FRACTAL
por YANINA CERIANI (ARGENTINA)
Un fractal de mi vida Un refugio en mi cuerpo Una diáfana luz por la ventana Ruidos que ensordecen Silencios que se extrañan Y te vas… Te diluyes en el tiempo Un imperturbable corazón Un aciago que parece no acabar El inexorable paso del tiempo Una quimera en los relatos Y te vas… Confesiones indecibles Sueños inacabados Dolores lancinantes Un río de lamentos Y te vas… Una pausa en lo inmediato Lo incierto se vuelve eterno Y soltamos amarras La intempestiva muerte Claudican las almas Y te vas… Pero me escaparé del maldito tiempo Solo para verte Y eludir las horas Pero el destiempo nos ha encontrado Una parca misteriosa Me ha demorado A ti te ha encontrado Y un fractal… Y te vas… Autora: Yanina Ceriani Título: “Un fractal”
EN SUS BODAS DE ORO
por GERARDO MARIA PEREZ GIRALDO
Los dos son como luceros del cielo
resplandecientes. con amor sincero.
Viajan de la mano en la noche oscura
cantan al amor yse dicen : ¡Te quiero!
Y en sus nuevas nupcias se dan consuelo.
para los dos van mis letras de amor.
Jorge Carlos es su fiel compañero
con quien en la aurora oran con honor,
al Dios de la vida con mucho anhelo.
Lidia es tiernoenjambre de dulzura,
que a su hogar lo sazona con sabor
a la madre tierra que da ternura.
SER
por HELENA RESTREPO
No puedo ser otra para nadie,
ni siquiera para mí.
Durante años hice intentos;
fui la que mi padre quiso a medias,
la que otros quisieron a medias,
la que yo quise a medias...
La que soy esperó con paciencia
—como quien ama— su momento de ser.
Soy y amo en ella, me reconozco.
SIN NOMBRE
por JHON JAIRO SALINAS
Oh, señores congresistas, defensores de la inequidad,
negando la salud, con su actitud desalmada.
Mientras ustedes disfrutan de privilegios y bienestar,
el pueblo sufre, sin atención médica al buscar.
Sus discursos vacíos, llenos de promesas falsas,
mientras el sistema de salud se desmorona en las calles.
Recortes presupuestarios, decisiones sin sentido,
mientras la gente enferma, sufriendo en el olvido.
¿Acaso no les importa el sufrimiento humano?
¿O solo se preocupan por llenar sus bolsillos de dinero vano?
Mientras ustedes gozan de atención médica de calidad,
el pueblo se consume en la enfermedad y la adversidad.
Pero no se preocupen, señores congresistas,
la historia les juzgará por su falta de humanidad egoísta.
El pueblo despertará y reclamará sus derechos,
exigiendo un sistema de salud justo y perfecto.
Hasta entonces, seguiremos luchando sin cesar,
por una salud digna, que no sea un lujo para pagar.
Y ustedes, señores congresistas, quedarán en el recuerdo,
como aquellos que negaron la salud al pueblo.
PRIMER DUELO
por XIMENA GAUTIER GREVE (CHILE)
«Callar desde hoy es imprudente”… (José Martí)
I. Sobre las colinas azules de los mares fríos, en los delicados pétalos de las brisas y las piedras están cantando las angustias y el alba. Vienen acercándose como nubes enrojecidas, como vuelos de la inmensidad de los planetas que deslizan ruidosamente sin pedir permiso Los hombres y mujeres que fueron sangre nueva van acercándose a las puertas de sus viajes, con los corazones recogidos de tanta carga rojos corazones que aún están esperando, mirando caer tinieblas que también son rojas protegiendo la hierba al borde del camino enlazando el agua y el sol en sus conciencias con el alma cargada, con el alma cargada Aún inflamados los pechos se levantan y a pesar de todos los terrores y del compromiso del silencio con la cobardía, los jilgueros trinan y gritan los cormoranes nadie puede acallarlos ya nunca más porque Chile tiene una cita con la Verdad, en este preciso recodo de todos los caminos: aquí y ahora nos dimos cita, camaradas, sin saberlo siquiera, sin ni siquiera saberlo, porque el Destino pone los hombres cara a cara con sus actos y decisiones presentes y pasadas, frente a la Historia y a todo futuro posible. Hace mucho tiempo que nos cayó encima la curva siniestra de los conspiradores. Hace mucho tiempo que nos enderezamos y desenmascaramos a los viles felones confundidos en las dagas amarillas del crimen y del odio más abyecto. Pero esta es la historia amarga y triste de la muerte del poeta más amado, la historia de la muerte de Chile consagrado. Eran las cuatro de la madrugada. En la pequeña radio a transistores del poeta una voz conmocionada trasmite desde Argentina la inminencia del golpe de estado chileno: en Valparaíso sublevada, la Armada se movía. -«¡Felonía!»- gritó el gran albatros blanco abriendo inmaculado sus largas alas perfectas, al entrar sin temor alguno ni renuncio al círculo de las balas que lo acribillaban abriendo la puerta de la esperanza desesperada, de esa funesta Primavera, esa Primavera funesta. Pero más allá, lejos de Santiago y las bombas cayendo como las lágrimas de los años que vendrían, en las aldeas y los campos del verde intenso, recorriendo la brisa inmortal de la Isla Negra el gran poeta de los mundos abiertos oyó el último canto del compañero amigo, cayendo como caen los robles en el incendio, con la bandera en llamas. Yo no canto al presente ni al pasado solo el airado futuro voy construyendo por eso te llamo, hermano, hermana, niños porque estoy llamando a nuestra patria, aquella que dieron por muerta siendo que solamente estábamos sanando las heridas tras la masacre: ¡Porque sépanlo ustedes y sépanlo bien que las ideas no mueren y que el futuro es humano y no bestial! ¡Porque sépanlo todos y no lo olviden jamás que somos la sal y el agua de este mundo que no se pueden matar, porque no tenemos fin!
