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María Cano, calvario para una virgen roja


Existen muchas imágenes de la activista y poeta, sobre todo del período de su juventud.

Escribe: CARLOS ALBERTO RICCHETTI*


El ex presidente Carlos Eugenio Restrepo no daba crédito a lo que veían sus ojos, cuando apareció esa pequeña gigante de redondos ojos enormes de alegato, la mueca semi curva en los labios de una niña a punto de estallar en lágrimas, pero con el fuego del dolor centenario de otros que le brotaba del alma, intentando hacer mella en los sordos oídos de una sociedad cerrada, canalla e ignorantemente soberbia de sí misma.

La cárcel era la prisión de su torso, de donde emergía el grito de libertad sublime, la tragedia de la solitaria búsqueda de una pasión igualitaria esquiva como los amores, la cristalización de los sueños, la negativa de hacer parte del macabro rebaño necesario para lograr la dependencia del país, recargada a base de prejuicios, atraso, a excepción de la enseñanza temprana de agachar la cabeza frente a la autoridad tirana por más injusta que sea a nombre de cuanto corresponde.


“Cinco mil obreros de Barrancabermeja han querido que mi corazón traiga el eco de su clamor de justicia y el anhelo que ponen sus energías en esta hora sagrada. No vengo a pediros un mendrugo, no vengo a pediros misericordia, sino justicia”, arengó a la multitud presente para entrar en el corazón de un puñado de seres conscientes de sus derechos inalienables.



Fácil le hubiera resultado desentenderse de los problemas de su tiempo, cuando María de los Ángeles Cano Márquez nació el 12 de agosto de 1887 en Medellín, Antioquia, al interior de una atípica familia colombiana integrada por cultos y humanistas educadores, docentes, periodistas, músicos, poetas, la suma del pensamiento libre que tanto odian la mojigatería, la mediocridad, los alcabaleros del chisme de feria porque no pueden imponer su estupidez.


La actriz María Eugenia Dávila (1949 - 2015), interpretándola en la película homónima de 1990.

Esas fueron las bases para que María desdoble sus primeras inquietudes en románticos poemas llenos de sencillez, pero colmados de un amor incólume derivando más adelante a las nobles causas surgidas de la necesidad de hacer justicia frente a la indignación de una época oscura déspota, no demasiado diferente a la actual pero igual de proclive a la indiferencia de guardar silencio.

En 1924 ya colaboraba en el Correo Liberal con las escritoras María Eastman y Fita Uribe, aunque la evolución de sus ideas sociales no le permitiría nunca ser la típica intimista escribiendo versos entre los algodones de una vida distendida, lejos de la angustia de las balas como muchos otros que vinieron más tarde. El 1° de mayo del año siguiente el verbo la había convertido en la “Flor del Trabajo”, humilde proclamación de nobleza popular sin valor alguno, pero impregnada del sagrado solio de los ungidos de entre las masas al reflejar su esencia.


¿El único privilegio a cambio? Ver al artesano, el obrero, el campesino, leyendo juntos al interior de una biblioteca montada poco antes a través de una iniciativa suya, para ser “la lámpara de Diógenes” al momento de barrer las tinieblas de la superstición impuesta. Tras colaborar en la refundación del periódico “El Rebelde”, recolectando fondos de solidaridad, hacia 1926 trabajo para organizar el III Congreso Nacional Obrero, germen del futuro Partido Socialista Revolucionario. Para entonces, su sola presencia convocaba multitudes las cuales generalmente, eran dispersadas a la fuerza o detenidos sus manifestantes sin hacer excepciones con María Cano, a quien encerraban ante la impotencia de no poder hacerla callar.


El dirigente comunista Ignacio Torres Giraldo, de quien se dijo fue pareja, escribió una extensa biografía
de María Cano.

Fundó “Socorro Rojo”, órgano de difusión entre los campesinos de Viotá, Cundinamarca, enfrenta la denominada “Ley Heroica”, otro intento de dar “carta blanca” a la represión violenta de los movimientos sociales y encabeza una campaña solidaria a favor de Nicaragua, invadida entonces por Estados Unidos. El año 1928 la halló junto a los trabajadores de La Ciénaga, en el Magdalena Medio, acompañándolos en sus reclamos a la empresa United Fruit Company, hoy Chiquita Brands, célebre por los continuos estragos contra el campesinado y la posterior asociación al paramilitarismo en la actualidad.


