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Atril literario. Invitada: LUNA GONZÁLEZ

Actualizado: 16 abr 2023

A LA ESPERA

por IBÁN DE JESÚS ALARCÓN MARÍN, "GATO 777"

Me he dedicado sin temor en las dos últimas décadas a esperarte muerte aún cuando nadie me hablo bien de ti a esos les hago caso omiso pues de mi tampoco se habla en buenos términos En esto creo que andan muy equivocados

Te espero por que me imagino que allí donde terminan los ocasos los coloridos arcoiris Donde los sentidos se funden con la irrealidad Y nada sabe a nada no hay tiempo no hay sueño no hay amor no hay religión ni esos traumas de la pubertad que afectaron a los que sufren En la clandestina existencia

Porque no hay ciencia que limite la enfermedad Por que no hay rechazo de los temerosos Por que el miedo ya esta constitucionalmente relevado Porque no hay dios ni adioses

Te espero alliTe espero muerte sea dormido casual o de repente sea natural o de mera alegría te he esperado aún cuando no pienso en ti cuando en desvelo se desvanece Otra posibilidad de esperanza Me alegra la tristeza se cuanta Felicidad me puede otorgar Aun cuando espero la muerte.


QUIERO

por: NINFA MARÍN ESCUDERO










Quiero tenerte ahora, en este instante, aquí presente y tocarte y sentirte y mirarte, para saber si de verdad existes, o sólo fuiste un sueño, una quimera, una ilusión que se esfumó de pronto, que me dejó en el alma un soplo de esperanzas, de anhelos reprimidos, de noches solitarias, de diálogos truncados, de hijos no nacidos,

de esperas nocturnales, de un amarte y no amarte, de un odiarte y no odiarte, pero no de olvidarte.


EBRIO DE LUNA

por: JOSÉ ADELNIDE GIRALDO HERRERA

Ebrio de luna soñador de afectos cansado de esperarte bebo a tragos el viento susurrante. Ebrio de luna lanzo al mar mis ojos y apenas tenues sombras se perfilan en mis ansias de amarte. Tu imagen deletérea divaga por mis profundas ansias y pierdo en los contornos del recuerdo los aromas de infancia cuando escondidos tras la vieja estancia me saciaba de verte de besarte y tenerte, de mimarte, de sentir tu fragancia.

Ebrio de luna, soñador...

Los años se tragaron mi estancia.


LUCIÉRNAGA ENCENDIDA

por: ALEXÁNDER GRANADA RESTREPO, "MATU SALEM"

Y lejos de ser

A mi vista

Ante mis ojos

Una luciérnaga encendida

Majestuosa inmortal

Sublime despecho

Que perdiste al destino

Engañando

Suprimiendo

Sublime guerrera

De ojos carmesí

Eterna y radiante

Eres

Ante mis ojos

Aquella luciérnaga encendida

Inmaculada

Áurea

Alada

Me has dejado atónita

Desconcertada

En silencio...


Eres bella

Ante mis ojos

Ante los del mundo

Y lejos de arrepentirme

Hoy afirmo que te quiero

EL VIAJE

por: ALEXÁNDER GRANADA RESTREPO, "MATU SALEM"

Aquí voy con esta vida, contando los años sumando vivencias, haciendo malabares con la risa y el dolor. Parezco caminar descalzo; mis pies se han quemado de tanto andar sobre carbones encendidos. Siento el frío de la tarde, y reconozco el calor que llegó del mediodía.

En el parque, dos enamorados

eligen teatralizar sus rituales amorosos. Los enamorados viajan en "imaginariones", no usan el tiempo;

no lo usan para evadir los decretos del Altísimo;

saben que el tiempo los conoce y los obedece. El tiempo carga la conciencia. Cuando los enamorados

descubren la inconmesurabilidad de sus caminos,

se detienen, tiran el ancla;

y es allí, en la pequeña isla

que se forma en medio del mar de las incertidumbres,

cuando exclaman: ¡Tantas esclusas! ¡tantas estaciones!

para llegar a tu alma.

PARIS

por: XIMENA GAUTIER GREVE (CHILE)

Quisiera ser un ave

para cantar mi ciudad

porque solo desde el cielo

me la puedo imaginar.