MEMORIAS
por ALEXÁNDER GRANADA RESTREPO, "MATU SALEM"
En el Libro de las Memorias de los que piensan en el Nombre del señor, se halló este escrito:
No prosperará la lagartija, si las hormigas no pasan por su lado. No prosperarán las moscas, si el mundo deja de querer ser corrompido.
Y más adelante, en el capítulo de los enamorados, en buena grafía, decía:
Gracias a las obedientes moscas, pude conocer lo putrefacto que tenías el corazón.
Entonces, te perdono ¡ arrodíllate ! teme e invoca el Santísimo Nombre del Señor; su presencia bastará para que seamos limpios como perlas, y podamos amarnos y ser uno.
LA CASA
por MARÍA LIGIA ACEVEDO
En la casa no están
ni su voz ni sus cuentos
para arrullar los nietos.
Tampoco ellos están.
Todos se han ido.
La casa, la alegre casa
es ya un nido sombrío.
AMANTE MÍA
por JULIÁN ANDRÉS MARTÍNEZ AGUIRRE*
La penumbra de tus ojos
Anuncia la noche en un tibio soplo,
Llegando en ella mi alma
Sosegada y vagabunda en busca de tu sed.
Tú, desnuda en tu cama,
Yo, mudo e inmutable
Mientras que nuestros sentidos aferrados y callados
Acarician suavemente las fraguas infinitas de lujuria
Que se enardecen en nuestra piel...
Dulce cabello de ángel colgado en el inmenso cielo,
Deja que tu luna se pose sobre tus pechos
Evidenciando las ganas de tenerte,
Intocable epifanía de tu divina esencia, verdugo de mi control,
Desata mi lengua y haz que pierda la razón.
¿Mi lengua? Si…
Posándose en la sabana de tu vientre terso y caliente,
Embriagándome de tu vino que mi calor más enciende.
Recorriendo tú oriente, tú occidente,
Tu norte, tu sur, al sur,
Más al sur lentamente,
Y con un grito perdido en mis manos
Hiere las sábanas con tus uñas,
Y gime como loca,
Muerde mi anular,
Dilata tus pupilas,
Sofócame en tu mar,
Que pronto quiero desbocarme
En tus entrañas sin avisar.
Morder tu cuello y escuchar la canción desaforada de tu corazón.
Sentir tus piernas estrangulando mi espalda,
Para luego alzar vuelo dejando que tu inocencia observe desde el espejo,
Como aquella niña de ojos tristes y callados se pierde en su propia endorfina.
Tócame, siénteme,
Déjame besarte como un animal hambriento
Y someterme a ese manjar que me ofrece tu cuello,
Y decirte al oído tímidas palabras como si fuera un niño
Y sentir tus caderas como si te hubieras enloquecido.
Ven, acércate mucho más,
Déjame ver tus desorbitados ojos como se esconden en tu sonrisa,
Dibuja en mi rostro con tus labios que el tiempo no existe,
Que mi tiempo contigo no ha terminado.
Y me hundo en tus senos, encendiéndome con tu calor,
Y posees mi alma desquiciada de tu ser,
Y escribes con tus jadeos poemas que no quieren terminar,
Y las estrellas y la luna y el cosmos y tú y yo
Quieren ser por un eterno instante
Uno con el todo y con la nada.
Y esfumarnos con el silencio
Y debajo de tu ombligo se desata un caos
Que desgarra abruptamente mi cuerpo.
