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ARTEMITO, EL CERDO QUE COMÍA POESÍA

Por ALEXÁNDER GRANADA RESTREPO, "MATU SALEM"*

(Ilustraciones de GUSTAVO HERRERA VALENCIA)




Del chorro de agua fresca que bajaba por la manguera verde, y que caía como manantial natural en el tanque enladrillado junto a la cocina de la casa de don Artemo; de allí sacaba agua con las palmas puestas en forma de cuenco para lavarse el jabón de la cara que le había quedado tras la minuciosa afeitada.

-¡Estamos listos!

Le dijo Artemo a Hortelio Velásquez para que trajera a Artemito. Hortelio cuidaba los cerdos de don Artemo; sabía que los sábados en la tarde debía separar de la cochera a Artemito y llevarlo al almacén donde se guardaban las herramientas, después de haberlo bañado, para que el domingo pudieran asistir limpios y perfumados a la Tertulia de Poesía del pueblo.

Hortelio, los domingos antes que llegara Rosendo Gómez Peláez de Mocatán en su campero rojo para recoger a don Artemo, colocaba a Artemito un sombrero de hilo negro elaborado con estilo similar al sombrero de don Artemo. Ya estaba listo Artemito, había desayunado muy bien y portaba impetuoso el perfumado sombrero.

Artemito se alegró al escuchar la ruidosa bocina del campero de Rosendo que anunciaba su llegada. Tan pronto llegaron al pueblo, don Artemo se dirigió al parque donde estaban los poetas, pues en algunos minutos, según anunciaron por el altavoz, empezaba la Tertulia de Poesía. Ya habían llegado todos los poetas; Etéreo Villegas, el organizador, les daba la bienvenida.

Don Artemo  reconoció a Vigod Gallego, Milicia Londoño, Joba Manrique, Gustavo Manjarrés, Ecléctica Perdomo, y a su poeta preferida, Claudia Milena Ruíz  de Lotto. Luego de las cortas palabras protocolarias de Juan Bautista Martínez, el secretario de la cultura; Etéreo, dio inicio a la tertulia invitando a Milena Ruíz de Lotto, quien compartió su poema NUBIA-KORAI:


          No mueras           En el poniente,           Korai, amor de mis amores.           Aguanta un poco           Yo veo más tu vida.           Duerme tranquila           Que en el amanecer           En ti, no habrá dolores;           Sólo tendrás paz,           Korai, amor de mis amores.



Don Artemo fue el primero en aplaudir conmovido por el poema de Milena. Al momento, todos estuvieron de pie ovacionando a la poeta. Artemito se veía tranquilo y dispuesto, acostado en la cobija de edredón que le colocó don Artemo haciéndole un nido.

Prosiguió la poeta Joba Manrique con su poema ELEVACIÓN:


          Hoy día           Me gusta casi todo.           Esto ha logrado           Que, en sí,           Me guste           Mucho nada.


Después de un simpático silencio acompañado de risueñas miradas, Joba fue igualmente aplaudida. También Vigod Gallego recitó su poema GUILLOTINERÍAS:


          ¡No puedo!           Si ordenara ejecutar           A todo ser ingrato           De este escondido pueblo,           Sólo quedarían:           Mi familia y los verdugos.           ¡No puedo!


Entre tanto, en la vieja cancha de fútbol, la que está junto al matadero por la vía a la Villa de las Cáscaras, se realizaba la Feria de los Porcinos. Los porcicultores del pueblo y los alrededores exponían sus animales para lograr alguna venta o un cambio favorable.

Los más aventajados participaban con su piara en la subasta, y los que tenías hasta tres animales estaban autorizados por el alcalde para vender o hacer intercambios directos. Cuando terminó la jornada de poesía, don Artemo llevó a Artemito a uno de los potreros cerca de la feria, por el lado donde están los tanques, para darle agua y refrescar su cuerpo, mientras esperaban a Rosendo.



Senén Hernández, atraído por la belleza y la buena salud que mostraba Artemito, ofreció a don Artemo cincuenta doblones por el animal. Don Artemo  con ceño de disgustado respondió secamente a Senén: NO LO VENDO. Senén subió la oferta a sesenta doblones y dijo que le encimaría un zurriago en madera de guayabo que había comprado en la última feria de Arrayanal. Don Artemo, con su cabeza, le indicó nuevamente a Senén que no se lo vendía.


