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Jorge Artel, el poeta colombiano de "ébano"


La obra de Jorge Artel encierra el imperativo de señalar el camino a un continente que quiere abrirse paso en la historia, enfrentando adversidades y consolidando un pueblo.


Su poesía negra está marcada por el tono marino del tambor y las gaitas aborígenes, con las que nació y creció. Su obra peca por descuido en la forma, pero es ardiente en el contenido, con toda la fuerza del trópico.


Jorge Artel obtuvo el título de bachiller en Filosofía y Letras en el Instituto Politécnico de Martínez Olier. En 1945 se recibió como abogado de la Universidad de Cartagena, con la tesis "Defensa preventiva del Estado o el Derecho Penal frente a los problemas de la cultura popular en Colombia".


Realmente nunca ha ejercido la profesión de abogado; el periodismo, los viajes y la poesía han sido sus ocupaciones predominantes.



Fiel a su geografía y raza, Jorge Artel es, junto a Candelario Obeso, principal representante de la poesía negra o negrista en Colombia.


Sin quedarse en el juego de palabras o de fonemas sonoros, habitual en este tipo de producción, Artel descubrió nuevas posibilidades combinatorias en el léxico propio de su cultura.



Escribió artículos de prensa de tono satírico y profundo en diferentes periódicos de América. Ha pasado la mayor parte de su vida fuera del país.


En 1960 se casó con la escritora centroamericana Ligia Alcázar, segundo premio en el concurso de literatura infantil de 1977, patrocinado por Enka de Colombia.


Análisis


Fue de los pocos autores nacionales cuyos versos llegaron al vinilo.


Según Luis María Sánchez, Artel es un cantor de la alegre tristeza en versos populares y humanos, en sus composiciones vibran el dolor y la protesta; el lenguaje de los bogas, las olas, las costas y los ríos, se vuelve sonido y color de sombra en sus palabras; en ellas tiembla toda la sensualidad y se agita el lirismo de la cultura negra.


Su validez lírica se refleja en los poemas "Velorio del boga adolescente" y "Ahora hablo de gaitas", incluidos en su primer libro de versos, Tambores en la noche, publicado en 1940.



"Tambores en la noche", quizás su obra más conocida, está dividida en dos partes bien definidas: la poesía negra, la verdaderamente suya, situada en la primera parte del libro, y su poesía anterior, muy influida por poetas como Pablo Neruda y Gregorio Castañeda Aragón.


Ha publicado, además, los libros de versos Poemas con bota y bandera( 1972), Sinú, riberas de asombro jubiloso, Coctail de estampas y Antología poética (1979). Otros libros suyos son: De rigurosa etiqueta (drama), No es la muerte...es el morir (novela, 1979), Modalidades artísticas de la raza negra, Santander y su influencia en la fisonomía de Colombia y Defensa preventiva del estado.



Selección poética


Dictando una conferencia.


La voz de los ancestros

A doña Carmen de Arco

Oigo galopar los vientos bajo la sombra musical del puerto. Los vientos, mil caminos ebrios y sedientos, repujados de gritos ancestrales, se lanzan al mar. Voces en ellos hablan de una antigua tortura, voces claras para el alma turbia de sed y de ebriedad. ¿De qué angustia remota será el signo fatal que sella en mí este anhelo de claves imprecisas? Oigo galopar los vientos, sus voces desprendidas de lo más hondo del tiempo me devuelven un eco de tamboriles muertos, de quejumbres perdidas en no sé cuál tierra ignota, donde cesó la luz de las hogueras con las notas de la última lúbrica canción.

Mi pensamiento vuela sobre el ala más fuerte de esos vientos ruidosos del puerto, y miro las naves dolorosas donde acaso vinieron los que pudieron ser nuestros abuelos. —¡Padres de la raza morena!— Contemplo en sus pupilas caminos de nostalgias, rutas de dulzura, temblores de cadena y rebelión. ¡Almas anchurosas y libres vigorizaban los pechos y las manos cautivas! Una doliente humanidad se refugiaba en su música oscura de vibrátiles fibras… —Anclados a su dolor anciano iban cantando por la herida…— ¡Oigo galopar los vientos, temblores de cadena y rebelión, mientras yo —Jorge Artel— galeote de un ansia suprema, hundo remos de angustias en la noche!



Había nacido en Cartagena de indias el 27 de abril de 1909, su verdadero nombre era Agapito de Arco Coneo. Junto al escritor Candelario Obeso fue uno de los más grandes exponentes de la poesía de las negritudes en Colombia.


La cumbia

Hay un llanto de gaitas diluido en la noche. Y la noche, metida en ron costeño, bate sus alas frías sobre la playa en penumbra, que estremece el rumor de los vientos porteños.

Amalgama de sombras y de luces de esperma, la cumbia frenética, la diabólica cumbia, pone a cabalgar su ritmo oscuro sobre las caderas ágiles de las sensuales hembras. Y la tierra, como una axila cálida de negra, su agrio vaho levanta, denso de temblor, bajo los pies furiosos que amasan golpes de tambor. El humano anillo apretado es un carrusel de carne y hueso, confuso de gritos ebrios y sudor de marineros, de mujeres que saben a la tibia brea del puerto, al yodo fresco del mar y al aire de los astilleros.

