Cuando se van los creadores
- Arcón Cultural

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El arte latinoamericano y mundial despide a cinco creadores cuya obra seguirá latiendo más allá del silencio. En distintas geografías y lenguajes, Daniel Samoilovich, Róbinson Quintero Ossa, Sam Rivers, Björn Andrésen y Alberto “Beto” Hassan encarnaron el poder transformador de la palabra, la música y la imagen. Poetas, músicos, actores: todos atravesaron sus épocas con una intensidad que convirtió su oficio en destino.
Sus muertes, ocurridas entre México, Colombia, Estados Unidos, Suecia y la Argentina, no clausuran una trayectoria, sino que amplifican su legado. Desde el rigor intelectual de Samoilovich hasta la hondura cotidiana de Quintero; desde el pulso eléctrico de Rivers hasta la melancolía de Andrésen o la armonía coral de Hassan, cada uno dejó en su arte una forma de belleza que no se repite, pero que permanece.
LLORAN LAS LETRAS COLOMBIANAS

El poeta, ensayista y periodista Róbinson Quintero Ossa, una de las voces más sólidas y discretas de la poesía colombiana contemporánea, falleció el pasado 23 de octubre en El Carmen de Viboral, Antioquia, tras sufrir una afección repentina que lo llevó a ser hospitalizado de urgencia. La noticia fue confirmada por el escritor Jaime Fernández Molano, quien informó que el autor no logró superar las complicaciones médicas posteriores a una cirugía.
Un poeta de la intimidad y la contemplación

Nacido en Caramanta, Antioquia, en 1959, Quintero Ossa formó parte de una generación que, desde los años ochenta, renovó la voz lírica colombiana con una escritura más sobria, reflexiva y cercana a la experiencia humana. Su obra se caracteriza por un tono contenido, una mirada atenta a los oficios cotidianos y una constante interrogación sobre el lugar de la poesía en la vida común.
Licenciado en Comunicación Social y Periodismo por la Universidad Externado de Colombia, Quintero orientó su carrera hacia la literatura desde múltiples frentes: la creación poética, la docencia, la investigación y el periodismo cultural.
Entre sus libros más reconocidos se cuentan De viaje (1994), Hay que cantar (1998), La poesía es un viaje (2004) y El poeta es quien más tiene que hacer al levantarse (2008). En ellos, el autor construye una voz lírica sin artificios, que busca —según palabras del periodista Jaime Darío Zapata— “una tradición más silenciosa, anclada en la claridad de las imágenes y en la pureza del idioma”.
Investigador y divulgador de la poesía

Además de su obra creativa, Quintero se destacó como investigador y difusor del patrimonio poético nacional. En 2010 publicó la antología Colombia en la poesía colombiana: los poemas cuentan la historia, obra galardonada con el Premio Literaturas del Bicentenario del Ministerio de Cultura, y fue coautor de Historia de la poesía colombiana, junto al crítico Luis Germán Sierra.
Como periodista cultural, llevó la poesía al terreno de la entrevista y la crónica con títulos como 13 entrevistas a 13 poemas colombianos (2008) y El país imaginado (2012), en los que demostró que el lenguaje periodístico puede ser también un vehículo de sensibilidad y pensamiento poético.
El gestor cultural y el maestro
Durante décadas, Quintero fue un promotor incansable de espacios de formación literaria. Dirigió talleres para la Casa de Poesía Silva, el Museo de Arte Moderno de Medellín (MAMM) y la Red de Bibliotecas de Comfenalco; coordinó la IX Escuela Internacional de Poesía del Festival Internacional de Poesía de Medellín, y colaboró con revistas especializadas como Puerta de combate, Ulrika, Luna de Locos, Sibila y La otra.
En los últimos años, desarrolló su proyecto La máquina de cantar, una suerte de “carpa ambulante” de juegos literarios que combinaba poesía, música y pedagogía, y con la cual buscaba acercar la creación poética a comunidades y jóvenes lectores.
El legado de una voz sin estridencias