¿Entonces cuánto pide usted por el animal? ¿o es que también va a cobrarme el sombrerito? Le increpó Senén un poco congestionado. En ese momento se escuchó la bocina del campero de Rosendo, y mientras Rosendo y don Artemo subían a Artemito al campero, éste le reiteró a Senén: NO LO VENDO.

Para el domingo siguiente, aunque no había feria en el pueblo, Senén Hernández ya había alertado a algunos compradores sobre el extraño comportamiento de don Artemo con el cerdo. Venían con él, Facundo Moncada y Emeterio Guzmán, el director de la feria. Emeterio saludo de manera jovial a don Artemo, lo invitó a negociar el cerdo con Facundo que estaba ofreciendo cien doblones.

Le dijo Emeterio al oído a don Artemo: “aproveche, esa cantidad se está pagando por un animal de setenta kilos, y este cerdo, aunque rosado y muy blanquito, le apuesto lo que estime, que no logra subir la báscula a sesenta. Don Artemo se ratificó diciendo que Artemito no estaba para la venta.

El miércoles siguiente, que era miércoles de ceniza, don Artemo fue citado por el alcalde Vitalino Zapata para que explicara la razón por la que estaba violando las normas de la feria; estaba acusado de ser vendedor selectivo y altamente especulador. “Don Vitalino”, le dijo Artemo al alcalde en presencia de Emeterio Guzmán y de Maniqueo Cárdenas el inspector de la higiene pública; “el cerdo, al que Hortelio ha llamada Artemito, NO LO VENDO, es mi amigo”.

Todos quedaron estupefactos; dolorosamente concluyeron que don Artemo había perdido la razón. Fueron delegados, entonces, Maniqueo Cárdenas y Rebeco Saldarriaga, el veterinario, para hacer una inspección general, esa misma semana, a los cerdos y las cocheras de la finca de don Artemo.









El domingo don Artemo y Artemito estaban en primera fila escuchando a los poetas. Recitaba Ecléctica Perdomo su poema FE:


           ¿Quién le dijo            A la luna            Que esperara,            Y que no            Durmiera,            Al majestuoso Sol?

           ¿Quién les dijo            A los ríos            Que corrieran,            Y al jurel,            Quién le dijo,            Que al danzar            Sería más digno            Que el salmón?            ¿Cómo sabe            La raíz,            Que lo profundo            Es su destino,            Y cómo sabe            El orgulloso tallo            Que al crecer            Honrará a Dios?            ¿Quién les dijo            A las palomas            Que volaran,            Y al recién nacido,            Quién le dijo,            Que en el pecho            De su madre            Está el amor?


Cuando Ecléctica terminó de recitar su poema, llegaron a la Tertulia dos policías, Carmelo Rave y Esteban Ciro, con una orden de detención para Artemito, firmada por el alcalde, Maniqueo Cárdenas y Rebeco Saldarriaga. Se acusaba a Artemito de ser portador de una enfermedad contagiosa.

El policía Carmelo Rave leyó la orden de detención a don Artemo, que decía entre apartes, lo siguiente: “… el cerdo llamado Artemito, natural de la finca los Naranjos, de la vereda la Holanda, padece enfermedad contagiosa…”. Pese a la lucha y protesta de don Artemo y de los poetas, Artemito fue dejado en la parte trasera de la alcaldía, en el patio donde guardan las sillas y las cosas inservibles de las escuelas rurales.

No pudieron llevar a Artemito a las cocheras de cuarentena de la feria porque las llaves solo las portaba Emeterio Guzmán, y en ese momento andaba con Maniqueo y el alcalde en la entrada del pueblo, liderando un comité de bienvenida, porque esa tarde llegaba el Ilustre Senador que había ayudado a don Vitalino el año pasado a ganar la alcaldía, en el tiempo cuando ni siquiera mostraba alguna favorabilidad.


