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Arcón Cultural

Letras: TATIANA CASTILLO y otros

LA SOMBRA CON LA SOMBRA DE LA NIEVE

por CARLOS ALBERTO AGUDELO ARCILA






















La sombra con la sombra de la llave

abre la puerta de la sombra de la puerta entra

Sombras de hombres próvidos le dan sombras de bienvenida

la invitan a una sombra de café hablan sombras de palabras ríen sombras

Al retirarse la sombra un reguero de sombras queda en la sombra de la sombra del vacíolas cuales con sombras de diligencia cierran la puerta de la sombra de la puerta

Más allá de la puerta la llave es luz los hombres próvidos son luz el café es luz

la palabra es luz la risa es luz la sombra es luz

Por esto se habla de dos mundos

El de la luz y el de las sombras siempre pisoteadas por el resplandor

Mundos en muchas ocasiones paralelos con sus propias condiciones de vida

Cuando la luz se aleja a las sombras les queda tiempo para armar su francachela

Las sombras de borrachera en esta sombra de festín es deslumbrante

las sombras de lujuria y sombras de desorden no tienen sombra de nombre

se aparean infinitas sombras para con sombras de corto tiempo verse sombras embarazadas naciendo cantidades de sombras con luz propia

Por esto las nuevas sombras de generaciones hacen sombras

de cuanto les viene en gana

Sus padres incrédulos se dan sombras de bendiciones

Las sombras del tiempo han cambiado dicen algunas ancianas sombras

Debido a este nuevo mundo de sombras con patas de sombras arriba

nuestras hijos son sombras de sombras de vida

Parecen sombras sin luz sin dejarse guiar su camino de sombras



INHALACIÓN CADENCIOSA

por NUBIA CASTILLO VALENCIA, "MADAME GALERAS"
















“Una canción que no envejece

es la decisión universal

de que mis errores han sido perdonados.”

(Andrés Caicedo Estela)

Pensaba y hablaba a su modo,

“musiquita resbalosa”

perfumas el aliento

de un desnudo cuerpo,

escritura de fantasmas,

fusión de risa y llanto

soplo que fecundas el papel

tras un leve suspiro.

Musiquita que desesperas y excitas,

musiquita que eres la propia muerte

musiquita que eres inspiración y vida

musiquita que palpitas

y amparas al espíritu.

Así pensaba y hablaba

mientras la tinta en notas y agujas

resbalaba entre sus dedos.



ROSA

por FELIX DOMINGO CABEZAS PRADO





















Adorable y hermosa

Va la rosa

Rosa va hermosa

Sin espinas y sin la rosa


Como flor de primavera

Va la rosa sin Rosa

Cual caracola entre olas

Está la rosa

A la espera de llegar

Al corazón y al alma

De Rosa


Rosa que flotas con una rosa

Al vaivén de las olas

El jardín es nada

Sin la rosa de Rosa.


DULCE AMIGA

por ALEJANDRO AZAG

















La llamo mi novia

se viste noche y a todos encanta.

Perfume tenue lleva la muerte tiene ojos negros y pálida faz.

Hoy juego a los besos con ella…

Mi novia sonríe, ¡su cuchillo baila!


DE REVÉS

por HELENA RESTREPO















Mercurio está retrógrado y me afecta. Perdonen si razonó con los pies, todo está al revés en mi tierra imperfecta. Intento día a día alzar el vuelo y soñar como sueña un soñador con un mundo mejor pero, como gallina, a ras del suelo, apenas cacareo y me Consuelo.


CON EL PERMISO DE LA MUERTE

por IBÁN DE JESÚS ALARCÓN MARÍN, "GATO 777"



















Ha posado su mirada en mi, cabizbajo, cabilante en su misterio, deja un hilo de rojo muy intenso, yo curioso felino, flexible me estiró, captó con sigilo su malicioso instinto hasta que de reojo me lanza su designio, me retiro como aquel que siguió el camino, dejo hacer el trabajo de Hansel y Gretel, dejo las moronas de su influencia quieta. Lanzó mi moneda antigua a la suerte, dejo que la palidez sea la que me representa, trato de mantenerme erguido, sin visaje, no huyó, no me aflijo, estoy en el viaje; si la vieran como yo la vi allí tan cerca al filo del hambre, con su mirada hueca; supongo que la parca solo espera, que yo me duerma en su sueño de ladera. Pero mientras ella me tenga en cuenta, sea yo su festín calavera, esa su vaca muerta y haga parte de sus predilectos afectos, será un placer estar en su regazo muerto, no desfalleceré en aliento, hasta que por mi en su barcaza con su sombra me envuelva. Hay neblina, hay atmósfera de tristeza, hay desconsuelo y en cada esquina una madre sola por su malcriado hijo reza, la pandemia asusta hasta los amigos que en su casa del viaje me esperan, ahora, temen que yo los muerda y les pegue la lleva. Sólo en mi la muerte tiene fe siega, pero sólo ella me dará el permiso que solicitó, de amarla y viajar eterno en su infinito.



