TUS MANOS
por JESÚS ANTONIO MARÍN ESCUDERO
Ayer tus manos fueron blancas
como azucenas,
tan suaves como el viento
que acaricia las flores,
ingenuas como el ave tremolante
de amores
o como errantes nubes...
pacibles... serenas.
Con ellas enjugabas
el llanto por las penas
de algún prístino amor
que te cubrió de dolores,
o ardientes y quemantes
legaron sus favores
en noches de caricias y de pasiones plenas.
Manos ya maltratadas de labor incansable
van tejiendo recuerdos de un tiempo inmemorable
y cultivando flores del humano jardín;
O implorantes al cielo en sacras oraciones
pidiendo para el mundo eternas bendiciones
van contando un rosario en noches de satín.
TRAPOS ROJOS
por IBÁN DE JESÚS ALARCÓN MARÍN
Sacaron los trapos al sol de nuevo,
no por un partido,
como esos que limitan vidas
por una camiseta colorada
en el juego pálido de la pelota,
como con los que trataban
de retener las hemorragias
en la guerra civil,
como los que llevan una carga larga,
ni por un gobierno,
como los que usaba Mao tse tung
en su comunismo,
como los de la plaza roja con Lenin,
como Mussolini en su cuello,
como la del Viet Cong en Vietnam,
como los del sudario tapa pincho,
mosquero de campesino
y menos como esa cuota mensual
que no perdona que seas mujer
y te despierta sobre la bandera de Japón.
Sacaron los trapos rojos
desde lo más hondo de la fatiga
que mis vecinos
han puesto en sus ventanas...
A propósito, los gatos no se oyen en los tejados
como de costumbre¿será que son los nuevos en la carta?
O será que tendrán que vercon los que no volvieron a salir
de sus claustros,aún no llegan desde la mañana,
espero no tengan tanta hambre como yo.
LA GUERRA Y EL OLVIDO
por DIANA PÉREZ DUQUE
Desde la ventana del olvido
Observa pasar tardíamente el viento
en pos de las alas de una mariposa muerta
para no dejarla desplomar
en el sucio y áspero suelo
del planeta envenenado.
Desde allí invoca en silencio la salvación divina
elevando con desdén los ojos al cielo
esperando verlo azul
pero con asombro tropieza con un cielo herido,
teñido de rojo dolor.
Desde allí piensa con anhelo
hacer oraciones vehementemente
para así clamar sus palabras al viento
pero una lluvia de balas incesante
no las deja salir de sus pensamientos.
Desde allí con ansia plena
espera agonizante a su amada,
quien en su camino es enredada
entre cadenas prisioneras
que no la dejan volar y traspasar esa ventana.
Desde allí ve pasar el tiempo
Ve llenar su existir de telarañas,
entre ventanas cerradas y paredes sucias,
entre olores fétidos de soledad agobiada,
entre baúles llenos de recuerdo.
Desde allí ve su reflejo en un espejo
que se vuelve viejo, débil, enfermo
tan solo viendo pasar el tiempo a través de su ventana
dejando camino libre a la guerra
siendo en silencio cómplice de esta condena
Y sin pasar mas allá de la triste ventana
Sin ver más allá de sí mismo,
Encarcelado en su soledad y sintiéndose salvado
Pero abatido y desconsolado
y en vida enterrado. por ser cómplice triste y silencioso
de la maldita guerra que acobarda
VIVES
por: JOSÉ LICELDER CARDONA GALEANO
Eres mi espera;Mi sed.
Avanzas con mi aliento. . .
Todo te nombra;Todo me ahonda tus voces.
Y se hace el tiempo,Como la noche,Testigo absoluto de mis recuerdos.
Moras mi emoción,Vitalizas mi gesto.
Y sucede a cada pétalo
El desangre del estío
e intactas conservo tus rosas.
ENCUENTRO
por: JOSÉ RUÍZ VALENCIA
Yo soñaba con ella desde niño,s
iempre sonriente y bella me decía:
“Yo soy aquella diosa cual armiño,a
quien llamabas para ser tu guía”.
Sus suaves formas vi pasar lontanas,
la trémula faz candente intuía:
por ella sufres, corazón, sangras,
y sin quererlo se te va la vida.
Hoy ya presa amoroso entre mis brazos,
felices ambos con doliente herida,
su casta frente siémbrale de besos.
