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Atril literario. Invitada: LUCIANO PASQUALI

Actualizado: 1 may 2023

MOTIVOS PARA VOLVER A EMPEZAR

por MARCO FIERO


Es inadmisible el dolor, es descabellada la tristeza, es una perdida de tiempo sentirse solo y caminar por las calles desahuciado buscando un lugar insuficiente a donde ir, una espacio que no esta, que no puede llenar el vacío que te mina, el hueco que te traga.

Es tan innecesario sufrir, tan absurdo escapar, tan ridículamente infeliz pretender el cegar esa luz que sin ver desvanece tu imaginaria oscuridad; la llaga que quema en tu interior, la derrota que te espera al final de tu desorbitada confusión.

Es tan insensato renunciar, es tan disparatado sucumbir frente a un firmamento que se enciende con el sol, y que se apaga con la luna y que te cuenta las estrellas y que cada noche aguarda tu indeseado despertar para mostrarte que cada día es nuevo, que existen mil motivos para volver a sonreír, que abundan los caminos para volver a comenzar, que no hay nada en esta vida que no se pueda resolver

-excepto la muerte- …y ella, no es un gran problema, es ascender hacia la luz, es descifrar el misterio que al fin te eleva al infinito.


POEMA A UN ÚNICO BESO

por HELENA RESTREPO


Cuando llegó tu beso,

no hubo, como se esperaba,

el mariposeo feliz del primer beso

ni el placer húmedo que conecta

los labios con el sexo


Cuando llegó tu beso,

vino con él un sabor antiguo

que no recuerdo haber probado;

una paz sin pretensiones

abrazaba nuestros labios,

que parecían no enterarse

de que alguna vez

pertenecieron a bocas distintas.


ASCIENDO, SUBO

por FÉLIX DOMINGO CABEZAS PRADO

Subo la corriente. Vuelo


Voy feliz

A alcanzar mis sueños


Domino aquello

Que se tuerce. Logro lo imposible


La esperanza me reta

Cual Tierra negra

Que nutre la semilla

De luminosos frutos


No declino, asciendo

Llego a la cúspide satisfecho

Bañado en sudor

De todo esfuerzo


Cojo en mis manos todas mis emociones

Y voy fecundo

De corriente en corriente

Del fango al pináculo

De cima en cima

Cual rosa de topacio

Cual realidad hecha pan


YEMAYÁ

por JOHANNA CARVAJAL





El fluido

se hace mariposa

en los cristales

ruidosos

de los granos

de arena.


Bajo la lluvia

hierven

los cantos

de los corales

dibujando

las olas.


AMOR NUESTRO

por LEONARDO RAMÍREZ MARTÍNEZ







Por este amor que viene de los cielos

Santifico tu nombre en cada beso

Construimos nuestro reino

Haciendo nuestra voluntad desde la tierra hasta tu vuelo

Luchamos por el pan de cada día

Perdonamos nuestras ofensas y a quienes intentan ofendernos

Caemos cada día en la tentación

Y nos libramos de la cotidianidad

Amén


JAZMINES

por KARLA JAZMÍN ARANGO



La noche despereza mis perfumes

mi vocación de flor queda a la vista

confío en que tu ser no se resista,

en que tu incierta magia no se esfume.

El deseo de ti que me consume

susurra cada noche que te insista,

que sin pudores vanos me desvista

y me líe en papel para que fumes.

Mi idea es combatir las tantas muertes,

que vibres, pienses, sientas, alucines.

Tentar con mis fragancias a la suerte

con oníricos besos sin carmines,

y que después del sueño te despiertes con la piel impregnada de jazmines.


MEMORIAS

por ALEXÁNDER GRANADA RESTREPO, "MATU SALEM"

En el Libro de las Memorias de los que piensan en el Nombre del señor, se halló este escrito:

No prosperará la lagartija, si las hormigas no pasan por su lado. No prosperarán las moscas, si el mundo deja de querer ser corrompido.

Y más adelante, en el capítulo de los enamorados, en buena grafía, decía:

Gracias a las obedientes moscas, pude conocer lo putrefacto que tenías el corazón.

Entonces, te perdono ¡ arrodíllate ! teme e invoca el Santísimo Nombre del Señor; su presencia bastará para que seamos limpios como perlas, y podamos amarnos y ser uno.


