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Atril literario. Invitado: JESÚS A. ZULUAGA


UN FRACTAL

por YANINA CERIANI (ARGENTINA)


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Un fractal de mi vida

Un refugio en mi cuerpo

Una diáfana luz por la ventana

Ruidos que ensordecen

Silencios que se extrañan

Y te vas…Te diluyes en el tiempo

Un imperturbable corazón

Un aciago que parece no acabar

El inexorable paso del tiempo

Una quimera en los relatos

Y te vas…Confesiones indecibles

Sueños inacabados

Dolores lancinantes

Un río de lamentos

Y te vas…Una pausa en lo inmediato

Lo incierto se vuelve eterno

Y soltamos amarras

La intempestiva muerte

Claudican las almas

Y te vas…

Pero me escaparé del maldito tiempo

Solo para verte

Y eludir las horas

Pero el destiempo nos ha encontrado

Una parca misteriosa

Me ha demorado

A ti te ha encontrado

Y un fractal…Y te vas…


EN SUS BODAS DE ORO

por GERARDO MARIA PEREZ GIRALDO


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Los dos son como

luceros del cielo

resplandecientes

con amor sincero.

Viajan de la mano en la noche oscura

cantan al amor y

se dicen : ¡Te quiero!

Y en sus nuevas nupcias se dan consuelo.

para los dos van mis letras de amor.


Jorge Carlos es su fiel compañero

con quien en la aurora oran con honor,

al Dios de la vida con mucho anhelo.

Lidia es tierno

enjambre de dulzura,

que a su hogar lo sazona con sabor

a la madre tierra que da ternura.


SER

por HELENA RESTREPO


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No puedo ser otra para nadie,

ni siquiera para mí.

Durante años hice intentos;

fui la que mi padre quiso a medias,

la que otros quisieron a medias,

la que yo quise a medias...

La que soy esperó con paciencia

—como quien ama— su momento de ser.

Soy y amo en ella, me reconozco.



SIN NOMBRE

por JHON JAIRO SALINAS


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Oh, señores congresistas,

defensores de la inequidad,

negando la salud, con su actitud desalmada.

Mientras ustedes disfrutan de privilegios y bienestar,

el pueblo sufre, sin atención médica al buscar.


Sus discursos vacíos, llenos de promesas falsas,

mientras el sistema de salud se desmorona en las calles.

Recortes presupuestarios, decisiones sin sentido,

mientras la gente enferma, sufriendo en el olvido.


¿Acaso no les importa el sufrimiento humano?

¿O solo se preocupan por llenar sus bolsillos de dinero vano?

Mientras ustedes gozan de atención médica de calidad,

el pueblo se consume en la enfermedad y la adversidad.


Pero no se preocupen, señores congresistas,

la historia les juzgará por su falta de humanidad egoísta.

El pueblo despertará y reclamará sus derechos,

exigiendo un sistema de salud justo y perfecto.


Hasta entonces, seguiremos luchando sin cesar,

por una salud digna, que no sea un lujo para pagar.

Y ustedes, señores congresistas, quedarán en el recuerdo,

como aquellos que negaron la salud al pueblo.


MEMORIAS

por ALEXÁNDER GRANADA RESTREPO, "MATU SALEM"


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En el Libro de las Memorias

de los que piensan

en el Nombre del señor,

se halló este escrito:

No prosperará la lagartija,

si las hormigas no pasan por su lado.

No prosperarán las moscas, si el mundo deja de querer ser corrompido.


Y más adelante, en el capítulo de los enamorados, en buena grafía, decía:

Gracias a las obedientes moscas, pude conocer lo putrefacto que tenías el corazón.


Entonces, te perdono ¡ arrodíllate !

teme e invoca el Santísimo Nombre

del Señor; su presencia bastará

para que seamos limpios como perlas,

y podamos amarnos y ser uno.


LA CASA

por MARÍA LIGIA ACEVEDO


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En la casa no están

ni su voz ni sus cuentos

para arrullar los nietos.

Tampoco ellos están.

Todos se han ido.

La casa, la alegre casa

es ya un nido sombrío.