BULEVAR DE LOS SAMANES

por ALEXÁNDER GRANADA RESTREPO















Bulevar de

Los samanes,

Sendero precioso,

Lugar infinito,

Camino de Dios.


Siempre puerta

Abierta,

Arboleda fresca,

Río de mi infancia,

Mi pueblo

Y mi voz.


Bulevar

Insomne

De verdor profundo,

Que cuando amanece

Deleitas mis ojos;

Tienes la fragancia

De un pasado

Inmenso,

De un presente

Hermoso,

Que el Señor

Nos dio.


Cuéntame

La historia

Del pueblo vivido,

Que ocultas

Con celo,

Carnívora flor.

Cuánta gente

Buena,

Cuánta gente

Amada,

En tus mañanitas

Te vio y caminó.


Los hijos

Ausentes

Guardan tu memoria,

Con el viento

Fresco

Anhelan volver;

Diles que tu

Esperas,

Que tu vida

Es suya,

Que para sus ojos

Nació el arrebol.



CORAZONES DESECHOS

por TATIANA CASTILLO























Tristes y dolidas están las almas

Los corazones grises y arrugados

¿Acaso el dolor no tiene compasión?

¿Acaso el fracaso no mide sus pasos?


La desdicha dicta conjuros en los días nublados

hace alianza con la noche y los caminos solitarios

la violencia está a la puerta y se acerca apresurada

para llenar de lágrimas e impotencia las miradas


Y los disparos se encienden sin calma

No consideran edades, prudencia, ni esperanza

La juventud no es garantía de vida ni de sueños

En un territorio de conflicto y corazones desechos


La memoria social parece envejecer

Con alzheimer se contagian los recuerdos otra vez

El dolor ya no es suficiente para impulsar revolución

Los muertos no motivan ya los cambios ni la unión.


(De la Colección "Conflicto en versos")



Cuentos y ensayos



MÁS CRÍMENES EJEMPLARES

por UMBERTO SENEGAL


“Lo maté porque estaba seguro de que nadie me veía”. Es otro de los entretenidos asesinatos que suceden en el libro Crímenes ejemplares. Microrrelatos de Max Aub. Estos otros homicidios literarios, con cuyos protagonistas ficticios sostengo extendidas entrevistas por el estilo de las que sostuvo Truman Streckfus Persons con Richard y Perry, para escribir A sangre fría, y a la manera de Aub, son mi ensangrentada ofrenda no solo al mordaz texto que catalogo entre los libros precursores del Cuento Atómico, sino los dedos de pies y manos indicando cuanto a diario sucede en nuestro país. Para que se cometa un crimen o una masacre, lo único que por estos parajes se requiere es que la persona esté… viva. Una obviedad. Parece obvio mas no es así. En Colombia, para nosotros y el resto del mundo, los crímenes ejemplares son ejemplo (no, no es pleonasmo) de cuanto muchas personas son. Y piensan. Y hacen. Y ocultan lo que piensan y hacen. Aub me presta su breve modelo. Me lo apropio porque él murió hace 49 años. No asesinado. Cada muerto, son 500, es un cuento independiente. Apertura o final de un potencial relato. Capítulo de una novela o noveleta. Si Monterroso aseguró que su Dinosaurio era una novela, cada uno de estos textos míos es una saga. Radiografía. Titular periodístico. Cada lector la preparará a su gusto y roerá con su salsa predilecta: Lo maté porque lo creí inmortal. Lo maté para que conociera el cielo. Lo maté porque aspiraba a vivir cien años. Lo maté antes que otro lo matara. Lo maté porque leía Crímenes ejemplares. Lo maté porque creía en la reencarnación. Lo maté porque me dijo que no tenía tiempo. Lo maté porque me aseguró que tenía todo el tiempo del mundo. Lo maté porque vivía en el aquí y el ahora. Lo maté porque deseaba suicidarse. Lo maté porque daba conferencias sobre la muerte. Lo maté porque tenía una pipa de marfil y no fumaba en ella. Lo maté porque estaba concluyendo una antología de poemas a la muerte. Lo maté porque dejaba los crucigramas a medias. Lo maté porque rezaba el rosario encerrado en el sanitario. Lo maté porque se dejó matar. Lo maté porque aseguraba que no lo matarían fácil. Lo maté porque recopilaba definiciones de muerte. Lo maté porque compilaba definiciones de vida. Lo maté porque suprimió todas las consonantes a las Mil y una noches. Lo maté porque extirpó todas las vocales a La Biblia. Lo maté porque dormido hablaba en sumerio. Lo maté porque se recortaba las uñas con un cuchillo. Lo maté porque tenía un gato llamado Stalin. Lo maté porque le puso música de reguetón al Cantar de los cantares.