Es lugar de bulevares,

y de parques, perspectivas

que se sueñan infinitas

desde el Arca en La Defensa

hasta el Arco de Triunfo.


Donde mis paseos van

con el arte de los grandes

cruzando las Tullerías

y llegando a la Concordia

para caminar sin pena

por los Campos Elíseos

y también de Trocadero

bajar a la Torre Eiffel.


Es Paris mi ciudad alma

la que me volvió a mi historia

me salvó de mis dolores

me rescató de la muerte

me devolvió la palabra.


Amo Paris la mañana

en la Fuente frente al Sena.

Amo Paris al almuerzo

en los restaurantes griegos.

Amo Paris en la tarde

leyendo en el Beaubourg

estudiando en Facultades,

la Opera y los conciertos

Palacio Garnier y Bastilla.


Cuando llueve, cuando truena

amo Francia y Notre Dame.

Amo Paris cuando es hora

del amor y de la luna

que va cayendo serena

de Montmartre hacia Pigalle.


Amo Paris à chaque instant

porque vive y te libera

y en Paris todos los hombres

y mujeres son humanos

y también los travestistas

y los sexos irisados

y en amores no hay rencores.


Amo Paris y sus noches

con sus templos de revistas

con la magia del desnudo

ligereza y canciones


Amo Paris y sus brisas

que pasean en las calles

el amor en los bolsillos

vino tinto en las caderas

sin que a nadie le moleste

¡es Paris que te saluda!

RUTINA

por: MERARDO ARISTIZÁBAL
















Ya me canse de tu sonrisa, de tus ojos, de tu cara... Ya me canse pero nos gusta mentirnos.


SUSÚRRAME

por ESPERANZA RAMOS YAÑEZ

Susúrrame suave al oído cómo seré tuya dime en una sola frase cómo te sumergirás en mí, cómo aspirarás mi aliento y mi vida. Exprésame tus fantasías y permíteme cumplirlas, llenando de alucinaciones mi mente, trastornando mis sentidos. Poséeme como aliento de vida y tómame tantas veces, que desfallezca de placer ¡que quiera morir y renacer! Sedúceme en un susurro para dejarte mi cuerpo embriago de placer para que bebas de el para que te sacies en el. ¡Susúrrame en todos los tiempos! ¡Susúrrame en todas las estaciones! ¡Susúrrame en todos los espacios! pero nunca dejes de susurrarme.


JESÚS CRISTO, ESTÁS AQUÍ

por MARCO ROGELIO RUBIO LÓPEZ (MÉXICO)

En una corona de espinas

sabia enseñanza dejó,

de humildad en su grandeza

soportando el cruel dolor.


Y en fracturados maderos

su cuerpo mortal expiró ,

desprendiendo desde siempre

su Espíritu Divino de Dios.


Para estar entre nosotros,

su Alma infinita de Amor.


Un sublime mandamiento

de memoria al corazón,

con significado glorioso

para todo tiempo dejó:


"Amar a Dios... y a tu prójimo,

como a ti mismo."


Quien atienda este llamado

sin ser vana invitación,

hará de la vida el cielo

como Hijo Amado de Dios.


"Amar a nuestros semejantes,

es alcanzar el verdadero

estado de bienaventuranza."

¡GLORIA A DIOS!


ULTIMA NOCHE

por LUNA VICTORIA GONZÁLEZ* (ARGENTINA)

¿Cuando me convertí en alguien que fuma

Tantos cigarros

Que vive en la oscuridad de la noche

Y duerme con la melancolía de la vida?


Cuando fue que me convertí en esto

Me pregunto en el insomnio de mis sábanas

En el observarme en el retrato del agua

Y al buscarme bajo la cama

Convirtiéndome en moribundo

Perdido y desafortunado

Caminando en la última noche

Viendo la última luna

Escribiendo

El último poema


*Esta joven escritora argentina de apenas dieciséis años. Escribe desde el 2018. Recientemente, publicó "Gritos ahogados en té". A su vez, compartió textos propios en la emisora Radiojar de su país. Participa de manera activa en talleres literarios, de escritura creativa y en eventos de lectura. Suele presentarse a sí misma, como "Leo y después existo".