Uno, dos, tres contracciones se desatan súbitamente
Anunciando el alba del portal de tus sueños.
Como hojas secas resbalas sobre mi pecho
Y una canción de cuna susurro en tu pequeño lecho.
Esta cama no está muerta,
Esta cama está más que viva,
Te siento toda, te siento mía,
En silencio, en mis brazos,
Soy tu sombra amante mía.
VIDEOS
DIÁLOGOS CON ALAN GONZÁLEZ SALAZAR:
INVITADA, CLAUDIA LÓPEZ
por DEYVI GUTIÉRREZ
"¿COMO ESCRIBIR UN RELATO DE 500 A 700 PAGINAS SIN MORIR EN EL INTENTO?"
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A LAURA MENESES
"EL VIEJITO DEL ACORDEÓN" (BAILE DE TANGO)
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ENSAYOS Y CUENTOS
RETRATO POÉTICO DE ESCRITORAS
por CARLOS ALBERTO AGUDELO ARCILA
Marguerite Duras
(Francia, 1914 – 1996)
Dramaturga, novelista, guionista y directora de cine francesa. Debutó como escritora con la novela de corte neorrealista Los caballitos de Tarquinia, 1953. Afirmaba haber salvado la vida al compañero de resistencia, el ex presidente Francois Mitterrand. Trabajó como periodista y defendió con entusiasmo el movimiento feminista. Su primera novela importante fue Un dique contra el Pacífico (1950). Otras novelas destacadas son Moderato cantabile (1958) y El amante (1984), con la que obtuvo en 1984 el Premio Goncourt, el galardón literario más prestigioso de su país, y se convirtió en un auténtico best-seller mundial. Estuvo influenciada por el Existencialismo.
ESCRIBIR UN día. Escribir la sangre. Escribir el refugio. Escribir el viento. Escribir la palabra incierta. Escribir de lunes a lunes. Escribir la mujer ausente. Escribir el ropaje. Escribir la quimera. Escribir algo. Escribir el silencio. Escribir el filo. Escribir la coartada. Escribir el rasguño. Escribir el cuchillo. Escribir el salto. Escribir la música. Escribir la desnudez. Escribir el polvo. Escribir el humo. Escribir el esqueleto. Escribir, escribir, escribir. Escribir en una noche, donde tú me ayudes a dejar de escribir la mañana aquella, cuando no te conocí y viajaste no sin antes parar en la tienda vacía para escribir, que jamás nos llegaríamos a ver. Escribir, escribir, escribir. Escribir la silueta. Escribir el espejo. Escribir la memoria. Escribir el olvido. Escribir, escribir, escribir. Escribir la fábula. Escribir el rojo. Escribir el incoloro. Escribir el rostro desahuciado. Escribir el trigo. Escribir el vino. Escribir el pan. Escribir, escribir, escribir. Escribir, desaparecer entre el escribir. Escribir, escribir, escribir. Escribir, alimentarme de silencios, en seguida cavar en la fruta mi sed y el albor de la raíz. Me contengo, llego a la rutina, camino sobre hojas secas, tomo conciencia del verdor más allá de la brisa, donde columpia el día de olores clandestinos. Dejo de escribir, algo me hala, salgo a la calle con deseos de pensar. Me es imposible pensar. Regreso a mi cuarto para pensar. ¿Pero qué sé yo de pensar? Sonrío y comprendo que no puedo pensar. No soy nadie para pensar. Y si pensara qué importa pensar. No es mi arte pensar. ¿Es necesario pensar? La fruta madura pronto se va a podrir, así sea yo una mujer con capacidad de pensar. Hago un jugo sin pensar. Lo bebo sin pensar. Me acuesto y no me atrevo a pensar. Mañana, como todos los días de mi vida, será un nuevo amanecer, donde jamás voy a empezar a pensar. Y soy feliz, aunque a veces me entra la duda si es necesario pensar, para aburrirme un poco. De pronto, leo hoja a hoja los frutos del bosque. Leo trino a trino el plumaje en la altura. Leo luz a luz las sombras en el camino. Leo piedra a piedra los ríos del entorno. Leo nube a nube focos de azul en la lejanía. Leo poste a poste buitres al asedio. Leo hombre a hombre mujeres que limpian el día, del tercer canto del gallo. Leo tumba a tumba el pueblo por desaparecer. Leo ruido a ruido la ciudad, a la que nunca quisiera llegar. Leo niebla a niebla otro orbe, desde donde me observo en este mundo, en el que escribo palabra a palabra chamizos, coles, helechos, girasoles, esferas, barandillas y la pregunta de qué está encarnado mi silencio, cuando no escribo. Piedad por la idea que crucifica el destino inconcluso. Reciclo amaneceres grisáceos, junto al color fatigado del limonar. Días de desventuras, de sudor, de fraguar la huida del canto del gallo, por el tercer sendero. Me ensimismo y empiezo a vivir de silencios, del blanco de los ojos