“Si no somos capaces de unificar el pasado, el presente y el futuro [en la historia], entonces tampoco somos capaces de unificar el pasado, el presente y el futuro
en nuestra vida psíquica”.
Fredic Jameson
En una conferencia titulada: «El hombre moderno y su futuro» (1961), Erich Fromm bosquejaba delante de un grupo de trescientos psicoanalistas (no ortodoxos) la evolución del hombre occidental, desde el 1500 a.c. hasta la bomba atómica, para desembocar en una pregunta desencantada: «¿Qué ha pasado para que todo parezca fracasar en el momento en que el hombre creía que iba a coronar sus empeños históricos?» Es obvio que un silencio llano reinó en aquel auditorio (incluso hoy llegan ecos de esa mudez), pues aquella pregunta retórica no apuntaba tanto al pasado como al futuro, es decir, a las esperanzas de ver realizada una sociedad humana ideal, una república de hombres buenos y libres dueños de sí mismos y de sus destinos.
Era obvio que algo había sucedido en la historia, sin embargo, el Fromm de esta conferencia, por extraño que nos parezca, no era el marxista, sino el psicoanalista y por eso no dejaba de ser capcioso que en una charla sociológica introdujera la clínica para mostrarnos al hombre social del siglo XX como un ser en conflicto, como un «necrófilo» convencido que solo con la fuerza y la violencia podría resolverlo todo, es decir, con la guerra y la destrucción, negando con ello cualquier valor positivo.
Por supuesto, eran los años 60, década donde se fijaría el fin de la conciencia social y el comienzo de la tecno-revolución, y por ello las inquietudes de Fromm se oían enteramente genuinas, ya que nació en el siglo de las guerras y los nacionalismos y creció en la era de las ideologías observando un capitalismo que prometía cambiarlo todo desde las raíces. De ahí entonces que su clamor de desesperanza en aquel auditorio sobre un hombre paralizado en sus esfuerzos históricos, que no ha logrado llegar a ninguna parte concreta, constituya el punto muerto en sus reflexiones humanistas.
No así, por supuesto, en la argumentación del Fromm sociólogo, el materialista dialéctico quien desde su teoría (ahora sí marxista), atisba la génesis de este «estancamiento histórico» en las mutaciones abruptas surgidas a partir del desarrollo industrial, es decir, de la técnica y su poder de reproducción que ha prosperado más rápido que el hombre. En sus palabras: «El crecimiento del sistema industrial moderno ha llevado a una producción cada vez mayor y al aumento de la conducta de consumo. [Y por eso] el hombre se ha hecho acumulador y consumidor. La experiencia fundamental de su vida ha llegado a ser cada vez más «yo tengo y yo utilizo», y cada menos «yo soy».
Pensamiento, ya no de un humanista sino de un sociólogo, que como sabemos puede ser parte de su obra «¿Tener o ser?» (1976), y que son el giro -según él- donde radica la extrañeza o la desviación del hombre en su progreso, pues irremediablemente este quedó suspendido en solo dos únicas y obligadas vías: tener y cosificarse, o ser y diversificarse. Ideas sencillas y hasta obvias que nos parecen consientes, sin embargo, ideas que se tornan sumamente reveladoras si se piensa que la Revolución Industrial y el Capitalismo se impusieron como metarrelatos políticos y cambiaron lo esencial en la sociedad por medio del lenguaje, las herramientas técnicas, y la aparición emergente de la tecnología.
Un nuevo escenario donde el hombre ya no podría reconocerse como fin, sino como medio, gracias a un sutil giro psicosocial o psicopolítico: el engaño de saberse autodeterminado, es decir, la idea de aceptar sustituir la autoridad por la libertad similar a la tenebrosa realidad de una sociedad ya bosquejada en los libros «1984» de George Orwell, «La muchedumbre solitaria» de David Riesman, y «Un mundo feliz» de Aldous Huxley. Como sea, no hay duda que la conferencia de Fromm dictada en Düsseldorf, en aquel «Congreso Internacional pro Fomento del Psicoanálisis» hay una crítica feroz a la técnica, al consumo capitalista, al uso del psicoanálisis como herramienta política, al giro sociológico de un mundo de post-hombres que él, similar a un profeta, desea revertir con la fórmula clásica y radical de volver a un renacimiento del humanismo.