(Publicado originalmente en "La Crónica del Quindío" y difundido con autorización del autor)


RADIOGRAFÍA DE UN INFELIZ

por CARLOS ALBERTO RICCHETTI


En la penumbra de un bombillo titilante, a punto de brindar su haz de luz por última vez, yace uno de los tantos colombianos preocupados. Mañana no será cualquier día. Acaso dará la impresión de ser otro más, dentro de los parámetros de un continuismo estoico, interminable, sacrificado. Por ello, son las tres de la mañana y no atina a pegar un ojo. Ante la eventualidad, nada mejor que permanecer sintonizado a los canales oficiales. Bajo la óptica catódica de un pequeño televisor, robando la señal de cable a algún vecino descuidado, alerta los acontecimientos del país, de sus devaneos, del mundo circundante. De pronto, se anuncia a viva voz, con bombos y platillos, otro golpe propinado a la guerrilla y el hombre, esquiva la monotonía, cumple el propósito de despegarse de las cuestiones materiales que lo aquejan. Piensa: “¡Que presidente que tenemos! ¡Uribe es un berraco!”


Transcurrida la primera emoción, redescubre mil interrogantes dentro del inhóspito recoveco de su mente. Cree en Dios, más por costumbre que por convicción. Pronto le cortarán el suministro de agua, de gas, de luz y sus rezos no podrán impedirlo. A pesar que le inculcaron de niño un vago sentido de espiritualidad, no le interesa profundizar los hechos, aunque el tiempo le sobre. La fábrica de zapatos donde operaba, cerró sus puertas. No pudo competir con las mercaderías chinas, elaboradas al precio de un puñado de arroz por obrero. Junto a él, quedaron sin trabajo doscientas personas. Mal de muchos, consuelo de tontos. “Es por la crisis”, se dijo a sí mismo. En todos lados las cosas están mal. No se puede hacer nada…”. Pero reconoce que está preocupado, precisamente, porque nada escapa de lo normal.


A la jornada calurosa, precede la llovizna. Siente hambre. La nevera se encuentra vacía, a excepción del sobrante de una sopita de huevo y un trozo de arepa. El resto es tres o cuatro tazones de panela sobre la hornilla de la cocina. ¡Se siente salvado! ¡Descubre dos monedas, una de quinientos y otra de cien pesos, ocultas en la costura arrugada del bolsillo del jean remendado! La existencia no puede ser más maravillosa. Experimenta la felicidad. “Con esto tendré para comprar el desayuno para los niños. Luego le preguntaré a mi esposa si le sobran cuatrocientos, a ver si ambos también podemos comer algo”. Sus preocupaciones siguen latentes, firmes. Sólo el surgimiento momentáneo de soluciones, con fuerza de aparecer como salidas definitivas, parecen aliviarlo, le obsequian un margen de tiempo para dedicarse a cuestiones de igual importancia. Atlético Nacional, su equipo de fútbol favorito, juega hoy por la Copa Libertadores. Le interesa saber si el delantero Galván Rey se recuperó de la lesión del domingo, al trabar el balón con un mediocampista de América de Cali, cuyo nombre no le viene a la mente. Mala fortuna: A último momento, el corresponsal que cubría el entrenamiento del “verde”, confirmó la baja al menos por dos semanas.