Surge impetuosa la pregunta mía:
¿Quién eres oh! Mi musa amada?“¡Yo soy tu inspiración …. La Poesía!”.
CLAMOR DE MUJER
por: JHON JAIRO SALINAS
Ellas exigen amor puro como el agua.
Ellas exigen ternura y comprensión.
Ellas exigen bondad.
Ellas exigen que sus cuerpos no se conviertan en botín de guerra.
Ellas exigen que sus cuerpos sean territorios sagrados de paz.
Ellas exigen pan, vestido, techo para sus críos.
Ellas exigen semillas para la vida.
Ellas exigen libertad, fraternidad e igualdad.
Ellas exigen que les regalen una rosa, una flor, o quizás un abrazo.
Ellas exigen que la tierra sea sagrada.
Ellas exigen atreverse a soñar un mundo mas justo.
Ellas exigen no ser mercancías.
Ellas exigen ser puras como los cristales,
sin animo de entereza,
Porque ellas son fuertes como las rocas.
"Ellas no quierenque haya frío en las casas,
que haya miedo en las calles,que haya rabia en los ojos".
¿Que exigimos los hombres humanistas?
que ellas iluminen,como el sol y brillen como la luna.
Que sean- agua pura y cristalina, dejando huella en su historia.
También pedimos que sus vientres sean bendecidos,P
orque son fuente de vida,
Como Ateneas brillaran de sabiduría.
DONCELLA DE LA LUZ
EN UN MUNDO DE SOMBRAS
por EMMA MARULANDA, "MIRADA NOCTURNA"
En un mundo de sombras y de penas,
ella, en silencio, brindaba su esencia,
sin pensar en sí, solo en dar,
anhelando en el mundo un poco de paz.
El mundo giraba, cruel y frío,
mas ella, en su esencia, irradiaba su brío,
sin esperar recompensa, solo dar,
en su danza, el mundo iluminar.
Ella, luz en la noche más oscura,
dando amor sin medida, sin censura,
esperando que el mundo, en su girar,
pueda un instante de felicidad encontrar.
POLIPENSANTE
por ALEXÁNDER GRANADA RESTREPO, "MATU SALEM"
Estoy muy contento
de que Dios sea Dios
y de que yo un cualquiera,
pues, por nada
estaría dispuesto
a lidiar con esta humanidad
-contaminadora y pendenciera-,
que ya desea
habitar otros mundos,
como si en el propio
no se bastara
ni cupiera.
VERSÍCULO DE DIOS OMNIPOTENTE
¡Aquí van cantos!
Tejiendo umbral de nacimiento
detrás del rostro del obrero
que trae su sonrisa derretida
como piel de hule
¡Aquí van cantos!
Rompiendo la placenta
por vez primera
de mujer que se parió a sí misma
en un lenguaje deseado
¡Vamos cantos!
Que se alcen en vuelo
Las facultades
sobre la derrota del cinismo
MADRE, EN TI ANIDAN…
por ALBA LUZ CANO ZAPATA*
Madre, en ti anidaron todas las caricias,
moraron en tus manos asidas a tu cariño eterno,
rozaste quebrantos y alegrías con dulzura infinita,
el consuelo en ti halló la voz segura, el dolor alivianabas.
Madre, en ti anidaron todas las palabras,
tus labios solo parieron fortalezas y alientos,
suave voz arrullando sueños y realidades,
firme tu hablar amparando los afectos ante el embate.
Madre, en ti anidaron todos los besos,
los abrazos, los mimos,
eras ansioso palpitar,
pulsaban tus venas con la existencia de todos,
ofrendabas tu vida, hacías tuyos
los pesares, la paz portabas.
Madre, en ti anidaron todos los sentimientos
El corazón fue la base de tu querer y no tuvo límites.
Enjugaste lágrimas, contagiaste felicidad con tu constante sonrisa.
Realizaste todos tus pasos en la ruta, el amor fue tu esencia...
*Alba Luz Cano Zapata (Antel tejedora de palabras) nacida en Caldas, Antioquia, área metropolitana de Medellín – Colombia.
Formada académicamente en Comunicación Social y Periodismo, especializada en Periodismo de Investigación, Magíster en Cultura, Magíster en Gestión Cultural, Magíster en Ética de la cultura; gestora cultural desde la praxis, escritora, poeta.
