ANHELO EL POEMA AGRADABLE
por CARLOS ALBERTO AGUDELO ARCILA
Anhelo el poema agradable
Escribo la fruta podrida en la terminal de buses
Los ancianos enfermos en sus andenes
El grito peculiar en los alrededores
El aire putrefacto en cada una de sus esquinas
Voy al baño dejo la página en blanco
como homenaje al poema imposible de escribir
EN EL AULA…
por NUBIA CASTILLO VALENCIA
¿Hay espectros en esta época?
¿Soy acaso un espectro que aún vive?
¿Soy una infra-terrestre inerme? ¿Latente?
Vagas sombras que regresan a la vera
de lo que es para ellas pasado,
o lo que a mí me es el hoy.
Sombras débiles que surten
de esferas a una fría aula.
Soñadores ciegos por una pasión,
sueños de muchachos, infinitos sueños,
relaciones abiertas a todas las posibilidades
perfección de los que creen,
palabras de los que preguntan
frio y decadente hermetismo,
agitaciones que nos llevan, nos envenenan.
Fuerza inútil de rezagos infantiles,
impotencias ante tanta intelectualidad.
Maestros vs. Oyentes
Cuerpos solapados y egoístas,
silencio, mutismo deprimente,
¿Estamos donde deberíamos estar?
Querer reventar, liberarse
de la podrida decencia
ante una angustiosa y decadente academia,
sacarse el veneno, rescatarse.
Desatar esa soga.
Silencio oprimente,
engulles mis entrañas.
No obstante, sigo
encubándome en una oscura
cueva llamada aula,
entre mas me hundo,
mas oscuridad siento que me envuelve.
La luz de un sueño me libera,
me refresca: Luz de la escritura.
Luz que a mi vuelve…
TU FOLLAGE INTERIOR
por FELIX DOMINGO CABEZAS PRADO
Tus estrellas iluminan
Los adentros
Tu enaltecida floresta
Mira tus afueras
Las extensiones de tu pelo
Celebran la mirada
Tú, cruzas los brazos
Y, sueñas
Tus cabellos luminosos
Posan ante las estrellas
Y sin vértigo ni asombro
Se trenzan
En las alas de tus sueños
Tu exuberante paisaje interior
Recreado en el espejo de la vida
Avanza en el horizonte
A beber el elíxir
De la eterna palabra.
AUTORRETRATO
por ALEJANDRO AZAG
Príncipe soy de palacios y guaridas
soy mi propia luz y la oscuridad
también es mía
de mis manos brotan los ases
y a las brujas quito sus ropajes.
La eterna dama
le otorgó la noche a mi mirada
su danza de siete velos me cubre
y vive en mi espada.
Desde siempre solitario
navego hacia el rojo
de tigre mis ojos
pulverizan soberbios
y lloran junto a los despojados
en este contraste se cumplen mis hados.
Serpentinas espirales son mis cantos
en los que persigo y elaboro rastros...
Toda tempestad que ruge
mi nombre sabe
¡me llamo nadie! de los dioses anclaje!
MI NIÑEZ
por HELENA RESTREPO
Mi niñez fue en las afueras
de una pequeña ciudad.
Yo vivía en la mitad
de una calle sin fronteras.
Fue el tiempo en que las quimeras
me sabían a verdad
y en que la fiel amistad
me dio sus mieles primeras.
La tierra era nuestro juego
o caminar hasta el río
con la lluvia como riego
sin miedo a temblar de frío;
y mi madre era el sosiego,
el calor, el cielo mío.
SOLO MALDITOS
por IBÁN DE JESÚS ALARCÓN MARÍN, "GATO 777"
Malditos aquellos, que han de cruzar ésta realidad nefasta en mi diestra. Malditos los que son condena en mi amor y mi lealtad, Malditos los que a mi espalda apuntan sin hipocresías y son los mismos que se reflejan en mis ojos. Malditos los que de su abrazo, espero igual sus palabras de aliento, los que al animal protegen su entorno, encuentran allí su instinto. Malditos los que hablan de mi y justifican cada palabra así sea en desagravio. Malditos a los que les puedo confiar mis letanías, mis pensamientos, mi afecto recíproco o mi semilla. Malditos por siempre, esos, que están lejos de la calumnia y la falsedad.