AMANTE MÍA

por JULIÁN ANDRÉS MARTÍNEZ AGUIRRE*

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La penumbra de tus ojos

Anuncia la noche en un tibio soplo,

Llegando en ella mi alma

Sosegada y vagabunda en busca de tu sed.

Tú, desnuda en tu cama,

Yo, mudo e inmutable

Mientras que nuestros sentidos aferrados y callados

Acarician suavemente las fraguas infinitas de lujuria

Que se enardecen en nuestra piel...


Dulce cabello de ángel colgado en el inmenso cielo,

Deja que tu luna se pose sobre tus pechos

Evidenciando las ganas de tenerte,

Intocable epifanía de tu divina esencia, verdugo de mi control,

Desata mi lengua y haz que pierda la razón.

¿Mi lengua? Si…

Posándose en la sabana de tu vientre terso y caliente,

Embriagándome de tu vino que mi calor más enciende.

Recorriendo tú oriente, tú occidente,

Tu norte, tu sur, al sur,

Más al sur lentamente,

Y con un grito perdido en mis manos

Hiere las sábanas con tus uñas,

Y gime como loca,

Muerde mi anular,

Dilata tus pupilas,

Sofócame en tu mar,

Que pronto quiero desbocarme

En tus entrañas sin avisar.


Morder tu cuello y escuchar la canción desaforada de tu corazón.

Sentir tus piernas estrangulando mi espalda,

 Para luego alzar vuelo dejando que tu inocencia observe desde el espejo,

Como aquella niña de ojos tristes y callados se pierde en su propia endorfina.


Tócame, siénteme,

Déjame besarte como un animal hambriento

Y someterme a ese manjar que me ofrece tu cuello,

Y decirte al oído tímidas palabras como si fuera un niño

Y sentir tus caderas como si te hubieras enloquecido.

Ven, acércate mucho más,

Déjame ver tus desorbitados ojos como se esconden en tu sonrisa,

Dibuja en mi rostro con tus labios que el tiempo no existe,

Que mi tiempo contigo no ha terminado.


Y me hundo en tus senos, encendiéndome con tu calor,

Y posees mi alma desquiciada de tu ser,

Y escribes con tus jadeos poemas que no quieren terminar,

Y las estrellas y la luna y el cosmos y tú y yo

Quieren ser por un eterno instante

 Uno con el todo y con la nada.


Y esfumarnos con el silencio

Y debajo de tu ombligo se desata un caos

Que desgarra abruptamente mi cuerpo.

Uno, dos, tres contracciones se desatan súbitamente

Anunciando el alba del portal de tus sueños.


Como hojas secas resbalas sobre mi pecho

Y una canción de cuna susurro en tu pequeño lecho.

Esta cama no está muerta,

Esta cama está más que viva,

Te siento toda, te siento mía,

En silencio, en mis brazos,

Soy tu sombra amante mía.


CÓMO SE LLAMARÁ

por JESÚS ALBEIRO ZULUAGA LÓPEZ*


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Me pregunto como se llamará,

se llamará Victoria, Helena

o Concepción...


Sin nombre en la cabeza la he visto pasar

luciendo su sombrero de brillante cristal.

La he visto venir y resulta que va

y solo me pregunto cómo se llamará


Si sus ojos ajenos me quisieran mirar

no me preguntaría más nunca por su nombre

y más pronto lo haría por su forma de hablar


Pero es como una ola viajera en el mar

y no llega a mi costa donde encendido el fuego

se basta en mirarla y arder por fuera y dentro

preguntando caliente como se llamará


Si ella preguntara a alguien por mi nombre

que ese alguien le diga que me puede llamar

aurora o nocturno habitáculo de luna

siempre que sea algo que detenga su andar


*Nace en el primer mes del 2002.Escritor. Poeta. Oriundo y habitante de la Santa Rosa de Orlando Sierra y Amílcar Osorio, pueblo que muta en ciudad trepado sobre las cordilleras en su cruce por el eje cafetero.

Sensible a su necesidad de escribir se ha desenvuelto curioso, sugerente y propositivo en diferentes géneros de la literatura de la mano de colegas y maestros que le han acompañado con amabilidad y simpatía. Incapaz de huir del carácter inquisidor del pensamiento ha realizado estudios y escrituras en torno a la filosofía. Ha participado en áreas creativas, críticas y editoriales de revistas y periódicos de su región.

