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FELIX CABEZAS PRADO y otros poetas

Actualizado: 12 dic 2020

CUANDO SE MUERE EL AMOR

por: JULIO CÉSAR MARÍN ESCUDERO


















Cuando se muere el amor queda un vacío en el alma las penas se hacen más densas y nos hieren como lanzas. Cuando se muere el amor el corazón sufre y llora, todo es yerto, todo es gris, todo se cubre de sombras. Cuando se muere el amor el tiempo camina lento, es el invierno más frío y el alma duele por dentro. Cuando se muere el amor parece que todo acaba, se apagan las ilusiones, se pierden las esperanzas. Cuando se muere el amor se sufre solo, en silencio se marchan las alegrías como las aves de invierno.


Credo de mi soledad y mi angustia

por CARLOS ALBERTO AGUDELO ARCILA

















Credo de mi soledad y mi angustia

del pan pan y del vino vino

de llanos y montes desnudos de luciérnagas

del día final y del principio de la hoguera

Credo de los mil pedazos de la unidad

y de Dios en el asfalto

del milagro y la sustancia del ojo observando

la penuria humana

Credo del silencio y la palabra en el paredón

del latifundista y el cadáver de Lucifer tendido

sobre la ceniza del cigarrillo

del beso y la joven desahuciada

Credo de mis linfas y mi humor sarcástico

de mis zapatos rotos y del roto de la capa de ozono

del diluvio universal y la gota en el arca de Noé

Credo del cancerbero y los mil demonios

de la codorniz y el gato envenenado en sus siete vidas

del siglo y el instante cuando nace el pedregal

Credo de la hiedra y la pared por construirse

del mosco en la cabeza y el pensamiento escalofriante

del hocico y el sangrado de luz en el colmillo

de la diestra de la tarde y el manco de Lepanto

Credo del vidrio y el vaso comunicante de la poesía

con el papel donde se envuelve la panela

Credo de la nada y el blanco de la palabra

que da en el centro de su todo

de la mujer pensativa y del hombre

afilando con el sudor de su frente el día

Credo de las cinco de la tarde proferida

por el tartamudo demorándose en articular

las diez de la mañana a la andarina sin destino

Credo del cataplasma y la herida en el costado

derecho del demiurgo

de quien nunca llega y de la casa abandonada

Credo de la noche encabritada en silencios

y del grito deshidratándose en la garganta del plagiario

de la soga y el bramar que se resquebraja en el desierto

Credo del viento que impele contra la torre de Babel

y el mito que desmorona el sermón de Pedro

Credo del avaro y la ballena en el colchón

del lingüista y el rostro que se macilla en la ventana

del duermevela y la pesadilla de haber nacido

Credo del paralítico y el cuerpo exuberante

que con sus senos vírgenes alimenta la lujuria

del hombre probo

Credo del cura y el alma proscrita a la bujía

encendida con el cero

y el logaritmo del uno hasta sus últimas

consecuencias

del jardín colgante y sus espinas que ornamentaron

la corona con que Jesucristo se hizo Rey de nadie

Credo de la uva y la sombra embriagada

que va hasta el rocío a beberse

el último sorbo de la centuria

del misterio en la noche soberana

y la máscara en tertulia con el rostro de Turín

Credo del sifilítico y el alpiste que golondrina

la calle del tiempo perdido

del médico y el formol que sujeta al moribundo

a la nada

de la puntilla con que se clava el recuerdo del perro

que partió hacia el palpitar de los sapos

y el martillo que cuelga en el portal de Belén

del arrecife y el avanzar fructuoso de Ícaro

junto al sol en el estanque

Credo de la basura y el político

que con insolencia reclama para sí

el firmamento descumbrado de nubes

del fruto y la cáscara donde resbala la perdiz

cuya alma se dirige al cielo desnudo de vuelos

Credo del canto tres veces del gallo

y la frialdad de las treinta monedas

que a través de los siglos le han besado

la mejilla a mi padre muerto

Credo del gerundio y el verbo de tu carne

del sí y de la gota que vacila en la llave cerrada

La más blanda gota del oleaje

del verde de la aurora

Credo del gitano que nunca viaja

y de la escalera por la que baja fruta a fruta

la madurez de la vida

Credo del creo en vano

por todos los santos de los santos

en nombre de mi alma confinada en el líquido orgánico

con el desdén de mi fe amén

AMAR ES AMAR…

por: ANTONIO JOSÉ BUSTAMANTE MANRIQUE, "ANBUSMA"
