UMBRÍA

por VALENTINA ROJAS





La luz alumbra adentro y refleja lo que somos, todos los días se juega con la sombra seguimos la marcha de nuestros ancestros y los astros.


Un espíritu le habla a otro y casi siempre es por medio de la herida, se enlazan las rupturas


Necesario es mirarse en la oscuridad abrir los ojos en la negrura

No siempre es en la claridad dónde todo se nos muestra.


POEMA 2

por EMMA DELLY MARULANDA






Mientras la respiración fluye Las manos sudan y el vientre arde, El corazón se rompe Se dilata Se desgarra Se entregan las pupilas a la piel, Las yemas de los dedos se unen a la espalda, La fragancia que emerge en la habitación,

excita e incita a la pasión Arde el cuarto en fuego esta Los pies se contraen Y los labios muerdo.


UN MILÍMETRO

por LUCIANO PASQUALI (ARGENTINA)*

Cuando lo dado

no alcanza

la distancia entre te-amos

se vuelve eterna.

Los ojos se miran

sin mirarse,

sin mimarse.

Desvela la falta

que pesa

inalcanzable,

como la sortija

de la calesita

en un parque sin risas.

El dolor duele

cuando el color de la herida

se vuelve negro,

como el fondo del pozo,

en la caída tras la huida

ante el miedo perdedor

de no poder perdonarnos

y decirnos: que no alcanzó,

que faltó poco,

solo un milímetro.

Teníamos “siete milímetros de amor

cuando el abismo medía ocho de ancho” (*)


(*) Cita extraída del poema “Figura en el paisaje” de Beatriz Vignoli


*Nació en Rosario, el 16 de mayo de 1990. Estudia el Profesorado y la

Licenciatura en Letras en la Facultad de Humanidades y Artes (Universidad Nacional de

Rosario). En el ámbito académico se desempeña como ayudante alumno en la cátedra de Análisis del Texto. Además, en la misma casa de estudios, forma parte del Consejo Editor de la Revista Independiente Lecturas Colectivas, una revista literaria destinada a difundir escritos de alumnos y alumnas. En 2019 formó parte de la antología poética Poesías confidentes (Dunken, 2019), en 2020 publicó su primer libro de poesía Sí, los hombres lloramos (Rangún, 2020) y en 2022 publicó Sólo me enamoro en invierno (Halley Ediciones, 2022).




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EL VALOR DEL AMOR

por YANINA CERIANI

Mi nombre es Ana Fuentes y lo que sigue a continuación es el relato de mi vida.


Trabajaba de mesera en el bodegón “La Chicha” de la calle Oreste. Este era un sucucho de los tantos suburbios pobres de la ciudad, apestado de ratas corriendo por las alcantarillas donde abundaban los borrachos y mendigos en cada esquina. Vivía a escasos metros del bodegón en un apartamento muy pequeño, tanto que apenas entraba en él una pequeña mesita de madera, una silla y la cama de una plaza, Todos los días eran iguales en el barrio, grises, todo era absolutamente insulso, bastaba con abrir las desgastadas cortinas amarillentas de la ventana y lo primero que veía era esa austera imagen del lugar. Estaba Zulma, una prostituta pelirroja y regordeta que trabajaba a dos cuadras y cada noche luego de trabajar con algún cliente de ocasión, se escabullia en la cocina del bodegón para comer un bife con puré de calabazas. Que rica esta la cena hoy Ana. Así decía Zulma. Siempre honraba mi arte culinario con palabras cordiales pero en el fondo yo sabía que no era cierto, puesto que no era habilidosa en la cocina. Era como una madre para mi, y digo así ya que la mía se había ido apenas cumplidos los cuatro años. No quedé al cuidado de nadie. Un día tomó sus maletas y simplemente se fué dejándome sola en una habitación de mala muerte. No recuerdo prácticamente nada de ella, solo que usaba un vestido rojo y una colonia de lavanda. Ese aroma jamás pude olvidarlo, supongo que para mantenerla viva en la memoria de alguna manera. El asunto es que Zulma se hizo cargo de mi crianza, y fue la salvación a mi modo de ver ya que de otra forma hubiera tenido que ir a un orfanato con niños desconocidos.