Directora – fundadora de Colectivo de artistas Atenea de Medellín. Capítulo de Artes Plásticas Bodeguita, Colectivo Mooma, Semillero de literatura y artes Mooma.
Nombrada Mujer Talento (2016 y 2017)
Medalla al Mérito Ana Guerrero de Hoyos en modalidad cultura (2018).
Mujer de Oro (2019), postulada Antioqueña de Oro en los años (2022 y 2023).
Miembro del Consejo de Cultura departamento de Antioquia.
Miembro del Consejo de Cultura y Junta Directiva Caldas Antioquia en representación de los sectores cultural y literario.
Con múltiples reconocimientos en el ámbito internacional.
Publicada en cincuenta y siete antologías internacionales-
Diez publicaciones participativas en investigación temática sobre comunicación educativa y cultural.
A la fecha ha publicado tres poemarios, tiene otro en proceso de edición y siete obras inéditas.
Premio Mundial a la excelencia literaria otorgado por la Unión Hispanoamericana de Escritores UHE, Orlando Fl. 2016.
Tercer lugar Concurso Mundial de Poesía temática en apoyo a la Liga Mundial contra el cáncer, 2017.
VIDEOS
APRISIONADOS
DUO FULANA
POESÍA
HELENA RESTREPO
CARTA DEL ENCONTRADO
(DE FREDDY YEZZED)
JOHANNA CARVAJAL
MONÓLOGO
MERARDO ARISTIZÁBAL
HACIA EL CALVARIO
ALBERTO Y JUAN DIEGO LAVERDE, CON ALGIRO PUERTA EN GUITARRA
CUENTOS, ENSAYOS, ARTÍCULOS
& PROSA POÉTICA
LA MUERTE CON HAIKU
por UMBERTO SENEGAL
En libros del zen se afirma: “Cuando un hombre sencillo adquiere conocimiento, se hace sabio; y cuando un sabio adquiere comprensión, se hace sencillo”. El haiku y sus 17 sendas silábicas es otra de las maneras poéticas, junto con el tanka, de entrar en la muerte. Salir de la vida, secundado por la poesía. Poemas japoneses a la muerte. Manual de belleza y serenidad. Preludio para la muerte. El poeta rumano Yoel Hoffmann, profesor de poesía japonesa en la universidad de Haifa, presenta uno de los libros más claros y nada trágicos editados en torno al tradicional modo oriental de muchos poetas zen recibir la muerte: Escribiendo un haiku. No son especulaciones metafísicas sobre la muerte. Haikus y tankas con atributos sensoriales llamados jisei, “poema de despedida de la vida”. Cuando haya muerto, / ¿alguien se ocupará/ del crisantemo? “Los escritores de los periodos Nara y Heian, no se cansaron de comparar la vida humana con la de una flor que se marchita apenas abierta”, subraya Hoffman en el preámbulo del libro. Las luciérnagas apagadas o encendiendo su luz, representan la muerte entre poetas japoneses de haiku. Se atribuye a Yamato Takeru-no Mikoto el primero escrito en Japón para despedir la vida. Según la leyenda, Yamato se transformó en ave blanca al fallecer. Llegar a la muerte sin apego a la vida. Salir de esta sin pavor a la muerte. Y en la frontera entre ambas, despedirse de la una y saludar a la otra, escribiendo un breve poema. Modelar en esos cortos versos la brevedad de la vida. Poema donde el ser y el no-ser festejan un objeto cualquiera. El paisaje como imagen concluyente de la cotidianidad. Los poemas a la muerte/son un engaño. /La muerte es la muerte. Un haiku, un tanka para afrontar la muerte con la certeza de haber vivido a plenitud. Otoño del cuerpo, sin apegos ni remordimientos y la muerte ahí, sin inducirnos a pensar en el pecado ni exigir paraísos por haber cumplido preceptos de iglesia y mandatos de libros sagrados. Apagarnos como vela entre la luz. Decenas de monjes zen escribieron un poema de despedida. Jisei manuscrito un día antes de morir. O una hora antes. Con personas al lado del poeta. Muchos de ellos sabían cuándo sucedería tal desprendimiento. Sin oraciones ni mantras. Es sensato despedirse con un haiku. No hay tiempo para elegías ni himnos extensos. ¿Cuáles imágenes del mundo material que dejamos, se convertirán en palabras? ¿Y cuáles vocablos, antes del silencio absoluto, ayudarán al poeta a desprenderse del mundo de las formas? Sabor a guanábana. Canto del urutaú. Luz de luna llena. Perfume de tierra húmeda. Cristalino arroyo veredal…Todo lo abarca la maternal nada de la muerte invitadora.