Amar no es un sentimiento Amar es una decisión Quien ama todo lo entrega Sin medida o condición. Amar requiere ternura Armonía y comprensión También necesita afecto Respeto y admiración. Amar, una decisión libre Que construye en el amor Estimulando a quien se ama Y admirando su actuación. Amar es alzar el vuelo Tú y yo en una dirección

Amar es volar unidos ¡¡¡Jamás atados los dos!!!



SALVACIÓN

por: ALEXÁNDER GRANADA RESTREPO, "MATU SALEM"














Esta fue la extraña y bella verdad que conocimos, el día que la luz del Sol, logró -por un momento-, entrar en la garganta circular del gran abismo: Que el poder de la muerte, radica, en que tiene la misma fuerza que el amor. ¿Quién lo diría? por ello, he de entender que la vida prevalece, solo si logro -por encima de la línea inexorable de la vicisitud-, sobreabundar en el amor.


SUICIDA

por: MERARDO ARISTIZÁBAL

















Es mentira todo lo que

nos han dicho. M. A. El minotauro pone su pecho febril ante el afilado borde de tu espada.

Su deseo —Entiéndelo Teseo—, es voluntario.

Él sólo quiere dar un salto al vacío. Un vuelo sutil a la eternidad.

DESDE MI VENTANA

por: YOLANDA ROMERO MARTÍNEZ














Veo desde mi ventana, un paisaje esplendoroso, un valle de verde intenso y el sol en el cielo azul. Árboles de ricos frutos, que esconden entre sus ramas, los nidos donde las aves, cantan dulces, melodías como sinfonía de hadas. Flores de miles de aromas, mariposas de colores, un río que se desliza, con su agua pura y sonora. Enmudece mi garganta, al contemplar la belleza, de este paisaje que invita a sentir paz y sosiego. Pero mi verdad es triste, pues sólo hay un muro blanco, donde pinté una ventana, para mirar el paisaje, con los ojos de mi alma.

AHÍ

por: HELENA RESTREPO














En el rincón más iluminado de mi corazón ahí te guardo. Para que no te noten ni pregunten por ti. Puede ser que en mis ojos brille tu sonrisa o, en mi sonrisa, alguna de tus caricias o que, desde mi lengua, sin muchos aspavientos, se escurra alguna de tus palabras o que, en mis caderas, se entretengan, todavía, las notas de tus canciones y otros vean música en mi caminar… Mas solo yo sabré que estás ahí, detrás de cada cosa.

Ahí… Donde yo te puse.



ASCIENDO, SUBO

por FELIX DOMINGO CABEZAS PRADO*





















Subo la corriente. Vuelo


Voy feliz

A alcanzar mis sueños

Domino aquello

Que se tuerce. Logro lo imposible

La esperanza me reta

Cual Tierra negra

Que nutre la semilla

De luminosos frutos


No declino, asciendo

Llego a la cúspide satisfecho

Bañado en sudor

De todo esfuerzo


Cojo en mis manos todas mis emociones

Y voy fecundo

De corriente en corriente

Del fango al pináculo

De cima en cima

Cual rosa de topacio

Cual realidad hecha pan


Ascendiendo, subo.


*Nació en Barbacoas, Pacífico colombiano, el 8 de diciembre de 1950. Casado. Cuatro hijos. Normalista Superior. Licenciado en Educación Básica Primaria de la Pontificia Universidad Javeriana de Bogotá. Especialista en Educación Sexual de la Universidad Distrital Francisco José de Caldas de Bogotá. Fue docente, director de la Escuela Anexa a la Normal, rector de la Normal Superior “La Inmaculada” de Barbacoas, rector del colegio Santiago Rengifo Salcedo y de la Institución Educativa «Inmaculada Concepción» de Villagorgona, Candelaria, Valle del Cauca, presidente de la Casa de la Cultura de Barbacoas, miembro del Consejo Departamental de Cultura del departamento de Nariño, integrante en dos oportunidades del Comité Conceptual del Festival de Música del Pacífico Petronio Álvarez, de Cali, Valle del Cauca, miembro cofundador de la Fundación de Escritores del Pacífico Colombiano-FUESPACOL.