La poesía de Quintero Ossa se nutre de lo cotidiano, de los gestos mínimos que definen la existencia. Su mirada sobre el mundo fue siempre la de quien busca nombrar con serenidad lo que otros pasan por alto. En su poema La poesía no tiene horario, escribió:
“La poesía no tiene horario,se escribe no cuando uno quiere,sino cuando ella —la poesía— quiere.”
Y en Trupillo, ofreció una imagen que sintetiza su concepción del acto poético:
“Como tú con las ramas el poema con las palabras,parte y reparte la sombra.Y ella se derrama.”
Con su partida, la literatura colombiana pierde a un autor de palabra honesta y mirada lúcida, un poeta que hizo de la sencillez un gesto de profundidad y de permanencia. Su obra, tejida entre la discreción y la claridad, permanece como un testimonio de fidelidad al lenguaje y a la vida.
PÉRDIDA IRREPARABLE

El poeta, traductor y editor Daniel Samoilovich, creador y director del influyente Diario de Poesía y autor de obras fundamentales como El carrito de Eneas, Las encantadas y El despertar de Samoilo, falleció en México a los 76 años. Había viajado allí para participar en una mesa sobre traducción y presentar su más reciente libro, Estética del error, una recopilación de ensayos sobre Leónidas Lamborghini, Aldo Oliva, Arnaldo Calveyra y Ricardo Zelarayán.
Con su muerte, la poesía argentina pierde a una de las voces más representativas de la estética objetivista, una corriente que renovó las formas del decir poético en las últimas décadas del siglo XX. Samoilovich combinó la precisión del pensamiento con una sensibilidad lírica atenta a los matices del lenguaje y a las zonas de tensión entre la emoción y la reflexión intelectual.
Un referente del pensamiento poético

Nacido en Buenos Aires el 5 de julio de 1949, Samoilovich desarrolló una trayectoria singular que integró la creación poética, la traducción y la edición literaria. Durante más de una década escribió para el diario Clarín y colaboró con el Centro Editor de América Latina, donde trabajó como editor. En 1978, durante su estadía en España, colaboró con publicaciones como la revista Triunfo y el diario El País.
De regreso en la Argentina, en 1980, fundó junto al matemático Jaime Poniachik la revista Juegos para la Gente de Mente, y poco después se incorporó a Punto de vista, dirigida por Beatriz Sarlo, un espacio clave para el pensamiento crítico argentino de la época.
El proyecto de “Diario de Poesía”

En 1986, Samoilovich impulsó uno de los proyectos editoriales más influyentes de la poesía en lengua española: el Diario de Poesía, publicación trimestral que se mantuvo activa hasta 2012. La revista realizó un movimiento doble: por un lado, revisó y releyó la obra de poetas argentinos, latinoamericanos, norteamericanos y europeos a través de dossiers, entrevistas, ensayos y traducciones de textos escasamente difundidos; por otro, abrió sus páginas a nuevas voces, incluyendo a poetas jóvenes y autores inéditos.
El Diario no sólo reconfiguró el mapa poético argentino de los años ochenta y noventa, sino que también se convirtió en un laboratorio de lectura crítica y en un modelo de diálogo entre tradición e innovación.
El poeta y el traductor
Autor de más de una docena de títulos, Samoilovich publicó obras como El mago, La ansiedad perfecta, Superficies iluminadas, El carrito de Eneas, Las encantadas y El despertar de Samoilo, entre otras. Su escritura se caracteriza por un equilibrio poco común entre la ironía y el rigor, la experimentación formal y la reflexión conceptual.
Como traductor, trabajó del latín, el inglés y el francés, destacándose sus versiones de Pájaros de invierno de Katherine Mansfield (junto a Mirta Rosenberg), las XX Odas del Libro Tercero de Horacio (con Antonio Tursi) y Enrique IV de William Shakespeare (también en colaboración con Rosenberg). Su labor traductora fue, en sí misma, una forma de poética: un modo de explorar los límites entre lenguas y tradiciones.
El riesgo y la búsqueda