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EN CASA MUSEO OTRA PARTE

VALENTINA ROJAS


QUIERAS O NO

VIENTO DIVINO


LA MUJER PERFECTA

CAS YELA


EL DUELO

ALEXÁNDER VÉLEZ GONZÁLEZ


SONETO DE TUS IRES Y VENIRES

JOHANNA RODRÍGUEZ SUÁREZ




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OSWALDO

UMBERTO SENEGAL

CREO QUE mi madre por fin se moría. Pero mientras tanto, solo tenía palabras y aire para repetir que llamaran a su otro hijo, a mi hermano medio, para despedirse de él. Necesitaba decirle algo personal y entonces moriría serena. Un acontecimiento sentimental, teatral, que sucede con mucha gente y conmueve a los asistentes a la agonía del familiar que aburre con tales solicitudes. Quince años sin verlo. En realidad, 16 años sin saber nada de él. Trece, sin que a ninguno de los dos le importara nada el otro. Cada cual en sus oficios. Para mi madre era más importante perfeccionar una receta de cocina que averiguar el oficio de sus hijos. Seis, sin contar los dos que abortó. Alguna vez le dije, “madre, para ti habría sido mejor abortar a Oswaldo”. No respondió nada porque pelaba cebolla de huevo.


Y ahora cuando se moría y no había tiempo para nada, mucho menos para reconciliaciones inoportunas, sino para morirse rápido y en paz, su agonía solo le daba para reclamar, llorando, arrojando las fétidas cobijas al suelo y orinándose en la cama, la presencia de tal imbécil. No quería irse del mundo sin hablar con él. Yo no sabía nada de mi hermano. Años atrás, lo único que supe de él fue cuando en una casa de prostitución alguien le propinó una puñalada en el estómago. Pregunté si había sido con navaja o con cuchillo y no me supieron responder.


Si hubiera estado por allí cerca, con certeza no lo habría llamado, para no acrecentar la conmovedora teatralidad de mi madre llamándolo exasperada. “Señora, por favor, tráguese el caldo y después llame a su hijo, coma alguna cosa, por lo menos para que muera llenita”, le escuché decirle a la enfermera una tarde que entré de improviso. Completó cinco días, o siete, no sé, nadie hace piadosos cálculos matemáticos con una madre y su larga agonía, suplicando que le traigan a uno de los hijos que lleva muchos años sin verlo. Una de las enfermeras, gorda y marimacho, de cabello crespo, corto, que me preguntaba siempre si de verdad, con esta forma mía de comportarme aquí en la habitación, yo era familiar de la señora enferma, me reprendió cuando insinué la posibilidad de taparle la boca con una gasa, un esparadrapo o algo de tipo médico. “Señorita enfermera”, le dije señorita para fastidiarla, “puede incomodar a los enfermos vecinos, no los deja dormir”.


No comprendo por qué tanta gente a punto de morir se impacienta por ver a alguien en particular. Tuvieron tiempo en vida y vienen ahora, en una habitación oliendo a alcohol y medicamentos, entre estertores, a importunar a la familia, los amigos y los visitantes que llegan para verificar si ya murió. La energía que gastaba llamando a mi inaccesible hermano, le habría servido para vivir otra hora. O para llegar más lúcida al cielo, el infierno o la nada. Mi madre se enorgulleció siempre de ser atea. Con seguridad, la nada la esperaba con los brazos abiertos para celebrarle su incredulidad.


El sacerdote que le aplicó la extremaunción, estaba impacientándose cuando ella le preguntó por centésima vez si él era Oswaldo. “No, señora, no lo soy, vine ayudarle a morir porque su hijo me pidió el favor de acompañarla”. “¿No será acaso sacerdote? Yo soy atea”. “La profesión no importa. Su hijo me pagó y por eso vine, señora, no soy Oswaldo. No conozco a ningún Oswaldo ni quisiera ser Oswaldo. Un nombre como para colocárselo a un gato.” Si alguien se pregunta qué hacía un sacerdote tripudo y malgeniado en la habitación de una mujer atea próxima a morir, lo único que puedo decirle es que él era hermano de ella y mi madre le debía mucho dinero.