ciegos. A vivir de cosechas por sembrar, de silencios, silencios, silencios, de trigo y mirlas. Doy de beber silencios al sediento. Silencios, ventanales en el silencio, desde donde pienso, a los 18 envejecí. No sé si a todo el mundo le ocurre lo mismo…ese envejecimiento fue brutal. Observo mi semblante en el espejo, relamo el verbo y la arrogancia perversa de una burla semejante a un ganglio extirpado, podría engañarme, creer que soy hermosa como las mujeres hermosas, como las mujeres miradas, porque realmente me miran mucho. Pero sé que no es cuestión de belleza sino de otra cosa, sí, de otra cosa, por ejemplo, de carácter. Son las once, deseo que la barca donde lleven mis cenizas navegue en el rocío. Que desde sus riberas se escuche el danzar del tiempo. Se observe a la señora que lava sobre la piedra la vida misma, y yo quizá siendo un fantasma recorra cuartos y pasillos del buque silencioso, como ninguna vez lo hice en mi existencia. En alguna orilla divisar sombras andariegas, sombras de arbustos y niños encima de los arbustos de sombras abiertas, que dejan entrever las tardes de pueblos, que algún día visité. Sí, sombras como puertas de par en par, por donde se han de lanzar mis cenizas. Anochece, el mundo se encabrita río abajo. Nada queda. Nada acaeció, la historia de mi vida no existe. Eso no existe. Nunca hay centro. Ni camino, ni línea. Hay vastos paisajes donde se insinúa que alguien hubo, no es cierto, no hubo nadie.
Clarice Lispector
(Brasil, 1920 – 1977)
La biografía de una de las grandes escritoras de Latinoamérica, convierte a la brasileña en heredera de Kafka y desentraña los mitos que rodean su obra de resonancia universal, como cuenta Benjamín Moser, en el libro Por qué este mundo, sobre Clarice Lispector. Según el traductor Gregory Rabassa recordó haberse “quedado atónito al conocer esa persona extraña que se parecía a Marlene Dietrich y escribía como Virginia Woolf”. Autora de Cerca del corazón salvaje, Aprendizaje o el libro de los placeres, La manzana en la oscuridad y La hora de la estrella, entre muchos otros libros. Cuando murió, el poeta Drummond de Andrade escribió: Clarice procedía de un misterio y regresó a otro.
Hoy tengo un lenguaje de desafío, de devorar la presencia, de sangre fatal, de captar la cuarta dimensión del instante, de palpitar incierto, de agua desolada, de grifo cerrado al mundo, de anhelos y plumas en el estanque. Hoy mi lenguaje se va entre el hocico, para luego verlo aullar en el bosque, hasta tropezar con la abuela cuando se dirigía a casa de su nieta, donde se cocinaba rugido de tigre, trinos de espantapájaros y aullido de zorro. Hoy voy a conciliar la palabra, con mi caminar desprevenido. Hoy el vocablo está sombreado de abismo, donde el incienso aproxima lo indecible de la noche. Hoy vierto el río en el aluminio, donde se escuchan gritos de auxilio, caudal que arrasó con los habitantes del pueblo. Hoy mi palpitar coincide con el paso, seguido por huellas fantasmales. Hoy me siento culpable de haber nacido, de mirar a la anciana cubierta con la noche helada. Me siento culpable de la sombrilla, del sol y el arado. Me siento culpable de creer en la rama y no en el fruto del sudor de cada día. Me siento culpable por aquellos que nacieron, para ser condenados por la verbena a olfatear la rutina de nada en su mesa. Me siento culpable de cuanto no sucede. Me siento culpable del aire que me deja fisgonear el danzar de la penumbra. Me siento culpable del olfateo de fantasmas. Me siento culpable de la luz desprendida del vientre de mi madre, hasta la ulterior sombra de mi sangre. Me siento culpable de mis huesos, de mi carnalidad que han de hospedarse en el sitial de los gusanos. Hoy acontece una mudez escalofriante, algo sucede, son los intrusos, nadie quiere hablar de los intrusos. Llegan y se van sin dejarse ver. No son fantasmas. No son espíritus malignos, no obstante, los intrusos existen, aunque nadie lo quiera comprobar. Ellos son los dueños, de la casa abandonada. Ninguno quiere conversar sobre los intrusos. Las casas de vez en cuando salen de la niebla, y detrás de ellas los intrusos. Intrusos que dejan huellas malolientes. Los intrusos. Siempre los intrusos. Los intrusos. Los intrusos llenan sus cabezas de pájaros, aves que madrugan a permear los aleros con silencios extraños, como los intrusos. Los intrusos son seres