En una entrevista concedida con motivo de la publicación de Las encantadas, Samoilovich reflexionaba sobre su concepción del oficio poético:
“Las buenas preguntas hacen avanzar la poesía, al igual que en otros ámbitos del arte y de la ciencia. Desde mi primer libro, siempre busqué una zona de riesgo, porque me entusiasma experimentar en algún borde. Como poeta objetivista, fui demasiado complicado porque yo quería cierta aspereza de lo real. Aunque todo se puede simplificar, nunca tiré un mensaje que estuviera digerido de antemano.”
En ese libro, el poeta ensambló fragmentos de dos travesías a las islas Galápagos: la del sujeto poético y la del naturalista Charles Darwin, gesto que condensa su visión del poema como espacio de conocimiento y exploración.
Daniel Samoilovich deja una obra que conjuga precisión, lucidez y humor, una voz que no renunció nunca al riesgo ni a la inteligencia crítica. Su legado continúa vivo en las páginas que escribió, en los poetas que formó y en la huella que dejó en la poesía contemporánea argentina.
Las despedidas duelen, pero la suya deja una certeza: su voz sigue viva en cada verso, en cada error estético que se vuelve hallazgo.
MÚSICOS QUE VUELAN CON ALAS

El músico Sam Rivers, bajista y miembro fundador de la influyente banda estadounidense Limp Bizkit, falleció este sábado a los 48 años, según confirmó el grupo a través de sus redes sociales. Figura esencial del nu metal de finales de los noventa, Rivers fue responsable de una parte decisiva en el sonido distintivo de la banda, que vendió más de 40 millones de discos en todo el mundo y dejó su huella en álbumes emblemáticos como Three Dollar Bill, Y’all$ (1997), Significant Other (1999) y Chocolate Starfish and the Hot Dog Flavored Water (2000).
El artista murió tras una larga batalla contra el cáncer, aunque la banda y su entorno familiar prefirieron no revelar detalles sobre el tipo ni las circunstancias específicas de su enfermedad. Limp Bizkit comunicó la noticia horas después del deceso, en un mensaje cargado de emoción y respeto por la privacidad de la familia.
El mensaje de despedida
“Hoy perdimos a nuestro hermano. Nuestro compañero de banda. Nuestro latido. Sam Rivers no era solo nuestro bajista, era pura magia”, escribió la agrupación en un comunicado difundido en su cuenta oficial de Instagram.
Los integrantes —Fred Durst, Wes Borland, John Otto (su primo) y DJ Lethal— destacaron el papel del músico en la identidad sonora del grupo:
“El pulso de cada canción, la calma en el caos, el alma en el sonido. Desde la primera nota que tocamos juntos, Sam trajo una luz y un ritmo insuperables. Su talento era espontáneo, su presencia inolvidable, su corazón enorme. Compartimos momentos salvajes, tranquilos, hermosos, y cada uno de ellos significó más porque Sam estaba allí.”
El mensaje concluyó con un reconocimiento al legado de Rivers:
“Era una persona única en la vida. Una auténtica leyenda de leyendas. Y su espíritu vivirá por siempre en cada ritmo, cada escenario, cada recuerdo. Te queremos, Sam. Descansa en paz, hermano. Tu música nunca termina.”
Una trayectoria marcada por el talento y la resiliencia