Cuando lo vi preparándose para aplicarle el sacramento de la extremaunción, me fui para el sanitario, frotándome el estómago y me encerré allí algún tiempo. “Me cayó mal la comida que le dejaron a mi madre”, me disculpé. Aunque largaba una y otra vez el agua del sanitario para no escucharlo, me llegaban sus palabras:


“Por esta santa Unción y su benignísima misericordia, te perdone el Señor todo lo que has pecado con la vista, con el oído, con el olfato, con el gusto y la palabra, con el tacto, con el andar. Kyrye eléison, Christe eléison, Kyrye eléison. Te rogamos, Señor, mires con benignidad a tu sierva que desfallece con la enfermedad del cuerpo, y fortalece al alma que creaste para que enmendada por los castigos reconozca que ha sido curada por tu gracia. Por Cristo nuestro Señor. Padre omnipotente, eterno Dios que infundiendo en los cuerpos enfermos la gracia de tu bendición conservas tu criatura con gran piedad, atiende benigno a la invocación de tu Nombre para que a tu sierva, libre de la enfermedad la levantes con tu diestra, la confirmes con tu fortaleza, la defiendas con tu poder y la restituyas a tu santa Iglesia, con toda la prosperidad que desea. Por Cristo nuestro Señor. Amén”.


No había dicho que Oswaldo es el nombre de mi hermano medio. ¿O sí lo dije? Osualdo, pronuncia mi madre. Así con la vocal u: Os-u-al-do. Fastidioso vocablo que ha repetido mil veces. Iba a decir un millón pero me quedo corto y cualquiera pensará que tengo algo contra mi santa madrecita. De los seis hijos, solo tres la visitamos con alguna frecuencia. En esa gélida habitación éramos dos los agonizantes: mi madre repitiendo ¡Osualdo, Osualdo, Osualdo, Osualdo, Osualdo, Osualdo, Osualdo, Osualdo, Osualdo, Osualdo, Osualdo, Osualdo, Osualdo, Osualdo Osualdo, Osualdo, Osualdo, Osualdo, Osualdo, Osualdo, Osualdo! y yo, mientras intentaba resolver el crucigrama o leía a Condorito, escuchándola como en el tormento chino de la gota de agua que martilla y taladra suave e insistente la cabeza. Oswaldo, ese hermano medio del que mi madre nunca quiso revelar quién era el padre para no despertar desconfianzas en los otros cinco. Yo tampoco conocí el mío y a eso no le encuentro ningún problema. Con el carácter de nuestra madre fue más que suficiente. Les aseguro, es más cómodo pasar por el mundo sin un padre al lado pretendiendo educarlo a uno como él es o como eran los abuelos.


Molido por la incansable petición de mi madre y para acelerarle su partida de este hermoso planeta, salí del hospital y compré un maniquí masculino. Casi no me lo venden, extrañados porque iba a comprar el muñeco de plástico y no la ropa con la cual lo tenían vestido. Una hermosa camiseta azul. Un jean de cuya marca no me acuerdo y botas Bramah. Con la h al final porque eran adulteradas. No debí hacerlo, pero les confesé que este maniquí iba a ser mi hermano durante unos minutos. “¿Su hermano?”, preguntó una atractiva dependienta, de apetitosos senos, que estaba allí cerca observando la manera como peinaba yo el revuelto cabello del maniquí. “Es decir, medio hermano, del que ya ni me acuerdo cómo es”, respondí a la muchacha, aprovechando la circunstancia para dialogar con ella y mirarle las tetas directo.


Le llamaré Oswaldo. Qué me importan su apellido, su profesión o el color de sus ojos. Mi madre, agonizando, no se daría cuenta que este Oswaldo tenía un ojo azul y otro negro. Allí al frente, habitación 36 del piso quinto, con un televisor frente a su cama, mi madre se muere y lleva varios días solicitando que llamen a Oswaldo para hablar con él. Va a revelarle un secreto que a mí, su hijo mayor, no me considera digno de escucharlo, aunque le he leído poesía de Whitman y de Pessoa, hasta las dos de la mañana. Una noche se provocó de que le silbara los Sonidos del silencio. Una lluviosa madrugada tuve que silbarle diez veces Vírgenes del sol, parecido a como canta la soprano peruana Zoila Augusta Emperatriz Chávarri del Castillo, Yma Súmac. Y sin embargo insiste en la presencia de Oswaldo, de Os-u-al-do, quien ha peregrinado por todo el país y sin embargo no quiere o no puede venir a despedir a nuestra octogenaria madre.