A los que se acercan a desmitificar y a murmurar, criticar de manera déspota, esos que me pretenden distorsionar mi lema, que dan su palabra y luego tergiversan, en falacia la única realidad, los que en promesas pactan su mentira, Les pido por su bien espiritual, me ignoren, que se alejen, que les sea indiferente mi existencia, por que a partir de próximos equinoccios, sus nombres estarán ardiendo en las listas de los ecribanos infernales al Igual que sus almas, sólo con mis vocablos podrá liberar sus espíritus. Ignoren mi existir ya, porque serán días oscuros y su Dios está de parte de un estado deplorable e bendidto , insensible.
TRISTEZA
por NINFA MARÍN ESCUDERO
A través del cristal de la vieja ventana
veo el luctuoso desfile de las sombras nocturnas
y el silencioso llanto de la lluvia que cae,
implacable se adentra en mi alma taciturna.
De pronto ante mis ojos, imponente y altiva,
la ingenua mariposa con sus alas traviesas,
simulando abanicos de argentados colores,
parece que se riera de mis hondas tristezas.
Las luces mortecinas de un farol callejero,
con sus rayos de plata de mortales visajes,
envuelve entre sus fauces la volátil figura
e implacable destruye sus fastuosos ropajes.
Al verla así vencida yo solamente quiero,
tomarla entre mis brazos como a indefenso niño,
brindarle mi ternura, mis cuidados y mimos
y curar sus heridas con maternal cariño.
AÑORANZA
por JOSÉ ADELNIDE GIRALDO HERRERA
Fue una vez un tiempo, un niño y un lugar.
Una casa, una abuela que mascaba tabaco, hace ya tiempo.
Una vez entonces también fue una inocencia, un asombro ante el mundo, vasto, inabarcable; un sueño indefinido, una ilusión y un amor puro, inconcluso, ... mudo.
Mis padres fueron todo, mis hermanos y mi universo. Todo, era mi todo.
La felicidad empezó a tener nombre: y ya bordeaba mis siete años y ya habíamos marchado, y el mundo tenía ruedas, y las imágenes volaban hacia atrás, Y el niño, la casa y el lugar quedaron atrás; y la abuela y los padres también. Desde ese entonces, quedaron en el rincón de los recuerdos… ¡de los bellos recuerdos! …atrás.
Y hoy, la añoranza cubre el inmenso paisaje de mi vejez.
EL ÚNICO PAR DE MISERABLES
por UMBERTO SENEGAL
"Yo, que he sufrido la angustia de las pequeñas cosas ridículas, verifico que no tengo igual en este mundo. Toda la gente que conozco y habla conmigo jamás ha cometido un acto ridículo". Fernando Pessoa: Poema en línea recta.
Bueno, Fernando, fuiste el primero en confesarlo y hoy, también yo, con pudor frente a los pudibundos, me desnudo para que sean dos, por lo menos dos, sólo dos en un mundo con millones de personas, los únicos corruptos y los únicos fracasados, los únicos miserables, las únicas basuras humanas entre incontable gente virtuosa, al lado de tanto consentido de Dios y de la vida.
Tú y yo, el único par de miserables tantas veces cerdos y canallas irredimibles entre hombres rectos, entre hombres salvos que ya tienen asegurado un lugar en el cielo, mientras nosotros hasta en el mundo continuamos exiliados.
Yo y tú: tantas veces desentonando entre ángeles y virtuosos, creo que podremos mirarnos directo a los ojos sin ruborizarnos. A los dos nos quedará el consuelo de pensar —no pensamos; de soñar —no soñamos; de imaginar —tampoco imaginamos, miserables que somos, que alguno de los dos puede ser mejor o peor que el otro. No deja de ser una vaga esperanza nuestro miserable optimismo, Fernando, en medio de tanta gente que sí sabe pensar, que sí sabe soñar, que sí sabe imaginar, que nunca tiene un mal pensamiento, el hecho de considerar que alguno de los dos sea un poco más miserable que el otro.