Visita el periodismo de vez en cuando por medio de temáticas culturales y literarias. Esta, la periodística, es la parte mayormente publicada de su obra, permaneciendo el resto inédita casi en su totalidad.

Fotógrafo y tallerista ocasional. Bebedor de café y asiduo caminante.



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"¿COMO ESCRIBIR UN RELATO DE 500 A 700 PAGINAS SIN MORIR EN EL INTENTO?"

por CARLOS ALBERTO RICCHETTI


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por JHON HAROLD HIRALDO GUTIERREZ



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Arte, Letras y Pasión Teatral en VER PARA LEER

por ALEIDA TABARES MONTES


ENSAYOS Y CUENTOS


HA LLEGADO LA HORA DE LA PAZ

por UMBERTO SENEGAL


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¿Los libros siguen vivos? Siguen vivos los libros, esto creemos algunos que los amamos. Con expectativas y mucha desesperanza, siguen vivos aquí en el Quindío. Tan silenciosos, tan intocados muchos de ellos; tan a la espera de lectores y tan agónicos en bibliotecas públicas y privadas de nuestros sosegados pueblos amaneciendo, atardeciendo y anocheciendo entre paisajes de una exuberante cordillera donde el apacible vuelo de aves anuncia que también nosotros seguimos vivos entre la tranquilidad, la belleza y la paz de nuestra región y nuestros pueblos.


George Orwell, seudónimo de Eric Arthur Blair, fue un novelista, periodista, ensayista y crítico británico nacido en India, autor de la  icónica novela distópica: 1984. Si de algún libro y algún autor debo hacer referencia en este resbaladizo momento histórico que vive el mundo, ninguno más adecuado que tal novela para encuadrar en su temática la desvergonzada, lapidaria, vanamente triunfalista y mentirosa alocución del presidente Donald Trump, representativa de los lemas orwellianos fundamentales del Partido, en particular con el paradójico trilema: “La guerra es la paz. La libertad es la esclavitud. La ignorancia es la fuerza”, inscrito en la fachada del Ministerio de la verdad, y que en la citada novela resume la lógica contradictoria y manipuladora del régimen totalitario del Gran Hermano.


Las trompeteras palabras de Trump, dándole al mundo la noticia del bombardeo estadounidense a las centrales nucleares iraníes, se registrarán dentro de la historia del género oratorio del absurdo.


Algunos fragmentos de su discurso.


“Hace poco, el ejército estadounidense llevó a cabo ataques masivos de precisión contra las tres instalaciones nucleares clave del régimen iraní: Fordow, Natanz e Isfahán. Todo el mundo escuchó esos nombres durante años mientras construían esta empresa horriblemente destructiva. Nuestro objetivo era la destrucción de la capacidad de enriquecimiento nuclear de Irán, y poner fin a la amenaza nuclear que supone el primer Estado patrocinador del terrorismo del mundo.


“Esta noche puedo informar al mundo que los ataques han sido un éxito militar espectacular. Las principales instalaciones de enriquecimiento nuclear de Irán han sido completa y totalmente destruidas. Irán, el matón de Oriente Medio, debe ahora hacer las paces. Si no lo hacen, los futuros ataques serán mucho mayores y mucho más fáciles.


“Quiero dar las gracias y felicitar al primer ministro Bibi Netanyahu. Hemos trabajado en equipo como quizá ningún equipo lo había hecho antes, y hemos recorrido un largo camino para borrar esta horrible amenaza para Israel.


“Quiero dar las gracias a los militares israelíes por el maravilloso trabajo que han hecho. Y lo que es más importante, quiero felicitar a los grandes patriotas estadounidenses que pilotaron esas magníficas máquinas esta noche y a todo el ejército de Estados Unidos por una operación como el mundo no ha visto en muchas, muchas décadas. Esperemos que ya no necesitemos sus servicios en esta capacidad.