Nacido en Jacksonville, Florida, en 1977, Sam Rivers fue uno de los miembros fundadores de Limp Bizkit en 1994, junto a Fred Durst, Wes Borland y su primo John Otto. Su bajo, caracterizado por líneas melódicas densas y rítmicas, contribuyó a definir la fusión entre metal, hip-hop y funk que llevó a la banda a dominar las listas internacionales a fines de los años noventa.
Rivers enfrentó serios problemas de salud que interrumpieron temporalmente su carrera. En el libro Raising Hell: Backstage Tales From The Lives Of Metal Legends, relató que en 2015 debió abandonar el grupo debido a una enfermedad hepática derivada del alcoholismo, que lo llevó a requerir un trasplante de hígado en 2017. Según sus propias declaraciones, la advertencia médica fue clara: debía dejar de beber o arriesgar su vida. Tras la cirugía, inició un proceso de recuperación física y emocional que le permitió regresar a los escenarios.
Durante su ausencia, las funciones de bajista en los conciertos de Limp Bizkit fueron asumidas por Samuel Gerhard Mpungu y Tsuzumi Okai, hasta que Rivers volvió oficialmente a la banda en 2018. Su regreso fue recibido con entusiasmo por los fanáticos, que lo consideraban el verdadero ancla sonora del grupo.
Una vida dedicada al ritmo

DJ Lethal, responsable del sampler en Limp Bizkit, publicó un mensaje personal tras conocerse la noticia:
“¡Dale a Sam sus flores y toca las líneas de Sam Rivers todo el día! Estamos en shock. Descansa en el poder, mi hermano. Vivirás a través de tu música, de las vidas que ayudaste a salvar con tu arte, tu trabajo de caridad y tus amistades.”
A través de sus redes sociales, Rivers compartía imágenes de conciertos recientes y recuerdos de las giras pasadas, reflejando su vínculo profundo con la música y con los seguidores de la banda. Su bajo —preciso, grave, envolvente— fue siempre más que acompañamiento: era el latido emocional de una generación marcada por la energía del nu metal.
El legado de un bajista esencial

Con la muerte de Sam Rivers, el rock alternativo pierde a uno de sus instrumentistas más carismáticos y discretos, un músico que, lejos de buscar protagonismo, fue el sostén invisible de un sonido que definió una época. Su legado sobrevive no solo en los álbumes de Limp Bizkit, sino también en el modo en que entendió el bajo como una forma de comunicación emocional y colectiva.
La banda escribió: “Tu música nunca termina.” Y así será: en cada riff que retumbe, en cada escenario donde el bajo marque el pulso, Sam Rivers seguirá sonando.
EL SALTO DEL ANGEL

El actor y músico sueco Björn Andrésen, recordado mundialmente por su interpretación de Tadzio en Muerte en Venecia (1971), falleció a los 70 años, según confirmó el cineasta Kristian Petri al diario sueco Dagens Nyheter. La noticia enluta al cine europeo, que encuentra en su figura uno de los símbolos más enigmáticos y duraderos de la estética cinematográfica de los años setenta.
Petri, director junto a Kristina Lindström del documental El chico más guapo del mundo (2021), recordó al actor con afecto y admiración:
“Kristina y yo llevábamos mucho tiempo hablando de hacer un largometraje sobre Björn. La idea era que contara su propia historia. Hablamos con él durante un año entero antes de empezar a rodar. Fue un proceso largo, a veces divertido y, en ocasiones, doloroso.”
La película —estrenada en 2021 y ganadora del Premio a Mejor Documental de Televisión en el festival Prix Europa 2022— exploró las huellas personales y profesionales que dejó en Andrésen su temprina fama internacional.
Una infancia marcada por la pérdida