Espalda contra espalda, iremos por el universo de los virtuosos incomodándole su éxtasis a tanto redimido, sin ruborizarnos. Porque hasta el más miserable está obligado a reconocerlo: todos ellos son santos o están en camino de serlo, o hace tiempo son mucho más que santos, mientras nosotros día tras día, nos volvemos más repugnantes y pecadores.
Sobre todo cuando me juzgan, Fernando, no levanto mis ojos sórdidos hacia estas humanas potestades para no empañarles la pureza. Mucho me extraña que la vida haya sido capaz de brotarnos juntos para compartir el planeta con seres tan puros, seres tan inmaculados que nunca saben qué es una tentación, cómo nos adoptan de fácil los pecados.
Somos los condenados y sacrificados por todos los dioses y por todos sus sacerdotes y profetas y creyentes. No me engaño, Fernando Pessoa, y creo que tampoco alguien estaría dispuesto a prestarle su inteligente filosofía a un miserable como yo, para que se defendiera de gente inocente, de gente que nunca ataca primero. No hay dudas de que me hicieron con el único objeto de contrastar con mi bajeza la nívea pureza de sus vidas. Sí, Fernando, creo ser el único malvado porque así me lo repiten todos los días quienes llevan en su destino la dicha de ser perfectos, intachables, íntegros, honrados, triunfadores, realizados, justos, dignos y bondadosos.
Leyendo tu confesión, encuentro que no fui el único al que la naturaleza hizo al revés como me lo gritan quienes en sus ojos de ángel no tienen briznas de paja ni vigas. ¡Qué bien! Resulta entonces que Dios omnipotente se equivocó dos veces: la primera, cuando te hizo; la segunda, cuando me hizo. Es un consuelo, ¿verdad, Fernando?... No estamos solos entre tanto virtuoso. No estamos solos, entre tantos elegidos no estamos solos, Fernando. ¡Qué pena, nosotros dos creando tanta carga de maldad en un mundo de gente tan virtuosa!
AL AUSENTE
por DIANA PATRICIA FRANCO MUÑOZ*
Caminos de mar me llevaban a tu encuentro.
Cuando llegaste traías gasolina en los ojos,
fuego en las manos y en la boca,
la invitación para quemarnos juntos.
1
Durante días, el ambarino de tus flores
importunaba la ruta triste de las carencias,
noches en vuelos oníricos,
viajes de ilusión.
2
Ángel de tonos multiformes,
tu rostro amanecía en mis manos,
tu cuerpo ajeno, se vaciaba en el mío.
3
Atravesé dos ríos en busca de tu mar,
me vi ahogada
y con la boca llena de estrellas.
4
La marea, los vientos, las ganas de huir,
eran como arena acumulada en cada luna,
brillo de diamante apuñalando los sueños.
5
Soñé aquella casa donde te buscaba y te buscaba,
abría puertas para comprobar
que nunca estuviste donde te esperé.
6
Acaricié la ausencia de tu imagen,
volví a las lunas que compartimos
y a los soles de tempestad,
sobre la ebriedad de nuestros cuerpos.
7
Caías en mí a ocasos,
tarareando canciones mutiladas
con una letra en la frente y pocas palabras en la boca.
8
El deseo no fue suficiente
más allá de la piel,
colores imperfectos,
trazos inexactos,
segundos sin relojes.
9
¡Aquella noche llovió!
Olía a patilla la tierra que mirábamos mojarse,
la madrugada etérea y necia de los dos,
se extendió como pálida pincelada
bajo los nimbos de aquel cielo sin futuro.
10
Contigo un matiz de camino seguro,
se abría ante mis pies curtidos de abismo.
11
Bailabas en mi cuerpo el canto iluminado del deseo,
dejando marcas en la piel de mi piel,
vaciando estrellas en cada uno de mis poros.
12
Mis cenizas crepitantes,
silencio de fuego abrasando tu ausencia.
*Nacida en la ciudad de Bogotá, de padre cartagenero y madre risaraldense, se formó académicamente en Psicología Social y Comunitaria, Pedagogía y Artes plásticas, Arteterapeuta y mediadora de lectura y escritura con infancia y adolescencia.
