permitiría influir a favor de los derechos humanos. Les dijo a los primeros periodistas que llegaron a entrevistarlo.

—El presidente Belisario Betancur fue mejor que cualquier periodista colombiano. Porque fue el primero en llamarme esta mañana para congratularme.

Las reacciones de satisfacción se dieron en todo el mundo. Jorge Guillén dijo: “Yo he dicho mil veces, lo merecía”. Borges, huérfano perenne del Nobel, expresó: “Es todo un acierto”. En el terreno intelectual no hubo un pronunciamiento en contra.

E2. Los preparativos

Germán Santamaría sería el primer periodista en entrevistar a Gabo. García Márquez dijo entonces: “No quiero estar solo en Estocolmo”. “Me gustaría celebrar mi premio con cumbias y vallenatos”, declaró. Gloria Triana leyó y habló con la directora de Colcultura. Ella dirigía en Colcultura la sección de Festivales y Folclor. Fue donde la directora y le propuso cumplirle los deseos. Aura Lucía Mera hizo un almuerzo en su propia casa. Decidieron incluir ritmos adicionales porque Gabo les pertenecía a todos. Incluyeron ritmos como joropos y currulaos, pasillos, bambucos y torbellinos. Aura Lucía le encomendó seleccionar lo mejor de estas expresiones. Consuelo Araújo anunció el envío de los Zuleta a Estocolmo. De inmediato Gloria la llamó para proponerle que se uniera. Viajó por el país para visitar los grupos que conocía. Examinó con cuidado los diversos montajes y repertorios seleccionados previamente. Cuando los hubo escogido presentó la propuesta para la aprobación. Entonces empezaron las presiones de otros grupos que querían asistir. Cuando se hace pública la noticia empieza una gran polémica. Los acusaron de tropicalistas, tercermundistas, iban a empañar el Nobel. D’Artagnan aseguró que se cometería un acto de lesa lobería. No fue fácil organizarlo, era noviembre y no había presupuesto. Menos habría un rubro previsto para celebración de un Nobel.

E3. La celebración

Por fin la celebración del Nobel de literatura tuvo lugar. Fue el once de diciembre de mil novecientos ochenta y dos. Por las escalinatas del Salón Azul descendió la comitiva colombiana. Músicos y grupos folclóricos que representaban a todas las regiones. Una delegación seleccionada por Gloria Triana conformada por 60 personas. Encabezaban la comitiva los hermanos Zuleta y el maestro Escalona. Los seguían Carlos Franco y su conjunto folclórico de Barranquilla. Totó la Momposina y sus tambores representaban la región Caribe. La Negra grande de Colombia representaba la región Pacífico. Las danzas del Ingrumá de Riosucio representaban la zona Andina. Y el maestro Quinitiva y su conjunto, la música llanera. Emilianito y la voz prodigiosa de Poncho comenzaron a cantar. “Está lloviendo en la nevada / arriba ‘e Valledupar / apuesto a (…)”. Desde sus ojos aguados La Cacica observaba a Tachia Quintanar. María Concepción Quintana se había doblado sobre la mesa sollozando. Ese paseo que García Márquez le enseñó, de tanto oírselo cantar. Al día siguiente leyeron en el Dagens Nyheter de Estocolmo “García Márquez nos enseñó cómo se debe celebrar un Nobel”. “Las cosas nunca serán como antes en el Salón Azul”. Esta épica jornada la relató Gloria Triana en un informe. Con idénticas palabras a las usadas en esta nueva redacción.


(Publicado originalmente en el portal "LETRALIA" y

transcripto por expresa voluntad del autor)


EL ÚLTIMO OFICIO DE KAFKA

por UMBERTO SENEGAL


Dos sucesos reales relacionados el primero con el mundo literario y el segundo con el entorno de la pintura, me conmueven desde cuando los conocí. Al discurrir en torno a las emociones y sentimientos que me despiertan, germinan imágenes, pensamientos y emociones contrapuestos sobre los protagonistas de ambos eventos y respecto a mí. Pero solo hablaré aquí, de uno: el último oficio de Franz Kafka.