invisibles, entre las sombras de los gatos, que maúllan desde el tejado frente al sol. Los intrusos llevan entrañas de nuestras entrañas, merodean sin reconocernos desde allá del otro lado. Los intrusos. Siempre los intrusos que somos. Hoy soy tan misteriosa que ni yo misma me entiendo. Camino por un atajo hasta observar un lugar tranquilo, reflexiono y siento que este es el pueblo de la muerte, sus habitantes no tienen amarguras son serenos, sus miradas brotan de agujeros ásperos, se les observa sin prisa, cada paso por darse lo consultan con el oráculo, desconfían de la aurora, sus memorias olfatean alguna sopa vinagrosa, un pan descompuesto, una carne putrefacta, se regocijan. Se dirigen a la mesa de la longitud del universo, donde se observan otros comensales, cuando vociferan la noche de la noche. En esta comarca hay un resquicio, por donde se vigilan algunos visitantes. Los pobladores de este territorio temen, porque pueden llegar a ser aplastados por la indiferencia de esas vidas. Hoy profano el brillo de la época imposible y entonces se escuchan los grillos mojados. La luz del miligramo no altera la oscuridad. Pues la oscuridad no es iluminable, la oscuridad es un modo de ser: la oscuridad es el nudo vital de la oscuridad, y nunca se toca en el nudo vital de una cosa. Hoy el universo gira alrededor de la hormiga, el viento y la hoja hacen un pacto de quietud. El viento se forja en hoja, la hoja se vitaliza de viento, vertebra en el aire olor a polvo estancado. Hoy quiero decir la mañana y el éxtasis compenetrándose en el punto más oblicuo del ventanal. Hoy giro alrededor de la silla de polillas. Hoy me entrego al oficio de extraer del estanque mi propia mirada. Hoy hay muchas cosas por decir que no sé cómo decir. Me faltan las palabras. Pero me niego a inventar otras nuevas. Las que ya existen deben decir o que se consigue decir y lo que está prohibido. Y lo que está prohibido lo adivino. Si hubiese fuerza. Más allá del pensamiento no hay palabras: se es. Mi pintura no tiene palabras: está más allá del pensamiento. En ese terreno del se es soy puro éxtasis cristalino. Se es. Me soy. Tú te eres.
(Del libro inédito DÍAS PARALELOS)
UN CIGARRO PARA EL CURA
por HUGO OQUENDO TORRES*
Desde hace tres días San Antonio de Tamaná está militarizado y las remesas de los campesinos están siendo reguladas. En la población corre el rumor de que va a haber una toma guerrillera. Por esta circunstancia mandaron a reforzar el pueblo con un pelotón de Las Delicias, un municipio vecino que queda a medio día de camino. Ambos pueblos son los más cercanos en esta región, pero a los dos los separa un gran cañón. En el ambiente del pueblo hay zozobra. El aire huele a miedo. Hasta las palomas saben leer los tiempos, pues ya han abandonado la plaza central dejando sólo la mierda sobre el busto de Bolívar. En algunas ocasiones estas noticias han sido sólo murmullos, de palabras que vienen y van como hojas secas arrastradas por el viento; pero en otras han sido una absoluta verdad. Una testigo de esto es la señorita Matilde, la cual quedó sufriendo de epilepsia. Cuando ella padece los ataques convulsiona hasta quedarse desnuda. Asimismo, otro testigo mudo es el Banco Agrario que hasta el día de hoy está fuera de servicio.
Los campesinos que llegan de las veredas al pueblo son víctimas de constantes requisas, porque según afirman los militares, a través de ellos se aprovisiona el grupo insurgente que dirige Gabriel Jaramillo Macías, un antiguo profesor de la universidad. Por esta razón, a cada familia campesina sólo le está permitido mercar lo necesario. Además, deben presentar la lista de mercado ante al sargento Valverde para que la certifique. De igual modo, la gente dice que a la guerrilla se le están acabando las provisiones y es por esta causa que van a tomarse a San Antonio de Tamaná. En la última toma que hizo el grupo de Gabriel, destruyeron por completo la alcaldía, la cárcel municipal y el comando de policía; se abastecieron de las tiendas más grandes del pueblo, en especial la de Ricaurte Gómez, un paisa oriundo del municipio de Santuario que llegó a hacer fortuna en la época de la bonanza cocalera. Y ahora él es el dueño de la tienda de abarrotes Paguemenos, el restaurante La fonda del arriero, la licorera Santuario y tiene a casi medio pueblo sumido en deudas debido a los préstamos de pagadiario.