Tras los anuncios publicitarios, el noticiero cubre las denuncias de un senador opositor, acerca de los crímenes de las autodefensas. En el cerebro del hombre, con la vitalidad del botón de un concurso de preguntas y respuestas, se enciende la palabra mágica: Terrorista. “Podrá decir lo que quiera del presidente, pero nadie le ha podido probar nada”, argumentó de nuevo para sus adentros. “Y si llegara a ser paraco; ¿qué importa, si dentro de poco va a acabar con la guerrilla? Prefiero a los paramilitares. Son mejores, al menos porque mantienen alejados a los guerrilleros”. Luego de un breve lapso, hizo más énfasis en sus ideas. “En Colombia se vive bueno. Ahora hasta se puede pasear. No como antes, que había retenes y “pescas milagrosas”. Eso de que hay hambre y no hay trabajo, es mentira. Lo dicen porque quieren sacar a Uribe. No trabaja el que no quiere. Rebúsquese, como hago yo… ¡Ponga un puesto de arepas y verá!”. El hombre tiene verdades concretas avalando tamaño optimismo. Puede ir y venir; duda como podrá gastar en esa libertad curiosa que el gobierno le ofrece, pero aquello le alcanza. Tal vez le sobre. Positivo hasta la médula, se considera “de lavar y planchar”. Posee la sana costumbre de alejarse de las voces apocalípticas, nefastas, porque suele comprobar cuanto se equivocan; como todo se arregla con tan poco y por más grave que pueda llegar a ser. Lo vuelve a descubrir recién, abrumado de no encontrar trabajo, sin dinero para cubrir necesidades básicas. Sin embargo, justo cuando lo peor se avecina, encuentra las monedas, deposita la esperanza en la esposa, quien al levantarse seguramente le prestará dinero, dándose incluso tiempo de ponerle atención al problema del fútbol.


Suena la cadena del baño. Tras el rechinar de la puerta, emerge una silueta femenina irregular. “¿No puedes dormir hoy tampoco?”, le dice. El hombre arquea las cejas hacia arriba. Medio dormida, con el brazo extendido para protegerse los ojos de la luz, le habla. “Me olvidaba de algo ¿Te acuerdas de mi tía, Luz Elena? ¿La del Cauca, la que los paras le mataron a dos de los primos del marido?”. “Si”, contesta el hombre elevando la mirada perdida en la mesa. “Bueno… ¿Cómo te parece que Usnabi, mi prima, no tenia trabajo y la cogieron pasando droga en España?” El marido menea la cabeza. Cansada aún, al no percibir el menor interés, lo despide como puede. “Me voy a dormir. Pon un poco más bajo el volumen, que mañana me levanto temprano”. Camino al dormitorio, se le oye decir por lo bajo: “A ver si mañana esta señora me paga y le compro el libro de lectura a Camilo”. Ni la escucha. Fastidiado por el reclamo, obedece pensativo. Lo obsesionan las implicancias de la ausencia de Galván Rey. Advierte del olvido de pedirle anticipado el dinero. No importa. Lo recordará a primera hora.


Tras la nueva tanda publicitaria, la cortina musical anuncia el regreso del programa. Una bella presentadora se refiere a la “ayuda” del gobierno, cada dos meses, a las madres cabezas de familia. Aparecen en el instante de percibir alrededor de doscientos mil pesos, con los detalles subtitulados al pie de la pantalla. Luego, un periodista describe los entretelones del reparto de leche a unos niños en el departamento del Chocó. “Y después dicen que Uribe no hace nada… ¡Qué va! ¿De qué se quejan algunos? ¿O quieren vivir como ricos todos, mandar a los hijos a la universidad? ¿Qué se creen? ¡Con todos los abogados, ingenieros y doctores que tenemos!”. Las primeras imágenes de una larga hilera de gente, le advirtieron que debe ir a insistir para obtener la ayuda del SISBÉN, dado que en sus oficinas no le quisieron reconocer el grado de estrato uno a su vivienda y su familia, entre otros beneficios, se vería privada del acceso gratuito a la salud. Extrañamente, el despertador coreano de la repisa no suena. El noticiero esta por concluir. En lugar de la hilera, comienzan a transmitirse los desmanes de una multitud de ahorristas, reclamando la devolución de su dinero frente a la sede de la empresa DMG de Nariño. “Dos amigos me vinieron a buscar para ir a depositar plata. Yo no quise, aunque ellos me dijeron que hasta los hijos de Uribe trabajaban ahí y era algo seguro, donde se podía triplicar la platica. Al final tenía razón. Si se dejaron estafar, es problema de ellos. El presidente hizo bien de avisar que no pagaría con plata del gobierno. No podemos perjudicarnos todos por culpa de unos pocos. ¿O me van a decir que de esto la culpa también la tiene Uribe?” No puede seguir diciéndose más, obligado a despertar a la esposa. Los niños eran una hora más tarde.


