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ALEXÁNDER GRANADA RESTREPO

Horatio Nelson, un hidalgo de los mares


Envía este escrito: ALEXÁNDER GRANADA RESTREPO, "MATU SALEM"*


Horacio Nelson está considerado como el mayor referente de la marina de guerra inglesa de todos los tiempos. Esta afirmación podría rebatirse desde varios ángulos, si bien la opinión unánime de historiadores y estudiosos de la beligerancia sobre las aguas concluye que el expeditivo marino contribuyó decisivamente a la seguridad de Inglaterra y al apuntalamiento de su imperio. Es más, algunos aseveran que Nelson es el principal responsable de que las tropas francesas no sumasen Inglaterra a su lista de conquistas, al haber perseguido y destruido incansablemente a las sucesivas flotas de invasión francesas y sus aliados que se encontró en su azarosa deambulación por los mares de todo el orbe.


Pero hay una cara menos romántica y audaz de la vida de este singular oficial que se transluce al leer la copiosa correspondencia (más de 5.000 cartas o escritos oficiales) que mantuvo con sus allegados y superiores durante los agitados años que estuvo embarcado (1771-1805) y que arrojan mucha luz sobre su personalidad, carácter y comportamiento más íntimo.



Oficial precoz, Nelson ya comandaba una lancha de cuatro remos cuando contaba únicamente con 14 años. El capitán Lutwidge puso bajo su mando a 12 hombres –alguno de los cuales llevaba más años de servicio que Nelson de vida- y envió dicho bote entre los icebergs. Éste se vio involucrado en el rescate de la tripulación de otra lancha naufragada que iba a ser atacada por una manada de morsas embravecidas en el océano Ártico.


Durante la expedición, que había partido de Inglaterra en julio de 1773 y que consistía del HMS Racehorse y el HMS Carcass, el capitán Phipps, del primero, se había fijado en que el joven Nelson cumplía celosamente con sus deberes de guarda marina y escuchaba atentamente las instrucciones de sus superiores. Inquieto por naturaleza, el novato no paraba de hacer cuestiones a las explicaciones que recibía y siempre estaba presto a presentarse como voluntario en las tareas más duras o penosas de la rutina diaria, por lo que Phipps había accedido a la sugerencia de Lutwidge de confiar una lancha al aniñado guarda marina.


Retrato de la bellísima Lady Hamilton, el amor de su vida.


El capitán Phipps había sido enviado para comprobar si existía un pasaje navegable entre los océanos Atlántico y Pacífico norte, pero aquel verano fue inusualmente frío y la masa glacial obturó la derrota de esos dos barcos cuando todavía no habían llegado a Spitzbergen (actual Canadá).


Fue entonces cuando parte de las dotaciones de ambos navíos arriaron los botes y se disponían a llegar a tierra bogando los trozos navegables y arrastrándolos por el hielo.


Uno de los botes del Racehorse zozobró y el de Nelson acudió en su ayuda antes de que los afilados colmillos de esos mamíferos marinos se hincasen en carne sajona, salvando a todos los ateridos y aterrorizados náufragos. Este fue su primer acto de arrojo registrado en documentos oficiales. El segundo vendría minutos después.

Con la intención de regalar a su padre un abrigo de pieles, el adolescente Nelson y tres hombres abandonaron la lancha y, encaramados a una piedra flotante de hielo, se disponían a abatir al mayor carnívoro de la tierra: un oso polar. El cuarteto se acercó cautelosamente a una hembra con su cría que se divisaba a unos 50 metros. Nelson apuntó y disparó, pero el mosquete se encasquilló y el ruido alertó al plantígrado, que cargó enrabietado hacia el lívido hombrecito.


Percatándose de la situación, desde el Carcass dispararon un cañonazo para alejar a la osa, al tiempo que los otros tres marineros hacían fuego y erraban, y los cuatro corrieron y saltaron de vuelta a la barcaza. El animal volvió con su cría. En algunos escritos se habla de una lucha cuerpo a cuerpo entre Nelson y la protectora madre; incluso existe una pintura que representa al niño a estacazo limpio con la culata del rifle junto al gigantesco bicho.


Evidentemente, esto pertenece a la imaginería popular, ya que las posibilidades de asestar una varada a un animal como ése –sin ser despedazado después- son las mismas que tendría más tarde la fragata Terpsichore de apresar al Santísima Trinidad tras el combate de San Vicente.


De vuelta en el Carcass, Lutwidge reconvino al púber por su alocada conducta, mientras éste intentaba recobrar el habla tras haber recuperado la conciencia y percatarse de lo cerca que había estado de sucumbir en las fauces del señor de los hielos.


Fragata Boreas en 1787. Uno de los primeros buques que mandó Nelson fue esta pequeña fragata de 28 cañones. Pintura de Derek G. M. Gardner.


Nelson se vería en la tesitura de tener que rescatar a otro náufrago muchos años después. El teniente Thomas Masterman Hardy, junto a otro oficial británico, estaba al mando de la dotación de presa que se hizo cargo de la fragata española Santa Sabina (40), capturada por inglesa Minerve (40) en las inmediaciones de Cartagena (España) a finales de 1796. Horas más tarde varios buques españoles con base en ese puerto represaron la fragata y los ingleses fueron detenidos.


A principios del año siguiente y tras una negociación postal entre ambos bandos, se acordó el intercambio de prisioneros que, en el lado español, incluía al capitán de la fragata, Jacobo Stuart, que había sido llevado a presencia de Nelson en la Minerve, tras la captura de su buque. Stuart fue entregado en Cartagena personalmente por el buque de Nelson.


Hardy fue devuelto a los ingleses en Gibraltar a finales de enero y a los pocos días partía de nuevo en la Minerve junto con Nelson para unirse a la flota del almirante Jervis, anclada en las inmediaciones de Lagos (Portugal). Tras la fragata derrotó el navío español Terrible (74), que patrullaba cerca de Algeciras y, curiosamente, era el barco que había llevado al teniente Hardy a La Roca para consumar el canje. El teniente se arrojó al océano para salvar a un gaviero que se había precipitado al agua tras un golpe de viento y que no sabía nadar.