Mi padre nunca estuvo presente en mi vida, de hecho jamás supe su nombre, solo que era un caballero apuesto y bien vestido, según palabras de algunos vecinos que lo habían visto un par de veces subiendo a un coche de lujo. Al cumplir los 18 años Zulma habló con el dueño del bodegón para que me otorgara algún trabajo en el lugar, de lo que fuera. Qué sabes hacer piba, así me dijo Oscar. Le contesté que absolutamente todo, menos cocinar bien. ¿Y adivinen qué?. Me nombró cocinera oficial. Acá no hay privilegios piba, tenes que saber hacer de todo, arrancas mañana a las 7 de la noche en la cocina. Oscar era un tipo muy particular, parecía un personaje sacado de historieta, el cabello negro engominado peinado hacia atrás, unos pantalones de sarga gris bien pegados a la cintura con el cinturón apretadisimo y una camiseta de morley blanca.


Siempre se lo veía con un cigarrillo encendido en la comisura del labio. Nunca entendí cómo podía hablar y fumar al mismo tiempo, a veces me reía cuando lo miraba de reojo porque imaginaba que tenía el don de sostener en su boca ese cigarro prendido por largo rato mientras regaba el piso de cenizas. Como habíamos acordado, al día siguiente me puse un delantal y comencé con la ardua tarea de hacer comidas con el poco conocimiento que tenía. Bien Ana, si Dios quiere pronto vas a estar de mesera y algún día vas a salir de este sucucho, así me decía Zulma con tal de hacerme sentir mejor, porque cuando te ascendían a esa jerarquía significaba que estabas haciendo las cosas bien y el cambio de puesto era un paso más arriba. Ella conocía a la perfección mi deseo de estudiar turismo, pero para eso necesitaba dinero y nosotras no estábamos en condiciones de afrontar tal gasto. Sí, Zulma, un día estudiaré y viajaré por todos lados y si todo sale como lo planeo te llevaré a vivir conmigo lejos, tanto que no tengamos que regresar nunca más a este barrio. Ella sonreía mientras prendía su corpiño antes de salir a buscar algún cliente en la calle que nos sacara de aquella pobreza. Jamás pude decirle a Zulma que detestaba aquel trabajo que ejercía, porque de no ser por ella yo estaría tirada vaya a saber dónde. Entraba al bodegón a las 7 pm y cocinaba hasta que se fuera el último comensal que generalmente era a las 2 am. Se cerraban las puertas y regresaba a la pensión donde vivíamos.


Cuando llevaba ya un tiempo suficiente Oscar decidió probarme de mesera. Che piba, mañana empezas atendiendo mesas, te ganaste el puesto por tu dedicación, eso sí las propinas se comparten conmigo. Supongo que habría visto mi cara de malestar porque enseguida me dijo, acá no hay privilegios. Tuve que tragar saliva y asentir con la cabeza. “Un día, algún día me iré de acá tan lejos como pueda”. Poco a poco fui juntando un dinerillo para poder afrontar los gastos de mi carrera y así comenzar una nueva vida. Tenía la corazonada de que mi vida daría un giro de 180 grados. Estudiaba de día y trabajaba de noche. Muchas veces no dormía preparando exámenes para el día siguiente y me iba a la facultad con apenas un café en la mano y un bizcocho en el estómago.


Pero no me importaba el sacrificio con tal de tener un futuro mejor y poder sacar a Zulma de aquel antro. Y así fueron pasando los meses y años. Pude recibirme con las mejores notas y tener una pequeña fiesta de graduación en el bodegón. Bien piba, al fin una universitaria en el barrio, decía Oscar. Ella es mi orgullo, tan mal no la eduque, decía Zulma. A los tres meses de recibirme me llamaron de una empresa de turismo que tenía un puesto vacante que se ajustaba a mi capacidad y me preguntaron si quería tomarlo. Ellos habían pedido mis referencias en la universidad y por supuesto que el haber sido una brillante alumna me facilitó el camino y me abrió las puertas. Comencé a trabajar y poco a poco fui ganandome el respeto de mis jefes y compañeros de trabajo. Mi tarea consistía en ser guía turística en las principales ciudades del mundo y representar a la empresa de la mejor manera posible. Al año me ofrecieron instalarme en Francia para dirigir allí una de las sucursales que tenían. Por fin sentía que mi vida había dado ese giro de 180 grados que buscaba. Cuando reuní el dinero suficiente traje a mi madre a vivir conmigo. Guau Ana, por fin pudimos salir de aquel suburbio.