“Esto no puede continuar. Habrá paz o habrá tragedia para Irán, mucho mayor que la que hemos presenciado en los últimos ocho días. Recuerden, quedan muchos objetivos. El de esta noche era el más difícil de todos, y quizás el más letal. Pero si la paz no llega rápidamente, iremos por esos otros objetivos con precisión, rapidez y habilidad. La mayoría de ellos pueden ser eliminados en cuestión de minutos. No hay ejército en el mundo que pudiera hacer lo que hemos hecho esta noche. Y quiero dar las gracias a todos. Y en particular, a Dios, sólo quiero decir, te amamos, Dios, y amamos a nuestros grandes militares. Protégelos”. “Felicitaciones a nuestros grandes guerreros americanos. No hay otro ejército en el mundo que podría haber hecho esto. ¡Ha llegado la hora de la paz!”.


Sin haber leído nunca a Orwell, Trump siente que La guerra es la paz y a su manera lo confirma frente al mundo: “Ha llegado la hora de la paz”,diceagradecido con cuantos conformaron su destructivo equipo, pero en particular con Dios a quien hace su cómplice y al cual devoto y amoroso, le confiesa en público y momentos después de la terrible agresión: “sólo quiero decir, te amamos, Dios, y amamos a nuestros grandes militares. Protégelos, Dios”. Sacra alianza, con Dios inspeccionando y aprobando cada uno de los erráticos pasos de tal agresión, censurada ya por todo el mundo y que pondrá al borde de la cárcel a este oscuro individuo.  


“Ha llegado la hora de la paz”. Incluiré esta frase de tinte orwelliano pronunciada por Donald sin el menor rubor y como algo natural, en una antología que haga del Cuento atómico absurdo. Lo titularé Carnicería. En español, tal frase contiene siete palabras. Como las de El dinosaurio, célebre microrrelato de Monterroso. Y en inglés, seis, The time for peace has come, como las que contiene el famoso short short story, de Hemingway.


De acuerdo con tal sentencia, ya no solo en la novela de Orwell sino en la política externa de Trump, se justifica entonces la represión interna y se canaliza el descontento hacia un enemigo externo; se evita el desarrollo económico que empodere a la población y se mantiene al pueblo unido y dócil bajo la ilusión de un propósito. En este caso y desde la ficción convertida en realidad, la guerra no busca la victoria sino el estado eterno del conflicto que mantenga el equilibrio del poder interno.


Trump engañó al mundo prometiéndole tomarse un lapso de reflexión sobre el conflicto Israel-Irán, antes de Estados Unidos aplicar cualquier determinación sobre el delicado caso. El sábado 21 de junio, tan irracional presidente norteamericano informó, cínico y demencial, que Estados Unidos había atacado tres instalaciones nucleares en Irán.


Aun seguimos vivos. Mientras una parte de nuestro prójimo vive el horror de la muerte y la guerra en Oriente medio, nosotros aquí seguimos vivos por ahora. Perturbados con los noticieros internacionales atiborrándonos de información y de imágenes; como si de un entretenido reality se tratara, haciéndonos cotidiano el escalamiento de la más grave confrontación que en este siglo afronta la humanidad y que ha comenzado a desequilibrar al planeta en todo sentido. Aquí estamos nosotros, pasivos espectadores frente al computador, el televisor o con el celular en nuestras manos, bebiendo café, tejiendo proyectos mientras observamos los eventos como si viéramos una película de ciencia ficción, una de guerra o con temática distópica.


Mientras en Calarcá celebramos  nuestras tradicionales fiestas del café, Estados Unidos ataca a Irán e Irán responde pocas horas después, intensificando sus letales ataques contra esa Israel que se consideraba por completo a salvo gracias a la otrora impenetrable Cúpula de hierro que, hoy por hoy,  ha sido rota y arruinada en alto porcentaje por Irán.  Los depredadores sionistas Benjamin Netanyahu, Bezalel Smotrich o Itamar Ben-Gvir, entre otros, creyeron que Irán sería otra Gaza a la cual podrían exterminar a su gusto.  