Cuando vio lo sucedido, Nelson ordenó reducir vela y arriar un bote para que los dos hombres pudiesen ser recogidos: ”en el nombre de Dios, no perderé a Hardy de nuevo”, dijo. Sin embargo, las aguas alejaban a los náufragos y el Terrible se aproximaba amenazador. Tras una lucha con los elementos y la marea, finalmente el Atlántico devolvió a Hardy a bordo y la fragata se alejó del alcance del Terrible, mientras que el gaviero se convirtió en el peaje que Nelson tuvo que pagar al estrecho por recuperar al teniente.


La imprudencia que rezuma el episodio de la osa polar, que podría relacionarse con la inexperiencia y el empuje de la testosterona y por lo tanto algo pasajero, fue la constante de su vida militar, durante la cual llevó su embarcación y subordinados a contextos muy inciertos y corrió riesgos innumerables –como corresponde a todo hombre embarcado en un buque de guerra- si bien, en su caso, algunos de estos trances se explican únicamente por un deseo desmedido de gloria y por una animadversión a todo lo que tuviese su origen al otro lado del canal de la Mancha: “la única manera de entenderse con un francés es destruirlo, si eres cívico con ellos, se ríen de ti. ¡Son nuestros enemigos!”, afirmó a principios de 1798 cuando se le encomendó la intercepción de la flota gala en el Mediterráneo.

Réplica en cera del alto marino,

fiel a la descripción histórica.


Ese afán de notoriedad tuvo su paradigma a mediodía del 14 de febrero de 1797 frente al cabo de San Vicente (sur de Portugal) durante el choque entre la flota inglesa de Jervis y la española de Córdova. Nelson, en el Captain (74), ignoró la orden que izaba el insignia Victory (100) de mantener la línea de combate y sacó su barco de la formación ante el asombro de sus matalotes, el Diadem (64) y el Barfleur (98).


El entonces comodoro, rango que se otorga a un capitán de navío al que se le confía el mando de tres o más buques, orzó todo a babor con la intención de virar y presentarse ante los apelotonados barcos españoles Cuando Calder, capitán de bandera del Victory, informó a Jervis de lo que estaba haciendo el Captain, éste se llevó el catalejo a la cara y, tras ver la formación rota, su rostro se tornó rojo de ira, al tiempo que maldecía a Nelson.


El también capitán del insignia Grey afirmaría después que Jervis tuvo que sentarse para pasar el mal trago: “¿qué hace ese imbécil?”, blasfemó el almirante. Calder sugirió entonces a Jervis ordenar por señales al Captain que volviese a la formación ante lo que el almirante permaneció en silencio y volvió a llevarse el espejuelo al ojo derecho.


Mientras tanto, en el Captain, su capitán de bandera Miller se preparaba para lo peor. Con viento en popa en el viraje, se dirigían inexorablemente a enfrentar al grupo más grande de navíos españoles, mientras el resto de la columna británica mantenía el rumbo sur-suroeste para impedir que el otro grupo de naves españolas se fundiera con el primero.


Para culminar la arrumbada en dirección a la escuadra española, el Captain tuvo que cortar la flota inglesa y se echó encima del Excellent (74), que se vio obligado a reducir aparejo para no colisionar con el barco de Nelson. Collingwood, capitán de este navío que cerraba la línea, se quedó boquiabierto ante la derrota del Captain, en cuyo castillo de proa vio a Nelson con la vista clavada en los estáticos barcos españoles que, a una distancia de 1 kilómetro, intentaban aliviar la melé y formar orden de combate.


Jervis, al ver embolsadas las velas del grupo más grande de navíos españoles, señaló al Excellent , Culloden (74) y Blenheim (98) abandonar la formación para taponar la huida de aquellos hacia la ciudad de Cádiz (España), destino inicial de la escuadra y cuyo fondeo en días previos no habían podido verificar debido a vientos contrarios. Asimismo ordenó a Nelson ponerse en facha, esperar y, una vez llegasen esos tres barcos, formar una pequeña línea de fuego para frustrar la maniobra española. El Captain arrumbaba al oeste con un viento del suroeste que empezaba a mover las moles españolas en su dirección. El Excellent fue el primero en orzar a babor para cumplir la señal del Victory, que a su vez viraba a estribor por avante para cañonearse mutuamente con los tres puentes y 112 cañones Príncipe de Asturias y Conde de Regla, dos navíos aislados de los grupos principales.


El navío español San Nicolás de Bari abordado por Nelson


A la 13.30 el Culloden y el Blenheim avanzaban en dirección norte tras el Excellent, que veía la popa del Captain a más de 1 kilómetro recogiendo trapo, al tiempo que se ponía de costado ante la llegada de los buques del almirante Córdova. Nelson miraba nervioso las señales que partían del Victory y los movimientos de aquellos dos barcos que araban las aguas y mantenían un rumbo que haría confluir a las naves.


Pero el Santísima Trinidad (136) y el San José (112) estaban más cerca del buque de Nelson de lo que parecía y poco después de las 13.45 abrieron fuego sobre el Captain. En el log de este navío quedó registrado a esa misma hora que la primera andanada del San José impactó de lleno en la amura de babor. El Santísima Trinidad, que estaba un poco más cerca, también descargó todas sus baterías de estribor sobre el barco inglés. Nelson escuchó como el navío retumbó de arriba abajo pero no se arredró y el Captain devolvió los cañonazos. La siguiente andanada del San José abatió el mastelero de velacho y redujo la dotación del buque de Nelson en 5 guardia marinas de la cubierta superior.


En ese momento, el buque inglés disparaba a la desesperada mientras Nelson buscaba con la vista algún refuerzo. Sin embargo, en su lugar, llegó el Salvador del Mundo (112), que maniobró para ofrecer el costado de estribor y disparó. Una astilla golpeó a Nelson en la ingle y lo derribó sobre la toldilla. El médico del navío, Hastings, confirmó que se trataba de una herida seria y aconsejó al comodoro abandonar la cubierta y ceder el mando para hacerle una exploración detallada en la enfermería. Nelson se negó e indicó a Miller, que con el rostro desencajado se había acercado al ver caer a su superior, que volviese a su puesto.