En la esquina de nuestro departamento vendían los mejores croissant de la ciudad, dulces, tibios, se te derretían en la boca y todas las tardes íbamos con Zulma por ellos. Un día esperando mi turno para comprar los benditos croissant mi corazón se aceleró repentinamente, conocía ese aroma que invadía el lugar, era lavanda, ese perfume tan particular que recordaba. Gire mi cabeza casi instintivamente y ahí estaba ella, una mujer muy elegante de vestido rojo acompañada de un señor mayor que llevaba una pipa en la comisura. Nos miramos y ahí lo supimos las dos. Era mi madre biológica, eso era indudable. Podemos olvidar muchas cosas a lo largo de nuestra vida, pero hay recuerdos y sensaciones que son imborrables, como el aroma de nuestra madre o el tono de su voz. Había recorrido miles de kilómetros para encontrarla justo allí. Zulma me miró desconcertada pues ella también la había reconocido. Simplemente la miré y no dudé en decirle: Señora, usted no sabe lo bien que hizo en escapar y dejarme librada a la buena fortuna, le presento a Zulma, mi mamá.


Era la primera vez que la llamaba así, madre. Vi como los ojos se le llenaron de lágrimas y claro que de orgullo también. Se había ganado ese título, nadie más que ella lo merecía, puesto que siempre había estado allí para cuidarme. Dimos media vuelta y salimos del lugar mirando de reojo a esa señora de vestido rojo quien verdaderamente era una extraña para mi, dejándola con la boca abierta y sin decir una sola palabra. Ya no las necesitaba, la vida me había recompensado de todas las maneras posibles. Entonces comprendí el verdadero valor del amor. Ahora París era nuestro nuevo hogar.


TIEMPO MÁS ALLA DEL TIEMPO

por CARLOS ALBERTO AGUDELO ARCILA


TIEMPO más allá del tiempo y del grito y del eco y del silencio y… Tiempo para el todo y la nada magistral. Magistral tiempo sobre el lienzo. Ficción importante en el tiempo. Se va el día y permanecen partículas de tiempo en el paladar del recuerdo. La eternidad lanza días a la deriva mientras un interrogante enorme se torna aerolito en el reflejo del tiempo perdido. La materia gris y la fibra nerviosa terminan siendo objetos inservibles en el basurero del cementerio y en la ceniza. Se evapora el milenio en un instante. Sublime tiempo para la eternidad. Pedernal del tiempo a la hora exacto de servir el café. Geométrico tiempo en la memoria del olfato. Tiempo del maullido ante sombras de roedores espantados. TIEMPO NO por pertenecer a la aguja en un pajar. TIEMPO SÍ en la pieza de rebujo del mueble donde un día se sentó a esperar nada el pordiosero. TIEMPO alarmante en “aquí hay gato encerrado”. Tiempo abierto a la agonía del grillo arriba de la hoja sin verdor. Fugaz tiempo de la cebolla y del cebollero. De ningún modo viene ella a mí entretanto el tiempo conjuga el mundo sombrío de mi ser. Pasa el tiempo y poco a poco me estremece la llegada del instante postrero. Blanco y negro y luminosidad y sombra se entremezclan hasta forjar herrumbres del tiempo. Timbran tiempos originales en la campana vegetal. Resbalón del tiempo inventado. Esférico tiempo el de cada veinticuatro horas. Tiempo no exento del tiempo mismo. Tiempo caníbal. Tiempo rugoso y llaga de tiempo. En el ojo único se acentúa el tiempo de Odiseo. Espíritu de escalón en escalón en busca de su tiempo infinito. EL reloj… Reloj para ninguna hora inmortal. Pasan la humanidad y sus cosas y la masa de agua y la polvareda y la vastedad de la naturaleza y el universo en un papel y el impulso a la distancia y el azul lejano y el multicolor y el incoloro y el crepitar y el pedregal por donde el tiempo es ave sin nunca dejar de volar. TRANSVERSAL en la casa del tiempo. Calle 2 A Bis… Trajín del tiempo en la cocina y en la escoba y en la lectura y en la ida a la tienda y en la contusión y en el apego y en esto y aquello... Tiempo ejemplar en sombras de quienes laboran hasta llegar su deceso. Evocación del tiempo. Tiempo para gestionarle lo cuántico de sí mismo. Tiempo en la limonada sin servirse. Limón con sabor a tiempo dulce al transcurrir en la velocidad de la luz. TIEMPO carretel de albor interminable. Tiempo escabroso a la vera de la luciérnaga sin luminiscencia. Se desagua el tiempo a partir de la aurora. Ruina del tiempo. Agua del tiempo. Espejismo y anarquía de un sombrero entre el viento y el silencio sabio del tiempo. TIEMPO maléfico. Tiempo subyacente. Tiempo maleable. Tiempo bienaventurado. Ojalá del tiempo. Resbala tiempo. Estupideces desorientan el sentido del tiempo. Tiempo genuino en la hondura del espejo. Tiempo sublime cuando el cóndor andino con su jaula de aire a cuestas sisea sus constantes viajes. Olor a romero en el aparador del tiempo. Tiempo orgásmico. Origen del tiempo enclaustrado en el primer nacimiento de la piedra. Alambre cuelga tiempo de trinos. Tiempo del tiempo mártir. Sarcástico tiempo del pájaro dentista en la boca abierta del cocodrilo. Tiempo codificado en dinero esclavista. Brazos se encharcan de tiempo ruin. Tiempo asesino en psicologías macabras. OCHO palabras para hallar con exactitud el tiempo más allá del tiempo.