"El poeta y escritor del Telembí" como también se lo conoce, posee 23 libros publicados. Tiene escritos 1.944 poemas, de los cuales 926 divulgados y 1.018 inéditos.

Poemarios:

Versos escondidos en la Costa Pacífica (1999-2016), Tipografía Fajardo Impresiones, Pasto, Nariño, ISBN: 978-958-48-1257-5, DNDA: 2-93-454, páginas: 125.

Deseos de la vida (2011), Impresora Feriva S. A, Cali, Valle, ISBN: 978-958-44-9474-0, DNDA: 2-93-456, páginas: 105.

¡Desgarrados del Alma! (2012), Impresora Feriva S. A., Cali, Valle, ISBN: 978-958-46-1402-5, DNDA: 2-93-451, páginas: 68.

El yo de la corrupción (2012), Impresora Feriva S. A., Cali, Valle, ISBN: 978-958-46-1399-8, DNDA: 2-93-457, páginas: 66.

Sonoridad (2012), Impresora Feriva S. A., Cali, Valle, ISBN: 978-958-46-1400-1, DNDA: 2-93-448, páginas: 106.

Versos caderones (2012), Impresora Feriva S. A., Cali, Valle, ISBN: 978-958-46-1401-8, DNDA: 2-93-452, páginas: 88.

Cinco cantos del Sol (2015), Soluciones Informáticas de Colombia-SOLINCOL, Cali, Valle, ISBN: 978-958-46-6168-5, DNDA: 2-93-455, páginas: 315.

Retoños de esperanza (2016), Gráficas Santa María, Cali, Valle, ISBN: 978-958-46-9153-8, DNDA: 2-93-447, páginas: 180.

Musas secretas (2016), Gráficas Santa María, Cali, Valle, ISBN: 978-958-46-9154-5, DNDA: 2-93-463, páginas: 132.

Antología poética con piel y sabor de África (2017), Impresión Digital Printtogo, Cali, Valle, ISBN: 978-958-48-1704-4, páginas: 78.

Novela:

Vientos enjaulados (2012), Impresora Feriva S. A., Cali, Valle, ISBN: 978-958-46-1398-1, DNDA: 2-93-464, páginas: 234.

Cuentos:

La sonrisa de las flores y otras jácaras (2017), Impresión Digital Printtogo, Cali, Valle, ISBN: 978-958-48-1705-1, páginas: 132.

Ensayos y otras publicaciones:

Diccionario barbacoano (2012), Imprenta del Departamento de Nariño-IDENAR, Pasto, Nariño, ISBN: 978-958-46-0782-9, DNDA: 2-93-458, páginas: 118.

Soltería y sexualidad en un pueblo afrocolombiano de la Costa Pacífica [coautoría con Andrea Quiñones Angulo y Sofía Marley Reyes Cabezas, 2007], Impresora Feriva S. A., Cali, Valle, ISBN: 978-958-44-1356-7, DNDA: 2-94-18, páginas: 150. Torturas y castigos en la afrodiáspora al Nuevo Mundo (2011), Impresora Feriva S. A., Cali, Valle, ISBN: 978-958-44-8373-7, DNDA: 2-92-417, páginas: 358.

Fiesta Patronal Virgen de Atocha, Barbacoas, Nariño (2011), Impresora Feriva S. A., Cali, Valle, ISBN: 978-958-44-9181-7, DNDA: 2-93-449, páginas: 91.

Los muertos cantan y bailan-Ritos fúnebres (2013), Impresora Feriva S. A., Cali, Valle, ISBN: 978-958-46-3016-2, DNDA: 2-93-450, páginas: 97.