Hice un movimiento como para abandonar el almacén. “Me lo venden o voy a buscarlo en otro sitio. Cóbrenme-lo-que-quieran”. Estas cuatro palabras los conmovieron y decidieron venderme el apuesto maniquí. Oswaldo fue siempre un vagabundo. Saltaba de ciudad en ciudad no porque le gustara viajar, sino porque en cada una de ellas cometía algo que lo impulsaba a desaparecer rápido. “No es necesario que lo envuelvan. Me lo llevo así desnudo”. Lo cargué, echándolo sobre mi espalda. Por fortuna el ascensor del hospital estaba vacío. Tuve la placentera sensación de cargar el cadáver de mi hermano. Entré a la habitación que no era la 36, y que tampoco tenía televisor, como mentí atrás, sino la 28. Ya lo saben, soy deplorable para memorizar números. Cuando cremen a mi madre haré un chance con el 3628. De todas maneras entré a la habitación correcta, donde ella agonizaba con el nombre de Oswaldo colgando entre la boca abierta, como una hinchada O entre sus labios resecos, y no a otra, donde se habrían impresionado viéndome con el maniquí en la espalda. Mi madre parecía muerta porque no hablaba. Tenía los ojos cerrados.


Aparecí con mi hermano al hombro. Un milagro para la desdichada mujer que no creía en Dios y mucho menos en milagros. “Madre, despierte, madre, Oswaldo acaba de llegar, no tuvo tiempo de comprarte una manzana”. Arrimé el maniquí a su cama, sosteniéndolo como si este caminara. Con una de sus manos golpeé suave la cabeza de mi madre, quien tardó varios minutos en reaccionar. El rostro de Oswaldo era circunspecto, como le corresponde a todo maniquí bien confeccionado. Semejante a la seriedad que ponen en sus rostros las modelos cuando desfilan en pasarela. Parecen enojadas con la gente y con los trajes que les ponen. Esto le iba a gustar mucho a ella.


Abrió los ojos, se le desinfló la o de la boca y preguntó: “¿Hijo?”. Imité cualquier voz: “Sí, mamá, Oswaldo, soy Oswaldo, disculpe la demora. Creo que llegué a tiempo”. “Osualdo, hijo, acércate un poco más, debo revelarte algo”. Senté al maniquí, casi encima de mi madre. Yo también tenía curiosidad por saber qué iba a confesar ella. “Osualdo, ¿me escuchas?”. “Sí, mamá, la escucho perfecto, no tienes voz de persona que va a morirse”. Dije, proximándome otro poco para no perder ninguna palabra suya. “Oswaldo, ¡no eres mi hijo y tu hermano tampoco!”.


Nueve palabras. Dos más que El dinosaurio, de Monterroso. Mamá se murió sin decir nada más. Solo para esto resistió varios días. Oswaldo y yo nos miramos sorprendidos. Me pareció ver sonreír al maniquí. Mi madre se quedó muy seria, con los ojos abiertos. Parecía reír por los ojos y por tal motivo no se los cerré. Levanté la cobija y acosté el maniquí, pegado al cuerpo de ella. Como si fuera a hacerle sexo. Por un momento los percibí como dos maniquíes o dos cadáveres. Los cobijé y salí de la habitación, antes que apareciera por allí la pesada enfermera a preguntarme respecto a mi hermano medio, allí acostado.


Seis y quince de la tarde. Estoy un poco retrasado. Debo ir hasta el almacén donde adquirí a Oswaldo, a encontrarme con la joven que allí trabaja y con quien, mientras hacía la compra, de manera discreta concerté una cita. Me dijo llamarse Adriana. El apetitoso culo de Adriana parecía tener la misma solidez del culo del maniquí. La vi esperándome en la esquina.