(Publicado originalmente en el portal "EL QUINDIANO"

y transcripto por expresa voluntad del autor)



LA CIUDAD DE LOS SAUCES

por UMBERTO SENEGAL


Están juntos en la ciudad. Aunque comparten calles o alcobas, son desmesuradas las distancias entre ellos; lejanías que no se recorren asistiendo a la misma iglesia. De pronto, un saludo. Lo obvio de un saludo rutinario para acortar distancias entre seres semejantes, pero distintos, es la única opción.


Desde la madrugada hasta el anochecer, caminan unos junto a otros, mirándose de soslayo, con un tratamiento igual al que sostenían los lugareños antes de ellos llegar. Soportan esas pequeñas diferencias que, con el transcurso de su estadía nunca anunciada, dan a la ciudad atmósfera de melancolía que nadie soporta.


Aunque los foráneos imitan gestos y costumbres, nada de la ciudad les pertenece. Ni los árboles. Ni los perros callejeros. Nada, aunque lo utilicen todo con desespero. Arraigan en cualquier hogar. Corren tras los perros en imposibles movimientos de ballet clásico. Están sobre los árboles, quietos en las ramas y mimetizados entre flores, o en el suelo, revestidos con hojas secas y quebradizas como ellos.


¿Qué buscan en este lugar? Los niños son los únicos que no se mortifican con tales visitantes, ni se escandalizan con sus extravagancias, tácito acuerdo de tolerancia entre ambos. Cualquiera pensar que aquellos no ven a los visitantes y estos tampoco sospechan la existencia de niños en la dudad. Sucesos como el de la mañana cuando las calles amanecieron con rayuelas, centenares de rayuelas pintadas sobre el pavimento, en andenes y parques. Sólo respetaron predios aledaños al museo. Los niños se inculparon para encubrir a los autores del entramado, que fueron los visitantes. ¿Quiénes más? Los niños protrestaron, mostrando sus manos pintadas de verde, rojo, azul y negro, colores de las rayuelas. Sus pantalones y camisas con manchas de pintura. Chisguetes en las mejillas. Argumentos válidos en apariencia, si no hubieran estado los visitantes, sobre quienes recayó la culpa aunque ninguno dijo nada.


—¿Usted los vio, Marcela? -preguntó la profesora a la niña.


—Mi mamá también -dijo ella.


—¿Muchos? -miró por la ventana.


—Están por todas partes -aseguró la niña.


—¿Cuántos, Marcela?


—¿Cuántos alumnos hay en la escuela, profe?


—Ochocientos seis con usted.


— Entonces hay el triple -dedujo la niña.


—¿Quién le rasgó el bolsillo de su camiseta?


— Son inofensivos: llegan por el aire.


—¿Por el aire?


—Como caen las hojas.


—¿Como caen las hojas?


—Y caminan hacia donde olfatean gente.


—¿Caminan? -se sorprendió la profesora.


— Eso parece.


—¿Como nosotros?


— Parecido.


— ¿Así como yo? -saltó por el salón, derribando sillas.


—Cuando se trasladan son viento suave y perfuman por donde pasan.