Al erguirse de la silla, la mujer ya se esta vistiendo. La nota malgeniada. “Oiga; ¿Tiene cuatrocientos pesos? Para las arepas”. La esposa, sin dejar de acomodarse el cinturón debajo del abultado abdomen, lo mira fugazmente de reojo. “No tengo. Si compras arepas, córtalas a la mitad”. El hombre da unos pasos hacia la hornilla, pero advierte que relega un detalle. Retrocede. “¿Y usted no va a comer nada?”. La mujer es lacónica. “No. Estoy de afán. Salgo ya, a ver si de pronto la dueña de la casa me adelanta la plata y puedo ir a comprarle el libro al niño, antes de empezar a trabajar. En la escuela lo molestan de tanto que pide prestado. Anteayer, se peleó con un compañero, porque se reía de los tenis rotos. Y la maestra lo puso en penitencia a él, ya que además le había llamado la atención por el libro de lectura. Melba es una buena maestra, pero se le termina la paciencia. Tiene como a sesenta alumnos hacinados en el aula. Está muy estresada. No sabe como controlarlos a todos. Y con lo maleducados que están, especialmente los varones”. Mientras le cuenta, el hombre va a calentar agua de panela, para no dejar que su mujer se fuera con el estomago vacío. La mujer acaba de sujetarse los cordones de unas botas desgastadas de color ámbar. Le arrebata el tazón. Bebe de a sorbos rápidos, entrecortados. Le transmite el interrogante a flor de labios. “Mi hermana me preguntó cuando irías a buscar el carbón para las arepas”. “No sé…No. No se si seguir haciendo, porque el vecino de al lado y un tipo, en la otra cuadra, montaron un puestico. Ya no rinde como antes”, se excusa el marido. “¿Usted no tenía mil pesos ayer?”. La respuesta demora algunos segundos en llegar. “Usé una parte para hacerme el chance. Nunca se sabe cuando se puede ganar y la plática siempre hace falta. ¿Y cómo puede estar cansada la maestra, si tiene vacaciones desde fin de año hasta febrero?” La mujer decide ignorarlo. Le devuelve la taza, casi por la mitad. Toma la cartera apresurada, sin despedirse. Desde afuera, lo conmina. “Acuérdate al menos de la “U”. El hombre la contempló absorto, sin comprender. “La lista de gente del Partido de la U”, repitió. “Si damos votos, prometieron regalar mercados antes de las elecciones”. “¡Ahhh!, recordó enseguida. ¡Ahorita a la tarde voy!”. El tronar de la cerradura lo devuelve al estado de exasperación previa. Los gruñidos del duodeno, la carencia de la pequeña suma necesaria para impedirlo, vuelven a convocar sus relegadas preocupaciones. Galván Rey, el desempleo, las arepas, las monedas, el desayuno de los hijos. La tragedia diaria de un optimista a prueba de dificultades, capaz de soportar la vida por saber que no es tan mala como algunos “terroristas” analizan y suponen, privándose de compartir la felicidad con él.


El hombre se mira al espejo. Lava su cara. Intenta peinarse. Sale a la calle. Pide fiado un “Caribe” en el estanco de la mitad de cuadra, para fumarlo mientras preparaba el desayuno. Sonríe aliviado al recordar la proximidad de fin de mes, cuando la hermana le hará llegar la ansiada remesa desde Estados Unidos. Se las arregla para evocar a uno de los familiares asesinados de la esposa. Con el cigarrillo sin encender, babeado el filtro, avanza impaciente, emprende la vuelta. Musita: “Yo a mi esposa no le quiero decir nada. Pero en algo raro andaría esa pinta para que la maten. Uno no se puede meter. La última vez que lo vi fue para Navidad, medio prendido. No le convencía Uribe. Por eso lo deben haber hecho salir. Decía que primero le bajaron el sueldo por la ley y después, a los meses, se negaron a renovarle el contrato en donde trabajaba desde hacia quince años. A mí me parecía de mucho carácter, como picao. Hay gente que no quiere entender que toca estar con Uribe. ¿Qué culpa tiene el gobierno si a él lo echaron? Y seguro, fue por hablar mal de Colombia y del presidente”. Cruza la calle. Compra dos arepas. Llega al frente de la casa. Se detiene. Nervioso, enciende el cigarrillo. Sopla humo al filtro. Con ágil esfuerzo, abre la puerta con el hombro, de un empujón. Molesto por la percepción de la realidad según imaginarios terceros, procede a la enérgica réplica consigo mismo. “¿No saben lo que era este país cuando estaban Gaviria, Samper y Pastrana? Uribe es el mejor presidente que ha tenido Colombia. Si no estuviera, este país se hubiera llenado de guerrillos y comunistas… ¡Acá tendríamos metidos a Chávez y a Correa juntos! Ojalá lo dejen volver a presentarse para un tercer mandato, así vamos con mi mujer y toda la familia a votarlo de nuevo. Puede ser que el hombre tenga sus errores, como todo el mundo. Pero en todo caso; ¿cuándo estuvimos mejor que ahora?...”.


(De "Reflexiones sobre el tiempo de los colombianos", inédito, todos los derechos reservados)

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