DE LA CHAMPETA VULGAR A LA CHAMPETA MERCANTIL
por FERNAN AVID MEDRANO BANQUET
Todavía recuerdo cuando la champeta no era tan comercial; era cándidamente grosera y vulgar. Yo escuchaba de manera clandestina trocitos del susodicho ritmo afrocaribeño de Cartagena de Indias, porque había algo en él que me atraía, un no sé qué. Mi mamá lo creía perjudicial para los jóvenes.
En mi memoria viven recuerdos de aquellos años de mi infancia cuando sonaban las hercúleas máquinas de sonido llamadas pick up que querían tumbar los techos de las casas humildes construidas con pedazos de zinc. En esos equipos de sonido se oían algunas voces negras de Cartagena, tales como la de Mr. Black, El Sayayín, El Afinaíto, El Pupis, Nando Hernández, entre otros, cantando champeta y saludando al famoso Chawa o Chawala, de quien se dice que es la mente maestra al frente del Rey de Rocha, el pick up más glorioso del universo champetero.
Ahora la champeta ha sido convertida en una gallina de huevos de oro, en un producto de consumo con un nuevo empaque para los consumidores que se hallan más allá de La Heroica. Ahora la han rebautizado con el pomposo nombre de champeta urbana, pues la idea es conquistar al público del interior del país, sobre todo, de Medellín, Cali y Bogotá; y es que el despeluque champetero ya ha traspasado las fronteras del Caribe colombiano, de Cartagena y Barranquilla, hasta extenderse por ciertas ciudades de Venezuela, como Maracaibo, por ejemplo, donde suena con suficiente fuerza.
Tal vez la champeta no sea un ritmo musical para el gusto de los dioses, a veces necesita de seducción expresiva, con dificultad superaría un examen estético; es un género musical creado por y para las gentes empobrecidas de origen africano, de descendientes de seres humanos arrancados del África y luego esclavizados acá. Posiblemente, por eso son composiciones tan básicas y rústicas, aunque por lo general tienen una especie de estructura: introducción, una parte intermedia (cuando comienza el despeluque o movimiento excitado de todo el cuerpo) y una fase decadente (cuando disminuye el despeluque).
Acaso la esencia de la champeta sea el estilo desnudo para cantar las cosas sencillas de la vida cotidiana, simples ocurrencias, expresar en forma abierta las palabrotas del español caribeño de Colombia, que en otrora escandalizaban a nuestras mamás; era algo curioso, pues ahí no había nada premeditado, ni altamente elaborado o sofisticado; lo espontáneo era el común denominador. Y se vendía. La champeta se vendía. Pero ahora todo ha cambiado. Llegaron las disqueras con su marketing y vocabulario asfixiantes a vender humo y a creer que ellas pueden hacerlo mejor que los analfabetos cantantes de champeta.
Anteriormente, yo no podía juzgar si la champeta era perjudicial para los jóvenes, o no. Los que la interpretaban seguramente lo hacían con el fin de salir del anonimato, para sobrevivir, salir de la pobreza extrema y ganarse la vida de esta manera. Pero las disqueras tienen el ánimo de lucrarse con algo que ya estaba construido. Y eso no es ningún fin noble. Pero la champeta mercantil –la champeta de hoy día, con la que se llenan los bolsillos las grandes casas disqueras–, esa champeta se ha dañado y me ha hecho aborrecerla en los términos más absolutos. Ya no me gusta.
Los exégetas que se ocupan de elaborar el catecismo del marketing predican que no hay producto malo, sino mala estrategia de mercadeo. Esta sentencia es la plataforma publicitaria usada para vender humo, hielo en los polos, arena en el desierto, canciones llenas de nada: música sin melodía, ni armonía ni ritmo, y que no produce deleite al oírla, sino disonancia, mero ruido sin ton ni son.
