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Arcón Cultural

Emily Dickinson, poemas escondidos


A veces la soledad es un acto de libertad. Apenas lo recordamos ahora, tras más de un mes de cuarentena y de horas derretidas, pero hubo un tiempo en el que rechazar un plan y quemar el sábado desde el sofá era una forma de placer, culpable o no.


Eran esos momentos en los que el mundo exterior se antojaba pequeño o repetitivo, o en los que simplemente estábamos demasiado cansados como para reír o brindar con almas ajenas.


Cuando teníamos suficiente de pecho para adentro, cuando cerrábamos la puerta por voluntad propia.


Cuando éramos un poco como Emily Dickinson (1830-1886), que pasó los últimos veinte años de su vida recogida en su casa, consciente de que no se le había perdido nada entre las multitudes.



La gran poeta americana fue también una gran solitaria. Vivió toda su vida en Amherst, (Nueva Inglaterra), en el hogar de sus padres, y apenas salió de allí para unas pocas escapadas a Washington, Boston o Filadelfia, ciudades bastante cercanas, por otra parte.


Lo intuyó desde muy joven, a los dieciséis años, después de abandonar el Mount Holyoke Female Seminary, donde constató su inteligencia, pero también la opresión de ciertos corsés morales. Allí estudió botánica, historia natural, astronomía, saberes que se colaron en sus versos. Sus primeros poemas son de 1850.


Casa natal, hoy transformada en un museo.


Entonces ya había sentido la llamada de la literatura, y se entregó a ella mientras sentía que había algo que no encajaba, una distancia insalvable entre ella y el resto.


«¿Qué nos diferencia a algunos de nosotros de los demás? Es una pregunta que me hago a menudo», le escribe a su hermano Austin.


Se lo preguntaba ella, y ahora se lo preguntan los estudiosos: ¿por qué esa soledad?



«Fue una mujer solitaria, sí, pero luminosa y con una tendencia a la sutil ironía que le da chispa y gracia aérea. En su recogimiento influyó saber que afuera, en la vida social, le esperaba una enrarecida moral provinciana.


Se recogió en el hogar familiar para preservar su libertad (aunque parezca paradójico) y para no pervertir su complejo mundo interior», comenta a ABC el poeta Lorenzo Oliván, responsable de la antología «La soledad sonora» (Pre-Textos).



Esa sensación de desapego (que no de odio) con la sociedad la resumió el cineasta Terence Davies en una escena de «Historia de una pasión», el biopic que le dedicó a la escritora en 2016.


Ahí, ella misma dice: «Desearía sentir lo que sienten los demás, pero no es posible».


Historia de una pasión (2016) de Terence Davies



La filóloga Margarita Ardanaz, experta en la obra de Dickinson, que ha editado y traducido «Poemas» (Cátedra), lo explica así: «Ella escogió la soledad. No tenía un interlocutor válido, y por eso decide aislarse y escribir, y presentar al mundo su visión a través de la poesía».


Retrato de los hermanos Dickinson en 1840, Emily se encuentra a la izquierda. Dickinson Room en el Houghton Library de la Universidad Harvard.


Escribía, asegura, por necesidad, como una forma de conocimiento, como una forma de comunicación con el futuro, pues apenas publicó unas pocas composiciones en vida, y sin firmar.


En sus cuadernos, en cambio, guardaba cerca de dos mil poemas... «Es curioso. A mí me gusta compararla con Keats, porque su poesía surge como una conversación con el lector.


Es una poesía coloquial, cercana pese a ser honda, que nos interpela constantemente, que dialoga con nosotros», apostilla José Luis Rey, traductor de su poesía completa, editada por Visor.



Vitalismo


En el relato de su vida se suele achacar su aislamiento a la muerte de sus seres queridos, a una especie de enfado o desquiciamiento con la realidad.


En efecto, sus últimos años estuvieron marcados por la pérdida: la muerte de su padre en 1874, la de su madre en 1882, la de su sobrino Gib a los ocho años en 1883…


Sin embargo, José Luis Rey no cree que esto sea así, pues su obra destila un vitalismo particular. «Nos propone una forma de adorar la vida, la poesía.


Tuvo que amar mucho la vida para escribir así, tenía un talento especial para las cosas íntimas.


Decía que tenía el mundo entero dentro de sí, aun sin salir de su habitación», asevera.