Franz Kafka es el personaje del primero. Más preciso: la figura central es una niña llorando inconsolable en el lugar por donde al atardecer caminan el tuberculoso escritor y su última compañera, la joven polaca Dora Diamant, socialista y actriz, quien tenía 25 años y Kafka 40. En septiembre, convivieron en Berlín compartiendo extensas conversaciones sobre literatura yídica. Sucedió en el parque Steglitz, de Berlín, un año antes de fallecer Franz. Durante el asedio del ejército alemán a Stalingrado, el protagonista del segundo suceso es un solitario e imaginativo anciano. Este hombre trabajaba como guía en el museo del Hermitage. Un evento ocurre en 1923 y el otro en 1941. Independientes entre sí, ambos incidentes me provocan recóndita melancolía.


Me acongojo al visualizar a yerba amarga caminando en frágil estado de salud por el parque Steglitz. Steglitz, es una localidad alemana del distrito de Steglitz-Zehlendorf al suroeste de Berlín. Este narrador que, conjuntamente con sus cuentos y novelas exprimió su alma también con el género epistolar al redactar en un tenaz acto de confesión biográfica y de creatividad literaria decenas de cartas a Felice, a Milena y Ottla, ahora se sobrecoge con una niña que llora inconsolable la pérdida de su muñeca.


Durante 21 días, Kafka, posponiendo otras tareas, restándole tiempo a sus lecturas, interrumpiendo sus conversaciones sobre literatura yídica con Dora, en particular sobre las recopilaciones de tkhines u oraciones particulares que no forman parte de la liturgia, escritas por mujeres como Sara Bas-Toyvim y Sarah Rebekah Rachel Leah Horowitz, ambas del siglo XVIII; encendiendo trémulo la luz durante la noche al despertar con alguna convincente idea asediándolo para la carta que al día siguiente, cartero eficiente, entregaría por sí mismo a la anónima niña; sobreponiéndose a sus dolencias físicas, decide escribirle y entregarle día tras día sin faltar uno solo, las cartas enviadas por la muñeca.


Esto le asegura Kafka a esa desconocida niña, cuyo llanto aleja a las palomas y despierta la curiosidad de algunos pocos peatones que pasan junto a la sólida banca de cemento donde hay cuatro personas: tres mujeres y un hombre con rostro laxo en cuya mirada aflora una forma de escritura, entre lo infantil y lo absurdo, que no había ensayado en ninguno de sus libros. Sobre el enternecedor tema, el fecundo escritor barcelonés Jordi Sierra i Fabra, autor de más de 527 libros, escribió La muñeca viajera, poética novela breve de la cual no resisto incluir aquí el comienzo, para quien desee integrarse también a esta historia del último año de vida de Kafka:


“Los paseos por el parque Steglitz eran balsámicos.

Y las mañanas, tan dulces…


Parejas prematuras, parejas ancladas en el tiempo, parejas que aún no sabían que eran parejas, ancianos y ancianas con sus manos llenas de historias y sus arrugas llenas de pasado buscando los triángulos de sol, soldados engalanados de prestancia, criadas de impoluto uniforme, institutrices con niños y niñas pulcramente vestidos, matrimonios con sus hijos recién nacidos, matrimonios con sus sueños recién gastados, solteros y solteras de miradas esquivas, solteros y solteras de miradas procaces, guardias, jardineros, vendedores…


El parque Steglitz rezumaba vida en los albores del verano.


Un regalo.


Y Franz Kafka la absorbía, como una esponja, viajando con sus ojos, arrebatando energías con el alma, persiguiendo sonrisas entre los árboles. Él también era uno más entre tantos, solitario, con sus pasos perdidos bajo el manto de la mañana. Su mente volaba libre de espaldas al tiempo, que allí se mecía con la languidez de la calma y se columpiaba alegre en el corazón de los paseantes.