—Si son inofensivos, ¿por qué entró corriendo al salón?


—Para anunciar su visita. Así fue en la otra escuela.


—¿En la otra?


—En todas. Anunciaron su llegada. Cuando nos sentamos en silencio, aparecieron por todos los lugares, como hormigas.


Llegan a casas y apartamentos, porque sus moradores se obsesionan por vender cualquier cosa. No compran. Ninguno compra durante las interminables jornadas en que los visitantes se sientan en la sala, contemplando un jarrón o cualquier objeto a su alcance. Su obsceno jadeo exalta al más indiferente. También se sientan en las camas a peinar sus largas cabelleras. Jadean y uno piensa: “Ya viene el rechazo”. “Van a revelar mis secretos”. “Me condenarán sin remedio”. “Lo saben todo y por eso nada dicen». Uno lo piensa y se atemonza mucho, pero nunca sucede nada. Son jueces en total silencio, excepto por su esporádico jadeo.


A la casa de Clodomiro llegaron varios, porque él salió a ofrecer la licuadora queheredó de su madre. No es fácil soportar a un amigo insistiendo durante un mes para que le compremos su vieja licuadora. También a la casa de Mardoqueo. Hombre insensible, Mardoqueo aparece en cualquier lugar con varios volúmenes de (as obras completas de Gustav Meyrink, ofreciéndolos a precios irrisorios. Nadie compra. La obsesión, desde cuando llegaron los visitantes, es por vender. Estaban en la biblioteca de Mardoqueo y eran tres. Al bailar cogidos por la cintura, parecían seis.


En la Casa de la cultura, Griselda, recién llegada de Francia, suplicó durante cuarenta días que compraran el sombrero que le regaló la novelista Amélie Nothomb. “Huele a Nothomb”, vociferaba Griselda con el sombrero en alto para resaltar las cualidades de tal prenda. “Huele a Nothomb”. Y entre el perfume de los visitantes, se expandía el olor a manzana podrida, a cereza podrida, a guayaba agria en descomposición.


— ¿Qué sucedió con el sombrero?


—Se lo quitaron.


— ¿Los de la ciudad?


— No, ellos.


— No han sido violentos, sólo curiosos.


— Se lo arrebataron a Griselda cuando entró a la oficina.


— ¡Pobre Griselda! Admira mucho a Nothomb.


— Ese sombrero era su fetiche desde cuando llegó de

Francia.


— Uno de ellos lo lleva puesto.


— ¿Se los viste?


— Esta mañana, en el bus de La colina.


— Debe ser otro lector de Amélie. ¿Ellos leen?


—Parece que sí. A varios les he visto El libro de Nod...


— Griselda amenaza con suicidarse.


— No lo hará.


— ¿Estás seguro?


— No hará el menor intento.


— ¿Porqué tan seguro?


— Por la cantidad de sauces. Mientras ellos sigan aquí, con nosotros y con los sauces, Griselda no atentará contra su vida.


—Además, a Griselda le encanta la neblina.


— Sí, ellos son parte de la neblina durante las madrugadas.


De la casa de Eduvigis no se fueron durante toda la semana. Eduvigis es insegura. Se sonroja con sólo mirarla directo a los ojos. Salió a la puerta de su casa y ofreció el violín que le enviaron de Cremona. Un fino violín que reemplaza la presencia de cualquier hombre en su vida. Eduvigis cantó con voz parecida a la de Anjani Thomas. Danzó por el corredor, amándose con el violín. Tampoco pudo venderlo.


El violín de Eduvigis y el sombrero de Griselda. La licuadora de Clodomiro. Mardoqueo y Meyrink. En cada casa de la ciudad hay una persona y un objeto que tal persona desea vender a cualquier precio. En toda la ciudad no hay una persona que quiera o pueda comprar algo. Y los visitantes, observando en silencio esas transacciones imposibles. Tantas prendas y objetos en la historia de cada persona en esta ciudad. En ocasiones, los objetos son más importantes que las personas.


Respecto a Griselda, quien se suicidó dejando una nota con un fragmento del libro de Amélie, por un tiempo creyeron que había logrado vender el sombrero, pero luego se conoció la verdad.


