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Arcón Cultural

MÓNICA PATRICIA OSSA GRAIN y otros

SON LAS DIEZ Y DIEZ

por: IBÁN DE JESÚS ALARCÓN MARÍN, "GATO 777"
















A ésta hora no le han bajado el volumen a la tormenta, no han pausado la lluvia ni le han cuadrado los brillos al sol ; Los momentos para buscarte se convierten en abrazos al viento. Quería ir al rio y prender la hoguera, saludar algunos árboles que conocí mientras orinaba resguardado en su raíz, ellos no se preocupan por tabús, me confundieron en un principio con un chamán por las marcas en la piel y la energía tan chimba que emanaba yo les dije que ni me persignaba , que el diablo me vende la hierva y su antagonista la usa como incienso, que creo en la virgen y que es una dicha su olor a paloma, que alguna vez deje de creer en mi, pero esos tiempos tardaron poco, ella después de tanto tiempo de evocar demonios en internet, me bajo de la cruz y me mostró el río. La mujer que se preocupa por un objeto, no será la que me hable al oido : -Léame eso que tanto describe - Un poema no hará que la recuerde , hasta en mis poros se evidenciara el vacío; cuando su sexo se halle en mis manos , los sacerdotes dejaran de flagelarse ante sus cristos desnudos. He buscado en el bolsillo de su blusa algún indicio de importancia pero tropecé delicadamente con su pezón, casi caigo, pero su teta se agarro con fuerza de mi boca, sentí que me protegía y me amaba. Después llegó el deseo, ya no era yo. A pesar del egoísmo nos buscamos y gracias a la propiedad de sus plantas para curar la desdicha no volvimos a dejarnos solos. No sabe cuantos sigilos quise invocar para saber las intenciones de lo evidente, igual lo que importa ahora, es que son las diez y diez y ella , mira mis ojos como si fueran mis manos las que le buscan con deseo, para darle con muchas ganas ... las buenas noches.

SENTENCIA

por: MERARDO ARISTIZÁBAL
















Volvamos a la fiesta del papel -y la palabra.

Tomemos por asalto las calles, los parques y los sueños. Que la poesía sea nuestro pan de cada día.


ME NIEGO

por JHONY OSORIO, "JHOAN OZAG"





















Hoy me niego a mi mismo.

Quería huir de éste mi yo,

imbécil sin cura, marihuano,

comprometido con la arquitectura

de lindos porros,

la construcción de sueños ilusos

llenos de utopías.


Hoy me niego a ser tu tartufo, dulce amor.

Me niego a perder mi paz

y el hilo de cordura que me queda.

Puede reventarse

y ahorcarme con ese mismo;

me niego a entrar

en el juego de tu dulces espejismo,

azul quimera, criatura celeste,

presa de mis locos sueños.


REFLEJO INCRUSTADO EN LA PARED

por DANIEL PALACIO

















Estoy aquí otra vez cavilando sobre lo real de mis ensoñaciones ¿Qué soy? ¿Genio? No, demasiado cuerdo. ¿Poeta? No, demasiado demente. Acaso seré la poesía ¡no! solo soy la pluma que utiliza el universo para escribir poesía. la respuesta la encontré en la opaca dualidad de mi alma. Un raciocinio de delirio demasiado Taciturno para escrutar la belleza, Belleza que me es tan ajena en este mundo de carnes moldeadas, la belleza no es mi razón de ser, ya que prefiero ser pintado por Picasso que esculpido por miguel ángel. Acaso seré tierra, tierra vehemente de un suelo nervioso. ¿tal vez el verde clarear de una pupila muerta es la razón de mi existencia? La noche, la noche iluminada es mi hado, Lo surreal de las estrellas bombeara sangre a mi cerebro ¡no! la noche es demasiado compleja para mi insulso sentir. Mi filosofía será la puerta al universo ¿seré yo el universo? el sonido glauco del oxígeno, la perorata de un sociópata, el vagido diario que se pierde entre sonrisas y sollozos no, el universo es demasiado pequeño para ponderar mis ilusiones.


Busco y no encuentro mi sombra ¿mi sombra? seré yo la sombra de la humanidad, la

excusa de un solo naciente, lo efímero de un beso, lo tremebundo de un abrazo. No, mí identidad me es propia no del mundo.


Tendré que buscar entre las nubes marinas, las olas terrestres y el montículo aéreo.