Aquel silencio…

Roto tan sólo por los juegos de los niños, las voces maternas de llamada, reclamo y advertencia, las palabras sosegadas de los más próximos y poco más.


Aquel silencio…

El llanto de la niña, fuerte, convulso, repentino, hizo que Franz Kafka se detuviera.

Estaba muy cerca de él, a pocos pasos, y no había nadie más a su alrededor. No se trataba, pues, de una disputa entre pequeños, ni de un castigo de la madre, ni siquiera de un accidente, porque la niña no tenía signos de haberse caído.


Lloraba de pie, desconsolada, tan angustiada que parecía reunir en su rostro todos los pesares y las congojas del mundo.

Franz Kafka miró arriba y abajo.

Nadie reparaba en la niña.

Estaba sola”.


Allí en el parque Steglitz con su madre o con su abuela, tal vez con alguna niñera. No se sabe. No lo menciona la historia. La muñeca en realidad se fue de viaje, le dijo Franz a la niña. No está perdida su muñeca, le aseguró Franz, tratando de ser lo más convincente posible para no despertarle temor. La niña deja de gemir y observa la palidez del rostro de ese hombre y el bruno cabello corto y enmarañado de la mujer que le acompaña. No la hurtaron. Quién querría robarse una muñeca de trapo. No te abandonó, asegura Franz a la niña que ahora lo escucha con una ligera sonrisa en sus labios. Se fue de viaje y me encomendó entregarte las cartas que te enviará.


Un largo viaje, le previene Kafka, pero soy el cartero y tengo la tarea de entregarte las cartas que te enviará. La conforta el novelista mientras Dora pone su mano sobre la cabeza de la niña. El autor de Contemplación, cumpliendo cabal el último oficio de su vida, cartero de la muñeca andarina, consuma su tierna tarea antes de morir. Le entregó a la niña 21 cartas reales, escritas a mano. Todas perdidas. Solo nos queda la historia. En su novela Brooklyn Follies, el escritor norteamericano Paul Auster relata esto, sobre tal evento:


«Estamos en el último año de la vida de Kafka, que se ha enamorado de Dora Diamant, una chica polaca de diecinueve o veinte años de familia hasídica que se ha fugado de casa y ahora vive en Berlín. Tiene la mitad de años que él, pero es quien le infunde valor para salir de Praga, algo que Kafka desea hacer desde hace mucho, y se convierte en la primera y única mujer con quien Kafka vivirá jamás. Llega a Berlín en el otoño de 1923 y muere la primavera siguiente, pero esos últimos meses son probablemente los más felices de su vida. A pesar de su deteriorada salud. A pesar de las condiciones sociales de Berlín: escasez de alimentos, disturbios políticos, la peor inflación de la historia de Alemania. Pese a ser plenamente consciente de que tiene los días contados.


Todas las tardes Kafka sale a dar un paseo por el parque. La mayoría de las veces, Dora lo acompaña. Un día, se encuentra con una niña pequeña que está llorando a lágrima viva. Kafka le pregunta qué le ocurre, y ella contesta que ha perdido su muñeca. Él se pone inmediatamente a inventar un cuento para explicarle lo que ha pasado. “Tu muñeca ha salido de viaje”, le dice. “¿Y tú cómo lo sabes?”, le pregunta la niña. “Porque me ha escrito una carta”, responde Kafka. La niña parece recelosa. “¿Tienes ahí la carta?”, pregunta ella. “No, lo siento”, dice él, “me la he dejado en casa sin darme cuenta, pero mañana te la traigo.” Es tan persuasivo, que la niña ya no sabe qué pensar. ¿Es posible que ese hombre misterioso esté diciendo la verdad? Kafka vuelve inmediatamente a casa para escribir la carta. Se sienta frente al escritorio y Dora, que ve como se concentra en la tarea, observa la misma gravedad y tensión que cuando compone su propia obra. No es cuestión de defraudar a la niña. La situación requiere un verdadero trabajo literario, y está resuelto a hacerlo como es debido. Si se le ocurre una mentira bonita y convincente, podrá sustituir la muñeca perdida por una realidad diferente; falsa, quizá, pero verdadera en cierto modo y verosímil según las leyes de la ficción.


