«La poesía se lee verticalmente, pero no se escribe [ni se siente] así…»
Gustavo Acosta Vinasco
Lo fantástico (digamos, lo maravilloso) de la belleza es que puede habitar en un cuerpo, y más allá, en el pensamiento, en una mano grácil, o en una lengua elocuente. La historia nos ha dado ejemplos: Voltaire y la filosofía, Caravaggio y la pintura, Virgilio y su oratoria poética, y otros cientos de vasos comunicantes más que han transformado lo bello y etéreo en obras inmortales. Porque la belleza, cualidad inherente del universo, no solo es externa, como el efecto que experimentan lo que sufren el síndrome de Stendhal o el influjo del Espíritu Santo, sino que habita internamente en un hombre y transforma su interior misteriosamente para traducirlo todo en lenguaje literario.
Esto es lo que sucede con el poeta y filósofo Hernando López Yepes y su obra «Los cardenales también odian» (2023), donde vemos un narrador que capta la belleza entre palabras para mostrarnos su mundo y su imaginación fecunda, y también el movimiento de su alma en diez cuentos menudos, que además, pueden significar los dedos sumados, o según la Kabbalah, el número del miedo curado por la acción. ¿No es la escritura la cartografía de un mundo por descifrar, pasiones por develar, e historias por inmortalizar? Sí, pero esta noble tarea no es simple ni para simples, pues es necesario tener por compañero al silencio creador, y el cronista Gustavo Colorado corrobora que Hernando López Yepes es uno «que habita en el silencio y es habitado por él».
Y así, desde este silencio, hermano gemelo de la belleza, es que el narrador nacido en Pereira en el tiempo del tranvía y las ciudades sin fronteras, pero afincado en La Virginia, lugar de candilejas, pistolas y cimarrones, se embarga de una eternidad silenciosa a la cual le arranca versos, semas, poemas e historias que terminan en obras como «Dos poetas: Hernando López Yepes y Francisco González» (1990), «Así vivimos aquí» (1991) y varios textos más repartidos en revistas locales, nacionales e internacionales, y que sin saberlo (o quizá sí), ha influenciado a otros a mirar la vida con el corazón, ya que como él mismo dice: «Escribo porque tengo emociones, no solo cerebro».
Por eso, ante la descripción filoso-poética del muerto que flota entre las aguas en la narración «Mi muerte no los toca» no nos es posible entender, sino sentir y viajar junto a un cadáver que no tiene redención, un cuerpo que viaja desde la memoria hasta el cauce de la indiferencia, que bien puede ser un padre o un hijo entre miles de seres paridos para la violencia en nuestro país. Y así, las demás narraciones de «Los cardenales también odian» están llenas de poesía, sensibilidad, acercamiento a las pasiones humanas, cuya lectura paciente nos recuerda que tenemos un narrador de envergadura en la región, uno, al cual la historia del departamento no ha hecho justicia del todo, pero que sí reconoce en su haber literario y lo reverencia sin que él mismo lo sepa.
Pero algo así no detiene una pasión sin génesis de un hombre sencillo y carismático que creció leyendo, adaptándose a las finas maneras de su hogar, participando y creyendo en las tertulias literarias, escribiendo para un público sordo. Me refiero a la incursión de más de 50 años de Hernando López Yepes no solo en la narrativa, sino también en el ensayo y la cuentística, que por cierto, esta última inició luego de leer «El nombre de la rosa» de Umberto Eco, y de recibir la influencia de la librera Rossina Molina, cuya repentina partida nos dejó un hondo vacío. Aunque hay una inspiración más, una amiga entrañable que él nunca abandona pese a las peores circunstancias, ella es la poesía, y sobre la cual dice, es una forma de magia en su sentido ancestral que tiene capacidad de trastocar a través de las palabras el orden del mundo y de instalar en su lugar un orden ilusorio.