(Publicado originalmente en el portal ARRIERÍAS

y transcripto por expresa voluntad del autor)


LOS DELIRIOS DE APÓCOPE

CARLOS ALBERTO VILLEGAS URIBE


Romualdo Apocope Santillana era un apasionado de la concisión. La descubrió en las clases de castellano de su profesor José J. Bustamante. Quien la ponderaba como una de las virtudes del estilo y del buen escribir.de tal manera que lo incorporó al lenguaje coloquial; comenzó a llamar amá a su madre Graciela y Ferny a su amigo Luis Fernando García y Cony a su novia Constanza.De tal forma que su lenguaje coloquial se volvió afectado:


- Amá, Cony está de cumple. Que tal si invitamos a Ferny y se lo celebramos?

-

Pero el summun de su felicidad la encontró cuando el escritor Umberto Senegal le reveló los secretos de la minificción a tal punto que llegó a crear varios formatos del cuarto género y a enmendarle la plana al celebrado Augusto Monterroso . Asi que por considerarlo demasiado extenso reescribió el relato del guatemalteco:


El dinosaurio

Cuando Despertó el dinosaurio todavía estaba allí.


Dinosaurio

Cuando Despertó el dinosaurio continuaba allí.


RETRATOS POÉTICO DE ESCRITORAS

CARLOS ALBERTO AGUDELO ARCILA


DIAS PARALELOS Marguerite Duras – (Francia, 1914 – 1996)


Dramaturga, novelista, guionista y directora de cine francesa. Debutó como escritora con la novela de corte neorrealista Los caballitos de Tarquinia, 1953. Afirmaba haber salvado la vida al compañero de resistencia, el ex presidente Francois Mitterrand. Trabajó como periodista y defendió con entusiasmo el movimiento feminista. Su primera novela importante fue Un dique contra el Pacífico (1950). Otras novelas destacadas son Moderato cantabile (1958) y El amante (1984), con la que obtuvo en 1984 el Premio Goncourt, ­el galardón literario más prestigioso de su país­, y se convirtió en un auténtico best-seller mundial. Estuvo influenciada por el Existencialismo.

ESCRIBIR UN día. Escribir la sangre. Escribir el refugio. Escribir el viento. Escribir la palabra incierta. Escribir de lunes a lunes. Escribir la mujer ausente. Escribir el ropaje. Escribir la quimera. Escribir algo. Escribir el silencio. Escribir el filo. Escribir la coartada. Escribir el rasguño. Escribir el cuchillo. Escribir el salto. Escribir la música. Escribir la desnudez. Escribir el polvo. Escribir el humo. Escribir el esqueleto. Escribir, escribir, escribir. Escribir en una noche, donde tú me ayudes a dejar de escribir la mañana aquella, cuando no te conocí y viajaste no sin antes parar en la tienda vacía para escribir, que jamás nos llegaríamos a ver. Escribir, escribir, escribir. Escribir la silueta. Escribir el espejo. Escribir la memoria. Escribir el olvido. Escribir, escribir, escribir. Escribir la fábula. Escribir el rojo. Escribir el incoloro. Escribir el rostro desahuciado. Escribir el trigo. Escribir el vino. Escribir el pan. Escribir, escribir, escribir.


Escribir, desaparecer entre el escribir. Escribir, escribir, escribir. Escribir, alimentarme de silencios, en seguida cavar en la fruta mi sed y el albor de la raíz. Me contengo, llego a la rutina, camino sobre hojas secas, tomo conciencia del verdor más allá de la brisa, donde columpia el día de olores clandestinos. Dejo de escribir, algo me hala, salgo a la calle con deseos de pensar. Me es imposible pensar. Regreso a mi cuarto para pensar. ¿Pero qué sé yo de pensar? Sonrío y comprendo que no puedo pensar. No soy nadie para pensar. Y si pensara qué importa pensar. No es mi arte pensar. ¿Es necesario pensar? La fruta madura pronto se va a podrir, así sea yo una mujer con capacidad de pensar. Hago un jugo sin pensar. Lo bebo sin pensar. Me acuesto y no me atrevo a pensar. Mañana, como todos los días de mi vida, será un nuevo amanecer, donde jamás voy a empezar a pensar. Y soy feliz, aunque a veces me entra la duda si es necesario pensar, para aburrirme un poco. De pronto, leo hoja a hoja los frutos del bosque.