Quizás allí pueda entender el significado de estas palabras.


Miro a lo lejos, hacia los puntos cardinales tatuados en mi cuerpo. Veo la inopia,

el legado de mis héroes y ¿mis pasos, por que no encuentro mis huellas en aquellos caminos?


Cada vez más me hundo en el filo acido de

sueños muertos, Entre la altivez de las diosas griegas y los amantes de lo insondable.


¿Pero por qué no soy uno más de los

que ve los estático de un día? Por qué me endulzan con la quimera de la perfección?


Soy la ignorancia. ¡Si soy la ignorancia! que se recoge desahuciada y famélica, que ciega no ve más allá de lo que tiene al frente. Soy la ignorancia que se da cuenta que soy la búsqueda de mi identidad

y todo se reduce a la imagen reflejada en el espejo.

TRAS TUS OJOS OTROS

(Al suicidio de Soraya, liceana franco-argeliana)

por: XIMENA GAUTIER GREVE




















Tras tus ojos otros, Soraya, yo veo desgarrados otros cielos... Otras almas se descuelgan por la cuerda de tu horca. Con ese lazo, otras cadenas, otra altura, otros ecos te mataban... Desde ese extraño arrebol granate sobre la piel de tu cuello frío, tu gran velo enrrollado funcionó como una guillotina en el barrio mahono de Paris. Mientras el sol brillaba en el espejo aisladamente te fuiste, Soraya, al mediodía, mirando tu imágen con aquellos otros ojos tuyos. Tu mirada era tan negra que ahí rompió el cristal, ¡y te acabaste ! ¡Ay, Soraya de diecinueve argelias! Transeúntes en tus risas infantiles, otros misterios escapaban entre las anonas y bananas que vendías al mercado negro sobre tus cartones y tus sacos, bajo la nieve cayendo suave única recompensa para tus manos heladas. ¡Ay, Soraya de los rizos negros! un número frío de la Morgue. Cantar intento tus azucenas vacías, Tu candido pasaje inexacto por este suburbio doliente. Tras tus infancias otras fuerzas, otra vorágine agotada de ensueño, otras lujurias adolescentes te ceñían la cintura y el ombligo. Eras el África angustiada acelerada en el encuentro del exilio. Niña de Argelia y de Francia romanza de excluidos y de almas en pena. Presa del jirón de tu velo te fuiste No maldigas las nubes, ni al sol, ni el aire. Todo era amor, pero terminó frente a tu espejo.

AGONÍA

por: HERNÁN MAYAMA ROUX















Quitar el polvo a los viejos dolores

abrir otra vez las suturas

como si fueran maletas de viaje, hacer un atado con todos los hastíos sacarlos a la fuerza,

saber que la hora ha llegado y que no hay tiempo para otro aterrizaje. Dejar fluir los ríos subterráneos, contener el eco a su rumor de piedra, reclamar que aún nos queda tiempo para una última confesión. De las palabras hacer raíces, contemplar de nuevo el mundo obscuro que emigró tras ellas. Ceder los secretos, llenar de aburrimiento la luz en la ventana y ocultar los párpados tras el libro que no se va a leer. Entender al final que desde siempre estuvimos vencidos y que la muerte es nuestra primera

y única victoria.


SIEMPRE ALLI

por MÓNICA PATRICIA OSSA GRAIN


















Existen las ramas

de un Tocospai

cuando el sofoco apremia

los brios menguan

y la triste estación

parece no terminar


Bebida refrescante

son sus letras

y me aquieto

acicalo

reconforto

me afirmo

explayo mis alas

para una vez más

retomar el vuelo


CREDO DE MI SOLEDAD Y MI ANGUSTIA

por CARLOS ALBERTO AGUDELO ARCILA



















Credo de mi soledad y mi angustia del pan pan y del vino vino

de llanos y montes desnudos de luciérnagas del día final y del principio de la hoguera Credo de los mil pedazos de la unidad

y de Dios en el asfalto

del milagro y la sustancia del ojo observando la penuria humana

Credo del silencio y la palabra en el paredón del latifundista y el cadáver de Lucifer tendido sobre la ceniza del cigarrillo

del beso y la joven desahuciada

Credo de mis linfas y mi humor sarcástico

de mis zapatos rotos y del roto de la capa de ozono del diluvio universal y la gota en el arca de Noé Credo del cancerbero y los mil demonios

de la codorniz y el gato envenenado en sus siete vidas del siglo y el instante cuando nace el pedregal