La idea principal es deformar la música, fabricando canciones en serie que no reclamen el concurso del entendimiento en la comprensión de su mensaje; que no consientan el goce de la belleza que supone la letra de las composiciones musicales. La cuestión es –al parecer- que cuando el sonido entre en contacto con el oído, de inmediato la gente comience a menear la cabeza y a zarandear el resto de su cuerpo de involuntaria manera.
A lo mejor se diga que el anterior es un planteamiento demasiado rebuscado; pero para la muestra, existe un botón. Hace pocos meses, un usuario de la red social Twitter realizó una especie de hallazgo arqueológico de índole musical, cuando logró descubrir el mensaje de la famosísima canción Aserejé. A pesar de que este sencillo fue compuesto originalmente en español auténtico, de España, millones de hispanohablantes lo bailaron y lo cantaron sin saber qué bailaban ni qué cantaban. Esto lo dice todo.
En la actualidad nada sucede por artes mágicas o por llana y pura casualidad. En la trastienda de la dictadura del marketing se prepara todo lo que va a ser exhibido con destino al consumismo humano: modas, estilos, frases hechas, gustos, odios, preferencias, tendencias, etcétera. Obsérvese que la música más consumida ahora mismo no sirve para convocar a la reflexión y la crítica de los millones de oídos receptivos; puesto que eso es peligroso (asegurarían los ingenieros de la mente). Eso es poner en movimiento estructuras de pensamiento que entrarían a cuestionar las corroídas estructuras sociales.
Pero la música y la poesía son dos espléndidos sinónimos; son, digo más, hermanas siamesas, ya que ambas tratan acerca del sonido bello y pulido. Música no es cualquier ruido. Lo que en este minuto llaman música es un verdadero antónimo, hasta de sí misma. Hoy en día las composiciones son cada vez más inexpresivas, menos inteligentes; son de una fealdad jamás conocida; adolecen de inspiración y de esfuerzo estético alguno.
A esas formas silvestres de cantar a gritos no se les puede realizar una valoración artística. La verdad es que no resisten un análisis musical, porque no tienen lo que se llama talento sonoro, ni siquiera el otro, el más importante, el talento humano. Los proxenetas de la música tradicional mantienen la aspiración de embrutecer a la audiencia con el fin de que no haya quien los acuse por la destrucción de los cerebros y del menoscabo que efectúan contra el patrimonio inmaterial de la humanidad, conquista de la civilización.
Yo interrogo a la musa: ¿para qué han servido tantos millones de años de evolución?, ¿no más para componer canciones que no tienen imaginación y creatividad ni dicen nada? Pues yo no me lo creo. Es preciso persistir en la campaña de generar cultura, pues la formación de gustos de elevado nivel significará la muerte de la mediocridad en todos los ámbitos.
ME ENREDÉ
por YANINA CERIANI
Me enredé entre sus ojos de una manera salvaje. Me aferré como la enredadera a su palo. «¡Incrédula e insípida manera de volverme loca!», porque el amor es un paréntesis, salirse de uno para volverse en otro. Y así, de esa manera me enamoré, vorazmente como el fuego cuando consume el matorral. Enredada, enraizada, carcomida en las entrañas. Así se ama o se muere porque el amor es para algunos locos como yo, no está hecho para los tibios, buscando lo que no se encuentra y fingiendo lo que no se tiene. Y ahí entre paréntesis me sentí amada.
«Pero el amor dura un santiamén» decía mi madre mientras tomaba sus maletas y se marchaba dejándome a solas. Entonces ella tampoco supo amar, yo no supe amar y no sabré jamás de ese amor tibio, porque enredarse no es amor, o tal vez sí pero no del que todos hablan. El mío en cambio es un amor distinto, que te tumba, te arrastra dejando huellas, mi amor oprime el pecho sintiéndote muerto por falta de aire. Una vez me dijo, «te amo» mientras salpicaba de sangre la cama acertando una golpiza .
UN CADÁVER, UN RECUERDO Y UN FANTASMA
por DIEGO FIRMIANO
Ese amor es de lánguidos y fríos, de marginales que se quedan en las orillas creyéndose el centro del mundo, ese amor no es como el mío (eso ya te lo había contado). A veces me suplican que los ame mientras salto la valla huyendo, porque no creo en las súplicas ni en la piedad, a mi no me la tuvieron cuando dejaron de amarme, al contrario, se fueron sin decir adiós. Por eso digo que el amor no es para tibios. Mi padre, ese pendenciero que tampoco supo amar, al igual que mi madre, una mañana tomó sus cosas y se fue dejando vacíos y deudas. Por eso cuando me preguntan si creo en el amor les digo «claro, pero no es de este mundo».