En este poblado el único que no se paraliza es el cura párroco Juan De Dios. Él es de cuerpo atlético, estatura mediana, tez clara, brazos velludos, barba y cabellera grisácea que cubre con una boina calada. Su rostro refleja el silencio que contiene las palabras, detrás de los lentes de cristal resguarda sus ojos de poeta. Por una parte, ciertas personas dicen que él no le teme a nada porque supuestamente simpatiza con los revoltosos; éstas también lo acusan de que tiene un hijo en Medellín. En cambio, otras lo defienden aduciendo que el cura es una persona justa, solidario con la gente y nunca está envuelto en cosas raras. Acaso la única mancha de Juan De Dios ha sido que, en plena celebración del Corpus Christi, se atrevió a afirmar que las autoridades encabezadas por Valverde y el alcalde Soto, eran una manga de corruptos que estaban llevando al municipio a los infiernos. Asimismo añadió el cura ese día, que la represión y las injusticias en las que estaban sumiendo a los campesinos eran las causas de la violencia, por esta razón mucha gente se alzaba en armas. En efecto, Valverde y el alcalde estaban condenando al pueblo a la violencia. Ese domingo los comentarios acerca de la homilía no cesaron sino hasta las dos de la mañana, cuando el último cristiano del pueblo se fue a dormir. Unos lo llamaron el cura rojo, otros el justo.
Hoy no se ha visto como de costumbre al señor que vende los siropes en el centro del parque, ni mucho menos a Ana Julia, la señora que ofrece jugos de naranja cerca de la parroquia. Al parecer todo ha sido trastocado por los vientos de guerra. No obstante, después de haber transcurrido un tenso silencio en el pueblo, sólo se ve correr con prisa a un adolescente con dirección al despacho parroquial. Se trata de Carlitos, quien lleva los recados a todo el mundo. Eso sí, a cambio de dinero. Porque como él afirma: «Nadie corre en vano». La confidencia que lleva Carlos es que doña Rufina De la Torre está agonizando, esta vez al parecer sí era verdad que se moría. Por eso le pidió el favor a Alirio, el hijo mayor de los ocho que tuvo con el difunto Reinaldo Zamora, para que le avisara al cura que fuera a la finca para aplicarle los santos óleos.
Más tarde, con el propósito de viajar a la vereda El Silencio, se vio al párroco ensillar a Gitano, un mulo marrón de estampa fornida. Luego entró al despacho para recoger el morral y partir. En el tiempo en que Juan De Dios a travesó la calle de La Inocencia, bendijo a un grupo de mujeres. Ellas con su cara embadurnada de coloretes, similares a muñecas chinas, respondieron al unísono con un beso sincero, de esos que les han negado sus clientes. Después pasó cerca de un grupo de señoras, entre ellas doña Ligia, quienes sin dejar que él se alejara comenzaron a devorárselo con murmullos. Cuando estuvo frente a la botica, saludó a don José Ángel, quien asintió con la cabeza cubierta bajo el sombrero aguadeño que el sacerdote le había regalado. Luego entró a la tienda de doña Magali para aprovisionarse de cigarrillos Pielroja. En la vitrina sólo encontró dos cajetillas. De todas las tiendas de San Antonio, en ésta fue la única donde encontró los que tanto le gustaban y por los que casi podía dar la vida. Juan De Dios empacó los cigarrillos en el morral, bebió una cerveza fría y reanudó el camino hacia la vereda subiendo por Loma Azul. Minutos después de la salida hacia El Silencio, Gitano encorvó las ancas y se detuvo a orinar al lado del camino.
Cuando ya habían pasado varias horas, cansado de ver el mismo paisaje de arbustos, alguno que otro guayacán deshojado y montañas lejanas; Juan De Dios se percató que no estaba solo, pues atrás, cerca de quinientos metros, venía un joven de mediana estatura y piel trigueña. Traía puesto un pantalón marrón, una camisa roja desabotonada y un sombrero que sostenía con la mano izquierda. Iba galopando sobre un caballo colorado, que de tan veloz sólo dejó una estela de polvo a su paso. Dos horas después de este extraño suceso y estando próximo al puente de río Ciego, el religioso se encontró con un retén militar. Allí estaba el sargento Valverde, quien con la mirada lo increpó. Hizo desmontar al cura para inspeccionarlo, todo con la excusa de cumplir con la rutina, alegando de igual forma que no se imaginaba qué podría llevar un clérigo en su morral. Juan De Dios se bajó de Gitano, sin decir palabra alguna puso las manos sobre su cuello. Un soldado lo requisó de pies a cabeza. Y otro abrió el bolso, mostrándole al sargento las dos mudas de ropa, el crisman, el relicario, una estola, la Biblia, un misal pequeño, el libro de La liturgia de las horas, un pomo nácar de crema para afeitar, la barbera y dos cajetillas de cigarrillos. A una de éstas le hacían falta cinco unidades.
