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Arcón Cultural

Kurosawa, el emperador del cine


En 1951, se produjo un descubrimiento en el Festival de Venecia que marcaría el devenir de la historia del cine. Fue una edición excepcional, con la presencia de grandes títulos: Un tranvía llamado deseo (Elia Kazan), El río (Jean Renoir), El gran carnaval (Billy Wilder), Diario de un cura rural (Robert Bresson)... Sin embargo, el León de Oro se lo llevó un filme de un director desconocido proveniente de una cinematografía de la que apenas se sabía nada en Europa: Rashomon, de Akira Kurosawa (1910-98).


La enorme repercusión que obtuvo el filme, que se incrementaría al año siguiente con la obtención del Óscar a la mejor película extranjera, catapultó a la fama a su director y abrió la puerta del cine japonés a Occidente. Por la senda abierta por Kurosawa llegaría la obra de otros grandes maestros, como Kenji Mizoguchi (Cuentos de la luna pálida, El intendente Sansho) o Yasujiro Ozu (Cuentos de Tokio, Buenos días).


Kagemusha (1980)



El “efecto Rashomon”


La mayoría de los siguientes filmes de Kurosawa –Vivir (1952), Los siete samuráis (1954), Trono de sangre (1957), La fortaleza escondida (1958), Yojimbo (1961)– compitieron en los principales festivales europeos y se estrenaron en las pantallas de todo el mundo.


Esta difusión provocó un efecto polinizador en el cine occidental. Algunos directores rodaron remakes de sus películas, tanto oficiales como “oficiosos”, y otros comenzaron a utilizar muchos de sus recursos expresivos y narrativos.


Fotografía tomada con un disfraz tradicional durante su niñez.


El “efecto Rashomon” rompía con la tradicional narración omnisciente, impregnando el relato de subjetividad.


Una primera muestra de esta influencia fue Rashomon. Su singular estructura narrativa, en la que se cuenta un mismo suceso a través de cuatro puntos de vista distintos, fue muy utilizada posteriormente en Hollywood. El “efecto Rashomon”, como se conocería, rompía con la tradicional narración omnisciente, impregnando el relato de subjetividad y cuestionando el concepto de verdad absoluta.


La huella de esta técnica se puede rastrear en numerosas películas, desde las tempranas Cautivos del mal (Vincente Minnelli, 1952) o el musical Las Girls (George Cukor, 1957) hasta clásicos contemporáneos como Reservoir Dogs (Quentin Tarantino, 1992), Sospechosos habituales (Bryan Singer, 1995) o Gosford Park (Robert Altman, 2001).


Rashomon (1950)


Incluso se rodó un remake oficial, Cuatro confesiones (The Outrage, Martin Ritt, 1964), protagonizado por Paul Newman.


La “autenticidad” japonesa


El impacto que tuvo Rashomon en Occidente esconde una paradoja. La película fue saludada como una muestra representativa de la idiosincrasia del cine japonés. Sin embargo, lo cierto es que es una película de samuráis completamente atípica. La razón de esta singularidad hay que buscarla en el particular contexto sociopolítico en la que se rodó.


Durante el rodaje de una de sus superproducciones.


El género jidaigeki, como se conoce en Japón a las películas históricas (ambientadas antes del comienzo de la era Meiji en 1868), y en particular el subgénero chambara (cine de acción con samuráis), estuvo censurado durante la ocupación estadounidense debido a su contenido ideológico. Temas como la exaltación de la lealtad feudal, el suicidio ritual o la venganza chocaban con el objetivo norteamericano de difundir los valores de la democracia entre la sociedad japonesa de posguerra.


Los directores se dieron cuenta de lo sencillo que era trasladar los códigos del ‘chambara’ a los wésterns.


Los siete samurais (1954)



Habría que esperar hasta el fin de la ocupación, en 1952, para que este tipo de películas se volvieran a rodar. Los siete samuráis es fruto de ese resurgimiento. El filme más popular de Kurosawa, aun con sus particularidades estilísticas e ideológicas (su cine estuvo muy influido por la cultura occidental), es un chambara en toda regla. Una historia épica de samuráis que sirvió de inspiración para multitud de películas posteriores.


Si la influencia de Rashomon se dejó sentir sobre todo a un nivel narrativo, la de Los siete samuráis lo hizo en un sentido estético y de puesta en escena.


El Perro rabioso (1949)



Obras como Los siete magníficos (1960) y sus numerosas secuelas y remakes, el filme de animación Bichos (1998), la saga Los Vengadores (2012-2019) o chambaras modernos como 13 asesinos (2010) y la serie Samurai 7 (2004) le deben a esta obra maestra su manera de organizar el espacio fílmico y de relacionar a los diversos personajes dentro de la narración.


De samuráis a cowboys


La mayoría de las adaptaciones de las películas de Kurosawa son wésterns. Los directores se dieron cuenta de lo sencillo que resultaba trasladar los códigos visuales y narrativos del chambara a los filmes del oeste.