Pero vuelvo al principio donde comencé este relato, me enredé de amor bajo el manto de sus ojos sabiendo que en algún momento tendría que saltar la valla, porque nada es como Dios dijo, que creó al hombre a su imagen y semejanza. Ése no es el hombre ni es mi Dios, el mío no es tibio y mi hombre tampoco lo es. El amor no es para los intelectuales, ellos no saben amar mientras se come el pollo con las manos y se recalienta la comida del viernes pasado. Lo mio es vulgar, agnóstico, impiadoso y caliente.
Pero nada tiene validez cuando estás a punto de saltar la valla o al menos tener en cuenta que si te vas, te vas, que no hay vuelta atrás ni medias tintas, porque mi amor no es para tibios. Y así fue cuando una noche mientras él dormía salte la valla y me fui.
na pena en observación» (1961) contiene las reflexiones dolorosas y singulares que C.S. Lewis redactó cuando falleció su esposa Helen Joy Davidman en 1960 por cáncer óseo. Es un manifiesto existencial, primero desesperado y luego estoico, sobre la ausencia y el drama de la muerte y el silencio que le precede. Comparado con otros libros del autor, antes de su conversión al catolicismo, esta prosa del luto sale de adentro, del corazón emisor y dobla, irremediablemente, el corazón receptor del lector. ¿Cómo expurgar la pena? ¿Estamos preparados para la muerte? ¿Qué hacer frente al vacío y por qué aceptar pasivamente el sino trágico de la vida? Y otros interrogantes que nos interpelan.
C.S. Lewis quizá no escribió este libro en modo literario (y hasta dudo si tenía intención de publicarlo), pero aun así lo anotó y dejó fluir como una catarsis sanadora y liberadora. Todo el espíritu de la narración nos sugiere esta búsqueda. Incluso las comas, los puntos, los giros, y los cuatro capítulos que lo componen, constituyen un canto de un solitario en soledad, el grito de un animal moribundo y un intento desesperado de un hombre por hallar respuestas a su dolor. Sus reflexiones son puños en el aire, cuestionamientos al vacío que lo incitan a pensar si escribir sobre la muerte de H. no será solo un asunto terrible y morboso.
Quien haya leído «Una pena en observación» completo, de cabo a rabo, comprenderá que su sentimiento de duda, de escribir desde el dolor, es legítimo, ya que semejante al castigo infligido a los presos de «La colonia penitenciaria» de Kafka, cada palabra escrita por el autor es una aguja que penetra en su propia carne y la marca, cada verbo talla su espíritu como el diamante en un vidrio, y toda la reflexión en conjunto le recuerda su O Fortuna personal:
Sors salutis et virtutis michi nunc contraria, est affectus et defectus semper in angaria. Hac in hora sine mora corde pulsum tangite; quod per sortem sternit fortem, mecum omnes plangite! | La Suerte en la salud y en la virtud está contra mí, me empuja y me lastra, siempre esclavizado. En esta hora, sin tardanza, toca las cuerdas vibrantes, porque la Suerte derriba al fuerte, llorad todos conmigo. |
Este canto interno de C.S. Lewis, tan oscuro y enigmático como la noche, tan desolador como un búho en un techo, nos revela que el hombre, al tener palabra y voz, se convierte en ese animal bípedo por excelencia que conserva en su pecho el signo del dolor. Porque el meollo existencial de «Una pena en observación» es el problema de la muerte y la ausencia, pero también el inventario de ganancias al lado de H. Ambos, tanto el vacío como la llenura, son aristas que hieren los recuerdos del enlutado. ¿De todos los tipos de amor, es el Minne, el más profundo? Preguntaban los rapsodas medievales que estudiaba C.S. Lewis. Sí, pues es un amor más puro que Eros, que el juego de espejos en el que conviven dos amantes entrecruzados por el deseo, y más oscuro que Tánatos, la otra cara de ese intríngulis del corazón.
