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Arte y política; ¿cómo se complementan hoy?


Los cambios culturales actuales contribuyen al surgimiento de iniciativas artísticas participativas, desarrolladas en el espacio público, que exploran

formas experimentales de socialización.

Escribe:

ANA MARÍA PEREZ RUBIO*

El artículo analiza cómo se constituye este nuevo régimen de las artes, su articulación con la política en sus diversas concepciones y la vinculación de tales prácticas artístico / políticas con la producción de subjetividades autónomas. La importancia del artista y su rol como agente del cambio de la sociedad ha sido una preocupación recurrente puesta en evidencia a lo largo de los siglos XIX y XX mediante el accionar de las vanguardias y las discusiones en torno al contenido político del arte. El arte de vanguardia aspiró a ganar un nuevo lugar en la sociedad moderna, abandonando el museo como espacio consagratorio de la cultura burguesa para formar parte activa de la vida, y proponiendo la utópica unión arte/ praxis vital. Este intento de acercamiento entre arte y política se ha visto acentuado en las últimas décadas, en particular a partir de los años ochenta. Efectivamente, en los últimos años se ha producido, en el campo de las artes, la formación de una cultura diferente de la moderna y de sus derivaciones postmodernas (Laddaga, 2006) no solo ha cambiado la estética y la noción misma de vanguardia, cuestionando los formatos y soportes, sino que además se multiplicaron las iniciativas de artistas destinadas a promover la participación de grandes grupos de personas en proyectos en los que se asocia la realización de ficciones o de imágenes con la ocupación de espacios locales y la exploración de formas experimentales de socialización. La conformación de estos nuevos paradigmas -culturales y estéticos- da origen a un conjunto de prácticas artísticas que se asientan en el reconocimiento de la función social del arte, el compromiso con la ciudadanía, un cambio del espectador en el proceso creativo o la intervención en el espacio público. Estos comportamientos artísticos no convencionales puestos de manifiesto con el creciente interés por el arte público3 son los que han contribuido a configurar un nuevo régimen de las artes -según el concepto de Jacques Rancière (2010)- abriendo una etapa de nuevos modos de producir, conceptualizar y visibilizar las prácticas artísticas, pero que al mismo tiempo se vinculan a procesos más vastos de cambio en las formas de activismo político, producción económica e investigación científica (Laddaga, 2006). Todo ello se produce en un contexto social signado por un discurso que enfatiza la participación de la sociedad civil como estrategia privilegiada para avanzar hacia procesos de radicalización de la democracia, profundización de la ciudadanía y construcción de sujetos emancipados.

Es en este contexto que el presente artículo se propone analizar la articulación entre arte y política, entendiendo por tal la posibilidad que esta tiene para propiciar procesos de producción de subjetividades que contribuyan a desencadenar micropolíticas de emancipación y su correlato con relación a la transformación de la sociedad. A tal fin debemos considerar cómo se constituye este nuevo régimen de las artes, luego, la articulación existente entre arte y política, desde las concepciones clásicas a las actuales. Después de una breve presentación de experiencias concretas a modo de ejemplo, se intentará reflexionar con relación a su potencialidad para generar procesos de transformación social y producción de sujetos autónomos. Acerca del nuevo régimen de las artes: pérdida del aura, desdiferenciación y autonomización. En 1936 Walter Benjamin (1989) destacó los cambios esenciales producidos en el arte desde los inicios del siglo XX, debido a la introducción de las técnicas de reproducción: las posibilidades de manipulación de la imagen plástica desestima la unicidad de la obra de arte -y su autenticidad- e invalida, al mismo tiempo, la individualidad del momento creativo.

En consecuencia, se modifica la relación aurática (anterior) entre obra y receptor en la que esta resultaba de alguna manera inaccesible o lejana. Al respecto, Lash (1997) destaca los cambios culturales manifiestos en la a-