Nacido en Estocolmo en 1955, Björn Andrésen vivió una infancia difícil, marcada por la tragedia familiar. Su padre falleció en un accidente y su madre se suicidó cuando él tenía apenas diez años. Criado por su abuela, encontró en el modelaje y la actuación una forma de expresión y refugio emocional.
A los 15 años, su vida dio un giro definitivo: fue elegido por el director Luchino Visconti para interpretar al joven Tadzio en Muerte en Venecia, adaptación de la novela de Thomas Mann. La película —una de las obras más influyentes del cine europeo del siglo XX— convirtió al adolescente en un ícono internacional de belleza y melancolía, y marcó para siempre su destino artístico.
Visconti lo describió como “el chico más guapo del mundo”, expresión que acompañaría a Andrésen durante toda su vida y que, según confesó años después, fue tanto una bendición como una carga. La película le otorgó fama inmediata, pero también una exposición mediática que afectó profundamente su privacidad y su desarrollo personal.
Entre la fama y el silencio
Antes de su consagración con Muerte en Venecia, Andrésen había tenido un papel secundario en Una historia de amor (1970), de Roy Andersson, pero nunca volvió a alcanzar la notoriedad internacional que le dio Visconti. Aun así, participó en más de treinta películas y series de televisión, la mayoría producidas en Suecia, consolidando una carrera discreta pero constante, en la que alternó la actuación con la música.
El propio Petri señaló que Muerte en Venecia fue para Andrésen un acontecimiento que “nunca pudo olvidar”:
“Estaba ahí todo el tiempo, para bien o para mal. Pero en los últimos años me di cuenta de que ya no tenía ganas de hablar de ello. Había aprendido a convivir con esa parte de su historia.”
El precio de la sensibilidad

La vida personal de Andrésen estuvo marcada por episodios de dolor que influyeron en su carácter reservado. Fue padre de dos hijos, Robine y Elvin. Este último falleció de síndrome de muerte súbita del lactante a los nueve meses de edad, un hecho que lo sumió en una profunda depresión.
Lejos de los reflectores, Andrésen continuó vinculado al arte, participando en proyectos cinematográficos y musicales. Su última aparición destacada fue precisamente en el documental que revisita su vida, donde el actor reflexiona sobre la fama, la belleza y las heridas del tiempo.
El legado de una imagen

Más allá del mito que lo rodeó, Björn Andrésen encarnó una de las figuras más complejas del cine europeo: la del adolescente que, sin buscarlo, se convierte en símbolo de una época y carga durante décadas con esa imagen. Su rostro —captado por la mirada de Visconti— trascendió la pantalla y se volvió metáfora de lo efímero, de la belleza imposible de retener.
Su historia, narrada entre luces y sombras, deja una enseñanza sobre la fragilidad de la fama y la búsqueda de identidad detrás del mito.
Björn Andrésen fue, más que “el chico más guapo del mundo”, un actor de sensibilidad extraordinaria, cuya vida entera dialogó con la belleza, la pérdida y la memoria. Su legado permanece en esa mirada que aún interroga desde la eternidad del cine.
NUEVO INTEGRANTE DEL CORO CELESTIAL

Alberto “Beto” Hassan: la voz fundacional de Opus Cuatro y un símbolo del canto colectivo argentino.
El fallecimiento de Alberto “Beto” Hassan, ocurrido el viernes 24 de octubre, generó una profunda conmoción en el ámbito de la música popular argentina. Con 82 años, el tenor fue una figura esencial del histórico cuarteto vocal Opus Cuatro, agrupación que transformó el paisaje coral y folklórico del país desde fines de la década de 1960. La noticia fue recibida con pesar por músicos, intelectuales y referentes culturales, que coincidieron en destacar su compromiso artístico y humano.
La cantante Teresa Parodi expresó un sentido homenaje en redes sociales:
“Hay personas que dejan huella en el corazón por su bondad, por su riqueza interior, por su compromiso con el bien común y con la esperanza de un mundo mejor posible. Nunca mueren los que han alumbrado, porque seguirán siempre a nuestro lado, cantando.”
El sepelio se realizó el sábado 25 en la Casa América, en la Ciudad de Buenos Aires, en una ceremonia abierta al público, donde colegas y admiradores se reunieron para despedir al músico que durante más de medio siglo dio voz a una de las formaciones vocales más influyentes del continente.
De Rojas a La Plata: los orígenes de una vocación coral