Gestora cultural y artistica en diferentes organizaciones del Caribe o del Eje Cafetero, fue a su vez tanto activista feminista como defensora de la educación consciente, además de madre unschool.
Con quince años de labor con comunidades en condición de vulnerabilidad mediante estrategias artísticas en procesos psicológicos y pedagógicos, es amante de la literatura, la escritura, migrante por convicción.
Integrante de grupos de música tradicional Otunbá y Son de Fuego, fue también cineclubista por muchos años en la ciudad de Cartagena, haciendo parte en el pasado del Colectivo Poético "El candil del abuelo", de "Mujeres Poetas Internacional" (MPI), siendo encargada del área de coordinación regional del Festival Internacional de poesía y arte "Grito de mujer".
En la actualidad, es activa integrante de ¡Uyayay! Colectivo Poético junto a artistas oriundos de las departamentos colombianos de Nariño, Risaralda, Antioquia, Quindío, Valle del Cauca y de países como Argentina, Chile o Francia, entre otros.
Cuentos, ensayos y videos
MI PRIMER ANIVERSARIO (Poema)
por GERARDO MARÍA GIRALDO PÉREZ
¡MI EPITAFIO! (Poema)
por JHON JAIRO SALINAS
ENTREVISTA
a XIMENA GAUTIER GREVE
INFAMIA (Poema)
por CAROLINA HIDALGO
NOCHES DE POESÍA (Poema)
por ELISA TATIANA CASTRILLÓN BURGOS
TRANSMITIENDO EN VIVO DESDE SOGAMOSO
por REYNALDO CABALLERO CÁCERES
DECLAMACIÓN
por LUPE CASTILLO
"EN VIVO EN LA TERTULIA DE LOS MIÉRCOLES"
por ALEXANDER VÉLEZ GONZÁLEZ
LA SINFÓNICA DE LOS ANDES,
LA BANDA SONORA DE COLOMBIA
por JHON HAROLD GIRALDO HERRERA
El canto y la música son la banda sonora de la existencia. En Colombia el traqueteo de metralletas y el silenciamiento de vidas se han convertido en el pan de cada día, no ha cesado ni la horrible noche —trasladada a cualquier hora—, como tampoco los ríos de sangre. Marta Rodríguez es la cineasta de las tragedias, y también de las resistencias y las esperanzas. Su ojo se ha posado en la Colombia escondida, aquella silente en los grandes medios, que sólo, a veces, pasan irrisorios fragmentos de ese país que la mayor parte desconocemos. Marta ha convivido con los protagonistas directos, y su trabajo, en conjunto, desde que empezó con Chircales (1972) contándonos el modo de explotación de unos albañiles, hasta su más reciente documental de La sinfónica de los Andes, lo que nos ha desplegado es una fuerte conexión de memorias y de presencias frente a tanto despojo.
La sinfónica de los Andes pasa por un título poético que se diluye luego de verlo. Lo que más prima, allá con los Nasa, en el Cauca, y con las comunidades, es el vil asesinato de líderes y la manera como la población se mantiene confinada, asediada, perseguida, marcada y cercada por los causantes de la infamia en la nación: los que nos han gobernado y se han adueñado de las tierras de la población. Marta no escatima en su lenguaje: es directo, las imágenes son explícitas y uno se pregunta dónde está la sinfonía. No hay lugar para la ensoñación, es un modo descarnado, como lo es más la realidad, de ponernos frente a la butaca y desesperarnos.
Uno a uno caen. La muerte ronda, la tortura y el miedo son habitantes permanentes. Desde el comienzo de la historia del país, donde unos y otros se han disputado el poder y donde ha valido más la propiedad privada y los intereses económicos que la propia vida, o cualquier manifestación de ella, emplear la desaparición o el aniquilamiento del otro, ha sido la forma de conquistar los privilegios de los terratenientes.