Don Artemo estuvo el lunes muy temprano en el pueblo llevando una bolsa con comida para Artemito. La amarró con una cuerda larga y la lanzó por encima del muro del patio de la alcaldía donde había ubicado a Artemito. Don Artemo llamaba a Artemito con las estridulaciones  que hacía con el dedo pulgar y el dedo corazón, que, Artemito cuando reconocía su sonido, se presentaba siempre cerca de él. 


La Negrita Muñoz, vecina de la alcaldía, se percató de la situación y atinó traer una manguera para dejar caer agua por el muro y calmar la sed de Artemito.  Al cabo de un corto tiempo Artemito volvió a gruñir sin parar, don Artemo no sabía qué hacer. La Negrita Muñoz fue a su casa y trajo más comida, pero Artemito seguía emitiendo gruñidos. Don Artemo se acordó de algunos poemas de Milena Ruíz de Lotto y Artemito al escucharlos dejó de gruñir.

Al día siguiente don Artemo volvió al pueblo y trajo más comida y nuevos poemas. Con ellos logró nuevamente que Artemito estuviera tranquilo. Contando con la bondad de La Negrita Muñoz, quien se comprometió a darle agua y comida a Artemito, don Artemo aceptó no regresar hasta el domingo y ocuparse de sus otros asuntos, sólo si La Negrita Muñoz le leía poesía a Artemito los días que estuviera a su cuidado.

Don Artemo entrego a La Negrita Muñoz el folder azul con acetatos donde celosamente guardaba los poemas más insignes de Milena.

El domingo don Artemo estuvo muy temprano junto al patio de la alcaldía para saludar y alimentar a Artemito; no lo oía gruñir y no contestaba a sus estridulaciones. La Negrita Muñoz vino presurosa y frente a don Artemo dejo ver completo el blanco de sus ojos, diciendo: A Artemito se lo llevaron ayer y no lo volvieron a traer. La alcaldía estaba cerrada y nadie daba razón del cerdito. 

Cansado y angustiado por la infructuosa búsqueda de Artemito, don Artemo ingresó a la cantina de Perfidio Montoya, llamada La Peregrina,  Para tomarse una cerveza fría. Perfidio le sirvió la cerveza, a pesar, que la cantina aún no estaba en servicio. Don Artemo tomaba despacio la cerveza mientras miraba fijamente la mesa y pensaba en la suerte de Artemito.



Patricia Piraquive, la bailarina de Santágueda, salió de una de las habitaciones de arriendo temporal  con el cabello recogido por un moño  de carey mediano con dientes de caimán, y se dirigió al baño. No habían puesto la música ni habían arreglado el salón principal. El desorden era tal, que sumado a la desteñida y semigótica  imagen de Patricia, había en el piso vasos, botellas, colillas de cigarrillo y basura de todo tipo; el salón parecía más bien un retrato maltrecho del Guernica de Picasso.

Bueno, también es justo decir, que Patricia era una mujer alta y delgada, tenía una piel suave y blanca más blanca que el blanco que pudieran tener sus huesos; en el pliegue izquierdo de sus labios había tatuado un lindo lunar negro muy pequeño, logrando contrastar la blancura de su cara con un horizonte erosionado de sombra negra que cubría totalmente sus párpados.

Por algún enigmático destello, Patricia atrapaba la mirada de casi todos los clientes que llegaban a La Peregrina buscando un cálido abrazo o un típico consuelo. Cuando Patricia se sentaba en uno de las sillas de madera que estaban en el mostrador, dejaba ver el desvanecimiento general de sus carnes, provocado por el tiempo y el abuso. Claro, otro asunto muy distinto ocurría cuando Patricia bailaba; se convertía en una cascada oriental de agua caliente que quemaba por igual el corazón de los hombres más viriles y el de los más afeminados.

Con el calor del baile y el suave rubor que deja ver la llegada del deseo sexual, el rostro de Patricia, decían, se asemejaba al rostro de una virgen; sus clientes no tenían problema en esperar por Patricia, pues todos parecían haber adquirido, por su exoftálmica mirada,  la absurda paciencia que tienen los peregrinos cuando viajan por medio mundo buscando encontrar una piedra para adorarla e intentar complacer a su Dios; el mismo Dios que un día les dijo que no adoraran las piedras.