Credo de la hiedra y la pared por construirse

del mosco en la cabeza y el pensamiento escalofriante del hocico y el sangrado de luz en el colmillo

de la diestra de la tarde y el manco de Lepanto Credo del vidrio y el vaso comunicante de la poesía con el papel donde se envuelve la panela

Credo de la nada y el blanco de la palabra que da en el centro de su todo

de la mujer pensativa y del hombre afilando con el sudor de su frente el día Credo de las cinco de la tarde proferida por el tartamudo demorándose en articular

las diez de la mañana a la andarina sin destino Credo del cataplasma y la herida en el costado derecho del demiurgo

de quien nunca llega y de la casa abandonada Credo de la noche encabritada en silencios

y del grito deshidratándose en la garganta del plagiario de la soga y el bramar que se resquebraja en el desierto

EL NOMBRE DEL FUEGO

por: ALBEIRO MONTOYA GUIRAL






















La vida es amarga, en consecuencia, besa. Quémate si el fuego en que amamos es el último.

No temas a mis manos que aprietan tus senos como si fueran dos azucenas vencidas por la noche, así como yo no temo a tu delicada forma de abarcar mi cuerpo de hombre o de sueño o de árbol ─qué sé yo─, aprendí a olvidar de qué extraña sustancia amanezco construido cada día.

Amar es lo único que nos queda por hacer. Vivir en esta instancia de la muerte es ínfimo comparado al amor.

Desnudarnos fue un acto apenas cotidiano como soñar con rosas o bailar antes del sueño.

Desnuda sé amarte como si estuvieras hecha de azucena estremecida o de lluvia amaestrada para caer en la melancolía.

Sabe amar mi cuerpo desnudo de hombre o de sueño o de árbol.

No prestes atención a las dos palabras estremecedoras de mis ojos. El nombre del fuego no se pronuncia: se besa.

ÓBOLO

por: ELKIN RESTREPO















Ni solo, ni huérfano, ni desamparado, puedo sentirme.

No puedo decir que algo me falta o me sume en la derrota.

Tampoco llamar a la tristeza para que haga los oficios de la casa.

Ni puedo alegar razones porque el mundo no es como lo creo.

No, no puedo, con tanta queja, convertirme en el ciego que palpa y maldice la moneda de oro que se le entrega.



Cuentos y ensayos



GUSTAVO ADOLFO BÉCQUER, LA POESÍA LACRIMÓGENA

por FERNAN AVID MEDRANO BANQUET


Si yo no hubiera leído el libro lloroso de Rimas y Leyendas, del autor español Gustavo Adolfo Bécquer, seguramente habría seguido creyendo lo que me enseñaron cuando estaba pequeño: que las palabras son de origen material, por lo tanto, habían sido inventadas para nombrar lo tangible, y no servían para expresar las cosas inmateriales como, por ejemplo, los sentimientos, las emociones, la alegría, la tristeza o la sed de ser querible. Y, sin embargo, las palabras están como rodeadas de una atmósfera emocional. A las palabras debemos consentirlas, tenemos que saborearlas, pronunciarlas cuidando su fragilidad. Los coleccionistas de palabras, sonidos, imágenes, acciones, experiencias e ideas lo saben mejor que yo.


Bécquer desacreditó con su poesía quejumbrosa aquella enseñanza primaria antedicha, pues la plenitud de la obra poética citada hállase recorrida de un largo gemido causado, sobre todo por el amor, el desamor y la tuberculosis, que lo mandó a yacer acostado durmiendo para siempre en el regazo del sueño profundo, asilo fúnebre.


La poesía fue un analgésico para las dolencias más antiguas de su alma, para la agonía y el desespero existenciales. En Bécquer pervivía un sentimiento de orfandad, de búsqueda del tibio afecto de las mujeres; no obstante, la palabra escrita parece que obró en él lo mismo que una poderosa herramienta de tratamiento psicoanalítico.


Probablemente el escritor sevillano quiso aprovechar las propiedades curativas de desahogarse por medio del arte poético; la lírica es un oasis para descansar del crudo destino; hay quienes la sienten similar a una salida de emergencia para huir hacia adelante, como diría Alberto Manguel. Bécquer derramó el dolor en el crisol de los poemas. Hizo catarsis mediante el llanto de las rimas mojadas. Así tramitaría su desgarramiento.