Desde ayer lunes cuando se definió cerrar el estrecho de Ormuz, como otra de las cuatro respuestas iraníes al conflicto, y que será una catástrofe para Europa y el mundo, comenzaremos a sufrir las secuelas de la guerra, donde también seremos víctimas de daños colaterales económicos y de otra índole. Los libros siguen vivos, el de Orwell vive en el inicuo ámbito político de Trump cuando habla de paz en una frase, mientras en las anteriores de la misma perorata expresa que la guerra es la solución.  En bibliotecas de Irán e Israel, los libros mueren por millares, destruidos por la guerra. Y los seres humanos se alistan también para sucumbir en masa. Aquí en el Quindío, en Colombia, por distantes que estemos, también sobrellevaremos las consecuencias.


Este martes no puedo comentar ningún libro quindiano, porque si alguna referencia cabe en este momento que vive el planeta con la colosal tragedia que se cierne sobre la civilización desde Oriente medio, donde la barbarie israelí y la agresividad revisionista-sionista junto con la política personal de Trump, se burlan del mundo al decir que “ha llegado la hora de la paz”, es la del libro de Orwell y su lema: La guerra es la paz. Trump vulneró la Constitución de su país al ordenar bombardear Irán sin pedir permiso al Congreso. Se saltó todos los mecanismos legales ordenando una agresión militar sin causa válida alguna. Destitución y cárcel le esperan. Su juicio no sería tan dilatado como el de un expresidente colombiano también al borde de la cárcel.


UN CIGARRO PARA EL CURA

por HUGO OQUENDO TORRES*


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Desde hace tres días San Antonio de Tamaná está militarizado y las remesas de los campesinos están siendo reguladas. En la población corre el rumor de que va a haber una toma guerrillera. Por esta circunstancia mandaron a reforzar el pueblo con un pelotón de Las Delicias, un municipio vecino que queda a medio día de camino. Ambos pueblos son los más cercanos en esta región, pero a los dos los separa un gran cañón. En el ambiente del pueblo hay zozobra. El aire huele a miedo. Hasta las palomas saben leer los tiempos, pues ya han abandonado la plaza central dejando sólo la mierda sobre el busto de Bolívar. En algunas ocasiones estas noticias han sido sólo murmullos, de palabras que vienen y van como hojas secas arrastradas por el viento; pero en otras han sido una absoluta verdad. Una testigo de esto es la señorita Matilde, la cual quedó sufriendo de epilepsia. Cuando ella padece los ataques convulsiona hasta quedarse desnuda. Asimismo, otro testigo mudo es el Banco Agrario que hasta el día de hoy está fuera de servicio.


Los campesinos que llegan de las veredas al pueblo son víctimas de constantes requisas, porque según afirman los militares, a través de ellos se aprovisiona el grupo insurgente que dirige Gabriel Jaramillo Macías, un antiguo profesor de la universidad. Por esta razón, a cada familia campesina sólo le está permitido mercar lo necesario. Además, deben presentar la lista de mercado ante al sargento Valverde para que la certifique. De igual modo, la gente dice que a la guerrilla se le están acabando las provisiones y es por esta causa que van a tomarse a San Antonio de Tamaná. En la última toma que hizo el grupo de Gabriel, destruyeron por completo la alcaldía, la cárcel municipal y el comando de policía; se abastecieron de las tiendas más grandes del pueblo, en especial la de Ricaurte Gómez, un paisa oriundo del municipio de Santuario que llegó a hacer fortuna en la época de la bonanza cocalera. Y ahora él es el dueño de la tienda de abarrotes Paguemenos, el restaurante La fonda del arriero, la licorera Santuario y tiene a casi medio pueblo sumido en deudas debido a los préstamos de pagadiario.


En este poblado el único que no se paraliza es el cura párroco Juan De Dios. Él es de cuerpo atlético, estatura mediana, tez clara, brazos velludos, barba y cabellera grisácea que cubre con una boina calada. Su rostro refleja el silencio que contiene las palabras, detrás de los lentes de cristal resguarda sus ojos de poeta. Por una parte, ciertas personas dicen que él no le teme a nada porque supuestamente simpatiza con los revoltosos; éstas también lo acusan de que tiene un hijo en Medellín. En cambio, otras lo defienden aduciendo que el cura es una persona justa, solidario con la gente y nunca está envuelto en cosas raras. Acaso la única mancha de Juan De Dios ha sido que, en plena celebración del Corpus Christi, se atrevió a afirmar que las autoridades encabezadas por Valverde y el alcalde Soto, eran una manga de corruptos que estaban llevando al municipio a los infiernos. Asimismo añadió el cura ese día, que la represión y las injusticias en las que estaban sumiendo a los campesinos eran las causas de la violencia, por esta razón mucha gente se alzaba en armas. En efecto, Valverde y el alcalde estaban condenando al pueblo a la violencia. Ese domingo los comentarios acerca de la homilía no cesaron sino hasta las dos de la mañana, cuando el último cristiano del pueblo se fue a dormir. Unos lo llamaron el cura rojo, otros el justo.


