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Felipe Sassone, canto y poesía

Poeta, narrador, dramaturgo y crítico literario peruano, nacido en Lima en 1884 y fallecido en Madrid en 1959.

Durante su temprana juventud, marcada por su carácter inquieto y bohemio, protagonizó en su ciudad natal algunas turbulentas aventuras que perturbaron el sosiego de una buena parte de la tranquila sociedad limeña, por lo que pronto optó por abandonar el Perú para recorrer algunos lugares de Europa, alentado por una innata vocación artística que le impulsaba a interesarse por las novedades literarias y musicales que a la sazón florecían en el Viejo Continente.


Así, en Italia perfeccionó sus estudios de canto y se dedicó, durante un breve período de tiempo, a cultivar esta modalidad artística, aunque pronto sintió la necesidad de encauzar sus dotes creativas por el sendero de la literatura.


Instalado en París, se integró en los principales foros literarios que animaban la bulliciosa vida cultural de la capital gala, donde continuó arrastrando una existencia bohemia que, finalmente, le condujo hasta Madrid, ciudad en la que habría de pasar el resto de sus días.


Ya en suelo español, se dio a conocer como escritor por medio de unas bellas composiciones poéticas que, plenamente insertas en la mejor tradición del modernismo hispanoamericano, dieron pie a algunos poemarios tan celebrados por críticos y lectores como La canción del bohemio y Rimas de sensualidad.



Aunque pronto cambió de registro genérico para dedicarse de lleno a la prosa y, sobre todo, al cultivo de la creación dramática, Felipe Sassone siempre gozó de una merecida fama de poeta que le acompañó durante toda su vida.

Cinco años antes de su desaparición, dio a la imprenta una interesantísima recopilación de su producción lírica, presentada bajo el título de La canción de mi camino (1954).


Al tiempo que hacía su irrupción como poeta, el escritor peruano comenzó a colaborar asiduamente en los principales medios de comunicación españoles, en los que cultivó con singular justicia y acierto la crítica literaria y teatral. Una selección de sus artículos críticos quedaron recogidos en el libro titulado De un errante.


Además, destacó singularmente en el panorama intelectual madrileño por sus grandes dotes de orador, que le permitieron pronunciar un gran número de discursos y conferencias sobre los temas más variados y en los lugares más peregrinos (acostumbraba, por ejemplo, a disertar con su peculiar facundia en los entreactos de sus estrenos teatrales).


En su faceta de prosista, Felipe Sassone publicó algunas novelas que no llegaron a alcanzar la altura y calidad de sus composiciones poéticas y sus piezas dramáticas. Entre estas narraciones, conviene recordar las tituladas Almas de fuego (1907), Vórtice de amor (1908) y La espuma de Afrodita (1916), obras que, pese a su escasa transcendencia, contribuyeron a sostener la infatigable actividad literaria desplegada por el escritor peruano en la España de las dos primeras décadas del siglo XX.


Hacia mediados del segundo decenio de dicha centuria comenzó a triunfar como dramaturgo, merced a los estrenos de algunas comedias que, como las tituladas La muñeca de amor (1914), El intérprete de Hamlet (1915) y A campo traviesa (1918), merecieron los elogios de la crítica y el público y le situaron en los puestos cimeros del teatro español de su tiempo.


Junto a su padre, Egidio Sassone.

Animado por estos éxitos, continuó cultivando con profusión y acierto el género dramático, al que aportó otros títulos tan aplaudidos en su época como La princesa está triste; La señorita está loca; Lo que llevan las horas; Calla, corazón; Paradoja; y Tres cadenas perpetuas.


Su lugar de preeminencia en la escena española del primer tercio del siglo XX adquirió aún más esplendor cuando contrajo nupcias con la célebre actriz María Palou, quien a su vez realzó, con sus excelentes dotes interpretativas, gran parte de las comedias escritas por su esposo.


Hacia 1935, ya definitivamente instalado en una cómoda vida burguesa que en nada recordaba su agitada juventud bohemia, Felipe Sassone abandonó el cultivo de la escritura dramática para dedicarse en exclusiva a sus colaboraciones periodísticas en diarios y revistas, tan sólo interrumpidas por la publicación de alguna obra en prosa que tampoco se alejaba de sus labores de crítico literario y teatral (como la biografía de la famosa actriz madrileña María Guerrero, aparecida en 1943).

Durante sus últimos años.

Pero, al cabo de poco más de diez años, los férreos vínculos emotivos e intelectuales que continuaban uniéndole al Arte de Talía le animaron a tomar de nuevo la pluma para reaparecer en la cartelera madrileña con unas piezas teatrales de madurez que vinieron a confirmar su maestría como dramaturgo, plasmada ahora en unas obras que, como las tituladas Preludio de invierno (1947), Un rincón... y todo el mundo (1947) y Yo tengo veinte años (1951), conservaban toda la brillantez expresiva y la eficacia escénica de sus primeros estrenos, al tiempo que añadían una asombrosa carga de hondura reflexiva y profundidad espiritual.