La susodicha obra de arte es arduamente patética, dosificada en su justa proporción; la labró de magistral modo, casi perfecto; por eso el defecto en Gustavo Adolfo Bécquer es una virtud. Conjugó el vivir como se conjuga el padecer. Cinceló su lamento hasta convertirlo en deleite de sus admiradores; es una sugerencia de lástima. La suya era una tristeza que fascinaba más bien que fastidiaba. Mi imaginación resultó humillada por la belleza de los versos lacrimógenos de Bécquer. Soy capaz de permanecer despierto durante todos los días de mi vida con el fin de encontrar el sueño de ser heredero de la fragancia de tal lírica. Permutaría mi vida por un instante de inspiración con generosidad, por dominar un campo mental.


Absorto en sí mismo así como aquel personaje Iván Ilich del magnífico León Tolstói, Bécquer contemplaba su mundo interior desde adentro y desde afuera para terminar elevándose por encima de su angustia. Definió la poesía de un modo lírico y filosófico: los poetas sin la poesía son unos don nadie, son nada, mas la poesía sin los poetas sigue siendo la poesía.


Ya no interesa que Gustavo Adolfo Bécquer haya sido una muñeca lloricona, que dijo el poeta León de Greiff refiriéndose a los poetas, porque el poeta es, en el mejor de los casos, un poema de su propia inspiración. Muchos días después del día siguiente de su muerte, sigo acordándome de su paso por el mundo. Como un ser humano envuelto en las llamas de la pasión, de la sensualidad diligente, hombre cardíaco por excelencia, romántico a carta cabal, de heridas abiertas, de remordimiento, culpable; pero al fin de cuentas era un individuo de sensibilidad poética en alto grado, pienso que así fue Bécquer.



LOS TRES CRISTOS DE YPSILANTI

por UMBERTO SENEGAL


1

En Michigan está el condado de Washtenaw. En el condado queda el pueblo de Ypsilanti. En Ypsilanti hay un hospital. Y en el hospital, por el Pabellón D23, pasean y comparten tres hombres, cada uno con la certeza de ser Jesucristo. Los tres Cristos de Ypsilanti, turbulento libro del sicólogo social Milton Rokeach, donde relata este, mediante dramáticos pormenores literarios incrementándose en la trama real gracias al lenguaje delirante, y las ideas extraviadas de cada Jesucristo, su experimento de dos años con tal trío de esquizofrénicos paranoides, cada quien persuadido de su divinidad. Estos Cristos de manicomio, debaten, dialogan y monologan frenéticos y teológicos, surreales en sus respectivas lógicas, con sus divinos compañero. Se hacen escuchar del analítico sicólogo. Con ellos mismos, argumentan justificaciones de tipo emocional, intelectual, filosófico, teológico y religioso, para comprobarle a las otras dos falsas deidades, y demostrarse en el fondo de su locura lúcida que son los auténticos Jesucristos. Ionesco, hubiera ambicionado, para una obra suya, para un irracional diálogo, estos personajes y tal escenario. Mientras leo tan desgarrador libro, visualizo a Nietzsche no en el asilo de Basilea al cual le trasladaron por su demencia, sino en el de Ypsilanti, encogido en un rincón del citado pabellón D23, observando a los tres Cristos y tomando notas para sus libros El anticristo, y El crepúsculo de los dioses. Los tres Cristos, siguiendo pautas planeadas por Rokeach, se confrontan entre ellos a lo largo de las diferentes etapas del experimento. Dentro del celestial universo interior donde habitan, donde ninguno de ellos tiene la menor duda de ser el hijo de Dios, y Dios mismo observando a los otros que reclaman igual identidad, estos tres hombres son protagonistas grumosos de una historia cuya trama, a pesar de ser demostración de una experiencia propia del ámbito psiquiátrico, por el dinamismo narrativo de su contenido puede ubicarse entre lo sobresaliente de la más representativa literatura del absurdo. Delirio y lucidez, carecen de fronteras en las identidades de estos inciertos Jesucristos de manicomio: Clyde Benson, agricultor alcohólico, con 20 años de reclusión en Ypsilanti; Joseph Cassel, escritor frustrado, con 17 años de encierro; y el tercero, León Gabor, exuniversitario y desertor del ejército, con 5 años de aislamiento. Pobres Cristos. Convivían solitarios e ignorados, sin discípulos ni Marías, sin el sol de Galilea ni las playas del mar de Tiberíades, hasta cuando los descubre el sicólogo polaco, su evangelista, y los perpetúa para la literatura del siglo XX. Cristos totalmente huérfanos del Padre Celestial. Crucificados en identidades ficticias cuyas confesiones, certidumbres atormentadas, nos inducen a pensar si nosotros, como lectores, no somos también un cuarto, quinto, milésimo e inútil Jesucristo en la sórdida hilera de enajenadas divinidades dentro de esta cultura que, mentalmente, nos deteriora, nos resquebraja, nos agrieta ilusiones e ideales, sin piedad, día tras día.