Al día siguiente, Kafka vuelve apresuradamente al parque con la carta. La niña lo está esperando, y como todavía no sabe leer, él se la lee en voz alta. La muñeca lo lamenta mucho, pero está harta de vivir con la misma gente todo el tiempo. Necesita salir y ver mundo, hacer nuevos amigos. No es que no quiera a la niña, pero le hace falta un cambio de aires y por tanto deben separarse durante una temporada. La muñeca promete entonces a la niña que le escribirá todos los días y la mantendrá al corriente de todas sus actividades.

Ahí es donde la historia empieza a llegarme al alma. Ya es increíble que Kafka se tomara la molestia de escribir aquella primera carta, pero ahora se compromete a escribir otra cada día, única y exclusivamente para consolar a la niña, que resulta ser una completa desconocida para él, una criatura que se encuentra casualmente una tarde en el parque.


¿Qué clase de persona hace una cosa así? Y cumple su compromiso durante tres semanas, Nathan. Tres semanas. Uno de los escritores más geniales que han existido jamás sacrificando su tiempo (su precioso tiempo que va menguando cada vez más) para redactar cartas imaginarias de una muñeca perdida. Dora dice que escribía cada frase prestando una tremenda atención al detalle, que la prosa era amena, precisa y absorbente.


En otras palabras, era su estilo característico, y a lo largo de tres semanas Kafka fue diariamente al parque a leer otra carta a la niña. La muñeca crece, va al colegio, conoce otra gente. Sigue dando a la niña garantías de su afecto, pero apunta a determinadas complicaciones que han surgido en su vida y hacen imposible su vuelta a casa. Poco a poco, Kafka va preparando a la niña para el momento en que la muñeca desaparezca de su vida por siempre jamás. Procura encontrar un final satisfactorio, pues teme que, si no lo consigue, el hechizo se rompa. Tras explorar diversas posibilidades, finalmente se decide a casar a la muñeca. Describe al joven del que se enamora, la fiesta de pedida, la boda en el campo, incluso la casa donde la muñeca vive ahora con su marido. Y entonces, en la última línea, la muñeca se despide de su antigua y querida amiga.


Para entonces, claro está, la niña ya no echa de menos a la muñeca. Kafka le ha dado otra cosa a cambio, y cuando concluyen estas tres semanas, las cartas la han aliviado de su desgracia. La niña tiene la historia para habitar un mundo imaginario, las penas de este mundo desaparecen. Mientras la historia sigue su curso, la realidad deja de existir”.


Franz Kafka en 1923, mientras reside una breve temporada en Berlín con su compañera y el gran amor del final de su vida, la judío-polaca Dora Diamant, desde septiembre hasta finales de noviembre, durante un recorrido por el citado parque se sobrecoge con una niña llorando porque perdió su muñeca. Con la tuberculosis en fase terminal, le conmueve el infantil drama. Consuela a la niña anunciándole lo ocurrido con su muñeca, “no se te perdió, se fue de viaje y soy el encargado de traer las cartas que va a enviarte durante su vagabundeo”, garantiza el enfermo mientras la niña cesa el llanto, observándole perpleja. En la biografía Dora Diamant, el último amor de Franz Kafka, (Barcelona, 2005) escrita por Khati Diamant -sin vínculos con aquella- se narra tan emotiva historia.


Treinta años después de fallecer el escritor, con el título deNotes inédites de Dora Dymant sur Kafka, en 1922, en la revista parisiense Evidences (1952, No. 28, págs. 38-42) Marthe Robert, traductora del escritor checo, comenta dicho suceso. Y es en la significativa obra de Kathi donde la encuentra el novelista Paul Auster realzándola en su novela atrás citada. Franz asumió con seriedad su novedosa función de cartero. Escribió constante y febril durante tres semanas una carta diaria para apaciguar a la niña, con quien estableció, ha firmes vínculos de afecto.