-Buenos días don Artemo, le dijo Patricia cuando salió del baño secándose el cabello con una toalla. ¿Por qué está tan callado? Aguante un momento me cambio que yo le quito todas las depresiones. ¿O es que doña Inesita Madroñero me lo tiene descuidado?

Don Artemo seguía en silencio. Volvió Patricia de su habitación luciendo un vestido negro muy elegante y unos hermosos zapatos amarillos con el tacón bien afilado. Este vestido sólo lo usaba Patricia en diciembre, en abril para el día de su cumpleaños y en los días más importantes de las fiestas del pueblo.



Cuando la vio don Artemo se congeló en su silla; tenía Patricia en su diadema el sobrero de hilo de Artemito. Don Artemo se levantó raudo y con voz fuerte le preguntó a Patricia ¿Qué haces portando el sombrero de Artemito? Patricia no entendió la reacción de don Artemo, y apenas se repuso del susto, respondió: Anoche vino Rogelio Bermúdez, el matarife, queriendo comprar mis servicios especiales, pero como traía dinero solo  para unas cuantas cervezas me ofreció el pernil de un cerdo para pagar los deleites corporales.


Como el pernil no era grande, le exigí traer el otro, y lo hizo; además, me regaló este sombrero. Don Artemo salió de La Peregrina corriendo como un búfalo buscando a Rogelio:

-¡Rogelio! ¡Rogelio! ¡Rogelio!

Se cansó de tocar la puerta de su casa. Doña Nina Morales de Mejía, que estaba en la ventana de al lado, le informó que esta mañana cuando ella salía muy temprano a la santa misa, vio que Rogelio apenas llegaba. Estaba muy borracho, agregó doña Nina. Artemo desesperado al no encontrar al alcalde, decidió buscar ayuda donde el padre Asdrubal Valencia que oficiaba en la Iglesia de las Mercedes.

El padre Valencia era párroco de Las Mercedes desde hacía cinco años, y en ese momento atendía la confesión de doña Doralba de la Pava, que era, tal vez, la mayor benefactora del Templo. Don Artemo se ubicó en una de las sillas vacías de la Iglesia, y mientras el Santísimo lo miraba fijamente, él simulaba ante Él, disfrutar el gozo del don de la paciencia.

Doña Doralba de la Pava antes de retirarse del confesionario se persignó como veinte veces y se despidió tanto del padre Valencia, que dio la impresión que no iba a volver a verlo nunca. Cuando don Artemo quiso abordar al padre para que le ayudara en la causa de la muerte del cerdo, doña Nínfulas Becerra, que era la verdadera esposa del alcalde, ya estaba recibiendo la bendición y la exaltación del padre por ejercer con sumisión todos los deberes sacramentales.

Don Artemo dando la espalda al Santísimo, sintió cómo el espiral de la angustia le subió hasta pecho, y alcanzó a pensar, debido a ello, que doña Nínfulas se tardaría un día entero en hacer sus confesiones, por lo que salió afanado de la Iglesia sin despedirse del padre y tampoco persignarse ante el Santísimo. Decidió ir a buscar al alcalde Vitalino para resolver directamente este problema.




logró hallarlo en medio de una romería en el Bulevar de los Samanes, a la altura de la última curva que conduce al puente. Estaba hablando don Vitalino de manera elocuente, con el Ilustre Senador que había regresado al pueblo para inaugurar un coliseo.

¡Vitalino! Le gritó Artemo al alcalde. Los escoltas del Senador se acercaron a la escena, pues pudieron ver que este hombre, sin ninguna duda, prometía traer algún bochorno.

-¿Qué quiere Artemo? salude al Ilustre Senador.

-Quiero que me diga dónde está Artemito.

Ah, entiendo, dijo el alcalde; Artemito fue incinerado.

El Ilustre Senador y los escoltas se perturbaron ante la frialdad de Vitalino al confesar públicamente el horrendo crimen de un niño. El Senador intervino y sugirió que resolvieran este asunto en privado, y ofreció, además, sus servicios de mediación judicial con el juez Benancio Impatá  que era amigo suyo.