Valverde con un gesto incriminatorio lo miró.
—¡Yo no sabía que los curas podían fumar!
—¡Y hasta sufrimos cuando nos hacen falta! —respondió Juan De Dios. Todos los soldados reventaron a carcajadas, menos el sargento que se sintió burlado. Por eso como represalia ordenó detenerlo por veinte minutos, después lo dejó ir.
Cuando el sol con las sombras formaba monstruos alargados en el camino, el cura avistó en medio de una llanura la casona blanca de la finca De la Torre, la cual tenía pintado los zócalos y las barandillas con color rojo. A semejanza de torres de castillo la rodeaban árboles de eucalipto y palma real. En el patio trasero, antes del establo, se divisaban algunos árboles de naranja y limón, así como unas eras cultivadas con cebolla y tomate. El aire era fresco y sobre el firmamento traslúcido se vio pasar una bandada de garzas despidiendo la tarde. La casa estaba cercada con veraneras violetas, cuyas chamizas floridas se alzaban arañando el cielo; las columnas del portón eran blancas, las puertas de madera barnizada, en cuyo techo de teja habían dientes de león. En el instante en que el religioso llegó a la finca, se desmontó de Gitano, saludó de abrazo a Alirio, a Camila, la hija menor de Rufina, y a los demás presentes. Alirio tomó el mulo por el cabestro y lo condujo al establo. Allá lo desensilló y le dio melaza. Camila se encargó de ubicar a Juan De Dios en la habitación del fondo, en la cual se percibía un olor a humedad. Recién entrada la noche, después de tomar un reposo, pasó al comedor para cenar y de inmediato hizo el rosario de Los misterios luminosos para luego aplicarle la extremaunción a Rufina, quien se encontraba postrada en la cama, pero no se veía tan enferma como imaginó desde un principio.
Alrededor de las ocho de la noche, después de la tertulia con la familia De la Torre, al calor de un pocillo de café y de aspirarse el penúltimo cigarrillo de la primera caja, el sacerdote se fue a dormir. Afuera el cielo estaba hinchado de estrellas que titilaban como pequeñas brazas. La luna era un ojo. En el tiempo que el reloj marcó las once menos quince y los grillos en el llano arrullaban el silencio nocturno, el cura sintió el tropel de botas que rodeaban la casa. De modo impetuoso se cortó el sosiego. Luego escuchó una voz que bisbiseaba su nombre.
—Juan De Dios, Juan De Dios, Juan De Dios —él se levantó sigiloso y en la penumbra pudo distinguir a Camila. —¿Para qué me busca a esta hora? —tomó los lentes. —Padre, afuera hay dos personas que quieren hablar con usted. —Ella le extendió la mano y le alumbró con una linterna metálica, llevándolo por el pasillo hasta la puerta del patio. Allí apagó la linterna.
El nimbo de luz de plata sobre el rocío de las hojas iluminaba todo. Camila guió al sacerdote hasta el establo para presentarlo ante una mujer, quien en su espalda cargaba un fusil Kaláshnikov. Junto al portón de la finca vigilaba la persona que en la tarde había cruzado a toda prisa en el caballo. La mujer, a quien poco se le veía el rostro, le dijo al sacerdote que traía una razón de parte de Fonseca. El religioso se puso frío y sus manos comenzaron a sudarle. Pasó la mano derecha por su frente queriéndose limpiar el agua que le escurría. Pues recordó que Fonseca era el segundo al mando del grupo de Gabriel Jaramillo Macías. Y nada más hacía seis meses en Peñas Blancas, éste sostuvo un enfrentamiento con los hombres del gobernador Mauricio Zabala. Después de unos eternos minutos el cura recobró el aliento, en ese intervalo de lucidez preguntó cuál era el motivo. La mujer le pidió que hiciera el favor de regalarle cigarrillos a Fonseca. Y con un gesto de sorpresa y duelo, el cura se despojó del paquete que le quedaba, a sabiendas de que así le esperaría un tortuoso camino.
Juan De Dios, al día siguiente en la madrugada, luego de haber desayunado, se fumó por la mitad el único Pielroja que le quedó. La otra parte la reservó para el largo viaje. Fue al establo para buscar a Gitano. Se despidió de todos e inició el regreso. Cuando había hecho medio trayecto, sintió que su espíritu lo abandonó en el momento en que aspiró la última bocanada del cigarrillo. Dos horas después, el cura lo embriagó el desasosiego. Tras su espalda un aguacero amenazó. Las nubes plomizas contrastaban con el verde luminoso y el camino naranja. Cual si hubiese sido un recorrido de siglos sumergido en el diluvio, Juan De Dios llegó empapado a la casa cural. Tomó un baño caliente para luego cenar y acostarse temprano. En la habitación se santiguó, pues el poco aliento no le alcanzó para hacer la oración de la Liturgia de las horas. En la cama comenzó a pensar.