Con la ventaja de barlovento, los cañonazos de los navíos españoles cegaban con sus humaredas la visión del Captain que, inmóvil en el medio del Atlántico, estaba siendo sometido a un cañoneo incesante y sus baterías ya no mantenían el ritmo de fuego inicial. El Santísima Trinidad era el navío más próximo y uno de los que más disparaba sobre el buque de Nelson. Éste levantó la vista para ver como un nuevo bajel español se aproximaba por el sur. Era el San Nicolás (74) que se sumó al estruendo. Éste fue el buque que más ofendió al Captain, al que sólo quedó entero el palo de mesana –el mayor hubo que picarlo antes de que se viniera abajo-, mientras que la mayoría de las vergas colgaban sobre la cubierta y la cordelería estaba hecha jirones. Del mantel, sólo estaban íntegras las velas gavia y mayor, debido a que estaban recogidas durante la acción.


Durante un momento de distención en su camarote.


En la bitácora del Captain, Miller anotaría que había estado bajo el fuego enemigo durante casi una hora contra cuatro navíos e, incluso, cinco –el Atlante (74) llegó a disparar desde lejos- poco antes de que llegase el Excellent.


Además, hizo constar que los navíos españoles tuvieron la ocasión de abordar el buque durante el tiempo que Nelson fue derribado, pero se sorprendió de que no lo hiciesen así y se contentasen con seguir disparando al aparejo, a pesar de que el Excellent se hallaba a más de cuatro cables.


Cuando arribaron el Blenheim y el Culloden, el Excellent se encontraba también en una situación bastante apurada, después de haber tomado el lugar del Captain y soportar el fuego de tres navíos al mismo tiempo –Santísima Trinidad, San José y San Nicolás-, pues el Salvador del Mundo se había retirado ligeramente de la acción.


Una andanada del San Nicolás dio de lleno en el navío de Collingwood, arrancando el mascarón de proa y arrojando el bauprés al mar. Como consecuencia y antes de que se le unieran el Blenheim y el Culloden, murieron más de diez hombres y el capitán Collingwood tuvo que ser atendido en un pie. La llegada de estos dos casi coincidió con las del Prince George (98) y Orion (74), que avanzaban en dirección norte para cortar la retirada española hacia el este.


El Captain estaba a la deriva e ingobernable como consecuencia del castigo recibido en su aventura en solitario, cuando quedó enganchado al San Nicolás. Nelson encabezó el pelotón que abordaría y apresaría a este navío y al San José, pasando desde el primero al segundo.


Al acabar el combate, Nelson remitiría un informe a Jervis en donde aparecían 24 muertos y casi 60 heridos, 43 de los cuales morirían poco después. Y de los restantes, 3 perdieron alguna extremidad y el propio Nelson tuvo complicaciones abdominales y gástricas como consecuencia del impacto de aquella madera durante la mayor parte de su vida, amén de acentuársele el lagrimeo del ojo derecho y perder audición en el oído izquierdo.


Pero los problemas de este controvertido marino no fueron únicamente físicos. En la marina de aquellos tiempos, los capitanes y la tripulación de los navíos tenían derecho a percibir una suculenta porción de los botines capturados, motivo este que suponía un gran acicate que “justificaba” acciones tan audaces como las de Nelson en San Vicente. Las ordenanzas británicas en este sentido eran muy claras, dando la facultad del reparto al almirante de la flota.


Firma del famoso almirante inglés.


Una vez en Lagos (Portugal) a donde se había dirigido la escuadra británica tras el enfrentamiento, Jervis llamó a sus capitanes al camarote del Victory y en el orden del día estaban, entre otras cosas, las capturas. Cuando Jervis decretó que el trofeo se repartiese por parte alícuota entre los navíos ingleses, Nelson disintió y reclamó una porción mayor para sí y sus hombres.


Entonces, Calder, el capitán del Victory, apostilló que eso sería injusto, puesto que el Captain había desobedecido una orden durante la batalla y que, por lo tanto, no debería tener ni siquiera derecho a beneficiarse de la propuesta de Jervis. Nelson replicó que él había tomado esa decisión para ganar tiempo y, entonces, Calder, indignado con la complacencia del jefe de la flota hacia el turbulento comodoro y dirigiéndose a él, censuró públicamente la iniciativa de Nelson por mor del riesgo innecesario a que había sometido a su tripulación.


El almirante se volvió a Calder y dijo “si alguna vez comete una insubordinación semejante con ese resultado, esté bien seguro que también le perdonaré a ud” (if you ever insubordinate like that mind you, you will be surely forgiven”). A lo que Calder respondió que la batalla se hubiese ganado igual y las presas hubiesen sido las mismas, si no más, si Nelson se hubiese mantenido en la formación. Además, la maniobra, en palabras del capitán del Victory ,“había sembrado la confusión en una línea bien formada e inflado la lista de daños en el lado inglés,”.



El capitán Collingwood se había mantenido en silencio durante todo el rato, pero la ardorosa intervención de Calder suscitó su locuacidad y tomó parte por el capitán del Victory: “Nelson debió haber esperado a una orden directa para tomar esa iniciativa”, dijo sin mirar al comodoro. Troubridge, comandante del Culloden y uno de los que primero vio el estado del Captain tras su maniobra, estuvo de acuerdo en que la flota inglesa hubiese salido airosa de la batalla de todos modos y afirmó que el navío de Nelson hubiese tenido menos bajas si hubiera mantenido su posición.


El consejo de guerra se dilató durante más de tres horas, en el transcurso de las cuales los diferentes capitanes fueron manifestando su opinión. La mayoría reprobó la actitud egoísta y azarosa de Nelson. El contralmirante William Parker, del Prince George (98), llegó a decir que el movimiento del comodoro había frustrado la captura de más buques, puesto que la flotilla de Córdova seguía apelotonada, mantenido a varios de sus navíos superpuestos a barlovento y, por tanto, lejos del alcance de los buques ingleses. Al término de la reunión, el reparto del botín se hizo de acuerdo a los parámetros establecidos por Jervis, pero Nelson y Miller no quedaron satisfechos.


La defensa que Jervis hizo de la iniciativa de Nelson no fue más que una bravuconada. Antes de que acabase el año las relaciones entre ambos se habían deteriorado hasta el punto de que el comodoro llegó a poner una demanda en la magistratura de Portsmouth (Inglaterra) para dilucidar quién tenía la razón en el reparto de las presas, la cual, eventualmente, falló a favor del almirante.