Los asesinos nunca han tenido ni piedad ni consideración. Alguna vez Alfredo Molano, quiso darnos la idea de cuántos kilómetros de muertos ha puesto el país. En 2011 postuló la cifra de ciento setenta y tres[1]. La cifra pudo haberse triplicado, porque apenas aludía a cuatro años de asesinatos y masacres. Una bomba de tiempo contra la fuerza de la sociedad, que de seguro no se dejará arrinconar y seguirá buscando, así sea por resquicios, una forma de vida digna. Ver el documental produce asco, histeria y una serie de consideraciones con las cuales nos hemos postrado, como si el dolor no hubiera hecho ya metástasis y fuese necesario seguir aguantando. Lo que me parece curioso y en un alto grado de valor, es la capacidad de las comunidades para sobreponerse. El miedo no está sembrado, permanece en la superficie, lo respiran, pero no es el veneno. Con sus ganas de vivir se salvan muchos. Por su intención de mantenerse unidos, ha sido imposible acabarlos.
Marta habla con las víctimas como si ella fuera una más del contexto. La valentía de estar entre fuego cruzado y arriesgarse a narrar historias de familias indígenas, y permanecer en medio de la angustia, es un triunfo y un modo de vida que no sale con un ejercicio audiovisual, sino con la dedicación de sus fuerzas, toda una vida, a contar la barbarie. El objetivo no es otro que el de avivarnos, porque de ahí viene un título que nos confunde. El sonido no es de esperanza ni de un grupo de niños con su maestro que combaten la infamia con arte. No. La sinfónica de los Andes, el ardor, la crueldad, el tejido maltratado y calcinado, el de los rugidos del silenciamiento, se trata de un odio que nos lacera. Pero, eso sí, como Marta ha construido relaciones duraderas con quienes se ponen en escena, sus trabajos perduran, poseen la intimidad que otros ni siquiera pueden cultivar.
La sinfónica de los Andes es la banda sonora de Colombia. En ella no hay lugar para esconder la indignación y lo apabullante de los perpetradores de la violencia, de los incubadores de la miseria, de los desterradores, de aquellos oligarcas que han curtido con colores rojos y de nostalgia las banderas insignes de la vida. En cambio, quienes florecen así los corten, quienes se mantienen incólumes así los tumben, quienes dan saltos para abrigarse del frío y la desesperación, quienes con su luz son la motivación y la fuerza, quienes tejen día a día el país con su colorido y fortaleza, esos a quienes han masacrado y se sobreponen, los niños, las familias manchadas con la violencia, los jóvenes con sus miradas altivas, las poblaciones en resistencia por la vida y la memoria, y los creadores, como Marta, merecen todos los elogios y acompañamientos, porque ellos son el canto que se opone a la muerte.
(Tomado del portal "El Gran Ojo Cronopio" con el expreso consentimiento de su autor).
EL TRUENO ANTERIOR A LAS LLUVIAS
por CARLOS ALBERTO RICCHETTI
Atardecía en las montañas de Gondmar, al este del río Svlora. El suelo presentaba depósitos de arenisca, y en los escasos sitios donde afloraban panes de tierra fértil, el sol los cuarteaba. Había transcurrido el noveno año desde la caída de las últimas bolas de fuego. El hechicero afirmaba que la sequía, según las señales del mundo espiritual, anunciaba la llegada de gruesos tambores voladores.
Los homo - erectus escuchaban alrededor de las fogatas las anécdotas de la cacería. Las hojas comenzaron a moverse. El viento soplaba con más violencia a cada instante, volcando un trueno furioso sobre el firmamento. Los homo-erectus festejaron la añorada lluvia. Bailaban, aplaudían elevando los brazos, emitían agudos alaridos. Al saltar, la húmeda arenisca salpicaba en todas partes.
Los hechos sólo describirían escenas cotidianas de la vida prehistórica, si una roca hallada a orillas del Támesis escrita en antiguo idioma mdedor, no lo hubiera concluido. El hallazgo posibilitó la continuación del Cantar de las Cuevas, al cual originalmente pertenecía. La roca denunciaba la llegada de tambores voladores que raptaron al pequeño hijo de Ogoro, jefe del Clan de los Dientes de Cobra, quien murió apenado a las treinta y seis primaveras, haciéndose lancear por un amigo.