«¿Qué tal que lo del favor hubiese sido una mentira? Puesto que, ¿cómo una persona con ese rango no iba a tener cigarrillos? Sí. Eso fue un engaño. Un engaño, estoy seguro. Un vil engaño» —en silencio asintió con la cabeza, luego miró el crucifijo en la pared—. «Pero, si ahora no tengo yo que soy el párroco del pueblo, qué va a tener ese hombre allá en el monte». —En la calle un perro ladró —. «Si tan sólo fuera uno. Uno solo. Uno para despejar esta noche y no estar mascullando tanta estupidez». —Y de manera irónica dijo. —Ahora resulta que la vieja Rufina no se muere. De este modo terminó vencido por el sueño. Al siguiente día, sábado en la mañana, Juan De Dios hizo los maitines y celebró la misa de siete. Todavía con los vestidos ornamentales, se dirigió al centro del parque para distraerse con las palomas que habían regresado. Cuando fueron las doce del mediodía sintió un profundo deseo de fumar, pero era imposible porque en el pueblo había escaseado hasta la picadura de tabaco. Él buscó en el baúl que guardaba dentro del cuarto para ver si por lo menos encontraba un cigarrillo, sin embargo fue una labor inútil. Movió la habitación, revolcó las sábanas, igualmente todo fue en balde. Esa fue la única labor durante el día. El cura tuvo la noción de que estaba muerto desde el día que regaló el último paquete.
En la mañana del domingo, desde temprano, el sacerdote deambuló cual muerto errante, celebró la eucaristía matinal de un modo frugal. Al mediodía, después de misa, en el tiempo que el sol calcinaba todo a su paso, fue al parque para echarles maíz a las palomas, luego subió al balcón para leer un periódico viejo. Y a las seis de tarde, cuando se preparaba para tomar una aromática, se enteró por boca de Ligia que la guerrilla se había tomado al pueblo de Las Delicias. Los insurgentes de Gabriel Jaramillo Macías habían destruido la alcaldía, el comando de policía y al alcalde lo habían retenido. Y allá lamentablemente pereció el sargento Valverde, al cual le faltaba la mano derecha y en el bolsillo de la camisa habían encontrado un paquete de cigarrillos Pielroja. Como si todo lo hubiese visto en una ráfaga de imágenes, Juan De Dios se estremeció. Para verificar la noticia decidió encender la radio, pero sólo escuchó un ruido parecido a tapas de gaseosa rastrilladas en el piso.
A las ocho de la noche, como le era habitual, se acostó a dormir y cuando ya eran las doce o la una de la mañana, no tuvo la mayor certeza, sintió el tropel de botas por la casa semejante al de la finca De la Torre. Luego al frente de la puerta del cuarto este ruido se plantó y oyó el mismo bisbiseo de la vez pasada que le llamaba por su nombre. La voz de manera suave le dijo:
—Al pie de la puerta de su cuarto le pagamos el favor.
De inmediato el cura escuchó que los pasos se retiraron. El temor lo invadió, por esta razón se quedó perplejo en la cama, ensopado en sudor debido a los nervios. Ahora no sólo lo mortificaban las ansias de fumar sino también la sensación de miedo. Fue hasta la mañana siguiente que recobró las fuerzas con los rayos de luz que golpearon su cara. Abrió la puerta y al pie encontró una decena de cigarrillos Pielroja al lado de una mano derecha.
Fuente: Oquendo-Torres, Hugo. Lo secreto. Klepsidra Editores, Pereira, 2017.
*Hugo Oquendo -Torres (Chigorodó, Antioquia, 1982) es teólogo de la Universidad Bíblica Latinoamericana de San José de Costa Rica, profesor universitario y estudiante de la maestría en Literatura de la Universidad Tecnológica de Pereira. Ha publicado los libros “Catarsis de la memoria y otros silencios” (Medellín, 2011), “Poesia do corpo nu” (Metanoia, Rio de Janeiro, 2014) y “Lo secreto” (Klepsidra, Pereira, 2018). También ha escrito una serie de ensayos de teología y literatura, entre ellos: “En la cama con mi madre: pensar y sentir la teología desde la piel” (Revista Perseitas, 2014), “Tengo el sexo marcado: erótica de la resistencia” (Escuela Superior de Teología de San Leopoldo Brasil, 2016) y “Soy un dios y, sin embargo, ¿qué trato he recibido de los dioses? Rasgos del héroe trágico en el Prometeo de Esquilo” (Polilla – Revista literaria, 2016).
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