¿Se las entregaba en el parque? Tal vez, consciente de la gravedad de su salud, caminaba por aquel sector de Berlín, hasta la residencia de aquella y ejercía allí sus funciones de cartero de la errabunda muñeca. El resto de historia se pierde, para martirio de investigadores de la obra extraviada de Kafka y para complacencia de cuantos pretendan especular a partir de tal suceso. No fue contada. Dora nada expone sobre el contenido de aquellos insólitos textos del narrador checo.


Hoy por hoy, varios expertos buscan pistas de la niña, quien tendría cerca de 100 años si estuviese viva en algún lugar de Alemania o Europa. Si hubiera tenido algún hijo, este rondaría los 90 años. Filólogos alemanes reconocen la veracidad de tal correspondencia. Klaus Wagenbach, ha hecho inconcebibles pesquisas para encontrar las entrañables cartas de Kafka, escritor de literatura infantil, describiendo cuanto la muñeca narraba a la niña sobre sus viajes. ¿Qué imaginó este para su infantil lectora en el Berlín de aquellos años, donde la exagerada inflación elevó el costo de una libra de manteca a 6 millones de marcos? ¿Cuáles fueron sus temas y el estilo para consolarla? ¿Por cuáles pueblos, ciudades y paisajes deambuló la muñeca?


Concisas o extensas las cartas, nunca se sabrá. Tal vez conservaban la misma extensión de cuantas escribió a sus enamoradas y a su hermana. O acaso se extendió, hablando sobre la vida y la muerte, la necesidad de los desapegos para no sufrir. O tal vez sobre las partidas sin regreso… En algún momento para el moribundo escritor la muñeca pudo haber sido más real que la niña. O tal vez ambas, una carta tras otra, fueron desvaneciéndosele. Dora Diamand aseguró al filósofo Félix Weltsch: “Haber vivido con Franz un solo día significa más que toda su obra, que todos sus escritos”.


¿Parece irreal? También yo pensaba igual hasta verificar su autenticidad. Dio origen a la antedicha novela breve de Jordi Sierra i Fabra, Kafka y la muñeca viajera. “En una isla colombiana escribí el borrador”, confirma Sierra, igualmente sobrecogido con las connotaciones del drama. Esas cartas pudieron tener más fuerza emotiva que la Carta al padre. Cuando llega la taciturna anécdota a mi memoria, transcurro algún tiempo imaginando cuáles razones y consejos, cuáles argumentos puso Kafka en labios de la muñeca para devolver su alegría a la niña y crearle una sólida base de esperanza. ¿Esperó alguna respuesta de la niña? Si hubo cualquier nota por el estilo, Dora debió quemarla cuando desde su lecho de enfermo el escritor ordenó y supervisó la destrucción de varios cuadernos, por parte de la enamorada mujer.


Con dicha correspondencia, Kafka posiblemente llenaba vacíos de su niñez, su adolescencia o su madurez. Cada carta pudo insinuar, de alguna manera, el éxodo del cuentista hacia la muerte. ¿Sabría la niña ya mujer, quién fue el autor de esos manuscritos que recibía a diario? ¿En cuál dimensión dialogan ahora esa niña desconocida, su muñeca y Kafka, implicados para el tiempo y la historia, para la literatura, en un drama tan poético y desgarrador? De algo estoy seguro: si la muñeca regresó, no buscó a la niña en su casa. Ni volvió a su juguetero, sola o casada. Se dedicó a recorrer durante algún tiempo los barrios de Berlín, preguntando por el cartero. Circulan rumores de una anciana con aspecto de muñeca a quien ven llorar solitaria en una banca del parque Steglitz. Siempre a mediados de octubre, dicen los rumores. ¿Qué le sucede, señora? Se me perdió un escritor, responde. Esta es una de mis fuentes literarias de tristeza, capaz de ocasionarme desconocida alegría. Luego confesaré cuál es la otra…


(Publicado originalmente en el portal "ARRIERÍAS" y

transcripto por expresa voluntad del autor)


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