Vocablos candelareños [coautoría con Clara Inés Díaz Vásquez, 2013], Impresora Feriva S. A., Cali, Valle, ISBN: 978-958-46-3635-5, DNDA: 2-93-488, páginas: 122. Raíces sonoras del Pacífico colombiano: Raíces del Petronio (2014), Impresora Feriva S. A., Cali, Valle, ISBN: 978-958-46-4663-7, DNDA: 2-92-416, páginas: 602. Guía (Incompleta) al Festival de Música del Pacífico Petronio Álvarez [coautoría con Manuel Sevilla, 2017], Sello Editorial Universidad Javeriana, Cali, Valle, ISBN: 978-958-8856-96-4, páginas: 138.

Barbacoas enigmática extraordinaria y paradójica (septiembre de 2019), Diagramación e Impresión: Mados Print, Pasto, Nariño, ISBN: 978-958-48-3695-3, DNDA: 293-340, páginas: 780.

Hablar sin Maltratar-PalabraSilencioAutoestima (2020), Impre Libros, Cali, Valle, ISBN: 978-958-48-8373-5, DNDA: 10-836-214, páginas: 104.

Benkos Biohó, un verdadero héroe [Relato de tiempos y reinos en África y América] Benkos Biohó, a true hero [Story of times and kingdoms in Africa and America], Impre Libros, Cali, Valle, ISBN: 978-958-48-9655-1, DNDA: 10-836-215, páginas: 60.




Cuentos y artículos




SICOLOGÍAS FANTASMAGÓRICAS

por CARLOS ALBERTO AGUDELO ARCILA


A un hombre se le cae la máscara de su vida, la pisotea, ríe, reflexiona: “Eso soy, así somos”. “Una especie de sonda invisible espolea en mis entrañas, en mi esencia subjetiva, la naturaleza material e ideal que soy, me urge desgarrar la entretela de mis deseos, de mis lujurias, de mi desdén, de mis odios, lanzarla al aire hasta dejar el ambiente hediondo de mí mismo, venganza certera contra el mundo, a quienes me han hecho daño, que buscan sumergirme en el lodazal de sus vituperios, producto de lo poco que son, contra seres que rondan mi existencia con risas que fingen, que se reverberan en aplausos hipócritas”. Cavilaciones que lo estremecen, lo afligen, le exasperan. Su cerebro ahora es crepitar de neuronas en el piso, se siente aplastado, se duele de su sino. El sinsentido empieza a ser parte de sus asiduidades. Le urge dilucidar preguntas con respuestas que espoleen la vida más allá de la vida que lo asfixia. Que le ayuden a desbarajustar el orden preconcebido. Que afile su pensamiento en brasas. “La humanidad se atrofia de moralismo”, prosigue. Se extravía entre sus propia delineación inverosímil. Busca alguna superficie blanda que le almohadille sus exploraciones intrínsecas. Percibe con preocupación el paso de las horas. No se halla. Lo acecha una energía inexplicable. Presencia innegable que le produce situaciones ambiguas como ansiedad y a la vez deseos de ser irónico. “Irónico, eso es…”, exclama triunfante. “Decirle a más de siete mil millones de seres humanos, uno por uno, que la excremental sicología, ¿o sicopatología?, cotidiana es causa de su propia nada, de lo superfluo. Que me creo con derecho a restregar y restregarme la verdad atroz que vivimos, friccionar y refregarme la porquería que todos los días nos avergüenza”, concluye. Carcajea. Se encabrita de emociones diversas. Deduce. Limpia el sudor de su frente, la pone en alto. Recorre un sendero de luces de luciérnagas que lo conduce, sin pensarlo, a un laberinto de espejos en el cual se reflejan ojos que buscan máscaras de hipocresía, para acomodarlas de nuevo en rostros expertos en aparentar.


