¿Alguien nos "escribió" antes?
- Arcón Cultural

- hace 2 días
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Este ensayo es una reflexión original de la autora, inspirada en experiencias personales y observaciones sobre la formación de la identidad. Las menciones a filósofos como Paul Ricoeur, Jean-Paul Sartre y Michel Foucault se incluyen únicamente como referencias conceptuales para enriquecer la reflexión, sin reproducir textos literales ni material sujeto a derechos de autor.
“Somos el relato de otro (?)”
Afirmar que el individuo es simplemente el resultado del contexto en el que fue educado o criado me parece un error. Reducirlo únicamente a ese marco limita su evolución como persona y encasilla su crecimiento interior. ¿Acaso somos solo lo que nos rodeó en la infancia? ¿Es nuestro destino una repetición inevitable de lo que vimos y escuchamos? Pensar que si alguien nació en malas condiciones económicas su futuro estará marcado de manera inexorable, o que si es hijo de padres golpeadores repetirá ese patrón, es condenarlo de antemano, negarle la posibilidad de transformación, como si el relato inicial fuera una sentencia y no un punto de partida.
Yo creo que somos el relato de otro. No lo digo en un sentido absoluto, sino como una invitación a pensar cuánto de nuestra identidad nace de palabras que no son nuestras. ¿Qué hay en mí que es realmente propio, y qué hay que proviene de las narraciones ajenas? Desde que somos niños escuchamos voces que nos describen, que nos colocan en un lugar: “vos podés”, “vos no servís”, “vos sos así”. Y en esas frases, muchas veces lanzadas sin medir sus consecuencias, se va tejiendo la trama invisible de lo que después creemos ser.
Desde que nacemos, alguien nos nombra, nos cuenta, nos sitúa en un relato. Somos “hijos de”, “alumnos de”, “hermanos de”. Ese relato nos antecede y nos envuelve. Pero ¿cuándo empieza la verdadera voz propia? ¿Es posible que exista, o siempre hablamos con palabras heredadas, con frases que escuchamos antes de saber pensarnos? Quizás no se trate de negar la influencia de lo que otros dijeron de nosotros, sino de aprender a dialogar con esas voces, de elegir cuáles dejamos entrar y cuáles dejamos ir. Paul Ricoeur decía que la identidad se construye narrativamente: somos quienes nos contamos ser. Pero esa narración nunca comienza en primera persona, sino que arranca en la voz de otros.
Si una persona crece en un hogar donde se estimula el bienestar, la armonía, la educación y la nutrición, tendrá más probabilidades de desarrollarse de manera plena. Si desde pequeño le dicen que puede alcanzar sus metas, que debe esforzarse, es probable que crezca con esa convicción. En cambio, si a un niño se le repite constantemente que no puede, que es incapaz, lo más probable es que interiorice esa creencia y la convierta en destino. Pero aquí surge la pregunta: ¿hasta qué punto ese destino puede ser reescrito? Sartre sostenía que estamos condenados a ser libres, que ninguna circunstancia nos encierra del todo. Y sin embargo, ¿qué tan posible es ejercer esa libertad cuando el lenguaje mismo, las categorías con las que pensamos, provienen de un afuera que nos precede?
Por eso insisto: somos el relato de otro. Y en esa afirmación se abre un horizonte de preguntas más que de certezas. ¿Qué relato me construye hoy? ¿El de mis padres, el de mis maestros, el de mis amigos, el de mi sociedad? Foucault advertía que todo discurso es también un ejercicio de poder: nombrar es ordenar, ubicar, clasificar. Entonces, ¿somos libres cuando nos pensamos, o seguimos obedeciendo a esa trama de voces que nos catalogan desde la infancia?
De ahí la enorme responsabilidad del adulto al hablarle al niño: cada palabra, cada gesto y cada silencio pueden convertirse en las líneas invisibles que marquen la historia que ese niño contará de sí mismo. No solo lo que decimos, sino también lo que callamos, lo que dejamos en penumbras, moldea una identidad. A veces el silencio pesa más que cualquier sentencia. ¿Cómo se defiende un niño del vacío de no haber sido nombrado, reconocido, mirado?
Si somos el relato de otro, entonces cada uno de nosotros lleva dentro voces múltiples: las que nos alentaron, las que nos hirieron, las que nos ignoraron. Tal vez crecer consista en aprender a escucharlas sin que nos definan del todo, en elegir cuáles dejamos resonar y cuáles dejamos desvanecerse.
Y sin embargo, la pregunta final permanece: ¿puedo, realmente, contarme de nuevo? ¿O estaré siempre escribiendo mi historia con palabras que ya fueron dichas por otros? Quizás lo único posible sea ese intento incesante de reescribir, de tomar las frases heredadas y torcerlas, de inventar con ellas un relato propio que nunca será del todo mío, pero que tampoco será idéntico al que otros trazaron sobre mí.
Escribe: YANINA CERIANI*

*Nacida en la ciudad de Rosario en 1971, Yanina estuvo ligada al arte desde niña debido a las influencias de un tío abuelo, pintor reconocido de la ciudad de Rosario, Osvaldo Traficante y a su hijo quien también la apadrina, Marcelo Traficante.Yanina es autodidacta y ha dedicado su vida al arte en forma permanente.
Su capacidad de comunicación va pareja a la proyección y variedad de sus obras literarias como la poesía, el género de distopías, soliloquios, microficciones, etc.
Ha dado muestras de su versatilidad y su pasión por el arte desplegándola en varias expresiones artísticas como la pintura y la fotografía.
Actualmente dirige un taller literario para adultos llamado “Ronda de la palabra, los libros nos hacen libres” y difusión del arte por medio de programas radiales.








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