El actor Toshiro mifune (1920 - 1997) fue descubierto por el realizador y protagonizó muchas de sus películas.


Un ejemplo paradigmático (y polémico) es Por un puñado de dólares (1964), el popular spaghetti western escrito y dirigido por Sergio Leone. El cineasta italiano “fusiló” sin contemplaciones el argumento y muchas de las escenas de la excelente Yojimbo , que se estrenó en Italia en 1963 (antes se pudo ver en el Festival de Venecia de 1961, donde Toshiro Mifune, el actor fetiche de Kurosawa, ganó el premio de interpretación).


Tras el estreno de la cinta de Leone, el director japonés le envió una carta dándole la enhorabuena. “He visto su película”, escribió. “Es una película muy buena. Desafortunadamente, es mi película”.


Los estudios Toho demandaron al director italiano por plagio. Finalmente llegaron a un acuerdo: Kurosawa recibió una compensación del 15% de las ganancias generadas por la película, y la Toho, los derechos de distribución en Japón. El enorme éxito del filme hizo que el cineasta ganara más dinero con el filme de Leone que con el suyo propio.


Ran (1985)



Tres décadas después se estrenó El último hombre (Walter Hill, 1996), el remake oficial de Yojimbo, con Bruce Willis en el papel de Toshiro Mifune.


Por un puñado de dólares fue el caso más sonado, pero no el único. Hubo otros directores que se inspiraron en el cine de Kurosawa sin pasar por caja. Fue el caso de Django (Sergio Corbucci, 1966), otro popular spaghetti western que luego inspiraría el filme de Tarantino Django desencadenado (2012). Aunque no de forma tan descarada, la película también bebía mucho de Yojimbo.


El propio Leone repetiría en Hasta que llegó su hora (1968), cuyo célebre duelo final entre Henry Fonda y Charles Bronson está inspirado en el magnífico clímax de Sanjuro (1962), la secuela rodada por Kurosawa de Yojimbo.


Junto a su familia


Pero, sin duda, el ejemplo más célebre es el de La guerra de las galaxias (1977). Su autor, George Lucas, no ocultó que se había basado en La fortaleza escondida para completar el guion de su aventura espacial.


Lucas utilizó parte de su argumento (una princesa debe huir de territorio enemigo con la ayuda de un samurái), algunos personajes (además de la princesa, el dúo cómico compuesto por un campesino alto y otro bajito inspiró la creación de C3PO y R2-D2), el duelo final con espadas (de katanas a láser), las cortinillas que llevan de una escena a otra o el casco de samurái, muy parecido al que lleva Darth Vader.


Devoción por el maestro


Como muestra de admiración (y quizá con algo de mala conciencia), Lucas fue, junto con Steven Spielberg y Francis Ford Coppola, el principal impulsor de la última etapa de la carrera del cineasta. Kurosawa pasó una mala racha a finales de los sesenta. Tras varios intentos frustrados de rodar en Hollywood (abandonó el rodaje de la superproducción Tora! Tora! Tora!) y el fracaso comercial de Dodes’ka-den (1970), el director intentó suicidarse en 1971.


Cuatro años después, ya recuperado, Kurosawa regresó al cine de la manera más insospechada: a través de un encargo de Mosfilm, el afamado estudio cinematográfico de la Unión Soviética.


Los sueños de Akira Kurosawa (1990)



El resultado de esta colaboración fue Dersu Uzala (1975), una de sus películas más emblemáticas y con la que volvió a ganar el Óscar. Esta hermosa historia sobre la relación entre el hombre y la naturaleza inspiraría filmes como Urga, el territorio del amor (1991) o la reciente El renacido (2015).


En 1980, Kurosawa volvió al género jidaigeki con Kagemusha (1980), financiada por la 20th Century Fox gracias al apoyo de Lucas y Coppola. La película, que ganó la Palma de Oro en Cannes y volvió a estar nominada al Óscar, supuso el relanzamiento definitivo de la carrera del cineasta.


En plena "faena".


La shakespeariana Ran (1985) y la poética Los sueños de Akira Kurosawa (1990), esta vez con el apoyo económico de Spielberg, completaron una trilogía en la que el director experimentó con la composición de los encuadres y el uso expresivo del color.


Kurosawa murió en 1998 a los 88 años. Pocos directores han podido conseguir lo que él hizo: trabajar durante su vejez (su última película es Madadayo, de 1993) y seguir alumbrando obras tan relevantes.


El director continuó influyendo con sus últimas películas como cuando se dio a conocer con Rashomon cuarenta años atrás. Ang Lee (Tigre y dragón), Zhang Yimou (Hero, La casa de las dagas voladoras) o el propio Coppola, quien reconoció haberse inspirado en Kagemusha para el prólogo de Drácula de Bram Stoker (1992), recogieron las enseñanzas del maestro y las plasmaron en su obra.


Madadayo (1993)



Dos décadas después de su muerte, el legado del “emperador” del cine sigue muy vivo.


Fuente: DIARIO LA VANGUARDIA (ESPAÑA)

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