II

Palabras van. Palabras vienen. En definitiva no importan los mensajes. Adjetivo y sustantivo de Dios y Pedro Botero que vagabundean de la mano, juguetean, se esconden, se dejan echar un vistazo por la mirilla de la infinitud. Alguno observa y dicta, vocablo a vocablo, extrañezas, aconteceres ocultos. Descifra el ropaje raído, luctuoso, incendiado, esplendoroso, refulgente de cada uno de ellos. Cuando llega la noche se introduce entre gusanos de luz, con papel y lápiz en las manos traza la nada del todopoderoso, el todo de Pedro Botero, la nada de Pedro Botero, pondera el uno eterno. La geometría de la infinitud. Bosqueja la esencia pura del cero a la izquierda. Delinea la mezquindad de Dios. Rasga bosquejos. Celebra la grandeza de Dios. Lanza a la caneca sus esbozos y se queda en un vacío inconmensurable. Destroza sustancialidades del bien y del mal. “La proclama justa y verdadera es abastecer el diario vivir de silencios. No hay alternativa. No hay lugar a dónde ir. La estática es vital. Silencios. Derribar lógicas y filosofías. Silencios. Inundar horizontes de silencios. Que prevalezcamos entre silencios. Silencios diáfanos. Silencios moleculares. Silencios que despierten imaginación. De ese algo más del silencio. Silencios”, termina por apuntar en su intranquilizada mente.


III

Una espina se hunde como espada infinita en la noche. La luz que proyecta el sable bajo el candil aterroriza a hombres que cruzan esquinas y senderos que no conducen a parte alguna. De pronto se escuchan gritos, un hilo de sangre recorre la localidad de norte a sur. Cierran ventanas, apagan luces. Se escuchan pasos que atraviesan esquinas y el rastrillar de un fósforo. El humo de cigarrillos, de manera horizontal recorre el país, la humareda insólita penetra rendijas de casas y oficinas, de lugares de trabajo, sus habitantes tosen. Mueren todos los pobladores de esta nación. Noticieros internacionales informan respecto al hermoso espectáculo que ofrecen las rosas, que desde ayer germinaron a la entrada de las viviendas, donde no se han sacado los muertos para su entierro respectivo.


IV

Llega y de inmediato desaparece. Nadie la disfruta. Nadie lo disfruta. Algunos temen. Otros no sienten pavor. Nada tiene sentido. O de pronto, de un momento a otro, todo tiene lógica. Determina y se dice que nada le importa. Son sesgos, sí, de todos los colores. De todas las formas. Laminas que decapitan sombras. ¿Láminas? ¿Sesgos? De todas maneras son laminillas que brillan sin perder su esencia de siluetas que cercenan. Con el arribo del alba alguien clava sus oídos en la rendija de la ventana, para captar el verano a través del estridular de las cigarras. Belcebú resplandece. Dios es iluminaria en el pastizal, que invisibilidades desgarra. Llega y en un instante se esfuma entre el sembrado de hortalizas. Nadie la disfruta. Nadie lo disfruta Se esfuma. Se mezcla entre coles que el frío acoge. Un labrador sueña que llega y de inmediato desaparece. Nadie la disfruta. Nadie lo disfruta. Sueña un labrador que…


V

Cientos de hombres en la cantina. Una anciana muere en la entrada de su hogar. Ninguno acude a llevar el cadáver al campo santo. Durante años la anciana permanece en la misma parte. Los ojos verdes de la nonagenaria amenazan a los buitres que la acechan. Algunas aves de rapiña mueren de vejez, mientras esperaban la oportunidad de devorar el cadáver, otras siguen en las marquesinas y la torre de la iglesia, aguardan que la anciana fallecida, hace décadas, cierre los ojos ya que esta circunstancia les produce temor acercarse. El olor putrefacto no lo sienten los borrachos, quienes no volvieron a salir de las tabernas, sus esposas están sentadas sobre butacas de cedro, en una misma posición hace medio siglo, observan el vapor de café que se eleva hasta tiznar el firmamento. Los ciudadanos ya se acostumbraron al constante sonido de las campanas, nadie dice algo en el poblado, se miran en completo mutismo. En esta localidad el silencio es matemático, desde cuando murió la anciana de los ojos verdes, la que todavía mira el horizonte…


RAÚL GÓMEZ JATTIN, UNAS MANOS QUE ASESINABAN FANTASMAS

por FERNAN MEDRANO BANQUET


La vida de todos los seres humanos transcurre con normalidad durante el día, pero la de nuestro buen amigo Raúl Gómez Jattin era una existencia nocturna de poeta bendito, más que la del típico modelo de marihuanero maldito con cabellos sin recortar y la cara sucia. Incluso más que el esnobismo de cualquier generación de poetas.