Hoy no se ha visto como de costumbre al señor que vende los siropes en el centro del parque, ni mucho menos a Ana Julia, la señora que ofrece jugos de naranja cerca de la parroquia. Al parecer todo ha sido trastocado por los vientos de guerra. No obstante, después de haber transcurrido un tenso silencio en el pueblo, sólo se ve correr con prisa a un adolescente con dirección al despacho parroquial. Se trata de Carlitos, quien lleva los recados a todo el mundo. Eso sí, a cambio de dinero. Porque como él afirma: «Nadie corre en vano». La confidencia que lleva Carlos es que doña Rufina De la Torre está agonizando, esta vez al parecer sí era verdad que se moría. Por eso le pidió el favor a Alirio, el hijo mayor de los ocho que tuvo con el difunto Reinaldo Zamora, para que le avisara al cura que fuera a la finca para aplicarle los santos óleos.


Más tarde, con el propósito de viajar a la vereda El Silencio, se vio al párroco ensillar a Gitano, un mulo marrón de estampa fornida. Luego entró al despacho para recoger el morral y partir. En el tiempo en que Juan De Dios a travesó la calle de La Inocencia, bendijo a un grupo de mujeres. Ellas con su cara embadurnada de coloretes, similares a muñecas chinas, respondieron al unísono con un beso sincero, de esos que les han negado sus clientes. Después pasó cerca de un grupo de señoras, entre ellas doña Ligia, quienes sin dejar que él se alejara comenzaron a devorárselo con murmullos. Cuando estuvo frente a la botica, saludó a don José Ángel, quien asintió con la cabeza cubierta bajo el sombrero aguadeño que el sacerdote le había regalado. Luego entró a la tienda de doña Magali para aprovisionarse de cigarrillos Pielroja. En la vitrina sólo encontró dos cajetillas. De todas las tiendas de San Antonio, en ésta fue la única donde encontró los que tanto le gustaban y por los que casi podía dar la vida. Juan De Dios empacó los cigarrillos en el morral, bebió una cerveza fría y reanudó el camino hacia la vereda subiendo por Loma Azul. Minutos después de la salida hacia El Silencio, Gitano encorvó las ancas y se detuvo a orinar al lado del camino.


Cuando ya habían pasado varias horas, cansado de ver el mismo paisaje de arbustos, alguno que otro guayacán deshojado y montañas lejanas; Juan De Dios se percató que no estaba solo, pues atrás, cerca de quinientos metros, venía un joven de mediana estatura y piel trigueña. Traía puesto un pantalón marrón, una camisa roja desabotonada y un sombrero que sostenía con la mano izquierda. Iba galopando sobre un caballo colorado, que de tan veloz sólo dejó una estela de polvo a su paso. Dos horas después de este extraño suceso y estando próximo al puente de río Ciego, el religioso se encontró con un retén militar. Allí estaba el sargento Valverde, quien con la mirada lo increpó. Hizo desmontar al cura para inspeccionarlo, todo con la excusa de cumplir con la rutina, alegando de igual forma que no se imaginaba qué podría llevar un clérigo en su morral. Juan De Dios se bajó de Gitano, sin decir palabra alguna puso las manos sobre su cuello. Un soldado lo requisó de pies a cabeza. Y otro abrió el bolso, mostrándole al sargento las dos mudas de ropa, el crisman, el relicario, una estola, la Biblia, un misal pequeño, el libro de La liturgia de las horas, un pomo nácar de crema para afeitar, la barbera y dos cajetillas de cigarrillos. A una de éstas le hacían falta cinco unidades.