Clásica escena de los feroces combates de la época sobre la cubierta de los barcos.


La acción de Nelson también sería fiscalizada en el almirantazgo. Tras recibir el despacho de Jervis sobre la batalla, los lores llamaron a Nelson a su presencia. Éste se presentó en Londres en abril y le comunicaron verbalmente una amonestación por su desobediencia, así como un apercibimiento de castigo ejemplar en caso de reincidencia.


El reglamento y régimen disciplinario de la Royal Navy preveía una corte marcial y una degradación para el responsable y, excepcionalmente, la pena máxima. Los resultados de la batalla, con cuatro navíos apresados y el embotellamiento del resto de la flota española en Cádiz vigilada por la escuadra de bloqueo y, por tanto, la imposibilidad de que se uniese a la francesa, salvaron a Nelson de acabar su carrera de forma súbita y deshonrosa, cuando no con su vida.


A la corte inglesa tampoco le gustó la acción nelsoniana como prueba el hecho de que, tras la batalla, Jervis fuera nombrado Conde de San Vicente, mientras que Nelson fue investido caballero de la orden de Bath, un premio menor a ojos de muchos de sus defensores, que el comodoro recibió con indiferencia, pues él se veía acreedor de los más laureados parabienes al considerarse artífice de la victoria.


Cabe preguntarse por qué ninguno de los otros capitanes ingleses próximos al grupo de navíos del almirante Córdova se aventuró a iniciar la maniobra de Nelson. Ni Henry Towry del Diadem (64) ni Collingwood o Whitshed del Namur (98) tuvieron la osadía, primero, de desobedecer dos órdenes consecutivas del buque insignia –mantenga la línea de combate y aguarde la llegada de esos tres navíos- y, segundo, de combatir él solo a cuatro barcos, alguno de los cuales tenía casi el doble de cañones que el Captain. Si el baremo que aplicamos es el talento táctico sobre un buque de guerra, es probable que Towry fuese el más gris de aquellos, pero tanto Collingwood como Whitshed tenían una gran reputación en la marina inglesa como valerosos y brillantes oficiales, sobre todo el último, que alcanzaría el almirantazgo y varios títulos nobiliarios, entre ellos primer barón Whitshed.


La explicación se basa en que Nelson no había nacido para obedecer y no le había gustado nada que Jervis lo hubiese colocado al final de la línea, lo que, a sus ojos, había sido un desprecio, después de que hubiese sido él quien había informado al almirante de la posición y la fuerza aproximada de la flota de Córdova tras haberla divisado a lo lejos cuando se dirigía a unirse a la escuadra inglesa a bordo de la Minerve, y esperaba que su jefe le encomendase un puesto más relevante en el choque.


Poco antes de San Vicente, en una carta remitida a su hermano William, Nelson afirmaba estar harto de la manera tradicional de lucha y se inclinaba por abrir nuevos frentes. Además, en sus líneas trasluce un cierto desagrado respecto a Jervis –ya antes de sus diferencias con motivo de las presas- al que llega a calificar de “retrógrado” en su concepción bélica.


25 años mayor que Nelson, Jervis era un fiel defensor del combate en línea cerrada y en paralelo al enemigo, sistema que repugnaba a Nelson, pues decía que “cualquiera que prolongue su buque al adversario habrá cumplido con su deber”.


Batalla de los Santos o de Saints (1780)


Como integrante de una nueva generación de marinos, Nelson se había fijado en el éxito del almirante Rodney en la batalla de Saints (1780), que había llegado tras romper la línea de combate y doblar la formación enemiga. Hastiado con el sistema de ascensos de la Royal Navy, Nelson, de origen plebeyo, aspiraba al reconocimiento de sus camaradas y a alcanzar un éxito militar mediante un movimiento espectacular. Las alabanzas que recibió después de San Vicente hincharon el ego del comodoro hasta el punto de que, en lo sucesivo, no acató jamás una orden durante el transcurso de una acción naval. Este rechazo a la jerarquía se repetiría cuatro años después cuando, como segundo del almirante Hyde Parker, siguió batallando por libre en la bahía de Copenhague, tras recibir el imperativo de interrumpir la acción.


Durante los días 3 a 7 de julio de 1797 Nelson disfrutó de sus primeros momentos de comandante en una iniciativa naval. Jervis sabía alternar disciplina y premio y otorgó al comodoro la posibilidad de lucirse y le confió el mando de las fuerzas inglesas de desembarco que hostigaron la ciudad de Cádiz aquel verano. Al mando de la bombardera Troy, Nelson dirigió las tropas que debían desembarcar en la Caleta y en el placer y obligar a las autoridades portuarias a entregar la escuadra restante de la refriega de San Vicente.


Pero los Mazarredo, Gravina, Churruca y Escaño no eran Córdova o Morales de los Ríos y organizaron una defensa de la ciudad que resultó inexpugnable, a pesar de que los ingleses concentraron 20 navíos de línea frente al baluarte de la Candelaria y el doble de lanchas cañoneras, que se acercarían a la flota española con la intención de ofenderla mientras los marines eran desembarcados. Cuando Nelson recibió el encargo de Jervis no cabía en sí de gozo y se dispuso a llevar a cabo el plan de ataque, elaborado por ambos y Troubridge en un consejo de guerra los días previos.


La primera ofensiva inglesa tuvo lugar al anochecer del día 3 y la falúa de Nelson, que incorporaba a 15 hombres, fue rechazada por el fuego desde la bocana del puerto. Cuando el día 5 por la mañana Jervis vio la cara de Nelson supo que el comandante de la avanzadilla había visto de cerca los ojos de la muerte. El resplandor de los fogonazos que partían desde el puerto gaditano en dirección a las fuerzas hostiles iluminó la mayor parte de las madrugadas del 3 y 4 y dejó las aguas llenas de escombros de madera, aparejo y tejido adiposo inglés. Por su parte, la flota inglesa roció con herrumbre todo el contorno costero de la ciudad, sin hacer discriminación alguna entre población civil o militar.