-ctual etapa del capitalismo tardío y el proceso creciente de desdiferenciación en las distintas esferas de la sociedad. Por oposición a la modernidad, que se caracterizó por independizar los diferentes ámbitos, y en particular el estético, en el actual periodo se constata su indiferenciación. Así, el dominio de la cultura deja de ser aurático, en el sentido de Benjamin (1989), mientras se debilitan los límites que separan la alta de la baja cultura, dando origen a la llamada cultura de masas o cultura popular y las florecientes industrias culturales. Se trata de un proceso por el que el dominio estético coloniza tanto la esfera teórica como la político/moral, que pierden su autonomía. Los cambios, además, remiten a la relación que se establece entre la obra, el receptor y el artista, en especial, debido a la implicación del público en ella, el que ha dejado de ser un simple receptor pasivo, para asumir un rol activo mediante la interpretación y/o la manipulación, o bien involucrándose directamente en ella. Esto puede explicarse desde distintas perspectivas, en principio, porque superada la etapa de la representación del mundo exterior, la obra deviene un mensaje ambiguo susceptible de asumir diferentes significados. En consecuencia, no expone el mundo real, sino que se constituye en un artefacto -objeto o acontecimiento- que se construye simultáneamente con la observación del espectador que la comprende y a la vez lo incluye (Hernández Belver & Prada, 1998). Lash (1997) concluye que en el proceso de desdiferenciación se verifica, así mismo, la desintegración del autor que se corresponde con su fusión en el producto cultural y que es puesto en evidencia en el consumo, a partir de algunos ensayos por incorporar al público en dicho producto. Por último, y con relación al modo de representación, mientras que el modernismo había distinguido entre el significante, el significado y el referente, en el postmodernismo se problematizan estas distinciones, en particular, la relación entre significante y referente, esto es, entre representación y realidad. Para Rancière (2010), lo que especifica -en un momento histórico determinado- qué es arte de lo que no lo es, depende de los regímenes de identificación. Si en la modernidad el régimen prevaleciente fue el figurativo o de representación -las obras de arte imponen formas a la materia a partir de un conjunto de normas, una jerarquía de géneros y una adecuación a ciertos temas- actualmente nos encontramos ante un régimen estético, que se propone como superación del de representación anterior. Esta noción de régimen estético refiere a un ámbito de indiscernibilidad, que no permite distinguir entre los hechos y las ficciones. En él, la separación se desdibuja y tanto el sujeto anónimo como cualquier otro objeto pueden ostentar belleza. El arte se configura como una forma de vida autónoma y como un proceso de autorrealización que se vincula con sus posibilidades de compromiso político.4 Así, para Rancière (2010), el ámbito estético es común tanto a las artes como a la política y es allí donde se determinan los cambios sustanciales en la representación. Para que la no representación del arte permita que, igualmente, sea considerado como tal, es necesario que exista un régimen dominante en el que todo puede ser representable, de este modo se diluye la separación entre bueno y malo o entre géneros o expresiones propias o impropias. Este régimen dominante -a la manera de las categorías kantianas- define funcionamientos oponiendo lógicas, leyes de composición, modos de percepción e inteligibilidad, no principios de exclusión sino de coexistencia (Rancière, 2010). Según esto una obra de arte será aquella que ocasione una experiencia alternativa a la ordinaria, donde el sujeto puede liberarse de las relaciones usuales en todos los niveles: las jerarquías de poder/dominación, el predominio de la razón sobre la sensibilidad, la imposición de la forma sobre la materia. Rancière va a asimilar la distinción de regímenes de las artes a la distinción entre política y policía, desde un enfoque de pensamiento crítico que hace posible las diferencias que instituyen un determinado dominio como sensible -a la vez que inteligible- tanto en el arte como en la política, pero que, además, permite pensar estos dominios como instituidos por operaciones críticas, por disensos.

Disenso significa una organización de lo sensible en la que no hay ni realidad oculta bajo las apariencias ni régimen único de presentación y de interpretación de lo dado que imponga a todos su evidencia. Reconfigurar el paisaje de lo perceptible y de lo pensable es modificar el territorio de lo posible en todos los niveles: las jerarquías de poder / dominación,

predominio de la razón sobre la sensibilidad, la imposición de la forma por sobre la materia. y la distribución de las capacidades e incapacidades (Rancière, 2010, p. 51). Entendido el arte como proceso y actividad constituye un nuevo tejido social a través de programas de intervención capaces de restaurar el vínculo social.

Sería, en consecuencia, un modo de implicación en la constitución de formas de vida en común y lugar para una experiencia autónoma, promotora de instancias de comunidad, libertad y emancipación.

Las manifestaciones artísticas son políticas, porque suponen un desacuerdo, una confrontación con las particiones de la realidad sensible.

El gran poder de subversión que poseen estas experiencias estéticas en general es su capacidad para ampliar los sujetos, los objetos y los espacios adecuados para el debate, creando nuevos escenarios para la política.

Pero para que estos dispositivos subversivos del arte resulten eficaces deben ser contextualizados para cada realidad local potenciando las posibilidades de develar las actuales particiones del mundo, los marcos de desigualdad en los que viven las personas. Finalmente, Laddaga (2006) considera que estas prácticas constituyen el resultado de nuevos modos de producción eminentemente inmateriales y comunicativos, producidos tanto en el plano del trabajo como de la práctica política, las ciencias y las formas de circulación de información.

Los proyectos que se proponen a una comunidad generan un ámbito de elaboración colectiva, en espacios que no son ni estrictamente privados ni completamente abiertos.

Aquí se presenta una concepción de público diferente a la moderna, en la que se implicaba un receptor universal e indiferenciado en su relación con la obra desde una situación de intimidad y aislamiento. Se trata, ahora, de una trama de espacios explorados por personas y en los que, a partir de sus decisiones, se determina el modo como los mismos se estructuran, recurriendo a imágenes, discursos e instrumentos para la observación, la reflexión, la conexión con otros y la acción instrumental.

Constituyen, según el autor el signo de la emergencia de otra forma de pensar y practicar el arte que favorece la construcción de una comunidad autónoma por parte de los sujetos implicados. La relación entre arte y política: las vanguardias, las industrias culturales y el espectador emancipado.

Considerar la articulación que existe entre arte y política supone procurar elucidar las relaciones que se establecen entre el hecho artístico y los fenómenos sociales que determinan su producción y recepción y sus posibilidades de promover la conciencia crítica de la población.

El concepto de vanguardia entraña una cierta variabilidad semántica, aunque desde la perspectiva estrictamente sociológica implica un sentido reactivo que deriva de los efectos y modos de intervención que propone y promueve en el medio en el cual se inserta.

Los movimientos de vanguardia reciben este nombre en la medida que provocan rupturas de la tradición, ya sea con relación a las formas artísticas dominantes, las instituciones o el gusto hegemónico en el campo estético; así mismo con la función que la sociedad burguesa le asigna al arte, es decir, la destrucción de la doctrina del arte por el arte que lo constituye en un simple artefacto decorativo para colocarlo al servicio del hombre mediante la construcción de un nuevo orden emancipador. Titulo original: "Arte y política. Nuevas experiencias estéticas y producción de subjetividades"

* Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas, Argentina. Chaco 1189, 5° A, 3400; Corrientes, Argentina. Correo electrónico: aperezrubio@yahoo.com

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