Nacido en Rojas (provincia de Buenos Aires), Hassan integró en su juventud la Agrupación Coral de Rojas, experiencia que marcó el inicio de su formación musical. Posteriormente se trasladó a La Plata, donde se graduó como Escribano Público en la Facultad de Derecho de la Universidad Nacional de La Plata (UNLP).
Fue precisamente en el Coro Universitario de La Plata, fundado en 1942 por Rodolfo Kubik, donde Hassan encontró el espacio que moldearía su destino artístico. Este conjunto coral —semillero de numerosos intérpretes y arregladores— participó en 1964 como único representante argentino en el Primer Festival Internacional de Coros Universitarios en la Exposición Universal de Nueva York, experiencia que resultó determinante para el surgimiento de Opus Cuatro.
La fundación de Opus Cuatro y la renovación del canto popular
En 1968, junto a Lino y Antonio Bugallo y Federico Galiana, Hassan fundó Opus Cuatro, grupo vocal concebido con el propósito de explorar la riqueza de la música folklórica y popular del continente americano desde una perspectiva coral. El debut se produjo el 10 de julio de ese año, marcando el inicio de una trayectoria ininterrumpida que superó las 7.000 actuaciones en más de 450 ciudades del mundo, con 25 giras europeas y 9 por Estados Unidos.
Los primeros ensayos se realizaban en la casa familiar de los Bugallo, donde, entre mates y partituras, los jóvenes músicos buscaban un sonido propio. El resultado fue una combinación de polifonía académica y sensibilidad popular, que distinguió a Opus Cuatro dentro de una corriente de renovación vocal compartida con grupos como Los Huanca Hua, Los Trovadores, el Cuarteto Zupay y el chileno Quilapayún.
Su primera aparición televisiva relevante tuvo lugar en 1969, en el programa La Botica del Ángel, conducido por Eduardo Bergara Leumann, lo que les otorgó proyección nacional. Desde entonces, Opus Cuatro consolidó una identidad artística singular, capaz de combinar la música folklórica, los espirituales afroamericanos y el repertorio latinoamericano en un mismo registro sonoro.
Una voz para América

El tenor Alberto Hassan fue una de las voces más reconocibles y expresivas del grupo. Su registro claro y su afinación precisa aportaron equilibrio y brillo a los arreglos vocales, convirtiéndose en un sello inconfundible de la agrupación.
A lo largo de su trayectoria, el cuarteto grabó discos emblemáticos como América (1970), Con América en la sangre (1971), Militantes de la vida (1984), No dejes de cantar (1996), Spirituals, blues & jazz (2005) y Opus Cuatro. Cuarenta años de canto (2008). Estas obras consolidaron al grupo como un referente de la música vocal latinoamericana, reconocido tanto por su calidad interpretativa como por su coherencia estética y compromiso con las causas sociales.
El regreso a Rojas y el legado
Pese a su extensa trayectoria internacional, Hassan mantuvo un vínculo constante con su ciudad natal. En 2015, ofreció una emotiva presentación en el Teatro Italia de Rojas, en el marco de su despedida de Opus Cuatro. Aquella función fue recordada como un gesto de gratitud hacia la comunidad que lo vio crecer. “Es un hijo de Rojas que nos ha representado en distintos lugares del mundo —dijo entonces Delia Martínez, integrante de la Agrupación Coral local—. Él es un orgullo para todos nosotros.”
El retiro de Hassan marcó el cierre de una etapa decisiva en la historia de la música coral argentina. Sin embargo, su influencia permanece en generaciones de intérpretes y arregladores que continúan explorando la fusión entre tradición y experimentación vocal.
Un símbolo de ética y arte colectivo

Más allá de su excelencia técnica, Alberto “Beto” Hassan fue reconocido por su humanismo y compromiso social. Su labor junto a Opus Cuatro trascendió los escenarios, convirtiéndose en un ejemplo de trabajo colectivo, coherencia estética y militancia cultural.
Su voz, cálida y luminosa, sigue resonando en las armonías que ayudó a construir.Hassan fue, ante todo, un cantor del nosotros: un artista que entendió el canto como un acto de comunidad y esperanza.
Fuente: ARCÓN CULTURAL








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