Valverde con un gesto incriminatorio lo miró.


—¡Yo no sabía que los curas podían fumar!

—¡Y hasta sufrimos cuando nos hacen falta! —respondió Juan De Dios. Todos los soldados reventaron a carcajadas, menos el sargento que se sintió burlado. Por eso como represalia ordenó detenerlo por veinte minutos, después lo dejó ir.


Cuando el sol con las sombras formaba monstruos alargados en el camino, el cura avistó en medio de una llanura la casona blanca de la finca De la Torre, la cual tenía pintado los zócalos y las barandillas con color rojo. A semejanza de torres de castillo la rodeaban árboles de eucalipto y palma real. En el patio trasero, antes del establo, se divisaban algunos árboles de naranja y limón, así como unas eras cultivadas con cebolla y tomate. El aire era fresco y sobre el firmamento traslúcido se vio pasar una bandada de garzas despidiendo la tarde. La casa estaba cercada con veraneras violetas, cuyas chamizas floridas se alzaban arañando el cielo; las columnas del portón eran blancas, las puertas de madera barnizada, en cuyo techo de teja habían dientes de león. En el instante en que el religioso llegó a la finca, se desmontó de Gitano, saludó de abrazo a Alirio, a Camila, la hija menor de Rufina, y a los demás presentes. Alirio tomó el mulo por el cabestro y lo condujo al establo. Allá lo desensilló y le dio melaza. Camila se encargó de ubicar a Juan De Dios en la habitación del fondo, en la cual se percibía un olor a humedad. Recién entrada la noche, después de tomar un reposo, pasó al comedor para cenar y de inmediato hizo el rosario de Los misterios luminosos para luego aplicarle la extremaunción a Rufina, quien se encontraba postrada en la cama, pero no se veía tan enferma como imaginó desde un principio.


Alrededor de las ocho de la noche, después de la tertulia con la familia De la Torre, al calor de un pocillo de café y de aspirarse el penúltimo cigarrillo de la primera caja, el sacerdote se fue a dormir. Afuera el cielo estaba hinchado de estrellas que titilaban como pequeñas brazas. La luna era un ojo. En el tiempo que el reloj marcó las once menos quince y los grillos en el llano arrullaban el silencio nocturno, el cura sintió el tropel de botas que rodeaban la casa. De modo impetuoso se cortó el sosiego. Luego escuchó una voz que bisbiseaba su nombre.


—Juan De Dios, Juan De Dios, Juan De Dios —él se levantó sigiloso y en la penumbra pudo distinguir a Camila.—¿Para qué me busca a esta hora? —tomó los lentes.—Padre, afuera hay dos personas que quieren hablar con usted. —Ella le extendió la mano y le alumbró con una linterna metálica, llevándolo por el pasillo hasta la puerta del patio. Allí apagó la linterna.


El nimbo de luz de plata sobre el rocío de las hojas iluminaba todo. Camila guió al sacerdote hasta el establo para presentarlo ante una mujer, quien en su espalda cargaba un fusil Kaláshnikov. Junto al portón de la finca vigilaba la persona que en la tarde había cruzado a toda prisa en el caballo. La mujer, a quien poco se le veía el rostro, le dijo al sacerdote que traía una razón de parte de Fonseca. El religioso se puso frío y sus manos comenzaron a sudarle. Pasó la mano derecha por su frente queriéndose limpiar el agua que le escurría. Pues recordó que Fonseca era el segundo al mando del grupo de Gabriel Jaramillo Macías. Y nada más hacía seis meses en Peñas Blancas, éste sostuvo un enfrentamiento con los hombres del gobernador Mauricio Zabala. Después de unos eternos minutos el cura recobró el aliento, en ese intervalo de lucidez preguntó cuál era el motivo. La mujer le pidió que hiciera el favor de regalarle cigarrillos a Fonseca. Y con un gesto de sorpresa y duelo, el cura se despojó del paquete que le quedaba, a sabiendas de que así le esperaría un tortuoso camino.