Nelson in Conflict with a Spanish Launch, July 1797. Pintura de Richard Westall. National Maritime Museum, London, Greenwich Hospital Collection. Fieles a su forma de ver la historia aquí tenemos un cuadro de esos realizados para mitigar una campaña mediocre resaltando algún hecho glorioso. En este caso ante el fracaso del asedio a Cádiz hubo un episodio en el que el bote de Nelson fue atacado por una lancha española la noche del 3 de julio. De los 26 hombres de la embarcación española murieron 18 en una brava defensa, y el resto fueron heridos, entre ellos su comandante don Miguel Tyrason y que fueron obligados a rendirse. Los británicos tuvieron un muerto y 20 heridos, entre ellos el capitán Fremantle que había acompañado al contralmirante Nelson en su bote. También fueron heridos tres tenientes y un guardamarina. Nelson, fiel a su constumbre de reconocer a los valientes, elogió en su despacho oficial el gran valor demostrado por don Miguel Tyrason y sus hombres.


Jervis inquirió a Nelson si se sentía con fuerzas para una nueva tentativa a lo que el tembloroso comodoro asintió. Como consecuencia, el día 7, también de noche, los navíos británicos abrían la función disparando sobre la bahía y 14 botes y 16 cañoneras volando la enseña inglesa se acercaban a las inmediaciones del placer, en la ensenada gaditana. Pero esta vez Nelson se abstuvo de ocupar las primeras posiciones de la línea y esto le salvó la vida con toda seguridad, ya que las 3 primeras lanchas fueron hundidas y las otras 5 se estrellaron contra las rocas como resultado de los impactos recibidos. De hecho, el comodoro tuvo la ocasión de darse un chapuzón en las glaciales aguas atlánticas cuando la Troy recibió 3 balazos en el casco y el cañón fue inutilizado por un disparo que aterrizó en toda su boca. La cañonera se iba a pique y la tripulación saltó al agua y fue rescatada por un bote en el que había 3 marines muertos y que fueron arrojados al mar sin contemplaciones para hacer lugar a los náufragos y devolverlos al navío de origen.


Pero Nelson no se dio por vencido. Quería una misión de más miga y sugirió a Jervis una excursión estival a las islas afortunadas. Por primera vez, Nelson había sido despachado en un cometido oficial como jefe supremo. No tenía que recibir orden alguna, sino darlas. Y así lo hizo. A bordo del Theseus, (74) dirigió otro ataque frustrado, esta vez sobre Sta. Cruz de Tenerife. La fortuna personal que le sonrió durante la ofensiva a Cádiz le dio la espalda frente al puerto tinerfeño en la noche del 24 de julio de 1797: “dejadme solo, todavía tengo dos piernas y un brazo. Decid al cirujano que se dé prisa y prepare su instrumental. Ya sé que debo perder el brazo derecho, así que cuanto antes mejor”, aulló a los marines que se interesaban por él a bordo del bote tras recibir un cañonazo. De vuelta en el Theseus, el galeno Hastings exploró al herido y, sin más dilación, ordenó a sus ayudantes prepararse para intervenir e hizo traer 3 botellas de ron: una para esterilizar el material y las otras para apagar los gritos de Nelson. Testigos presenciales afirman que no soltó un solo suspiro durante la amputación y que la intoxicación etílica consecuencia de la anestesia mantuvo a Nelson inerte durante todo el día 25.


Cuando se despertó lo primero que hizo fue pedir abundante agua con limón y un remedio para el dolor inhumano que sentía en la vacuidad de su extremidad, un sufrimiento que lo atormentaría durante todo el resto de aquel año.


Los emanaciones del licor ingerido por Nelson debieron llegar al convento de la Consolación, en la ciudad de Santa Cruz y, más concretamente al capitán Troubridge, que mandaba las tropas inglesas de desembarco, y que con parte de las cuales –algo más de 300 hombres- se hallaba rodeado por las fuerzas del defensor de la ciudad, el general Gutiérrez, en ese recinto religioso. Sin la más mínima posibilidad de salir airoso, Troubridge redactó y envió un mensaje a Gutiérrez en el que le conminaba a ceder y a poner a disposición inglesa la flota española anclada en el puerto, el cual terminaba con la advertencia que, en caso contrario, “se vería obligado a emplear cuantos medios a su alcance para lograr el encargo del rey”.


La solemnidad que había presidido la comunicación entre los mandos de ambas partes saltó por los aires cuando Gutiérrez, leyendo las exigencias de la carta de Troubridge, dejó escapar una sonora carcajada, cuyo estrépito se duplicó cuando llegó a la exhortación final. Para evitar desplomarse por exceso de hilaridad -lo que agravó sus frecuentes problemas respiratorios-, el general español depositó su voluminoso cuerpo en la silla de la tienda de su cuartel general. Aconsejado por su secretario personal, Gutiérrez reprimió su impulso de responder en términos jocosos similares a los utilizados por el delirante Troubridge y contestó diciendo que si alguien tenía que rendirse ése era él, al tiempo que acotaba la licencia de alojamiento inglesa en el convento y urgía ipso facto al batallón a deponer las armas.


La benevolencia y caballerosidad tinerfeñas permitieron que los agresores abandonasen el archipiélago llevándose consigo todo el arsenal utilizado para ofender a los pacíficos isleños. Como contrapartida, el propio Nelson portó las nuevas de su fiasco a las autoridades gaditanas. Entró en la Caleta a bordo de una fragata y Mazarredo le dispensó una cordial bienvenida, enfatizando durante su encuentro que sería siempre bien recibido en sucesivas ocasiones a condición de que se presentase en el placer con ropa de baño para disfrutar de los encantos naturales de aquellas latitudes.

Cuadro del National Maritime Museum, London, Greenwich Hospital Collection. Por Richard Westall. Representa el momento en el que Nelson es gravemente herido. El Teniente Josiah Nisbet, el hijastro de Nelson, está de pie detrás de él y salva su vida al practicarle un torquinete que evita la pérdida de sangre. Detrás de él y a la izquierda hay dos tenientes más. También en la barcaza y a la derecha del grupo se encuentra un tercer teniente que agarra el bote, con dos marineros detrás de él. En el primer plano izquierdo que está de pie en el agua es el Capitán Thompson, junto con otro teniente.