En este tono, e intentando llegar hacia algún fin, Fromm pregunta en modo sugestivo y retórico en su conferencia: «¿Dónde estamos hoy?». Disquisición que apuntaba a la conciencia histórica de su auditorio, y que sinceramente hoy nadie lo sabe, o al menos no tenemos la capacidad de responder, en especial, porque el hombre ha sido modificado por las mismas cosas que ha creado y ya no es posible diferenciar lo humano de lo que no lo es, pues él ahora es moneda de cambio, pieza de engranaje, una mera subjetividad demasiado triste para afirmar su condición espacial y ubicarse en la historia. Ni de lejos imaginaba el famoso psicoanalista alemán (murió en 1980) un siglo como el XXI dominado por el Internet como ideología, la continuidad de las guerras por líneas divisorias o ideas, además, del volcamiento irremediable hacia el tener como sinónimo de ser, triunfo del neoliberalismo y la poderosa mano invisible de Adam Smith.
Sin embargo, la conferencia de Fromm era apenas un síntoma de algo más lastimado, porque sobre la misma denuncia, y siguiendo su reflexión discursiva, agrega: «La economía y la industria moderna han evolucionado en realidad de tal modo que, para funcionar, necesita un hombre convertido en consumidor, que tenga la menor individualidad posible y que esté dispuesto a obedecer a una autoridad anónima, pero caído en el engaño de creerse libre y de no estar sometido a ninguna autoridad».
¿Pueden ver de nuevo ese fastidioso engaño psicológico de la autodeterminación? Es obvio, y por eso, si antes en el «Renacimiento» el hombre era el centro del universo y en el siglo XX todo lo humano se trata de una construcción subjetiva, ahora, en el discurso de Fromm, este es un ser psíquicamente muerto (aunque físicamente vivo) reducido, paulatinamente, a mero consumidor, productor o prosumidor (frase del sociólogo Alvin Toffler). Realidad social, que, según el psicoanalista alemán, es un drama peligroso que vaticina la muerte del hombre y el fin del progreso.
¿Y por qué un drama peligroso? Por el autoengaño, la perdida de la individualización real, y por lo que los psicoanalistas de corte marxista llamaron «la transferencia» o la idea de aceptar, sin crítica, el nuevo modelo de «hombre» creado bajo el influjo de la «psicopolítica» y la «pseudo filosofía» con sus técnicas del yo como proyecto personal. Así, y quizá solo así, es que sea posible entender la realidad contemporánea del hombre, ya no moderno, sino «postmoderno», reducido a sostenedor pasivo de su propia vida bajo la ilusión de ser dueño de su libertad, o en palabras del otro sociólogo coreano Byung-Chul Han, «Hoy cada uno es un trabajador que se explota a sí mismo en su propia empresa… figurándose que se está realizando». (La sociedad del cansancio. 2010)
El siglo XXI, sin duda, le daría enteramente la razón a Fromm, porque el hombre contemporáneo ya no trabaja para sí mismo intentando superar sus necesidades y así escalar en la pirámide de Maslow para desarrollarse, sino que en el fondo funciona por y para esa gran máquina del Capital, ese poder silencioso que ha mutado en nuevas formas de existencia y control para sostenerse y perdurar en su lógica. Una ilusión socioeconómica sistémica (ni de asomo imaginada por él) fijada que no se trata de avance o modos de progreso en la historia, sino de modos de vida o dimensiones nuevas de producción. Fredic Jameson, el crítico literario marxista, identifica y llama a este fenómeno «La otredad capitalista», donde el hombre no se reconoce ya en su propósito fundamental, pero se acepta tal cual y produce económicamente por medio del trabajo como una forma tardía de autorrealización personal.
Finalmente, este extraño giro humano que previó Fromm desde su conferencia, esa naturaleza humana como situación creada por la historia, desvela el mecanismo de cómo el sistema (quizá la tercera fase del Capitalismo) reduce el cuerpo a mero presente temporal, configura nuevos valores no colectivos, modifica la idea de progreso gracias al autoengaño de la autodeterminación (doble bomba semántica), y celebra la aparición de nuevas realidades tecnológicas que según parece, pausaron el empeño histórico del hombre en la historia. Esta «quizá» sea la respuesta a la preocupación inicial del sociólogo alemán en su discurso de 1961 frente a los 300 psicoanalistas no ortodoxos, quienes lo escuchaban con los nervios de punta, y anhelando conseguir la fórmula para una sociedad ideal.
Escribe: DIEGO FIRMIANO*
*Escritor. Ensayista. Coleccionista de libros. Lector.
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