Pertenece al libro Higiene del asesino:


“Si un escritor no goza, entonces debe detenerse al instante. Escribir sin gozar es inmoral. La escritura lleva en sí todos los gérmenes de la inmoralidad. La única excusa del escritor es su gozo. Un escritor que no goce, sería algo tan repugnante como si un hijo de puta violara a una niña sin ni siquiera gozar, que la violara por el simple hecho de violarla, para infiingirle un daño gratuito. La escritura lo jode todo: piense en la cantidad de árboles que ha sido necesario cortar para el papel, en los sitios que ha habido que buscar para almacenar los libros, en el dinero que ha costado su impresión, en el dinero que le costará a los eventuales lectores, en el aburrimiento que esos infelices experimentarán al leerlos, en la mala conciencia de los miserables que los comprarán, pero no tendrán suficiente valor para leerlos, en la tristeza de los amables imbéciles que los leerán sin comprenderlos, pero, sobre todo, en la fatuidad de las conversaciones que sucederán a su lectura o a su no lectura”.


El libro estaba al lado de su cadáver. Ambos húmedos de vino. Más importante e! Ubro que el cadáver de Griselda. En ocasiones, los objetos se vuelven más importantes que las personas, por ejemplo ese sombrero, esa licuadora. Los objetos primero aunque nadie los adquiera. Y después las personas. Los visitantes sacaron millares de fotocopias de este fragmento y las dejaron por toda la ciudad.


Desteñidas alfombras. Rastrillos de cobre. Máquinas de escribir. Relojes de arena.


Animales disecados. Colecciones de estampillas. Monedas. Centenares de discos.


Libros. Cada objeto ofrecido, denuncia la presencia de los visitantes.


Encontraron a Eduvigis ahorcada. Al lado, su violín lleno de hojas de sauce. Ellos no estaban en su casa: huyeron, porque los cadáveres no les agradan. Tanatofobia que también es común entre los habitantes de la ciudad.


—¿ Quién mencionó los cadáveres?


—En la escuela.


—¿Pero quién?


—Niños, profesores, las señoras del aseo.


—¿No crees que eso quieren ellos?


—Que nos suicidemos todos, hasta dejar muerta la ciudad.


—Muerta no, con ellos: sólo la ciudad con ellos por las calles.


—Es la misma.


—Por eso no han debido venir.


—Pero vinieron y tratan de vivir como nosotros.


—Así no podemos convivir.


—Tienes razón, alguien sobra.


—Todos sobramos: tú, ellos, yo...


—Nadie es imprescindible.


—Cada día sobramos más. Es insoportable.


—¡Nadie es importante para ninguno!


—Entonces... que se vayan.


—¿Crees que podríamos vivir sin ellos?


—No sé, estamos tan acostumbrados.


—Tampoco ellos pueden vivir sin nosotros.


— Están acostumbrándose.


— En tu casa hay cinco.


— Dos nada más, pero los siento como multitud.


— ¿Compraste algo?


— Si hubiera vendido mi flauta...


— Eduvigis tenía razón.


— Anoche, alguien interpretó en su violín...


— ¡El Trino del diablo!


— Sí, El Trino durante toda la noche.


— Las calles estaban llenas de sonámbulos.


— Ninguno escuchó El Trino, por fortuna.


Lo absurdo es la normalidad en la ciudad. Aparente normalidad. Lo cotidiano de los eventos. Pocas veces se les encuentra en una calle, en un bus o un ascensor. No están por los parques, a pesar de su constante presencia repugnante y densa. Se desconoce de dónde salió el cuento de su ingravidez. ¿Su aroma? Apestan. Un tren de carga habría sido el apropiado para transportarlos. La gente finge ignorarlos y cuando se habla de ellos actúa como si ocurriera en otra ciudad.


Vinieron en el tren del amanecer. La estación queda cerca del matadero municipal. Solicitaron tiquetes hasta la ciudad cercana, y ahí no se bajó ninguno. Tampoco regresó nadie, aunque el tren retomó dos horas después de llegar. Viajaban disfrazados, de otra manera no los habrían admitido. Llenaron los vagones. Centenares de cabezas blancas tras las ventanillas y el tren a máxima velocidad. Viajaron durante la noche, cuando el tren no se detiene en ningún lugar. Tampoco habría podido detenerse con ellos allí sentados, indiferentes a las oscuras siluetas de las montañas. El tren sabía cuál era el destino de su inusual carga: nuestra ciudad. Parecía un tren automático, por eso creen que llegaron en el tren y no por el aire. Pudieron haber elegido otro medio, pero ese tren llega en la madrugada. Podían caminar, aunque no los imaginamos dando saltos, ni arrojándose de los vagones en movimiento. Si alguien no les habló de los sauces, pudieron verlos desde cuando el tren cruzó el túnel cerca del río. Desde ahí, los sauces son notorios.