La esposa del embajador inglés en Nápoles a finales del siglo XVIII era una mujer arrebatadora. Los nombres de sus amantes, escritos con letra pequeña, llenarían 5 páginas de una edición del Decamerón en rústico. La joven Emma había sido desposada por Sir William Hamilton cuando ella contaba 24 años y una dilatada carrera como amadora. Por su parte, William era un prócer viudo destacado en ese reino italiano por el gobierno de su majestad británica. La vida de Emma era tan insípida e insustancial que empleaba la mayor parte de su tiempo en ensanchar su vida social con miras a buscar un sustituto competente para su marido durante las frías noches de invierno.


En el transcurso de una recepción en la corte napolitana a principios de 1798, Nelson quedó fulminado por la mirada felina que depositó en él la insatisfecha sra. Hamilton, “es una joven de maneras amigables que hace honor a la posición en la que fue educada”, escribiría a su esposa Frances. El loado héroe de San Vicente había ocupado las primeras páginas de los periódicos y Emma sentía una gran curiosidad por este implacable guerrero. La primera impresión fue un tanto decepcionante para la dama, a tenor del desmejorado aspecto físico del marino, a cuyo menoscabo braquial se añadía la ligera desfiguración que en la frente le había provocado una astilla durante la acción en Aboukir. Esta indiferencia se fue tornando en caridad hacia el mermado Nelson y, finalmente, en interés, después de que la voz suave y provinciana del comodoro contase a la expectante Emma sus innumerables singladuras, y ésta aportó calor humano y cuidados médicos que surtieron un efecto más rápido y terapéutico que todos los brebajes y ungüentos dispensados por el cirujano del Vanguard . Sir William veían con resignación la llama que se había encendido entre los jóvenes y aceptó con naturalidad que ella se insinuase repetidamente a Nelson y que éste, durante sus estancias en tierra firme, se prodigase por los dominios de la embajada con inusual frecuencia.


A finales de ese año tuvo lugar un episodio tórrido entre los amantes. Durante las operaciones de traslado de los reyes de Nápoles a Palermo después de que el reino fuese sometido por el ejército de Napoleón, Emma y Horacio retozaban en la cámara de la esposa del embajador a bordo del navío que transportaba a los soberanos cuando una llamada en la puerta propulsó al matador de los mares fuera del lecho. Emma había sido enviada a buscar por la mismísima reina exiliada y el marino tuvo que refugiarse en el vestidor de su amada.


La mayor parte de la correspondencia de Nelson a Emma puede clasificarse en tres grupos, estando el primero caracterizado por la lascivia, el segundo por sentimientos de amistad conyugal y el último por reproches mutuos, en los que el marino aparece frecuentemente tildado de indiferente ante las necesidades de “afecto” de Emma. En una de las últimas misivas, Nelson afirmaba preferir “enfrentar una superior flota francesa que pasar una noche entera contigo” y parece que no era una cuestión de francofilia.


A todo esto, Sir William se hallaba al corriente del adulterio y nunca hizo nada por interponerse entre los dos. Es más, Nelson se divorció de su mujer y se fue a vivir con ellos a una casa que el embajador compró en las afueras de Londres. La naturalidad con que este menage-a-trois se desenvolvía públicamente, incendió los ánimos más conservadores del estamento naval y Nelson tendría que ser apartado de Emma con regularidad mediante la asignación de comisiones para acallar el baldón.


A finales de 1800 la estilizada figura de Emma sufrió un cambio ostensible. Pocos se imaginaban que el intercambio de fluidos entre ella y Horacio fructificase. La ignominia fue confirmada con el nacimiento de Horacia a principios del año siguiente, lo que colmó de satisfacción a la pareja y también a Sir William, que, ya anciano, veía como la felicidad de su esposa arrojaba luz sobre sus sombríos últimos años de vida.


En el verano de 1805 las mejillas de Nelson se llenaban de lágrimas cuando se despedía de Horacia y Emma en su casa de Merton Place antes de partir hacia Portsmouth para embarcar. Una vez en este puerto, se sentía tan solo que buscó consuelo en dos espléndidas cortesanas. El cariño dispensado por estas dos odaliscas reverberó en Merton Place y Emma aplicó la pluma al papel para hacer saber a Horacio su derecho a unas atenciones similares en ausencia del jefe de la flota inglesa en Trafalgar.


A las tres de la mañana del 21 de octubre de 1805, el capitán Hardy salía de su cabina en el Victory y, al pasar por delante de la de Nelson observó que la puerta estaba ligeramente entreabierta. Golpeó con los nudillos y, al no obtener respuesta, entró en la estancia y vio al vicealmirante arrodillado en un reclinatorio ante la imagen divina que presidía su camarote: “nada es seguro en un combate naval querido Thomas, algo siempre depende de la suerte”, replicó a la cuestión del capitán de qué le afligía.

Lo que sigue es lo acontecido a bordo del Victory en la mañana del 21 de octubre de 1805 y, particularmente, las últimas horas de vida del almirante Nelson, extraído de la crónica naval de la Royal Navy perteneciente al año 1806:


“Nelson estaba en la cubierta principal del Victory desde primera hora de la mañana. Llevaba el mismo atuendo que se había puesto desde su salida de Portsmouth. La casaca no era nueva pero, sobre su pecho izquierdo llevaba bordadas las cuatro órdenes de caballería que poseía. El cirujano Beatty, en representación de varios oficiales, comunicó a los dos Scotts el deseo de que alguien podría sugerir a su señoría que cubriese sus condecoraciones con un pañuelo. Se creía que el enemigo tenía tiradores tiroleses dispersados por sus barcos y posiblemente francotiradores en las cofas. Tanto el secretario público como el privado de Nelson estaban seguros de que su señoría se enojaría si alguien se tomase la libertad de hacerle tal sugerencia, por lo que Beatty creyó que le correspondía a él decírselo cuando le presentase el parte de enfermos del día. Se quedó en sus inmediaciones, pero Nelson estaba ocupado dando instrucciones a los capitanes de fragata y minutos antes de que el enemigo abriese fuego ordenó a todos que fuesen a sus puestos. Finalmente, el capitán Hardy dijo a Nelson que sus condecoraciones egregias podrían llamar la atención, con lo que Nelson estuvo de acuerdo y replicó “ya es tarde para cambiarme de chaqueta”.