2

En territorios físicos y mentales de la locura, se mezclan ficción y realidad al leer este libro despertándonos infrecuentes emociones. Una de esas obras que no escogemos nosotros a conciencia. Nos las envían los “ángeles de las bibliotecas” para seducirnos desde el título. Arribé a tal ámbito de la sicología literaria, a este libro en particular, no porque lo conociera de antemano, sino por escudriñar autores dentro del selecto catálogo de Impedimenta, selectiva editorial fundada en Madrid, 13 años atrás, por Enrique Redel, de la cual tuve conocimiento mediante los libros del narrador rumano Mircea Cartarescu, quien tanto representa para mí en este lustro vital y literario de nuevas lecturas. El título despierta curiosidad, sobre todo por el sonoro nombre de la ciudad: Ypsilanti. ¿Por qué tres Cristos? Múltiples experimentos sicológicos con individuos o grupos de personas, se han hecho a lo largo de la historia. Peligrosos. Inmorales. Abominables y crueles, muchos de ellos. Este, que se realizó en tal municipio del condado de Washtenaw, Missouri, sigue siendo controvertido, y respetado por la naturaleza de su investigación, en la historia moderna de la psiquiatría. El sicólogo social de origen polaco, Milton Rokeach, en el verano de 1958 comenzó una terapia de grupo cuyo testimonio escrito es de notable validez para el ámbito psiquiátrico, y de narrativa singularidad para el mundo literario, al confrontar entre ellos a tres esquizofrénicos paranoides que se creían Jesucristo. En la historia de múltiples y folclóricos, peligrosos y encandilados individuos afirmando en todos los tonos y con toda clase de artificios ser Jesucristo, muchos de ellos con reconocida y peligrosa imagen sectaria en los siglos XIX, XX y lo transcurrido del XXI, no es frecuente encontrarse con tres Cristos a la vez y asistir al torrente de sus diálogos y monólogos. Y todos encerrados en un asilo. Sin iglesias. Sin credos ni prosélitos. Sin fanáticos ni secuaces. Los Corazín y Jericó de estos tres Cristos, eran los claustros del pabellón siquiátrico del hospital de Ypsilanti. Rokeach, quien falleció en 1988, resalta entre los sicólogos más referenciados de nuestra época. El principal interés científico de Rokeach, era la identidad. Se planteaba cómo desarrollamos una identidad propia y qué nos hace ser quienes somos y por qué a veces se producen crisis de identidad. “Los tres pacientes intentaron de distintas maneras superar la extraña situación que estaban viviendo. Para alcanzar una paz personal, cada uno siguió una táctica diferente. Clyde Benson, granjero alcohólico de 70 años, negó la existencia de los otros dos y empezó a referirse a ellos como si fueran cadáveres reanimados o muertos operados por maquinarias internas. Joseph Cassell, escritor fracasado de 50 años, señaló que los otros dos pacientes estaban internados en un hospital siquiátrico por lo que obviamente estaban mal de la cabeza y luego justificó su estancia allí, en su normalidad como Jesucristo. Leon Gabor, joven de 30 con una madre controladora y psicótica, cambió su identidad, pero no hacia su persona original como Rokeach esperaba, sino que se humilló identificándose con el nombre de “Estiércol Virtuoso Idealizado” y cambiando su “esposa”, quien hasta entonces era la Virgen María, por una esposa que él denominaba Madame Señora Yeti, mujer de más de dos metros de altura y 90 kilos de peso, descendiente de un indio y un jerbo. León fue alterando su delirio para que pudiera encajar sin enfrentamientos en la nueva situación”, recapitula el neurobiólogo salmantino José R. Alonso.