Leo trino a trino el plumaje en la altura. Leo luz a luz las sombras en el camino. Leo piedra a piedra los ríos del entorno. Leo nube a nube focos de azul en la lejanía. Leo poste a poste buitres al asedio. Leo hombre a hombre mujeres que limpian el día, del tercer canto del gallo. Leo tumba a tumba el pueblo por desaparecer. Leo ruido a ruido la ciudad, a la que nunca quisiera llegar. Leo niebla a niebla otro orbe, desde donde me observo en este mundo, en el que escribo palabra a palabra chamizos, coles, helechos, girasoles, esferas, barandillas y la pregunta de qué está encarnado mi silencio, cuando no escribo. Piedad por la idea que crucifica el destino inconcluso. Reciclo amaneceres grisáceos, junto al color fatigado del limonar. Días de desventuras, de sudor, de fraguar la huida del canto del gallo, por el tercer sendero.


Me ensimismo y empiezo a vivir de silencios, del blanco de los ojos ciegos. A vivir de cosechas por sembrar, de silencios, silencios, silencios, de trigo y mirlas. Doy de beber silencios al sediento. Silencios, ventanales en el silencio, desde donde pienso, a los 18 envejecí. No sé si a todo el mundo le ocurre lo mismo…ese envejecimiento fue brutal. Observo mi semblante en el espejo, relamo el verbo y la arrogancia perversa de una burla semejante a un ganglio extirpado, podría engañarme, creer que soy hermosa como las mujeres hermosas, como las mujeres miradas, porque realmente me miran mucho. Pero sé que no es cuestión de belleza sino de otra cosa, sí, de otra cosa, por ejemplo, de carácter.


Son las once, deseo que la barca donde lleven mis cenizas navegue en el rocío. Que desde sus riberas se escuche el danzar del tiempo. Se observe a la señora que lava sobre la piedra la vida misma, y yo quizá siendo un fantasma recorra cuartos y pasillos del buque silencioso, como ninguna vez lo hice en mi existencia. En alguna orilla divisar sombras andariegas, sombras de arbustos y niños encima de los arbustos de sombras abiertas, que dejan entrever las tardes de pueblos, que algún día visité. Sí, sombras como puertas de par en par, por donde se han de lanzar mis cenizas. Anochece, el mundo se encabrita río abajo. Nada queda. Nada acaeció, la historia de mi vida no existe. Eso no existe. Nunca hay centro. Ni camino, ni línea. Hay vastos paisajes donde se insinúa que alguien hubo, no es cierto, no hubo nadie.

Clarice Lispector Clarice Lispector – (Brasil, 1920 – 1977)

La biografía de una de las grandes escritoras de Latinoamérica, convierte a la brasileña en heredera de Kafka y desentraña los mitos que rodean su obra de resonancia universal, como cuenta Benjamín Moser, en el libro Por qué este mundo, sobre Clarice Lispector. Según el traductor Gregory Rabassa recordó haberse “quedado atónito al conocer esa persona extraña que se parecía a Marlene Dietrich y escribía como Virginia Woolf”. Autora de Cerca del corazón salvaje, Aprendizaje o el libro de los placeres, La manzana en la oscuridad y La hora de la estrella, entre muchos otros libros. Cuando murió, el poeta Drummond de Andrade escribió: Clarice procedía de un misterio y regresó a otro.

Hoy tengo un lenguaje de desafío, de devorar la presencia, de sangre fatal, de captar la cuarta dimensión del instante, de palpitar incierto, de agua desolada, de grifo cerrado al mundo, de anhelos y plumas en el estanque. Hoy mi lenguaje se va entre el hocico, para luego verlo aullar en el bosque, hasta tropezar con la abuela cuando se dirigía a casa de su nieta, donde se cocinaba rugido de tigre, trinos de espantapájaros y aullido de zorro. Hoy voy a conciliar la palabra, con mi caminar desprevenido. Hoy el vocablo está sombreado de abismo, donde el incienso aproxima lo indecible de la noche. Hoy vierto el río en el aluminio, donde se escuchan gritos de auxilio, caudal que arrasó con los habitantes del pueblo. Hoy mi palpitar coincide con el paso, seguido por huellas fantasmales. Hoy me siento culpable de haber nacido, de mirar a la anciana cubierta con la noche helada.