La estoica muralla resistía el ataque de los hoplitas. Héctor sacó a relucir su heroico valor, ordenando abrir las puertas de la ciudad. Las tropas defensoras partieron a la carrera, veloces como galgos salvajes, con Héctor al frente vomitando odio. El choque con el enemigo fue brutal. Los griegos, desbandados, retrocedieron hasta la mitad del campo de batalla, pese a las numerosas bajas en las filas de Héctor. Un trueno calamitoso pellizcó a la llovizna, que envolvió la bravura destilando el delgado manto del consuelo, al pretender refrescar el fragor de los aceros cuando chocan. El terreno mutó en lodazal. Sepultó cuadrigas, hombres y animales. Algunos caballos morían fieles a sus jinetes, el resto vagaba o relinchaba herido en el fango.
Entre las nubes emergían luces fosforescentes, cuya intensidad aumentaba a tal grado, que los hoplitas dejaron de combatir para observar atónitos como bañaban el horizonte, cuando una gigantesca nave grisácea alunizó en forma vertical. Muchos sufrieron paros cardíacos, la mayoría permaneció estática frente a la supuesta corte celestial estacionada cerca de Troya. Las compuertas dieron lugar a tres hombres. Tenían el rostro blanco, ligeramente azulado. Vestían uniformes de fajina, resaltando la cruz esvástica de la visera y la manga derecha.
Héctor se encontraba a pocos metros. El sujeto que parecía el líder lo invitó a subir a bordo. Intentó negarse, alegando la organización de las exequias de los nobles fallecidos, pero la invitación era demasiado amable… Y también de cuidado. A duras penas su prestigio de guerrero lo salvaba de orinarse encima.
El interior de la nave ofrecía comodidad. Una vez que llegaron los cuatro a la Cámara de Recepción, el sujeto hizo servir copas de licor de café al coñac.
-Mi nombre es Applolodus –dijo. Venimos a confirmar la orientación de sabiduría que pronto garantizará la paz. ¿Eres fiel a tus dioses? ¿Cuánto hace que rehúyes ir al templo de tu padre Zeus?
Héctor miró sorprendido la actitud del “hombre de las luces”, yendo y viniendo de un lugar a otro.
-Pide y te será concedido. Hay tragos, salón de juegos…Diosas vírgenes a tu disposición…
-¡No comprendo porque estoy aquí perdiendo el tiempo! -interrumpió Héctor. ¡Has subestimado mi inteligencia, pues desconfío de las intenciones ocultas detrás de la hospitalidad que me mantiene secuestrado y distante de los míos!
Applolodus sonrió, haciendo encolerizar a Héctor
-Héctor…Héctor…Ni siquiera crees en lo que tus propios ojos han visto caer del cielo…No puedo culparte, los humanos son prisioneros de la naturaleza imperfecta. Olvidaron nuestras palabras inmortales…
Héctor estalló en grotescas carcajadas.
-¿Me dirás acaso que eres mensajero de los dioses?
-De cierto te digo que soy un habitante del Olimpo, enviado por Zeus para que Troya viva.
-¿Insinúas que Troya desaparecerá?
El blanco rostro de Applolodus sonrió de nuevo.
-Los dioses anuncian que los días de tu patria están contados, aunque la necesidad de cambiar el mundo será el motivo para salvarla.
La conversación tuvo un giro inesperado. Héctor ensayó una posición mucho más reflexiva.
-He comprobado el poder de tus “luces”…
-No te preocupes. Hemos recorrido el tiempo y aprendimos a controlarlo, tomando como modelos los adelantos de las sucesivas civilizaciones. Tu débil raciocinio no podría comprenderlo. Perteneces a un pequeño ciclo dentro de la ex-reparación universal.
Acto seguido, Applolodus desenfundó su pistola.
-Perdóname, Héctor –dijo amargado. Esta decisión escapa a mi voluntad.
Al disparar, la descarga de electrodos impactó sobre el pecho de Héctor, quien se desplomó. Applolodus reajustó la pistola. Luego de orar, condujo el frío hasta su cien, dispuesto a pronunciar las Antiguas Palabras Finales.
-“No vulnerarás la carne ajena, anunció el Gran Pescador de abluzzunes. Contempla la pureza. Siempre. Siempre….”.