Su aliento era el de un lírico capaz de componer poesía como la de la inspiración de Dios y hacerse pordiosero; no tener más que el día y la noche, sobre todo la noche ajena. Vivió sumergido en sí mismo como un personaje kafkiano, dantesco. Raúl fue él y su propio adversario. Ser autodestructivo. Contrario y contradictorio. Constituir la habitación de la oscuridad brillante. Ser un absurdo cual la flor de fango, que es bella a pesar de su contexto de hedor. O tal vez gracias a su fea verdad.


A ratos parece que el mar anhelara ser la esencia de un poema de Raúl, o por lo menos el material para tejer una metáfora o un verso suyo; por su ímpetu, por impredecible. A veces amable, admirado, y otras veces no tanto. En cierto modo, peligroso, pero con un corazón de mango cultivado en un patio del Sinú. Tierno. Por sus venas fluía una cultura milenaria y de primer orden. Raúl Gómez Jattin pudo haber nacido a orillas del Caribe, por allá en Cereté o en Cartagena de Indias o en el Oriente Próximo. Sin embargo, él mismo era de ascendencia semita y era un importante lector de Constantino Kavafis.


Para las personas normales sería escandaloso y protestarían si sus torpes ojos pudieran ver los fantasmas que lograba distinguir Raúl Gómez Jattin. Huelga decir que él iba más allá, porque en realidad Raúl los inventaba para luego asesinarlos con sus manos. Este hecho por sí solo nos revela la robusta imaginación con que fue provisto el vate, su costado todavía infantil e inocente.


Mi Raúl Gómez Jattin es alguien apenas personal y subjetivo. Es un poeta que desbordó la vida que lo contenía, ese envoltorio frágil, además de horrible. Fue su actor principal y su libreto. Existió como se lo dictó su soberana voluntad. A Raúl es difícil atraparlo y recluirlo en un escrito con paredes de voces. Es prácticamente imposible de comprimirlo en un texto de más o menos 500 palabras. Fue un insondable creador y destructor de habitantes de la imaginación, con un corazón dulce. Es un seductor lírico de mujeres y de hombres, el propietario de una poesía feliz, muy a pesar de toda su gran tragedia humana. También fue una persona a quien la visitó el estremecimiento y la alta sensibilidad que produce la áspera realidad, el cruel mundo y el peligro que significa estar vivo, como canta Fito Páez.