Se mueve como una sierpe sonora de cascabeles, al compás de los chasquidos que las maracas alegres salpican sobre las horas desmelenadas de ruidos.

Es un dragón enroscado brotado de cien cabezas, que muerde su propia cola con sus fauces gigantescas. ¡Cumbia! —¡danza negra, danza de mi tierra!— ¡Toda una raza grita en esos gestos eléctricos, por la contorsionada pirueta de los muslos epilépticos! Trota una añoranza de selvas y de hogueras encendidas, que trae de los tiempos muertos un coro de voces vivas. Late un recuerdo aborigen, una africana aspereza, sobre el cuero curtido donde los tamborileros, —sonámbulos dioses nuevos que repican alegría— aprendieron a hacer el trueno con sus manos nudosas, todopoderosas para la algarabía.

¡Cumbia! Mis abuelos bailaron la música sensual. Viejos vagabundos que eran negros, terror de pendencieros y de cumbiamberos en otras cumbias lejanas, a la orilla del mar…



Fue un poeta, periodista, militante, exiliado y activista que peleó, verso a verso, contra aquello que consideraba injusto.


Tambores en la noche


Los tambores en la noche, parece que siguieran nuestros pasos… Tambores que suenan como fatigados en los sombríos rincones portuarios, en los bares oscuros, aquelárricos, donde ceñudos lobos se fuman las horas, plasmando en sus pupilas un confuso motivo de rutas perdidas, de banderas y mástiles y proas. Los tambores en la noche son como un grito humano. Trémulos de música les he oído gemir, cuando esos hombres que llevan la emoción en las manos les arrancan la angustia de una oscura saudade, de una íntima añoranza, donde vigila el alma dulcemente salvaje de mi vibrante raza, con sus siglos mojados en quejumbres de gaitas. Los tambores en la noche parece que siguieran nuestros pasos. Tambores misteriosos que resuenan en las enramadas de los rudos boteros, acompasando el golpe con los cantos de los decimeros, con el grito blasfemo y la algazara, con los juramentos de los marineros… en tanto que se anuncia tras los gibosos montes un caprichoso recorte de mañana. Los tambores en la noche, hablan. ¡Y es su voz una llamada tan honda, tan fuerte y clara, que parece como si fueran sonándonos en el alma!



Jorge Artel, visto por el dibujante Grau.


Velorio del boga adolescente


Desde esta noche a las siete están prendidas las espermas: cuatro estrellas temblorosas que alumbran su sonrisa muerta. Ya le lavaron la cara, le pusieron la franela y el pañuelo de cuatro pintas que llevaba los días de fiesta. Hace recordar un domingo lleno de tambores y décimas. O una tarde de gallos, o una noche de plazuela. ¡Hace pensar en los sábados trémulos de ron y de juerga, en que tiraba su grito como una atarraya abierta! Pero está rígido y frío y una corona de besos ponen en su frente negra. (Las mujeres lo lloran en el patio, aromando el café con su tristeza. ¡Hasta parece que la brisa tiene un leve llanto de palmeras!) Murió el boga adolescente de ágil brazo y mano férrea: ¡nadie clavará los arpones como él, con tanta destreza! Nadie alegrará con sus voces las turbias horas de la pesca… ¡Quién cantará el bullerengue! ¡Quién animará el fandango! ¡Quién tocará la gaita en las cumbias de Marbella! Lloran en llanto de cera las estrellas temblorosas que alumbran su sonrisa muerta. ¡Mañana, van a dejarlo bajo cuatro golpes de tierra!



Entre otros galardones, obtuvo el célebre Premio de Poesía” de la Universidad de Antioquia.


Bullerengue


Si yo fuera tambó, mi negra, sonara na má pa ti. Pa ti, mi negra, pa ti. Si maraca fuera yo, sonara solo pa ti. Pa ti maraca y tambó, pa ti, mi negra, pa ti. Quisiera vorverme gaita y soná na má que pa ti. Pa ti solita, pa ti, pa ti, mi negra, pa ti. Y si fuera tamborito currucutearía bajito, bajito, pero bien bajito, pa que bailaras pa mí. Pa mí, mi negra, pa mí, pa mí, na má que pa mí.



No solo hacía poesía. Con sus amigos disfrutaba cantando.


El líder negro


¡El pueblo te quiere a ti, Diego Luí, el pueblo te quiere a ti! Con too y que ere bien negro ya lo blanco te respetan porque dices la verdá, y se quitan el sombrero cuando te miran pasá. ¡El pueblo te quiere a ti, Diego Luí, el pueblo te quiere a ti! Primero de consejero en el cabildo liberá, más tarde de diputao y en el congreso hoy está. ¡El pueblo te quiere a ti, Diego Luí, el pueblo te quiere a ti! Sabemos en esta tierra cómo vales de verdá. Tú eres ya nuestra bandera, despué de ti, naide má.

Tú ere el grito y la sangre de lo que estamo abajo, de lo que tenemo hambre y no tenemo trabajo, de lo que en la huelga sufren la bayoneta calá, de lo que en la eleccione son lo que luchan má, ¡pa que despué lo jobviden, y ni trabajo ni na!

¡El pueblo te quiere a ti, Diego Luí, el pueblo te quiere a ti!



Fuente: BANCO DE LA REPÚBLICA / LA COLA DE LA RATA

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