Aún muerto, conservaba una expresión bondadosa. El orificio de la nuca, precipitaba la sangre azul en el charco negruzco que iba expandiéndose sobre el alfombrado color nácar.
Dos miembros de la tripulación trasladaron en camilla a Héctor.
-Te dije que debimos reemplazar los tripulantes con problemas psicoterapéuticos –afirmó uno de los doctores, testigo de la descomposición del cuerpo de Applolodus.
Los pilotos de la nave evidenciaron desperfectos en el suministro de energía alternativa. Héctor recobró la conciencia. La puerta de la recámara donde se encontraba desde hacía horas, había quedado abierta a causa de las fallas, oportunidad que aprovechó. Deambulando por los pasillos, ingresó accidentalmente en el laboratorio. La curiosidad lo incitó a destapar el bulto inmenso al costado de las escotillas. Los ojos casi le salen de las órbitas, cuando ante él apareció un tanque transparente que contenía al pequeño hijo de Ogoro, sumergido en una solución cristalina, lleno de tubos color rojo y verde inyectados a su cuerpo. Le faltaba la tapa del cráneo, permitiendo vérsele el rosado cerebro. Desde el recipiente intentó articular aullidos desesperados, pero apenas soltó unas burbujas rogando piedad.
Héctor abandonó el laboratorio despavorido. Llegó al computador central. Trató de manipular los controles con el afán de destruir la nave. La computadora comenzó a llorar.
-¡Por favor!… Snif…. El objetivo: Un mundo mejor…Para lograrlo…Snif, snif…. Evitar…. Desconectar…!.
Al accionar la botonera principal, conectó las salidas de emergencia. Traspuso la más cercana, saltando hacia el vacío. Segundos más tarde, la nave comenzó a elevarse hasta la mitad del cielo, saliendo disparada en dirección al horizonte hasta perderse de vista.
Después de la muerte de Héctor y la quema de Troya, nada de estos acontecimientos hubieran llegado hasta nosotros, si los arqueólogos no encontraban seis libros escritos por un poeta sirio desconocido residente en la corte troyana, los cuales permanecen en algún lugar de Utah, Estados Unidos de Norteamérica.
Una poderosísima bomba cayó en las trincheras alemanas del Marne, sembrando un tendal de víctimas. El trueno ensordecedor vaticinaba los relámpagos y por supuesto, la lluvia. La artillería francesa efectuó sucesivos disparos a las mismas posiciones. Una luz enceguecedora pareció alumbrar a uno de los soldados en el momento de la explosión. La carreta que recogía los sobrevivientes avistó al malherido envuelto en un mar de cadáveres.
El médico de la carpa de primeros auxilios gritaba.
-¡Cabo –dijo advirtiendo las jinetas, trate de mantenerse despierto!
-Una luz…Una luz…Me salvó –murmuró el soldado.
-Debo comprobar la existencia de daños neurológicos. Enfermera, pregúntele la fecha de hoy.
La pausada voz de la mujer en medio de los estruendos, surtió efecto en los oídos del cabo a manera de un oasis de calma.
-Cabo. Recuerde que fecha es hoy. Luego dígame su nombre.
El cabo tardó en responder. Tenía los ojos cerrados, aunque parecía conservar aquella extraña luz debajo de ellos.
-Septiembre…Septiembre cinco de…Mil novecientos…Mil novecientos quince.
El médico no tuvo la misa templanza de la enfermera.
-¡No se duerma, cabo! ¡Dígame el nombre! ¡Vamos!.
-Adolf…Adolf Hitler…
"EL NEGRO" QUICENO, EL SAHAGUNENSE QUE PUDO SER EL PRIMER REY VALLENATO DE CÓRDOBA
por ROBINSON NAJERA GALVIS
Fabio “El Negro” Quiceno no muestra pinta de músico por ningún lado, pero fiel a los seguidores de la “música gruesa”, como decía Enrique Díaz, toca el acordeón, canta y compone. Él dice que esto del vallenato se le fue metiendo por el cuerpo desde niño, cuando su padre lo llevaba a conocer a los juglares que llegaban a Sahagún, Córdoba, en las fiestas de corralejas. Entre ellos estaba Marciano Torres, autor de la famosa composición “La pisinga”, Julio de la Ossa, Miguel Durán y Lucy González, artista invidente de la tierra del gran Pablito Flórez y dueña de una hermosa voz que hoy sería un verdadero tesoro.