Para muestra, estos versos, que por cierto aluden a la religiosidad, otro de los puntos de fricción con su presente:


«Algunos guardan el domingo acudiendo a la Iglesia- / Yo lo guardo estando en casa- / Con un pájaro como cantante- / Y con un Huerto en vez de Cúpula- // A mí me bastan mis alas- / Y en vez de doblar las Campanas en la Iglesia- / Nuestro pequeño Sacristán nos canta- // Aquí predica Dios , un clérigo famoso- / Y el sermón nunca es tan largo- / Así que en vez de llegar al Cielo al fin- / Ya estoy yendo hacia él desde el principio».

En la soledad de su habitación Dickinson halló tesoros, tal vez porque su confinamiento fue un acto voluntario, de libertad.


Lorenzo Oliván opina que fue un camino hacia la autenticidad, aunque insiste en que no es el único.


«Volar los puentes a ella le sirvió para subrayar su individualidad y su estilo personalísimo. Pero uno también puede encontrar su estilo y su verdad fundiéndose con el mundo, dejando que entre en su poesía a lo grande, como le ocurrió a Whitman», apunta.


Y recomienda un poema que parece pensado para hoy:


«Si yo puedo evitar que un corazón se pare, / no habré vivido en vano. / Si yo puedo aliviarle a una vida el dolor / o calmar una pena; // si ayudo a un desmayado petirrojo / y lo llevo de nuevo hasta su nido, / no habré vivido en vano». «Por eso salimos a las ventanas y los balcones todos los días a las 20h a aplaudir», remata.

Pasó todo el verano de 1884 en una silla, postrada por el mal de Bright. A principios de 1886 escribió a sus primas su última carta: «Me llaman».



Emily Dickinson pasó de la inconsciencia a la muerte el 15 de mayo de 1886.


Tres poemas en inglés y castellano


Ultimo retrato de la poeta, poco antes de su muerte con apenas 56 años.


I taste a liquor never brewed


I taste a liquor never brewed –– From Tankards scooped in Pearl –– Not all the Frankfurt Berries Yield such an Alcohol!

Inebriate of air – am I, And Debauchee of Dew, Reeling, – through’ endless summer days, From inns of molten Blue.––

When “Landlords” turn the drunken Bee Out of the Foxglove’s door, When Butterflies renounce their “drams”, –– I shall but drink the more!

Till Seraphs swing their snowy Hats, –– And Saints – to windows run, –– To see the little Tippler Come staggering toward – Sun!–



Traducción al español

Pruebo un licor nunca destilado– en jarras talladas en perla– ¡Ni todas las moras de Fráncfort rinden un alcohol semejante!

Embriagada de aire –estoy, disoluta en rocío, tambaleante, –por interminables días de verano, saliendo de posadas de azul fundido.–

Cuando los "dueños" echen a la abeja ebria de la dedalera cuando las mariposas renuncien a sus tragos– ¡yo beberé aún más!

Hasta que los serafines sacudan sus sombreros nevados y los santos –a las ventanas corran– para ver a la pequeña bebedora ir tambaleante hacia –¡el sol!– (c. 1860)


Monumento conmemorativo.


The heart asks pleasure first


The heart asks pleasure first, And then, excuse from pain And then, those little anodynes That deaden suffering.

And then, to go to sleep; And then, if it shoud be The will of its Inquisitor The liberty to die.

Traducción al español

El corazón pide placer primero, y luego, excusa para el dolor y luego esos pequeños calmantes que atenúan el sufrimiento.

Y luego, ir a dormir; y luego, si debiera ser la voluntad de su inquisidor la libertad de morir. (c. 1862)


Su cuñada, Susan Huntington Gilbert, cuya relación con Dickinson fue objeto de múltiples coincidencias.


Split the Lark


Split the Lark—and you'll find the Music, Bulb after Bulb, in Silver rolled, Scantily dealt to the Summer Morning Saved for your Ear when Lutes be old.

Loose the Flood—you shall find it patent— Gush after Gush, reserved for you. Scarlet Experiment! Sceptic Thomas! Now, do you doubt that your Bird was true?

Traducción al español

Raja la alondra —y encontrarás la música— bulbo tras bulbo, bañada en plata, apenas entregada a la mañana de estío guardada para tu oído cuando el laúd sea viejo.

Suelta la riada —lo verás patente— borbotón tras borbotón, reservado para ti. ¡Experimento escarlata! ¡Escéptico Tomás! Ahora, ¿dudas de que tu pájaro fuera real? (c. 1864)



Fuente: ABC (ESPAÑA)

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