Les emociona caminar por entre sauces y esa pudo haber sido nuestra mala suerte. Tantos sauces en la ciudad. Tantos sauces. En la ciudad. Ellos llegaron una semana antes de los árboles comenzar a florecer. Hasta aquellos que nunca florecen, grandes y pequeños. ¿Estaciones?... En esta región, las estaciones suceden en un día. Dispóngalas en cualquier orden y aquí suceden a la vez: verano, primavera, otoño, invierno. En una semana o en un mes. Toda la región es así, pero en particular esta ciudad. Cuando los visitantes llegaron, era cualquier estación, Una semana antes de entrar los visitantes, no sólo florecieron los guayacanes amarillos, también los sauces que parecían esperarlos cuando bajaron del tren. Las plantas que podían florecer, florecieron. Las otras, también. Extraño espectáculo que inquietó a los habitantes de la ciudad.


Abundaron explicaciones de expertos en el tema. Con los visitantes aquí, lo mejor es no salir demasiado a la calle. No saludar vecinos, porque cualquiera puede ser uno de ellos. Tendríamos que pensar, entonces, que los árboles, ahora marchitos, están así por su culpa. Súbita primavera donde las flores decidieron adelantarse y sostener, por más tiempo del acostumbrado, su floración. Flores melancólicas. Bastaba con que ellos las miraran con detenimiento y las flores adquirían esa tristeza que usted les descubrió al llegar.


—¿ Va a salir tan oscuro, abuela?


—¿Le parece? Son las diez.


—Se maquilla demasiado.


—¡Se entromete con mi rostro, niña!


—La invitaron a la reunión quincenal, ¿ verdad?


—¿ Tengo ajustada la peluca?


—¿Irá sola, abuela?


—Nada me pasará, son tan amables...


—Se dejó convencer.


—Ni su abuelo me miraba como ellos lo hacen.


—A la abuela Lucrecia también la invitaron.


—¡Son tan galantes!


—Invitaron a la abuela de Godofredo y a la de Helmo.


—¡Tan descomplicados con sus trajes de Arlequín!


—Invitaron a cuantas tienen su misma edad. ¿No le parece sospechoso, abuela?


—No olvidamos los pasos del vals: aquí, allá, dejándonos llevar por sus largos brazos. Sus largas cabelleras en el aire. El perfume.


—¿Está decidida a ir, abuela?


—¡La camándula, por Dios, niña! Casi olvido la camándula. Búsquela

en el nochero y me la trae. Ellos la solicitan en la entrada.


—¿ Le presto mi brillo labial?


—Lo usaré toda la noche.


—¿Se irá a pie hasta el estadio?


—Llegará a tiempo.


—Sí, abuela, a tiempo. Lleve el abrigo.


—¿El rojo?


—A ellos les gusta mucho el rojo. Pintaron de rojo las estatuas, las torres de la iglesia y la mayoría de rayuelas.


Para no mirarlos, la gente lee el periódico en la calle. Centenares de personas por las calles, ocultándose tras los periódicos. Fingen, lápiz en mano, resolver el crucigrama o subrayar alguna frase. Pero no leemos. Es una premeditada simulación. Si es posible, chocamos entre nosotros o nos golpeamos con los postes del alumbrado público para no mirarlos de frente. Podrían marchitamos igual que lo hacen con algunos árboles florecidos. Los tulipanes japoneses no han vuelto a florecer. Amparados por los periódicos, ignoran el lento paso de los visitantes y su manera singular de inmovilizarse en cualquier esquina. ¿Mujeres entre ellos? No, ninguna mujer. La única, es la de Fulgencio y él anda buscándola porque se obsesionó con su música. Pero puede ser invento suyo, quién sabe. ¿Quién se atreve a confesar la verdad? Ellos mismos son los visitantes. Nadie ha venido al pueblo y el tren no existe en esta región.


Descenderé sobre el techo y revelaré la realidad. Alguien debe terminar con tantos miedos e hipocresías, antes que la gente se vaya de la ciudad y nos deje solos. Alguien debe. Alguien.l

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