Fotografía del HMS Victory, navío insignia de Nelson en Trafalgar. Este buque, restaurado, se puede ver actualmente en Porstmouth, al sur de Inglaterra.


El capitán Blackwood, de la fragata Euryalus, propuso a Nelson que izase su insignia en ésta y dirigiese la batalla desde allí, pero Nelson adujo razones de dar ejemplo para declinar la invitación. Hacia las 9.30 y después de haber fracasado en su intento, Blackwood sugirió al contumaz almirante que otros barcos precediesen al Victory, para que su señoría se mantuviese a cierta distancia del inicio de la acción, a lo que Nelson replicó “que vayan delante” y Blackwood se fue e invitó al Temeraire a pasar a la proa del Victory.


Cuando Blackwwod volvió a su lado se encontró que “Nelson hacía todo lo posible para aumentar la vela, en vez de reducirla”, y Hardy pudo oír a Blackwood quejarse “a no ser que el rápido Victory ceda, el Temeraire no podrá pasar”.


Cuando los primeros cañonazos volaban por encima de la cubierta del Victory, Nelson urgió a los capitanes de fragata a volver rápido a sus barcos. Blackwood estrechó la mano de Nelson deseando que cuando volviese se encontraría a su señoría bien y con 20 buques apresados a lo que Nelson respondió “Dios te bendiga Blackwood, no volveré a hablarte”.


En medio de la acción, Nelson paseaba junto a Hardy en la cubierta, cuando, a la altura de la escotilla, mirando hacia la popa, una bala procedente de la cofa de mesana del Redoutable, en ese momento a unas quince yardas, alcanzó a Nelson. La bala entró por la charretera izquierda hasta el pecho. El almirante cayó de bruces sobre la cubierta. Hardy estaba a unos pasos a la derecha de Nelson.


Cuando el capitán se giró, vio al sargento mayor de marines Secker con dos guarda marinas levantándolo del suelo. Había caído en el mismo sitio donde hacía breves instantes su secretario público Scott había sido partido en dos por un cañonazo, ante lo que Nelson había preguntado “¿es ése el pobre Scott?”. La ropa de Nelson estaba embadurnada por la sangre de Scott, todavía fresca sobre la cubierta. Hardy deseó que la herida no fuese grave, a lo que Nelson apostilló “lo han conseguido, Hardy”, “espero que no”, dijo Hardy, “sí”, concluyó Nelson “me ha atravesado la espina dorsal”.


Columna de Nelson

en Londres, Reino Unido.


Hardy ordenó a los marineros que lo llevasen abajo y dos incidentes, propios de un gran hombre, tuvieron lugar de forma consecutiva. Cuando lo bajaban por la escalera de la segunda cubierta, Nelson reparó en que las cuerdas del timón todavía no habían sido reemplazadas y dijo a uno de los guarda marinas que había allí que subiese a decírselo al capitán para que las cambiase de inmediato. Al instante, sacó un pañuelo del bolsillo y se cubrió la cara para que la tripulación no supiese de su situación.


“Señor Beatty, Lord Nelson está aquí, el almirante está herido”. El cirujano se volvió y vio como el pañuelo caía y dejaba ver la cara de Nelson; se precipitó hacia el lugar y lo pusieron sobre el lecho de un guarda marina. Nelson entonces preguntó quién lo llevaba y cuando el cirujano le informó, le dijo “Ah, Sr. Beatty, usted no puede hacer nada por mí, me queda poco tiempo de vida, mi espalda está perforada”. El cirujano dijo que esperaba que la herida no fuese tan peligrosa como imaginaba su señoría y que pudiese vivir para disfrutar de tan gloriosa victoria”. El reverendo Scott, abatido y angustiado, juntó sus manos y dijo “Oh, Beatty, cuán profético fue usted”, aludiendo a las palabras del doctor cuando se temió que las medallas de Nelson sirviesen de objetivo.


Tumbaron a Nelson sobre la cama, le quitaron la ropa y lo cubrieron con una sábana y mientras tanto, el almirante decía “doctor, ya se lo dije, me voy” y, poco más tarde, con un hilo de voz “tengo que dejar a lady Hamilton y mi hija Horatia como legado a mi país”. El cirujano dijo entonces a Nelson que no le haría mucho daño al examinar la herida y descubrir la trayectoria de la bala, la cual, se temió, había penetrado el pecho y se había alojado en la espina dorsal. Cuando se lo explicaron al almirante, éste dijo que estaba seguro de que tenía un tiro en la espalda. Entonces el cirujano examinó esa parte del cuerpo y no había orificio de salida. Pidió a Nelson que le describiese lo que sentía y el almirante dijo “un borbotón de sangre cada minuto en el pecho, no sentía la parte inferior del cuerpo, respiración entrecortada, y un dolor fortísimo en el espinazo, sentí como si hubiese roto la espalda.”


Estos síntomas y, particularmente el brote de sangre, eran indicativos de la gravedad de la herida, pero hasta que la victoria estuviese garantizada, no se informó a nadie de ello salvo a Hardy, Scott (reverendo), Mr Burke (tesorero) y Smith y Westemburg (cirujanos ayudantes).



La tripulación del Victory aullaba cada vez que un barco enemigo se rendía. En una de esas ocasiones, Nelson se incorporó y preguntó a qué venía tanto grito y el teniente Pasco, que yacía herido cerca de él, contestó que otro navío había arriado bandera, lo que parecía proporcionar algo de alivio al agónico marino que ahora sentía una ardiente sed y pedía agua y aire con frecuencia “aire, aire, agua, agua”.


Se le daba agua, limonada y vino. Estaba preocupado por la marcha de la batalla y el estado de su amigo Hardy. Burke le dijo “el enemigo ha sido vencido y espero que su señoría sea portador de las buenas nuevas al país”, Nelson contestó “es un sin sentido pensar que pueda vivir, tengo gran sufrimiento pero enseguida se acabará”. El reverendo Scott emplazó al almirante a “no desesperar” y confió en “que la divina providencia lo pondría otra vez en la senda de los fuertes para regocijo de su país y amigos”, “oh, doctor, se acabó, se acabó”, replicó Nelson.