3

Asegura Clyde, uno de los Cristos: “Mi trabajo consiste sobre todo en construir. Hago de dos mil trescientas a tres mil trescientas personas al día, tanto hombres como mujeres, entre aquí y el cielo, y en el cielo hay habitaciones, casas, iglesias y predicadores fantasmas”. Responde Joseph, el otro Cristo: “Cuando inventé el mundo el paganismo no existía. Algún día, cuando el mundo se haya asentado en una base firme, la religión no será necesaria: no habrá ni curas ni pastores”. El libro lo llevaron al cine en 2017, Tres Cristos, con Richard Gere como psicólogo. Peter Dinklage, el notable enano de la serie Juego de tronos, es Joseph. En el filme de Jon Avnet. Hubo un caso semejante, documentado por el psiquiatra Sidney Rose, quien experimentó con otros dos Jesucristos auténticos, uno de ellos enfático consigo mismo: “Estoy diciendo cosas similares a las que afirma este chalado. Eso significa que también yo estoy loco”. ¿Qué valoro del citado libro? Hospedo en mi alma un Judas, un Pilatos, otro Cristo clamando en vano a su Padre desde la cruz. Me sucede con frecuencia: en mi vida anclan libros y autores que no buscaba, cuyos temas, lenguajes y protagonistas, fertilizan mi narrativa. Espejismos donde me interno y hago parte de sus protagonistas. Junto a estos tres Cristos, me llegaron excéntricas vidas de 30 hombres más, Jesucristos todos ellos. Desconozco si hay Budas. Si hay Mahomas. Si Shiva medita en algún sanatorio. Vírgenes Marías todavía no afloran. Tal vez mujeres con esquizofrenia paranoide no abundan como los hombres. Tal vez más adelante encuentre una o tres Marías. O si tengo suerte, un trastornado gay, pretendiendo ser madre de Jesucristo. Quisiera ser el cronista de cristofanías como las de estos tres huéspedes de Ypsilanti, adelantándose a la parusía. Más Jesucristos que Jesús mismo, cuando se escuchan sus divagaciones. A la pregunta: ¿por qué cree que los reunimos a los tres?, Clyde no responde. Joseph, dice: “Para ayudarle a convencer a Clyde y a León de que están locos”. León asegura: “Entiendo que le gustaría fundir nuestras morales en un solo crisol, pero en lo que a mí respecta, yo soy yo, él es él, y él es él. e intenta lavarnos el cerebro, también por medios desviados como el vudú electrónico. Eso implica dos contra uno, o uno contra dos”. Razonamiento crítico que años después, en 1981, en el postfacio de su libro reconoció Rokeach al hacer un balance del experimento con los tres hombres: “Hoy tengo la sensación de haber escrito un libro prematuro. No tenía derecho a jugar a ser Dios e interferir en sus vidas las veinticuatro horas del día”.


