Escribe: ALEIDA TABARES MONTES*
Pasé horas de mi vida en la sala de audiovisuales de la Biblioteca Luis Ángel Arango de Bogotá, repitiendo el brillo interpretativo de una versión de Electra protagonizada por Irene Papas, capturando cada gesto, cada movimiento, cada tensión, cada susurro, cada silencio, cada ritmo, y sonoridad. ¿Era cine? ¿Era teatro?
La esposa asesina observa con su joven amante, en lo más alto de su castillo ensangrentado. Las mujeres vestidas de negro despiden a la huérfana desterrada con cánticos y pañuelos blancos desde la colina. El cielo se cubre de tormenta, un diluvio resplandece con el grito estremecedor de Electra, frente a la tumba de su padre. La hija matricida prepara la coartada con su hermano Orestes. A renglón seguido, la noche calcinada gime con esa Medea de Lars Von Trier, vestida de rojo, en la deriva del embrujamiento. Atrás sus hijos, y el reino de Jasón.
Ver una versión de “Quien le teme a Virginia Woolf” en cine, protagonizada por la rutilante Elizabeht Taylor y Marlon Brando; y en teatro con Fanny Mikey, Consuelo Luzardo, Kepa Amuchástegui, y Luis Eduardo Arango, me instala de nuevo en esa línea roja como un incendio, una embriaguez que cruje desde el fondo de mi evocación, en una relación tanática, emocional, con la esencia del drama, develando las miserias más intrincadas y desesperadas de las relaciones humanas.
El estudio del cine debe marchar inseparablemente unido al del teatro, dice Sergei Eisenstein. Es así como en la década de los años ochenta en esa Bogotá amedrentada por el terror, la cinemateca Distrital era un refugio para aquella juventud ávida de poesía, de cine arte, de teatro, y claro, de un mundo mejor. Recuerdo haber visto el espejo de Tarkovsky, tres veces el mismo día, en un empecinamiento por desencriptar los signos de aquella película, densa y desobediente con las códigos de la dramaturgia que apenas vislumbraba.
Los 10 días que estremecieron al mundo, del Teatro la Candelaria, también agitaron mis pesquisas impetuosas, en ese ir y venir de múltiples personajes que cambiaban de roles ante mis ojos atónitos de neófita, en esa desbordada insolencia de los veinte años, donde quería saberlo todo, encontrar las llaves, y las instrucciones para ser actriz mientras contaba de uno a diez. Estudiaba Artes Escénicas en la Escuela Distrital de Teatro, hoy Academia Superior de Artes de Bogotá, un insólito templo subrepticio sobre la avenida Jiménez por donde cruzaba el río San Francisco, digo cruzaba, porque ahora es un estanque visible, con olor a podrido donde mendigos y transeúntes lavan sus fatigas y desparraman las plagas del consumismo. La escuela de Teatro, sí, que me enseñó el canto y el llanto, la risa, la danza, el rigor del training, la derrota, el valor de la amistad, que puso los primeros cimientos en el difícil arte de la actuación.
La obra el Paso, del teatro la candelaria, me ubica de nuevo en ese estadio liminal entre teatro y cine, con sus personajes desbordados de vida interior, silencios como sacudidas tectónicas, acciones minimalistas, la sombría cotidianidad, las micro acciones, los micro conflictos, la escena simultánea, acciones no perceptuales, el objeto, la quietud, el poder del subtexto, lo impronunciable, lo inverbalizable, tan de la esencia chejoviana. “A veces detrás de un ademán trivial se oculta el relámpago de una pasión desesperada” dice el Maestro Santiago García, en su ensayo: “Premisas fundamentales para una investigación de la dramaturgia de Antón Chejov”; además de la imprescriptible importancia del contexto, y la voluntad consciente, en estrecha conexión con la historia del país, piedra fundacional donde se ancla la esencia de la dramaturgia tanto cinematográfica como teatral; sin soslayar los nuevos abordajes escénicos, del teatro posdramático abiertos a la hibridación y la perforación donde convergen todas las formas artísticas, plásticas, visuales, musicales, y coreográficas.
Un tranvía llamado deseo, de Tenesse Willians, bajo la dirección de Elia Cazan, es indiscutiblemente Teatro en el cine, con un exorbitante dominio interpretativo, una exhaustiva profundización del carácter de los personajes. Pues bien, esta obra, pone a prueba mi sentir como mujer. Pensar es descifrar lo que se siente, anota María Zambrano; el cuerpo de Blanche, ha sido atravesado por la exacerbación de la brutalidad. “La violación hiere profundamente el alma de la mujer, la violación es una sintaxis rota, un sentir prohibido, de ahí la necesidad hoy de una última exploración metafísica de este delito que desborda el estado de derecho”, dice Milagros Rivera Garretas, en su conferencia, La verdad oculta en la filosofía.
Hoy entiendo mejor, el poder de la actuación, el poder del arte, para mediar y testimoniar esta sociedad desgarrada, tocada por la infamia. Ahí está, la fuerza del cuerpo, anhelante de simbolización, de misterio, de verdad profunda, en medio de la barbarie; y ante tanto estereotipo complaciente, danzando sobre sus detritos, al servicio del mejor postor.
Título original: "Instrucciones para ser actriz mientras cuento de uno a diez pasos"
Referencias Bibliográficas:
1. Anton Chéjov 100 años. 2005 Tomo I, Universidad Nacional de Colombia Vicerrectoría académica. Conferencia Santiago García
2. Citado por Bruno Tackels, Hans- Thies Lehmann , Le Theatre Postdramatique, Paris: L´Arche Editeur, 2002, pág 22
3. Rivera Garretas Milagros, La verdad ausente de la filosofía. (YouTube)
*Directora Laboratorio Teatral la Metáfora.
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