Ceremonia fúnebre del marino.


“Nadie va a traerme a Hardy”, preguntaba con insistencia, “deben haberlo matado, tiene que estar destrozado”. El ayuda de cámara del capitán, Bulkley, bajó y dijo “las circunstancias de la flota requieren la presencia del capitán Hardy en cubierta, pero que a la primera ocasión que pueda bajará a ver a su señoría”. Cuando Nelson escuchó este mensaje transmitido al cirujano, preguntó quién lo había traído y Burke contestó “Mr Bulkley, señoría”, “es su voz” replicó Nelson y después dijo al joven “da recuerdos a tu padre”.


Habían pasado una hora y diez minutos desde que Nelson fue tiroteado cuando Hardy bajó, estrechó su mano y conversaron “¿cómo va la batalla Hardy?”, “Muy bien señoría, hemos apresado 12 ó 14 buques, pero 5 de la vanguardia dieron la vuelta y se aproximan al Victory, pero he instado a dos o tres barcos de refresco y no cabe duda de que se van a encargar de ellos”, “espero”, dijo Nelson “que ninguno de los nuestros se ha rendido”, “no señoría, no se preocupe por eso”.


“Soy hombre muerto, Hardy, todo se habrá acabado dentro de poco, acércate; ruego que mi pobre lady Hamilton tenga mi pelo y todas mis cosas”. Burke iba a retirarse cuando comenzó esta conversación, pero Nelson se dio cuenta y le pidió que se quedara. Hardy observó “ojalá el médico pueda arrojar un poco de esperanza de vida”, “oh, no, contestó Nelson, es imposible, mi espalda está rota, Beatty te lo dirá”. Hardy volvió a cubierta y Nelson exhortó al cirujano a dedicar su tiempo a aquellos a los que fuese útil porque “no puede hacer nada por mí”. El cirujano le aseguró que sus ayudantes estaban encargándose de los otros heridos, pero Nelson insistió y lo dejó rodeado de Scott, Burke y sus asistentes personales.


Instantes después Nelson requirió a Scott que trajese de nuevo al cirujano, “ah Beatty, le he mandado llamar porque he olvidado decirle que no tengo fuerza ni siento nada del pecho hacia abajo y ud, sabe que apenas viviré un rato más”. El médico actuó sobre sus extremidades y pectoral y Nelson le dijo “no sirve de nada, Burke y Scott ya lo han intentado, vd, sabe que se acabó”, el cirujano replicó “señoría, desafortunadamente para nuestro país, no se puede hacer nada por vd”.


“Lo sé, siento algo que me sube por el pecho” tocándose el izquierdo “que me dice que me voy”. Se le administró bebida abundante y el médico y el reverendo lo abanicaban con papel. “Alabado sea Dios, he cumplido con mi deber”. Beatty le preguntó si el dolor seguía y Nelson contestó que “era tan agudo que deseaba estar muerto, aunque a uno le gustaría vivir un poco más” y después, con voz entrecortada “¿qué sería de lady Hamilton si supiese de mi situación?”


Hardy bajó de nuevo 50 minutos después de su primera visita. Antes de dejar la cubierta envió al teniente Hills para comunicar a Collingwood la herida de Nelson. Se estrecharon las manos y Hardy felicitó al almirante “una brillante victoria, aunque no sé cuantos buques han sido apresados, pues es imposible distinguirlos, pero por lo menos 15”, “no está mal”, contestó Nelson “pero yo había apostado por 20” y luego se agitó “!Ancla Hardy, ancla!”, a lo que el capitán adujo “supongo, señoría, que ahora el almirante Colingwood se hará cargo de todo”, “¡No mientras yo viva!, espero” e intentó incorporarse “¡ancla Hardy!!”, “¿Debo hacer la señal, señor?”, “Sí”, contestó Nelson “porque si vivo anclaré la flota”. El énfasis que puso en esta última orden a Hardy evidenció su determinación a no abandonar mientras tuviese plena conciencia de sus facultades. “Esto se acaba Hardy, no me tiréis por la borda”, “oh, claro que no”, respondió el capitán, “entonces, ya sabes lo que tienes que hacer” continuó, “cuida de mi querida la pobre lady Hamilton, bésame Hardy”, el capitán se arrodilló y lo besó “ahora estoy satisfecho, he cumplido con mi obligación”. Después de un instante Hardy volvió a besarlo y Nelson inquirió “quién es?”, “soy yo, Hardy”, “Dios te bendiga Hardy”, balbuceó Nelson.


Hardy volvió a la cubierta principal después de haber pasado 8 minutos con el moribundo. Éste, requirió a su ayuda de cámara Chevalier que lo cambiase de postura y después Nelson dijo “ojalá no hubiese abandonado la cubierta, porque enseguida me habré ido”. Entonces se vino abajo, su aliento se entrecortó y su voz apenas se oía, “reverendo, no he sido un gran pecador; recuerde que dejo a lady Hamilton y a Horatia como legado a mi país” y después añadió “nunca se olviden de Horatia”.


Tumba de Horatio Nelson.


Su sed se incrementaba y no dejaba de aullar “agua, agua; aire, aire, frótenme, frótenme”. El reverendo Scott masajeaba su pecho y esto parecía aliviar a Nelson. En un último esfuerzo fue capaz de proferir sus palabras postreras “gracias a Dios que he cumplido con mi obligación”. Después de permanecer callado durante 5 minutos, su mayordomo acudió al cirujano, que había estado ocupado con los heridos en otra parte de la estancia, y le expresó sus temores de que Nelson se estaba muriendo.


Se precipitó hacia el almirante, se arrodilló, cogió su gélida muñeca y ya no tenía pulso; su frente estaba fría también. El almirante abrió los ojos, miró arriba y volvió a cerrarlos. Beatty regresó a los otros heridos y cinco minutos después el mayordomo dijo al doctor que creía que Nelson había muerto.


El galeno reconoció una vez más al marino y encontró que las palabras de su asistente eran ciertas. Nelson había expirado a las 4.30 de la tarde aquel 21 de octubre de 1805”.



Fuente: TODO A BABOR















*Escritor, poeta teórico y filósofo. Autor del libro "Las Caravanas de Matusalém"

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