TU Y YO, TAMBIÉN TIERNOS VISONES

por UMBERTO SENEGAL


No puedo evitar comparar la reciente paranoia danesa respecto a los dóciles visones, con incalificables delirios en mi país. Recelo de poeta trágico. Colombiano quebrantado. Durante los meses transcurridos en 2020, Indepaz registra 246 compatriotas eliminados en 61 masacres. Al leer la noticia del brutal exterminio masivo de 17 millones de visones en Dinamarca, donde la matanza no tuvo base legal, solo porque 12 personas resultaron infectadas por una supuesta mutación del coronavirus, reflexiono, lacerado, no solo en torno a las endémicas matanzas de colombianos, sino también sobre lo acontecido en 1958, cuando el autócrata chino Mao Zedong ordenó exterminar millones de gorriones en China. “Son una de las peores plagas, enemigos de la revolución, se comen nuestras cosechas, mátenlos”, ordenó Zedong. Y pienso también en Stalin, promotor del fallecimiento, por hambre, de 13 millones de personas: Holodomor. Estremecedor vocablo del cual prefiero silenciar aquí sus pormenores históricos. Holodomor en Rusia. Y gorriones en China. Y visones en Dinamarca. Y masacres en Colombia. E intenciones ultraderechistas de exmilitares en España, hace poco, cuando en un chat algunos de ellos hablaron de fusilar 26 millones de españoles opositores. Exterminaron visones por orden de la primera ministra de Dinamarca, Mette Frederiksen. Mogens Jensen, ministro de agricultura, renunció a su cargo mientras Mette se disculpaba y lloriqueaba. Tal locura, propiciada por dicha medida, desmanteló la industria de visones en un país con 1.100 granjas de tales mustélidos. Fácil el certero golpe a la economía danesa, donde uno piensa que pueden ser menos insensibles que nosotros. En China. Fue tarea patriótica exterminar la mayor cantidad de gorriones. Cuando Mao evidenció su error, también se disculpó. No creo que haya llorado. Pedir perdón y todo queda sano. Los granjeros de Dinamarca cayeron en otro engaño, de los tantos que por el mundo despliegan los creadores de la p(l)andemia para trastornar la economía de familias, pueblos y ciudades. Puede ser viable, para la improductiva economía naranja, que algún ideólogo del decolorado partido que en Colombia mantiene al acecho de incidentes semejantes para consolidar su soberanía, retome la idea y declare que, por causa de gallinas y pollos, hubo una mutación peor que la de Dinamarca. El subpresidente determinaría, entonces, el exterminio de estos en toda Colombia. Y lo creeríamos, porque lo dijeron los medios que conocemos. Espectáculo avícola para intimidar, de manera definitiva, a los colombianos embozalados. En miles de galpones, masacrarían sin piedad pollos y gallinas. ¿Cuántos propietarios de tales criaderos estarían preparados, en el Quindío, para cuando les obligaran a sacrificar la totalidad de sus animales? Tras las anunciadas vacunas, serán millones de cobayas humanas las exterminadas mediante sutiles estrategias médicas y de laboratorios. Gorriones en el aire. Visones en sus jaulas. Y nosotros, los colombianos…


SOBRE UNA PLÁCIDA NUBE DE CRISTALES

por CARLOS ALBERTO RICCHETTI


No tenía ganas de asomarme ni a la puerta, pero algo dentro mío, indescriptible, casi como un sentimiento de algo bueno a punto de llegar, me impulsó a tomar las llaves del auto. Sin afeitar, con las orejas sucias de cera, tropecé en la escalera de la entrada. El dolor de mi alma atormentada supuso que debía llevarme al viento por delante. Sería un guerrero a bordo de un relámpago maléfico, corriendo atormentado por las calles para obtener la ansiada calma. Las rutas serían testigos de una desesperación absurda, de maquinarlo siquiera dos veces, intentando elevar la velocidad más allá de los ojos, donde las lágrimas fluyen a eclipsar la vista y el esperpento de un recuerdo feliz, naufraga en el delirio actual de un pesar enorme, eterno.


Las congestionadas calles por fin me abrieron paso a la periferia de la ciudad. Alguien grito un insulto; ignoro si a mí, lo mismo da, al igual que el coro de bocinas y los gestos turbios de molesta impaciencia, frente al espejo retrovisor. Al asomar el cielo, la resolana mentirosa amenazaba atraer la lluvia, aunque una cuchillada más sobre el tapete de un cuerpo agujereado de maldades, bien podría pasar desapercibida. Cuando comprobé la soledad, manos en el volante, entendí que podía llorar en paz, rezar tranquilo. Nadie estaría para utilizar cualquier indicio de debilidad a su favor, burlándose en mi propia cara. La ventanilla entreabierta azuzaba el aire, despeinándome el cabello largo que alguna vez asomó orgulloso dentro de ese pueblito de morondanga, con aires de metrópoli. Todavía me estremece hablar de las calles, los lugares, la gente a la cual veo con mencionarla siquiera. Todo ese torrente alguna vez mágico, supo partirme el corazón y ya no quisiera volver ni a soñar.


