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El derecho de soñar


Los realizadores de ARCÓN CULTURAL, eligieron reproducir las palabras del desaparecido escritor Eduardo Galeano (1940 -2015)*, por considerarlos de gran actualidad como toda su obra.

Vaya uno a saber cómo será el mundo más allá del año 2000. Tenemos una única certeza: si todavía estamos ahí, para entonces ya seremos gente del siglo pasado, y, peor todavía, seremos gente del pasado milenio.

Sin embargo, aunque no podemos adivinar el mundo que será, bien podemos imaginar el que queremos que sea.

El derecho de soñar no figura entre los treinta derechos humanos que las Naciones Unidas proclamaron a fines de 1948.

Pero si no fuera por él, y por las aguas que da de beber, los demás derechos se morirían de sed. Deliremos, pues, por un ratito. El mundo, que está patas arriba, se pondrá sobre sus pies: - En las calles, los automóiles serán pisados por los perros. - El aire estará limpio de los venenos de las máquinas y no tendrá más contaminación que la que emana de los miedos humanos y de las humanas pasiones. - La gente no será manejada por el automóvil, ni será programada por la computadora, ni será comprada por el supermercado, ni será mirada por el televisor. - El televisor dejará de ser el miembro más importante de la familia y será tratado como la plancha o el lavarropas. - La gente trabajará para vivir, en lugar de vivir para trabajar. - En ningún país irán presos los muchachos que se nieguen a hacer el servicio militar, sino los que quieran hacerlo. - Los economistas no llamarán nivel de vida al nivel de consumo ni llamarán calidad de vida a la cantidad de cosas. - Los cocineros no creerán que a las langostas les encanta que las hiervan vivas. - Los historiadores no creerán que a los países les encanta ser invadidos. - Los políticos no creerán que a los pobres les encanta comer promesas. - El mundo ya no estará en guerra contra los pobres, sino contra la pobreza, y la industria militar no tendrá más remedio que declararse en quiebra por siempre jamás. - Nadie morirá de hambre, porque nadie morirá de indigestión. - Los niños de la calle no serán tratados como si fueran basura, porque no habrá niños de la calle. - Los niños ricos no serán tratados como si fueran dinero, porque no habrá niños ricos. - La educación no será el privilegio de quienes puedan pagarla. - La policía no será la maldición de quienes no pueden comprarla. - La justicia y la libertad, hermanas siamesas condenadas a vivir separadas, volverán a juntarse, bien pegaditas, espalda contra espalda. - Una mujer, negra, será presidenta de Brasil, y otra mujer, negra, será presidenta de los Estados Unidos de América. Una mujer india gobernará Guatemala, y otra, Perú. - En Argentina, las locas de la Plaza de Mayo serán un ejemplo de salud mental, porque ellas se negaron a olvidar en los tiempos de la amnesia obligatoria. - La Santa Madre Iglesia corregirá al-

algunas erratas de las piedras de Moisés. El sexto mandamiento ordenará: "Festejarás el cuerpo". El noveno, que desconfía del deseo, lo declarará sagrado. - La Iglesia también dictará un undécimo mandamiento, que se le había olvidado al Señor: "Amarás a la naturaleza, de la que formas parte". - Todos los penitentes serán celebrantes, y no habrá noche que no sea vivida como si fuera la última, ni día que no sea vivido como si fuera el primero.

EL COMPUTADOR Y YO

No bien llegué a territorio norteamericano, me acerqué a un ordenador y pulsé la tecla Quejas. Mis viejas convicciones antiimperialistas me impulsaron a protestar contra el muro que Estados Unidos está levantando en la frontera con México. Yo creía que esa vasta pared de acero se proponía impedir la libre circulación de las personas, al mismo tiempo que el Tratado de Libre Comercio aseguraba la libre circulación del dinero, y eso no me parecía bien. Pero el ordenador despejó la confusión de mi espíritu:-No es un muro -explicó- Es una obra de arte. Un gigantesco monumento que se erige en memoria de los mártires del oprobioso muro de Berlín.