4

Tres próximos y distantes Jesucristos. Y un psicólogo con varios ayudantes quien, sin proponérselo, se convierte en el observador evangelista cuyo principal objetivo no es narrar potenciales milagros que estos puedan hacer, sino “analizar los efectos de ciertos métodos experimentales en los sistemas ilusorios de creencias y los comportamientos delirantes”, en quienes anularon su identidad para asumir otra más excelsa. Rokeach deduce, en su experimento de dos años, que estos Cristos se mostraban inseguros de su papel como hombres. “no para defenderse de sus tendencias homosexuales, sino de sus recelos sobre su identidad sexual”. Diecinueve capítulos, un epílogo y un postfacio, integran tan desgarrador libro. León, el más parecido a Jesucristo y, de los tres, el más elocuente y claro, escribía un relato autobiográfico llamado Causa y evolución, desarrollando su teoría del Morfodita cósmico. “¿Qué le ha hecho pensar que fuese morfodita?”, pregunta a León su psicólogo. “Forniqué por la boca cuando tenía ocho años, con un niño de diez: dos veces en la suya y otras dos en la mía. Así permite Dios que la gente aprenda a usar bien del pene, si aceptan la distinción entre el bien y el mal”, responde este. Por su parte, Joseph, el escritor frustrado, aseguraba ser suyas “todas las grandes ideas y obras de la literatura, la historia y la ciencia”, considerando enemigos a Aristóteles, Freud, Forster, Wells y Flaubert. Él es el autor auténtico de todas las obras que la historia atribuye a tan notables autores. Un Cristo novelista, superior al nazareno que solo escribió algunas líneas sobre el polvo. Textos confidenciales, confesiones, debates, preguntas y respuestas, cartas cuyos contenidos hubiesen firmado como suyos Jarry, Artaud, Genet, Mrozek o Beckett. Además de la película, hay varias obras de teatro y dos óperas. Se me ocurre pensar si, en realidad, no era Jesucristo mismo encarnado en estos tres hombres, convencido de ser uno y trino. Con algún plan para experimentar con el sicólogo y, por extensión, con cuantos leyéramos tal testimonio. Desfile de estrepitosas alucinaciones en un ambiente de científica racionalidad. No hay espacio aquí para incluir el poema de León, llamado Estiércol, en uno de cuyos versos reconoce que: “El oro es precioso pero el estiércol lo supera”. Los diálogos de estos hombres entre ellos y con el sicólogo, no están distantes del lenguaje filosófico de Baudrillard o Heidegger. Esta frase, es del filósofo alemán, no de León: “El Dasein se comprende siempre a sí mismo desde su existencia, desde una posibilidad de sí mismo: [a] de ser sí mismo o [b] de no serlo. El Dasein, o bien ha escogido por sí mismo estas posibilidades, o bien ha ido a parar en ellas, o bien ha crecido en ellas desde siempre”.


Calarcá. Mayo 11 de 2020. Desde el encierro.


PRALINE, EL PERIMETRO DE LA BURBUJA

por CARLOS ALBERTO RICCHETTI


El veredicto irrevocable fue quedar atrapado al pasar. Trascurren las horas, los días sin tiempo. Los tubos fluorescentes vuelven a prenderse, le ponen paños fríos a los síntomas del encierro. El rostro del calvo de anteojos y delantal blanco se acerca. Las pupilas se agudizan al comprobar ciertas reacciones modestas. Por el contrario, la burbuja de vidrio permanece estática, indiferente a las emociones, la sucesión de los hechos, al epílogo de una injusticia repetida. La inmensidad de la pinza sobre la pálida mesada del laboratorio, hace rogar que nadie trate de ingresarla entre las paredes, donde la transparencia se limita a descomponer los fuertes haces de luz.

La poderosa mano del hombre aparta la burbuja y crea la ilusión de una libertad ficticia, donde es imposible escapar hacia ninguna parte. Es el terror. Coloca el descomunal caramelo de praline, cerca del centro de los gruesos surcos de humedad de la circunferencia, para dejar luego todo como estaba. Chiopin emerge desde el pequeño tocadiscos portátil “Ranser” monoestereo del aparador, junto al almanaque del mundial de Alemania setenta y cuatro. Sentado, permanece inconmovible, realizando anotaciones con una lapicera Parker negra. Viene. Examina la burbuja. Regresa. Busca la mejor postura en el incómodo banco metálico. El reloj habla por sí sólo. La aguja con forma de pique intenta posarse cerca del número tres. El calvo exhala fuertemente. Entreabre aún más la boca al observar la otra manecilla larga jaquear el diente número cuarenta. No alerta el chasquido de la púa, besando los surcos, que anuncian el final del lado “b” del disco. Aproxima la garrafa y empaña la burbuja de gas “Sobel” seco. Irrumpe el escandaloso teléfono negro a disco.


-Diga –interroga la voz aguardentosa

-Cupelman. En dos minutos cerramos el complejo.

-Ya terminaba –fue la escueta contestación.


El calvo se desprende los botones beige del delantal. Lo deja sobre el respaldo del banco. Llena el libro de actas de prisa. Acomoda su saco, el nudo corazón de la corbata. Recoge las monedas del pasaje y deja el entorno a oscuras.




La monotonía conjuga la desesperación al compás del reloj, la única presencia tangible que mella la parálisis de la atmósfera, además del motor de la heladera al arrancar o detenerse. Los pensamientos son la única realidad. El resto es negro, lleno de efímeros puntillos blanquecinos que se desvanecen en absoluto silencio. Los momentos iniciales transcurren finiquitando la posibilidad de salir, pero la inconveniencia del pánico llama a divagar, como el modo perfecto de eludir la resignación, fabricar un espejismo donde sea posible erradicar para siempre el encierro, cumplir con el destino propuesto de completar la ruta. Cuesta manejar el ansia incontrolable, similar a la expectativa del perro que aguarda el sonido del cerrojo, las llaves al chocar, la sagrada perilla accionarse, la cual dará mágicamente vida a las formas, con el agregado ocasional de música, a cargo de quien aborrezco e imagino eliminar.