Juan De Dios, al día siguiente en la madrugada, luego de haber desayunado, se fumó por la mitad el único Pielroja que le quedó. La otra parte la reservó para el largo viaje. Fue al establo para buscar a Gitano. Se despidió de todos e inició el regreso. Cuando había hecho medio trayecto, sintió que su espíritu lo abandonó en el momento en que aspiró la última bocanada del cigarrillo. Dos horas después, el cura lo embriagó el desasosiego. Tras su espalda un aguacero amenazó. Las nubes plomizas contrastaban con el verde luminoso y el camino naranja. Cual si hubiese sido un recorrido de siglos sumergido en el diluvio, Juan De Dios llegó empapado a la casa cural. Tomó un baño caliente para luego cenar y acostarse temprano. En la habitación se santiguó, pues el poco aliento no le alcanzó para hacer la oración de la Liturgia de las horas. En la cama comenzó a pensar.


«¿Qué tal que lo del favor hubiese sido una mentira? Puesto que, ¿cómo una persona con ese rango no iba a tener cigarrillos? Sí. Eso fue un engaño. Un engaño, estoy seguro. Un vil engaño» —en silencio asintió con la cabeza, luego miró el crucifijo en la pared—. «Pero, si ahora no tengo yo que soy el párroco del pueblo, qué va a tener ese hombre allá en el monte». —En la calle un perro ladró —. «Si tan sólo fuera uno. Uno solo. Uno para despejar esta noche y no estar mascullando tanta estupidez». —Y de manera irónica dijo. —Ahora resulta que la vieja Rufina no se muere. De este modo terminó vencido por el sueño.Al siguiente día, sábado en la mañana, Juan De Dios hizo los maitines y celebró la misa de siete. Todavía con los vestidos ornamentales, se dirigió al centro del parque para distraerse con las palomas que habían regresado. Cuando fueron las doce del mediodía sintió un profundo deseo de fumar, pero era imposible porque en el pueblo había escaseado hasta la picadura de tabaco. Él buscó en el baúl que guardaba dentro del cuarto para ver si por lo menos encontraba un cigarrillo, sin embargo fue una labor inútil. Movió la habitación, revolcó las sábanas, igualmente todo fue en balde. Esa fue la única labor durante el día. El cura tuvo la noción de que estaba muerto desde el día que regaló el último paquete.


En la mañana del domingo, desde temprano, el sacerdote deambuló cual muerto errante, celebró la eucaristía matinal de un modo frugal. Al mediodía, después de misa, en el tiempo que el sol calcinaba todo a su paso, fue al parque para echarles maíz a las palomas, luego subió al balcón para leer un periódico viejo. Y a las seis de tarde, cuando se preparaba para tomar una aromática, se enteró por boca de Ligia que la guerrilla se había tomado al pueblo de Las Delicias. Los insurgentes de Gabriel Jaramillo Macías habían destruido la alcaldía, el comando de policía y al alcalde lo habían retenido. Y allá lamentablemente pereció el sargento Valverde, al cual le faltaba la mano derecha y en el bolsillo de la camisa habían encontrado un paquete de cigarrillos Pielroja. Como si todo lo hubiese visto en una ráfaga de imágenes, Juan De Dios se estremeció. Para verificar la noticia decidió encender la radio, pero sólo escuchó un ruido parecido a tapas de gaseosa rastrilladas en el piso.


A las ocho de la noche, como le era habitual, se acostó a dormir y cuando ya eran las doce o la una de la mañana, no tuvo la mayor certeza, sintió el tropel de botas por la casa semejante al de la finca De la Torre. Luego al frente de la puerta del cuarto este ruido se plantó y oyó el mismo bisbiseo de la vez pasada que le llamaba por su nombre. La voz de manera suave le dijo:


—Al pie de la puerta de su cuarto le pagamos el favor.


De inmediato el cura escuchó que los pasos se retiraron. El temor lo invadió, por esta razón se quedó perplejo en la cama, ensopado en sudor debido a los nervios. Ahora no sólo lo mortificaban las ansias de fumar sino también la sensación de miedo. Fue hasta la mañana siguiente que recobró las fuerzas con los rayos de luz que golpearon su cara. Abrió la puerta y al pie encontró una decena de cigarrillos Pielroja al lado de una mano derecha.

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