Aquí el autor de «Una pena en observación» no teme tanto a la muerte, como al efecto de esta que desactiva toda esperanza entre los vivos. C.S. Lewis no siente, bajo ninguna forma, pavor por el guion de la vida, sino estupor, al comprobar que toda historia de amor es una historia de fantasmas. Sin embargo, un atisbo numinoso, un guiño sobrenatural se le revela cuando H, previo a fallecer por cáncer, confiesa que ha perdido el horror metafísico a la muerte. ¿Una epifanía epicúrea? ¿Una señal bienaventurada? ¿No había dicho Epicuro, «el maestro de la serenidad» que, cuando existimos, la muerte no está presente, y cuando ella está presente ya no existimos?
Todo está claro y aquel ser-para-la-muerte, o aquella realidad del fin último del hombre, da un giro y acusa una verdad mirada de soslayo: para eliminar el dolor hay que asumirlo desde un «juicio de realidad», es decir, confrontar los fantasmas, examinar el proceso de la prueba, dejar ir sin veredicto. Pero antes del acontecimiento es justo que C.S. Lewis se exprese: «Hace falta mucha paciencia para aguantar a esa gente que te dice: ʺLa muerte no existeʺ o ʺla muerte no importaʺ. La muerte, claro que existe, y sea su existencia del tipo que sea, importa. Y ocurra lo que ocurra tiene consecuencias, y tanto ella como sus consecuencias son irrevocables e irreversibles».
Este realismo trágico es lógico, pero no razonable, y por eso C.S. Lewis es crudo y realista a la vez: «Murió. Está muerta. ¿Es que se trata de una palabra tan difícil de comprender?». Y con ello se muestra tan aplomado como Maurice Maeterlinck cuando dice: «No hay más duración, no hay más realidad verdadera que la que existe entre una cuna y una tumba. Todo lo demás es exageración, espectáculo, ¡óptica vana!». De esta forma es que la paradoja de pensar la muerte desde la vida, se convierte en un espejo que deforma el presente. Un problema insoluble, a menos que se eche mano de la fe o la razón para dominarlo.
Es evidente que H. sigue viva en Lewis: «Estoy pensando en ella casi siempre. Pensando en la realidad… en sus verdaderas palabras, miradas, risas y acciones». Y si existe en él, ya no lo será corporalmente, sino como mujer imaginaria, amada imaginariamente. Aquí la mente, en un proceso aparentemente sano, se convierte en un aguijón, ya que, ¿quién puede dejar de meditar en el objeto del amor? Así es que afirma: «Pero su voz está todavía viva… [y] por la forma en que he venido hablando, cualquier tendría el derecho a pensar que lo que más me importa de la muerte de H. son sus efectos sobre mí mismo».
Resistiéndose a rellenar los huecos, la imaginación calafatea sus ficciones. Esta es la trampa en la vereda, la bifurcación en el camino que confunde al peregrino, pues la mente insiste en reproducir vida, más allá de la vida, y a esto se le llama «eternidad» o «visión fantasmagórica». ¿No es este el mismo drama de los Siete Ahorcados de Leonid Andreyev? ¿De los soldados de El Muro de Sartre? ¿El alma imaginaria de Ortega Y Gasset? Así es que se cargan los muertos hasta el infinito, como llevando una pesada piedra a cuestas por mesetas livianas o valles tortuosos.
«Era a H. a quien yo amaba. Pero si lo que quiero es enamorarme de mi recuerdo de ella, el resultado será una imagen elaborada por mí. Sería una especie de incesto». C.S. Lewis reflexiona objetivamente sobre el amor, mientras reconstruye esa H. interior que ahora podrá venerar como mero símbolo. Será este el lazo nudoso que lo unirá con lo irrecuperable, la vía sin final hacia un paraíso perdido que busca aquí y allá, igual que un Adán desesperado. Un trasegar tan pesado como lo errabundo de las almas ideadas por Dante entre sus círculos, ya que al decir «Tengo una cadavérica sensación de irrealidad, de estar hablando al vacío como una entelequia», está afirmando su condición, reconociendo la posibilidad de que la muerte solo sea una realidad pasajera.