La pasión de Quiceno por la música no aguantó más el anonimato y se desbordó cuando en un diciembre de la década del 60 llegó Alejo Durán a las corralejas del pueblo. El Negro Alejo le puso el ojo a una agraciada cantinera a la que llamaban “La Maury” y, para satisfacción de muchos, el juglar se quedó a vivir en Sahagún por algunos años. Este hecho fue determinante para que el papá de los hermanos Quiceno les comprara un acordeón y entre ellos, con ralladores, cueros de taburetes, ollas y todo lo que sonara, formaran un conjunto que comenzó a ser sobresaliente en este municipio y sus alrededores.
Leo, el mayor de los Quiceno, se apoderó del acordeón, a “El Negro” le tocó la caja y a las hermanas los demás instrumentos. Pero su espíritu aventurero lo llevó a abrirse camino, llegando a ser cajero ocasional de Alejo Durán y de Luis Enrique Martínez en los bailes y parrandas que amenizaban por diferentes regiones. Su rebeldía además le hizo descubrir que el acordeonero era el que se llevaba la mayor atención en un conjunto, el “Pluma blanca”, mientras que los otros eran simples “atrileros” que andaban a la retaguardia.
Entonces el muchacho comenzó a tomar a escondidas el acordeón de su hermano. Como era de suponerse esto generó conflictos. Cómo pudo, el “Negro” Quiceno adquirió su propio instrumento y de allí en adelante comenzó a llenar de música a toda la región de la Sabana, a disputar los primeros lugares en Festivales como el de Ayapel, Sahagún, Caucasia, Chinú, Barrancabermeja, Montería, Cimitarra, etc. y a tener roce con músicos de la calidad de Sergio Moya Molina, Andrés Landero, Adolfo Pacheco y Jesualdo Bolaños, quienes lo iban mostrando como la figura más promisoria de toda la región, tanto que fue él quien orientó a “Pello” Elías y a Fredy Sierra, Rey Vallenato sahagunense en 1995, a dar los primeros pasos con el acordeón, con el aprendizaje de la canción “La piña madura”.
El artista por su espíritu creativo y libertario se convierte en un ser especial, pero tal vez por eso mismo también carga un peligro inminente a cada paso: la indisciplina, el alcohol, el vicio y las mujeres. Y el “Negro” Quiceno, después de grabar un exitoso L.P. con Osvaldo Barón, tropezó con todo esto. En una carrera desenfrenada entre música, licor y drogas por la Costa caribe y el interior del País, regó 15 hijos y al quedar sin acordeón y sin nada, el olvido se lo fue devorando hasta confundirlo con la muerte.
En Sahagún daban por muerto al «Negro Quiceno”, hasta que hace unos 2 años en un video difundido en las redes sociales, alguien que parecía un indigente en una calle de Medellín pidió prestado un acordeón y ante la sorpresa de todos tocó y cantó una hermosa canción sabanera. Sahagún, la Ciudad Cultural de Córdoba, se llenó de alegría y la mayoría de su gente apoyó a Osvaldo Barón y al periodista Humberto Sinning en una cruzada para rescatar al acordeonero caído en desgracia. La recuperación en un centro de rehabilitación en Valledupar fue rápida y sorprendente y este año regresó a su tierra natal.
El “Negro” Quiceno es un tipo chévere que conversa sabroso, bromea y ofrece ratos agradables con sus anécdotas. Tiene plena conciencia del tiempo que desperdició en cosas innecesarias, pero quiere vivir en paz en su tierra, donde la gente lo quiere como el primer día. Como al principio, sueña rehacer su conjunto musical y guerrea con todo para lograrlo. Y tiene otro tema pendiente: recordarle al Señor alcalde Jorge David Pastrana la promesa que le hizo de darle una vivienda de interés social, para que el techo de la que habita hoy no le caiga encima.
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