Entonces pulsé la tecla Dudas. Se me ocurrió plantear el caso de las leyes contra los inmigrantes. Leyes ya aprobadas, como la 187 de California, que suprime los derechos de los inmigrantes ilegales, y leyes anunciadas, como las que amenazan suprimir también los derechos de los inmigrantes legales. Mi duda era: ¿se proponen estas leyes beneficiar a los indios? Siendo Estados Unidos una nación de inmigrantes, sólo los indígenas, los native americans, quedarían a salvo de esas medidas. Me parecía un gesto conmovedor: una expiación histórica, al cabo de tanto crimen y de tanto desprecio. Pero la máquina me aclaró las cosas: en América, inmigrantes son todos, y los indios también. Ellos vinieron desde Asia, hace treinta mil años. Las leyes no tendrán excepciones. Pulsé la tecla Iniciativas. Pregunté si ya existía algún proyecto para fabricar una tinta mágica que fuera capaz de bañar a la mano de obra latinoamericana para hacerla invisible, cada día, a la caída del sol, después de las horas de trabajo en los campos y las calles del norte. Esa tinta podría evitar la molesta presencia de los braceros mexicanos y centroamericanos en las plazas, cines, restoranes y otros lugares públicos de los pueblos y ciudades de Estados Unidos. -No todavía -repitió el ordenador. Volví a pulsar la tecla Iniciativas. Pregunté si a nadie se le había ocurrido la idea de abrir una embajada de Estados Unidos de América en Estados Unidos de América, con sede en Washington, para que la CIA pudiera organizar golpes de Estado también en su propio país. -No todavía -repitió el ordenador. Regresé a la tecla Dudas. Pregunté: ¿no será un error que se llame Secretaría de Defensa al órgano de gobierno que se ocupa de la fuerza militar de Estados Unidos? ¿No será un error llamar presupuesto de Defensa al dinero que la alimenta? Defensa me parecía una palabra equivocada, teniendo en cuenta que Estados Unidos no ha sido jamás invadido por nadie, pero en cambio se ha dedicado a invadir a los demás, desde los albores de su vida independiente, a un promedio de una invasión por año. ¿Y por qué esos gastos de Defensa siguen siendo tan enormes, casi el doble que en 1980? ¿Defensa contra quién, si ahora los rusos son buenos? Con cibernética impaciencia, la máquina me cortó el discurso y puso las cosas en su lugar: El mundo amenaza -explicó- No se puede confiar en nadie. Los buenos de ayer pueden ser los malos de hoy. Los buenos de hoy pueden ser los malos de mañana. Yo agradecí la información, pero pedí al ordenador que me diera un ejemplo, sin ánimo de abusar de la buena voluntad de la tecnología.-El tabaco -respondió la máquina. En ese momento se me iluminó la cabeza. Me di cuenta de que ésa era una tremenda verdad: ayer el cigarrillo había sido bueno, en los labios de Humphrey Bogart o del aquero de Marlboro, pero hoy es malo. Malísimo. Estados Unidos ha declarado la guerra santacontra el cigarrillo. Ignorante de mí, pregunté: ¿por qué? ¿Se prohíbe el cigarrillo porque da cáncer, o porque da placer? Entonces el ordenador se desconectó. Y yo me quedé sin saber si los marines iban a invadir a los países fumantes para salvar al mundo del pecado del humo. No habiendo más enemigos a la vista, ésa me parecía una promisoria posibilidad para el Pentágono y su presupuesto. La máquina se negó a seguir funcionando. No me sorprendió. Yo nunca he tenido confianza en los ordenadores. Siempre he sospechado que ellos beben de noche, cuando nadie los ve.

*Se inició en el periodismo a los catorce años, en el semanario socialista El Sol, en el que publicaba dibujos y caricaturas políticas que firmaba como Gius. Posteriormente fue jefe de redacción del semanario Marcha y director del diario Época. En 1973 se exilió en Argentina, donde fundó la revista Crisis, y en 1976 continuó su exilio en España. Regresó a Uruguay en 1985, cuando Julio María Sanguinetti asumió la presidencia del país por medio de elecciones democráticas. Posteriormente fundó y dirigió su propia editorial (El Chanchito), publicando a la vez una columna semanal en el diario mexicano La Jornada. En 1999 fue galardonado en Estados Unidos con el Premio para la Libertad Cultural, de la Fundación Lanna. Una de sus obras más conocidas es Las venas abiertas de América Latina, un análisis de la secular explotación del continente sudamericano desde los tiempos de Colón hasta la época presente que, desde su publicación en 1971, ha tenido más de treinta ediciones. En dos ocasiones obtuvo el premio Casa de las Américas: en 1975 con su novela La canción de nosotros y en 1978 con el testimonio Días y noches de amor y de guerra. En la primera obra, La canción de nosotros, abordaba el complejo tema de la lucha armada y la relación entre las fuentes culturales populares y la militancia de izquierdas de la pequeña burguesía. La segunda, Días y noches de amor y de guerra, es una crónica novelada de las dictaduras de Argentina y Uruguay, aunque hay continuas referencias al entorno latinoamericano. En ella se relatan las vivencias de un periodista en un país aplastado por el poder militar y paramilitar en un período atroz, marcado por la violencia ejercida sobre los discrepantes. Su trilogía Memoria del fuego, que combina elementos de la poesía, la historia y el cuento, está conformada por Los nacimientos (1982), Las caras y las máscaras (1984) y El siglo del viento (1986), y fue premiada por el Ministerio de Cultura del Uruguay y también con el American Book Award, distinción que otorga la Washington University.

Por otra parte, Galeano huye explícitamente de la imparcialidad; no busca la construcción de un discurso aséptico en el que los hechos y las gentes queden igualados por una mirada presuntamente objetiva. Su pretensión, y sin duda su logro, es reflejar el drama de América en su multidimensionalidad: el juego del poder; la lucha de los oprimidos en pos de su emancipación; la creación de un arte y una literatura genuinos, más allá del mimetismo colonial; las transformaciones sociales y económicas

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