Hasta aquí se intuye una pequeña luz, a pesar de que persistan las preguntas: «¿Dónde está ella ahora? Lo que quiero decir es: en qué sitio está en este mismo momento». Intento desesperado por «comprender», semejante al olor de la naloxona que regresa el sincopado al presente. «H. no está en ninguna parte en absoluto. Y ʺen este mismo momentoʺ es una fecha, un punto en nuestras series de tiempo». Sigue, y por eso las dos vidas de H., tanto la física como la imaginaria, serán una pugna constante en su interior. C.S. Lewis intenta regresar lentamente a la realidad, sin dejar de sentir, de olvidar, de involucrar a Dios, de hacer un ménage à trois entre él, la vida y la muerte; entre un cadáver, un recuerdo y un fantasma.
Este círculo partido a la mitad (porque C.S. Lewis comprende parcialmente el propósito del dolor), ahora parece recuperar paulatinamente su circunferencia original. Y para lograrlo totalmente se encamina por la engorrosa vía negativa. Considera que la H. muerta, la fallecida por un cáncer agresivo, y que ahora vive en él, es solo una nube de átomos, una caja de fuegos artificiales que colorean la noche, pero también pueden queman la piel.
Zarandeado como un papelillo entre un huracán, reconoce que «gran parte de [una] desgracia cualquiera, consiste, por así decirlo, en la sombra de la desgracia, en la reflexión sobre ella [misma]. Es decir, en el hecho de que no se limite uno a sufrir, sino que se vea obligado a seguir considerando el hecho de que sufre». ¡Cuánta verdad contenida en un párrafo! Y para domeñar su mente, la ilusión del recuerdo, y el amor en memoria, debe, irremediablemente, observar su pena como se examina un germen en un tubo de ensayo: de manera objetiva y extrayendo datos experimentales para progresar en su propia ciencia de vivir.
Y todo ese dolor agudo y solitario, problemático, pero también esperanzador, tuvo que ser una escuela, como lo son todos los golpes de la vida, provengan de donde provengan. C.S. Lewis intuye por alguna numinosa razón que la sabiduría se esconde en lugares insospechados, uno de ellos, quizá el favorito de tal divina virtud, sea la tragedia. Sin embargo, «la mente siempre tiene alguna capacidad de evasión» dice, y se dispone ajustar cuentas con sus sentimientos para salir enteramente del drama, y para ello opta por una apuesta de Pascal a la inversa, es decir, examinar las posibilidades humanas:
| H. murió | H. no murió |
Recordar a H. | Dolor | Desesperación |
No recordar a H. | Falsedad | Sosiego |
Una aritmética del corazón así no puede fallar y C.S. Lewis resuelve la ecuación: «¿Qué más da el proceso que lleve mi pena ni lo que haga con ella? ¿Qué más da mi manera de recordar a H. o incluso que la recuerde o no?». Está hecho, ya es hora de ver el sol a pesar de los chubascos, de disfrutar la luna, no obstante, esté oculta tras un telón oscuro y cargado de estrellas, de sonreír, aunque no tenga dientes. Es el momento de renunciar a observar la pena y renacer de las cenizas como el ave Fénix. Y en esta disposición una verdad brillante sale a su paso: el duelo es parte integral y universal de la experiencia del amor, una continuidad del matrimonio, igual que el otoño es una continuación del invierno. El círculo está cerrado, no es necesario prolongar la agonía, ya que el dolor no une a los vivos con los muertos, sino que los separa de ellos. «La recuerdo mejor porque la he superado».
Frente a esto no hay nada más que agregar. Esta epifanía o «restablecimiento», como él mismo lo llama, se cierra así: «Toda clase de errores son posibles cuando se tienen tratos con Él. Hace mucho tiempo, antes de casarnos, recuerdo que H. estuvo obsesionada toda una mañana durante su trabajo con la oscura sensación de que tenía a Dios «pisándole los talones», por así decirlo, y reclamando su atención. Y claro, no siendo una santa como no lo era, tuvo la impresión de que se trataba, como suele tratarse, de una cuestión de pecado impenitente o de tedioso deber. Hasta que por fin se entregó —yo sé bien hasta qué punto se aplazan estas cosas— y miró a Dios a la cara. Y como el mensaje era: «Quiero darte algo», inmediatamente ella se adentró en la alegría». Así es que H., al decir que estaba en paz con Dios, sonríe, y acepta el guiño de la divinidad, y esta sería la sencilla verdad que liberaría a C.S. Lewis hasta el día de su muerte en 1963, tres años después de su esposa, y unas horas antes del magnicidio de John F. Kennedy.
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