Me siento culpable de la sombrilla, del sol y el arado. Me siento culpable de creer en la rama y no en el fruto del sudor de cada día. Me siento culpable por aquellos que nacieron, para ser condenados por la verbena a olfatear la rutina de nada en su mesa. Me siento culpable de cuanto no sucede. Me siento culpable del aire que me deja fisgonear el danzar de la penumbra. Me siento culpable del olfateo de fantasmas.


Me siento culpable de la luz desprendida del vientre de mi madre, hasta la ulterior sombra de mi sangre. Me siento culpable de mis huesos, de mi carnalidad que han de hospedarse en el sitial de los gusanos. Hoy acontece una mudez escalofriante, algo sucede, son los intrusos, nadie quiere hablar de los intrusos. Llegan y se van sin dejarse ver. No son fantasmas. No son espíritus malignos, no obstante, los intrusos existen, aunque nadie lo quiera comprobar. Ellos son los dueños, de la casa abandonada. Ninguno quiere conversar sobre los intrusos. Las casas de vez en cuando salen de la niebla, y detrás de ellas los intrusos. Intrusos que dejan huellas malolientes. Los intrusos. Siempre los intrusos. Los intrusos. Los intrusos llenan sus cabezas de pájaros, aves que madrugan a permear los aleros con silencios extraños, como los intrusos.


Los intrusos son seres invisibles, entre las sombras de los gatos, que maúllan desde el tejado frente al sol. Los intrusos llevan entrañas de nuestras entrañas, merodean sin reconocernos desde allá del otro lado. Los intrusos. Siempre los intrusos que somos. Hoy soy tan misteriosa que ni yo misma me entiendo. Camino por un atajo hasta observar un lugar tranquilo, reflexiono y siento que este es el pueblo de la muerte, sus habitantes no tienen amarguras son serenos, sus miradas brotan de agujeros ásperos, se les observa sin prisa, cada paso por darse lo consultan con el oráculo, desconfían de la aurora, sus memorias olfatean alguna sopa vinagrosa, un pan descompuesto, una carne putrefacta, se regocijan.


Se dirigen a la mesa de la longitud del universo, donde se observan otros comensales, cuando vociferan la noche de la noche. En esta comarca hay un resquicio, por donde se vigilan algunos visitantes. Los pobladores de este territorio temen, porque pueden llegar a ser aplastados por la indiferencia de esas vidas. Hoy profano el brillo de la época imposible y entonces se escuchan los grillos mojados. La luz del miligramo no altera la oscuridad. Pues la oscuridad no es iluminable, la oscuridad es un modo de ser: la oscuridad es el nudo vital de la oscuridad, y nunca se toca en el nudo vital de una cosa. Hoy el universo gira alrededor de la hormiga, el viento y la hoja hacen un pacto de quietud.


El viento se forja en hoja, la hoja se vitaliza de viento, vertebra en el aire olor a polvo estancado. Hoy quiero decir la mañana y el éxtasis compenetrándose en el punto más oblicuo del ventanal. Hoy giro alrededor de la silla de polillas. Hoy me entrego al oficio de extraer del estanque mi propia mirada. Hoy hay muchas cosas por decir que no sé cómo decir. Me faltan las palabras. Pero me niego a inventar otras nuevas. Las que ya existen deben decir o que se consigue decir y lo que está prohibido. Y lo que está prohibido lo adivino. Si hubiese fuerza. Más allá del pensamiento no hay palabras: se es. Mi pintura no tiene palabras: está más allá del pensamiento. En ese terreno del se es soy puro éxtasis cristalino. Se es. Me soy. Tú te eres.

Del libro inédito DÍAS PARALELOS


(Publicado originalmente en el portal ARRIERÍAS

y transcripto por expresa voluntad del autor)

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