Y esto es cierto, porque sus creaciones, nacidas en el silencio y alimentadas por los lectores dispersos, irradian influencia y siguen iluminando el campo visual de los que buscan la verdad en el mundo. Y así es que aparece como un milagro del siglo XXI, y seguido de «Los cardenales también odian» el título: «Poesía reunida» (2024). Y puede decirse «milagro literario», ya que fueron (según algunos) veinte años de silencio literario donde el escritor se dedicó a su pasión primaria: la lectura, o mejor, la relectura de textos clásicos que siempre tiene en su boca y en su acervo imaginativo, y los cuales entrega a los oyentes a modo de anécdotas tal como el que reparte pan ante los necesitados.
Como sea, esta nueva obra es un fino libro editado por la Organización Literaria Las Ranas Cantoras, un emprendimiento editorial y colectivo que está dignificando las obras artísticas de los integrantes de una de las pocas tertulias que sobreviven en el departamento, y que, al ser corregidas e impresas, ya se leen en colegios, universidades y entre la población en general. Y Hernando López Yepes como esteta, como hombre de letras cuya sensibilidad cultural ha sido un fanal y cuyo nombre bautiza el Teatro Municipal de la Virginia, buscando trastocar las palabras para llegar al centro blando del corazón y a la coraza dura de la inteligencia, nos presenta en su nueva compilación versos canónicos como: Oda al odio, Tartarín en casa, Canción de los libertinos, Matar a Borges y a otros cuantos, pero un poema en especial es, a mi parecer, la acmé de su producción: «La muerte no te toca» ¿Por qué? Porque es un hilo conductor que conjuga su narrativa y su poética; su silencio y sus recuerdos; su alma y su vocación existencial; el dolor y la figuración de la remembranza.
En él, se evoca la muerte del padre, pero no a la manera de Freud o de Edipo, sino como un poeta que sabe que el mundo se aprehende de adentro hacia afuera y no a la inversa, y ahí dentro es donde vive todo lo que nos es querido y amado:
Vengo a decirte padre que no has muerto padre,Y sé que desde abajo me sonríentu tierna carne desgranada en polvoy tus ojos disueltos por la lluvia
Y traigo entre mis manos amorosasramilletes de luz, música, mieles.Vengo a decirte que si tú partisteNo ha muerto en mí la vida que me diste
Vives aún en mi conciencia, intacto,sorprendiéndome cuanto te aparecesen mi risa, que a veces es tu risa.
En amores y en odios compartidos,y en la mejor herencia que me diste:este cálido amor por las palabras.
Así entonces, y finalmente, al leer a Hernando López Yepes es imposible no sentir, no imaginar la vida en un estado melancólico, existir en un otoño cuando el aire se trasparenta y nos deja ver los árboles desnudos, es decir, el poeta capta la extrañeza con el sol de su espíritu y nos las estampa en el alma como un sello definitivo. De esta forma es que también en su reciente poemario «Poesía reunida» ilumina la muerte de una lora, nos permite sentir el olor de una rosa estática y nos muestra los pensamientos de un hombre bueno.
Tanto la narrativa, como la cuentística, y ahora los poemas y lo que redacta con paciencia en sus cuadernos privados, nos entrega un territorio habitable, un lugar que nos hace acogedora la vida, porque el oficio, el ministerio de poeta que ostenta Hernando López Yepes es uno de los más excelsos, ya que a su alrededor se concentran los lectores que se ha ganado con el pasar del tiempo, y también el Círculo de las Ranas Cantoras, su grupo de amigos, cuando él transustancia su palabra con amor y sabiduría y nos permite la comunión.
A la vida me entrego, uno de los poemas más icónicos del poeta y que ha pasado a la cultura popular en Risaralda, nos despide con esa luz clara y directa como una invitación dionisiaca a la vida y sus goces, porque sus versos que salen del corazón, doblan el corazón del lector para hacerlo sentir y ver afablemente aquello que le propone:
Para la vida tengola mano abierta y la mirada firme;el corazón altivo y noble, y fiero…que en la vida yo estoyy a la vida me entrego.
Sea siempre mi voz un canto de esperanza.Trille mi paso calmo la senda recta y libre;anhele por paisaje la vida florecida.Yo, la vida la tomo y la estrecho en mis manos;la acojo, la defiendo, la peleo…En la palabra, en la mujer y el vino.Que en la vida yo estoyy a la vida me entrego.
Escribe: DIEGO FIRMIANO*
*Escritor. Ensayista. Coleccionista de libros. Lector.
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