Aunque resulte extraño, el calor aumenta dentro de la burbuja. Las gotas de humedad caen desde el extremo superior, mojando los bordes. La madera va transformándose en un pantano inhóspito, putrefacto y residual. Las imágenes del pasado amenazan esfumarse; es inútil ensayar cualquier forma de dispersión, porque el límite de lo intolerante ahoga las más sofisticadas artimañas de evadirse. El olor a praline cobra mayor intensidad. Algo parece moverse. Siento la angustia de no llegar a advertir de que puede tratarse. Oigo los estruendosos golpes contra la superficie del vidrio, alejándome al lado contrario al advertir su cercanía. El agua se mueve, rebota salpicándome. Irónicamente, estoy preso pero sigo huyendo. Un rugido de sedimentos al desprenderse, me hace intuir que el secreto de la eventualidad reside dentro del alma del caramelo, pero pronto descarto la hipótesis, sumido en la trama de procurar mi supervivencia, cuando el perímetro se inunda.


El motor de la heladera amaga detenerse y sigue funcionando. Resuenan imperceptibles seseos de origen desconocido. Trato de calmarme, aunque los estragos de la inesperada zambullida logran empujarme contra el vidrio. Los minutos deambulan eternos, el silencio endemoniado que disfraza el sosiego de neurosis, quiebra la negrura total, le engarza saltos al vacío, mil plegarias por desaparecer ajeno al dolor, dando término a la fatigosa confabulación incomprensible, a la incongruencia de estar atrapado y ser lo suficientemente insignificante para revocar la pesadilla.




El hedor es terrible. A punto de colapsar, el choque de las llaves tras la puerta me reanima. Las caricias del tubo fluorescente enardecen de neón el laboratorio. El calvo entra. Deja el saco. Se coloca el delantal, acomodándose la corbata. Sentado, llena el libro de actas. En el interior de la burbuja, un gigantesco gusano aparece detrás del caramelo rancio. Yergue la cabeza y logra divisarme, cercado por islas de dulce enmohecido. Su cuerpo segrega encimas ácidas, letales sobre los tejidos primitivos. Abre la boca, se arroja sobre mí, pero no logra atinar. Si bien alcanzo a flanquearlo, una parte del carnoso lomo amarillento llega a rozarme. Los dedos del calvo encienden el Ranser. El dolor es abrasador. En lugar de poner el tocadiscos, sintoniza la radio, que transmite un partido de fútbol entre River y Boca, por el torneo Metropolitano. Toma la pinza de la pálida mesada. Levanta la burbuja. Aprisiona al gusano. Observo llegar la inesperada venganza. Los gritos del calvo cuando lo muerdo entre el pulgar y el índice, se confunden con los del primer gol de Morete. El motor de la heladera arranca de nuevo. La onomatopeya de la pinza al caer, después del calvo, precede al estallido de la burbuja. Me cuesta llegar hasta el extremo de la mesada, arrastrando la mitad del cuerpo. Miedo. Angustia. El calvo se estremece, presa de convulsiones. Tiene el rostro cubierto de sarpullidos verdes, sus anteojos le desvisten las pupilas, sucios de vomito. El caramelo de praline conserva el centro de las desfallecientes marcas de humedad del perímetro. Suena la molesta campana telefónica, como un interrogante que antepone los sistemas a la tragedia. Le sigue el timbre. Desde la suciedad del piso, el gusano trepa el borde de la maseta. Arriba al tallo del malvón. Lo quema. La planta se desploma. El “Puma” Morete elude a Mouzo, remata fuerte al palo del arquero y convierte un nuevo tanto.


Mis entrañas sellan el camino de imperceptibles huellas intestinales. La sensación de frescura del contorno pedregoso del lavabo, mitiga el malestar. El sitio del martirio ya no existe. Vive a través del rencor, durante los breves instantes finales de mi vida como bacteria. El “Ranser” anuncia la culminación del partido: River Plate, dos; Boca Juniors, cero.

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