SELECCIÓN POÉTICA


La canción del Bohemio


Soy cruzado del Ensueño, soy un pálido bohemio. Siento el arte por el arte, sin buscar jamás el premio, y odio, loco de idealismo, la razón útil y seria. ¡Caballero soy del hambre, de la risa y la miseria! Y aunque se oigan los lamentos de mi espí­ritu que llora, y aunque hiérame en el alma lo prosaico de la vida, siempre triunfan los arpegios de mi risa redentora, siempre brotan rojas flores de la sangre de mi herida. Aborrezco la rutina de las formas anticuadas, aborrezco lo postizo de las glorias usurpadas, y al rugir los aristarcos, en el aire vibra inquieta la sonora rebeldí­a de mis sueños de poeta. Y así­, un poco iconoclasta y otro poco estrafalario, de tiranas academias mi buen gusto se emancipa, y persigo por el cielo, con afán de visionario, las volutas caprichosas que hace el humo de mi pipa. Busco sólo de las cosas las ocultas relaciones y amo más que las ideas las extrañas sensaciones, que el pensar es para el sabio y el sentir para el artista, en la ilógica doctrina de mi credo modernista. Por rebelde, sin abrigo, en las noches invernales, vago en busca de una forma que vislumbro en lontananza. La esperanza que me nutre la acaricio y la bendigo porque mi alma soñadora se calienta de esperanza. Amo el gótico milagro de las viejas catedrales, la mayúscula historiada que se exhibe en los misales; la solemne melodí­a de los cantos gregorianos, el devoto panteí­smo de los mí­sticos cristianos. Y aunque sabios infatuados, con afán cientificista, hagan burla del misterio y me ordenen que no crea, Jesucristo fue un bohemio, fue un poeta y un artista… y es muy dulce la doctrina del Rabí­ de Galilea. Mi yantar tengo inseguro y las nubes son mi techo; pero guardo un gran tesoro de ilusiones en el pecho y lucir puedo, orgulloso, la virtud y la entereza de llorar con mis ideas y reí­r con mi pobreza. Ilusiones y esperanzas son mi pan de cada dí­a y, doliente y esforzado, sueño mucho… poco vivo; pero en gracia a los favores de mi ardiente fantasí­a si no vivo lo que sueño… sueño todo lo que escribo. Abogado del absurdo, la embriaguez y el desatino, voy tocando con mi fieltro, que es mi yelmo de Mambrino, caballero sobre el ritmo de mi verso resonante, como el loco don Quijote galopaba en Rocinante. Sin que logre doblegarme la esquivez de mi fortuna, que la fuerza de mi ensueño es más fuerte que mi suerte, voy cantando mis endechas amorosas a la Luna, caminito de la vida, caminito de la muerte. Vivo solo, pobre, altivo. Si no vivo lo que sueño, sueño todo lo que escribo. Siempre en busca de la Amada, la Querida, la Soñada, de la eterna perseguida, de la jamás alcanzada. Y así­, en riña con la suerte, voy errando, voy vagando, caminito de la vida; caminito de la muerte. Sin dinero, sin fortuna, voy cantando mis endechas a la Luna. Mi bohemia se alimenta de las cosas que le cuenta mi exaltada fantasí­a, y orgulloso de mi sueño, de mi amor y mi poesí­a, soy un rey lleno de andrajos, soy hampón con hidalguí­a, y tranquilo y resignado, todo espero y nada quiero, porque el hambre y la miseria me han armado caballero.


Caricatura del escritor

Fue en un jardín


Fue en un jardín, en tálamo de flores,

bajo la media luz de media luna,

entre estatuas desnudas, al son de una

música de agua de los surtidores.


A mi ímpetu sensual cayó rendida

virgen en flor... El goce fue infinito.

Un sollozo, un suspiro, un beso, un grito...,

y un olvido supremo de la vida.


Entre mis brazos retorcióse loca,

convulsionada en el espasmo ardiente.

¡De su sangre el sabor sentí en mi boca!


Y cuando, en calma ya, le dije “mía”,

noté entre las estatuas de la fuente

la cabeza de un fauno que reía.


Tus labios


Yo no sé lo que siento, que al mirarte

tiemblo y dudo pensando que te quiero,

pues no sé si es que vivo para amarte,

o si es por adorarte que me muero.


Tu boca es una flor y es una herida,

y no sé si en tus labios de escarlata

bebo una esencia que me da la vida,

o un pérfido veneno que me mata...


Tus labios pecadores y benditos

me sugieren ternuras y delitos,

y mientras te acaricio se me antoja


que son tus labios suaves y crueles,

porque tienes la boca dulce y roja,


así como las sangres y las mieles...


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