Con gran visión política, pese a reconocer la precaria situación laboral y el entusiasmo de los compañeros de causa, María Cano no estuvo de acuerdo con la realización de la huelga a sabiendas de las consecuencias posteriores. No se equivocó.


Audiovisual de la Universidad de Antioquia



Con el falso pretexto de la posibilidad de una intervención norteamericana, como después haría público en el congreso el malogrado líder liberal, Jorge Eliécer Gaitan, las tropas enviadas por el presidente conservador, Miguel Abadía Méndez, bajo las órdenes del Coronel Carlos Cortés Vargas, oscuro militar con intereses económicos en las tierras de la región, abrió fuego dejando una cifra nunca determinada de muertos.


Esto determinó la profunda crisis dentro del Partido Socialista Revolucionario, el cual se dividió, así como la persecución y encarcelamiento de sus principales líderes como María Cano, a pesar de conllevar estos hechos el nacimiento del Partido Comunista Colombiano.


En sus tiempos de trabajadora en la Imprenta departamental de Antioquia

Cuando los concejos del cura de barrio, la religión subordinada al poder de turno no alcanzaban para imponer la sumisión, se sospechaba infidelidad, los esposos buscaban quitarlas del medio o tenían forma de pagar, a fin de dar comienzo a una “nueva vida de matrimonio” aún con la bendición de la Iglesia Católica, la mujer era puesta a disposición. Ni hablar si hablaban de legítimos derechos postergados y planteaban cambios radicales a la sociedad.


El destino era la cárcel, los “hogares de reposo” donde a menudo la “Flor del Trabajo” era confinada lejos de la luz, el agua, el pan de la reivindicación de su gente. El “pecado” de no acatar imposiciones al estilo de la poceta, el bordado, la reproducción sexual, le valió el ensañamiento de hombres escandalizados y la cobarde complicidad de muchas mujeres de vida arruinada, que llegaron a la imbecilidad de acusarla del envenenamiento los pozos donde bebían sus hijas, apodadas “mariacanos” en caso  de  mostrarse  irreverentes  al  control patriarcal.


Una de las últimas fotos de María Cano, meses antes de su fallecimiento.

En 1930, María Cano se vinculó a la Imprenta Departamental de Antioquia en carácter de obrera, pasando a laborar a la biblioteca de esa dependencia. Apoyó con entusiasmo la huelga ferroviaria de 1934, para hacer un enorme paréntesis hasta 1945, convocada por el movimiento de mujeres sufragistas al término de la Segunda Guerra Mundial. Arengando a la concurrencia como en sus mejores años, dejó una corta semblanza con dejos de mensaje de despedida:

“Un mundo nuevo surge hoy de la epopeya de la libertad, nutrida con sangre y con llanto y con tortura. Es un deber responder al llamado de la historia. Tenemos que hacer que Colombia responda. Cada vez son más amplios los horizontes de libertad, de justicia y de paz. Hoy como ayer, soy un soldado del mundo”.

Fue su última vez. Podría decirse que María Cano no fue vencida jamás. Fue eclipsada por una sociedad feudal colombiana negándose a desaparecer por completo; víctima de tiempos tortuosos, de miseria humana precediendo la actual; de una clase dirigente que en la maligna insistencia de acceder al poder, la invisibilizó de manera descarada al no lograr ponerla de rodillas, ni lograr servirle a tan inescrupulosos fines, sin imaginar haber sido marco del icono al martirio de la absoluta incomprensión a la cual la sometieron, de personas que defendió y la terminaron de condenar.



Sus “camaradas”, “compañeros”, en parte gracias al oportunismo, la ceguera retórico – dialéctica de los “revolucionarios de cartulina” sin pueblo detrás, la cuestionaron, la cargaron de culpas ajenas e inexistentes hasta darle la espalda. Lo había entregado todo, pero a esas alturas; ¿a quién podía importarle el hecho, si era obligación jugarse por “los de abajo”? La cuestión era qué pasaría después, aunque el romanticismo de la lucha guiñara el ojo, sonriendo al hablar de la pronta victoria, de la ju-sta distribución del fruto del progreso de acuerdo a la capacidad individual.