Vitalino le explicó al Senador que se trataba de la muerte de un cerdo enfermo. ¡Escúcheme Artemo! Le dijo Vitalino, el cerdo fue encontrado con altas sospechas de portar una enfermedad contagiosa, y ante el riesgo de afectar la salud pública decidimos ordenar su incineración.

Aquí tengo el papel con el diagnóstico de Rebeco el veterinario: “…el animal en cuestión porta una enfermedad nueva, indetectable, del circovirus porcino que considero muy riesgosa…”. Entonces Artemo, ante la evidencia de esta situación no quisimos perder tiempo y llamamos a Rogelio, el matarife, para que lo incinerara. ¿Qué otra cosa debía hacerse?


¡Don Vitalino! Contestó Artemo al alcalde estando muy airado: a pesar, del profundo respeto que le debo a la memoria de su recién difunta madre doña Adiela Fernández, déjeme decirle alcalde que usted, usted alcalde ¡Usted es un hijo de la gran puta!


Los escoltas del Ilustre Senador se abalanzaron sobre Artemo dándole puñetazos y patadas,  y algunos copartidarios ofendidos por las palabras contra Vitalino aportaron también algunas patadas contra la humanidad de Artemo González. Los amigos de Artemo que estaban allí, lo recogieron y lo llevaron de inmediato al centro de salud, porque sangraba de manera profusa por la nariz.

La noticia del suceso corrió rápidamente por el pueblo, y pronto Rosendo llegó al centro de salud con doña Inesita Madroñero que estaba muy preocupada por la salud de su esposo.  No lloraba don Artemo González por el dolor de los hematomas ni por el punzón de las agujas ni las suturas; lloraba por Artemito, por la trágica muerte de su fiel y único amigo.

Doña Inesita estuvo todo el tiempo consolando a Artemo, hasta que logró que dejara de llorar. Pidió Artemo una hoja de papel y un lápiz y escribió un poema. A disgusto de todos y de las enfermeras logró que Rosendo lo llevara al parque donde se estaba realizando la Tertulia de Poesía. Hablaron con Etéreo Villegas para que consiguiera un espacio donde don Artemo pudiera leer su poema.

Luego de la aprobación de Etéreo, don Artemo fue puesto en una silla en la parte de atrás del entablado, junto a los baños, esperando su turno para la lectura del poema. Allí mismo don Artemo debió ver muy asombrado cómo Milena Ruíz de Lotto besaba en la boca y en cuello a la poeta Milicia Londoño, estando escondidas detrás del pendón de lona que exhibía el rostro del poeta Pablo Neruda.

Don Artemo comprendió que ese día era para él el día de las muchas penas. En ese momento llamaron por el altavoz a don Artemo y anunciaron su poema, llamado MONOPOEMA. Vigod, Rosendo y el poeta Gustavo Manjarrés, subieron a don Artemo al entablado sentado en su silla, pues debido al  fuerte dolor que le quedó en su rodilla derecha por una de las patadas que le propinó el escolta del Senador, y por la impresión de haber visto a Milena besando a otra mujer en la boca, don Artemo no pudo ponerse de pie durante mucho tiempo. Así dijo don Artemo recitando su poema:


         Canto  In  Memoriam  al  ARTE-MITO

          ¿Cómo pudo un solo hombre           Nacido de mujer           Por Voluntad divina,           Cargar sobre su espalda          Todas las culpas,           Todas las faltas,           De este enfermizo mundo,           Enemigo del mar           Y de toda agua cristalina;           Amigo de la ingratitud,           Corruptor del Tiempo Nuevo           Y de los sagrados designios,           Que detesta el viento fresco           Que ya no huele las flores           Ni aplaude los amaneceres;           Un mundo cuyos hombres           -como las algas en el mar-,           Sobreabunda de mezquinos?           ¿Cómo pudo?


*Filósofo, escritor, poeta teórico, columnista, y administrador financiero.  Sus diversas obras son:  Las caravanas de Matusalém (novela), Amor de performance (relatos), Poesía teórica (poesía), Naturaleza metafísica de la realidad (ensayo).


Fuente: OJO AL EJE

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