La sensualidad de los enrulados cabellos en forma de brocha de afeitar, la belleza de una esencia increíble, no le bastaron para ser madre, realizarse. Ni siquiera estar junto al hombre de su vida, el cual evitando comidillas innecesarias, apenas puede decirse la buscó siendo viejo e inútil, cuando al regresar de la lejana Unión Soviética no tenía más dónde ir. La tradición enfoca los últimos años lúcidos de María Cano oyendo entusiasta los progresos de los insurgentes de las guerrillas de Marequitalia, El Pato, Guayabero, Río Chiquito, porque pensaba en el renacimiento de la oportunidad dejada pasar por negligencia de sus contemporáneos.


"María Cano" (1990) de Camila Loboguerrero



Algunas versiones cuentan que falleció demente, casi cuatro meses antes de cumplir ochenta años, el 26 de abril de 1967, insultando a quienes pasaban frente a la ventana de su domicilio.

Tal vez, porque en la nebulosa de esos tristes días presintió a los colombianos indignos de merecer semejante sacrificio de dolor, angustia, de indiferencia que suelen padecer aquellos entregando la vida sin esperar nada, a excepción de ser felices por medio de la alegría de otros.


Poemas

"AHORA TENGO LA PALABRA"

Ahora tengo la palabra y descubro que la palabra es buena. Oigo mi voz, resuena. Quien fui, quien soy, quien puedo ser. Del susurro al grito voy recordando la palabra, voy contando la historia sin la voz del patriarca. Voy limpiándome la piel de los calificativos: bruja puta loca pecadora. Aún no lo he dicho todo, pero lo haré porque ahora tengo la palabra.


HOMBRE


¡Hombre! Palabra cálida que encierra un universo.


Fuente viva de energía. La palpitación de su corazón es la palpitación de Dios. Su paso, estremecer puede un mundo.


Hombre: piqueta demoledora, hace saltar la chispa de luz que revela un horizonte nuevo. Hombre: idea, sol que fecunda.


Hombre: amor, simiente fructífera. Prolongación infinita. Hombre, no olvides que agitar puedes el orbe.


No cierres los ojos a tu propia luz.


Oye la voz de tu propio yo que te impulsa a la cumbre; que hará tu pie de acero para que no vacile; que te dará mirada de águila para sondear la inmensidad.


No ciegues la fuente de energía que surte en ti.


Su orificio divino mana la Verdad. La Verdad: hoz radiante agitada sobre la incomprensión, sombra que oculta el surco palpitante en su gestación.


Hombre: no ultrajes tu potencialidad con esta palabra de abismo: Vencido. No hay cumbre inalcanzable, si el miedo no hace vacilar la fe: Eres el eje del mundo. Eres vibración del Universo.


No desafines con tu desaliento la grandiosa Armonía. No desvíes con tu movimiento la ruta de la humanidad.


No hay sombra en el camino si tú eres la luz. No hay abismo infranqueable si tú eres puente inconmovible.


Mira con dolor la cumbre; con odio al que va delante de ti. Sé tú mismo y estarás en la cima. Para ascender no se necesita sabiduría sino energía y amor.


Hombre: La ruta es infinita.


¡Asciende!


(El Correo Liberal, Medellin, abril 24 de 1925)


HUMANO


El hombre aquél era blando, dulce y sabía la palabra sencilla y fraterna. La palpitación sangrante de la humanidad, llagaba su alma buena.


Su oído sabio, había recibido la palabra escondida en la onda silenciosa. El enigma había entreabierto para él sus ojos de sombra. Y su corazón dábase en rocío fragante a las cosas humildes. A su retiro doloroso llegó una ofrenda dulce.


Y era aquella ofrenda, vaso diáfano, pequeño, estrecho y pulido. En su seno, una gota solo había. Y aquel hombre que entendía la voz humilde de las cosas y era blando y dulce, no escuchó la voz pequeñita que decía: “Bébeme”.


Su alma fue hermética. No vertió una gota de su esencia en el vaso diáfano, sencillo, puro. Y las manos de aquel hombre abriéndose distraídas, frías. El vaso fue rosa deshojada.


Y cada pétalo pequeñito, reflejó la sonrisa del sol, el cuerpecillo flébil de la hierbecilla inquieta, y el alma temblorosa del rocío.


Los hombres del hombre escrutaban la sombra y no vieron la luz de la humilde verdad.


(Cyrano N° 33, Medellin, enero 11 de 1923 Tomado de Escritos)












*Periodista, escritor, poeta, actor y cantautor. Director general de Diario EL POLITICÓN DE RISARALDA y de su suplemento, ARCÓN CULTURAL. Integrante del CÍRCULO DE POETAS IGNOTOS.

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