Si me vieran ahora y supieran la clase de hombre que fui, alegre, dicharachero, seductor profesional a hurtadillas, como una forma de reírme de mí mismo o de cuanto presumía insignificante, no darían crédito a la resaca que me convirtieron los días. Tengo ojeras hasta el cuello, la barba de rufián de los dibujos animados de Hanna - Barbera, la lengua avinagrada, con el aliento a sarro de los dientes faltos de cepillo, un fuego detrás del labio inferior, cuidando de no despertar sus brutales latidos ardientes. Hay un infierno diario que debo transitar, revivir día a día, ante la impotencia de ser otro cadáver, el muñeco de carne perfecto donde clavaron miles de agujas. Reconozco haber sido herido, experimentado demasiados sentimientos a la vez. Desde hace meses muero de miedo, al punto de no querer sentir jamás, de correr a ver si pruebo algo, aunque imagine de antemano que todo será mentira. Dios sabe cuanto intenté hablarle, a pesar de presentir, de contar con escasas esperanzas de dejarle recado. Aún soporté carcajadas a causa de aquella insignificante fe e hice valer furioso las convicciones que dejé atrás, sólo al sincerarme con el corazón. Las montañas bifurcaban el cielo en pañales almidonados. Seguí rezando a mi manera, transmutado el padrenuestro en cientos de quejas al intentar apagar la realidad, ponerle láudano a la garganta angustiada, sofocar el pecho para quitarle las ganas de respirar. El aroma a tierra mojada palpitó la repentina lluvia y quise pensar que era Dios, llorando de verme sufrir.


El aire, el fuego bajo el labio, la desazón de andar apretujado entre multitudes sin llegar a ninguna parte, ponían en juego la pequeña cordura de la que no temía desprenderme, carente de futuro y presuntas grandes ideas muriendo conmigo. El viento desató mi cabello. Después de solucionar el inconveniente, comencé a despellejar mi pulgar como un trozo de charque. La sangre al fluir poco me importaba, con tal de hundir los colmillos en los gruesos trozos de piel, blanqueados por la saliva. El fuerte hedor a transpiración de una remera que no recordaba cuando cambié, impregnaba la atmósfera.


El paso de un Dodge a contravía, levantó una fuerte inyección de aire por el recoveco de la ventanilla. El cabello se me desprendió, flameando a los cuatro puntos cardinales. Al intentar quitármelo del rostro, entre la confusión y la histeria, el extremo de los mechones se introdujo en mi boca. La irritante molestia sobre la campanilla me provocó arcadas. Tosí. La gratitud, la caspa y las lágrimas, lo asieron a las mejillas desde el entrecejo. Lo demás fue un violento impacto, certero, repentino, seco, fugaz, como un orgasmo primerizo que había olvidado hacía añares. La cabriola, el ruido a cristales rotos, atrajo una armonía inesperada, portentosa, líquida. Podía experimentar la cabeza mojada en plena ducha y el sopor de la humedad, se trocó en dulces y suaves cristales de nieve. Los ojos cerrados no atinaban a ver luces naturales o divinas. La inseguridad se desvaneció de repente. Apenas estaba saliendo de un capullo muerto, convertido en un ramo de muérdago lanzado al aire. El desamparo eterno, tenso, desapareció, transformado en súplica o llamado, ruego de amor, abrazo, caricias. La suma de alegrías casi olvidadas, irrumpieron mis pensamientos antes solitarios, vacíos y abatidos, sensaciones efímeras o eternas que al padecer tanta infamia, no pueden pasar desapercibidas. Todo es nieve alrededor; el frío no hace daño. Es una tierna frescura apisonando el torso, acariciando los hombros con la tersura de la pata de un conejo blanco de la suerte. El viento helado y tibio al mismo tiempo, simulaban mujeres, transparentes, en el preludio de hacer el amor. La yema de los dedos me regalaban la impresión de tocarles las alas de ángeles desnudos; sus voces en el cuello se me perdían tras la nuca, embriagada de palabras dulces e incomprensibles, susurros vespertinos, donde el contacto de los pezones erguidos de senos de fantasía, viboreaban con los ojales de una camisa desprendida. La angustia quedó atrás. Los astros flanqueando sabían adivinar lo que quiero sin decírselo, mientras una tierna nube de cristales desparramados en el espacio, las pompas de un insípido jabón con fragancia a jazmines, humectaban la escasa pasión por el cuerpo que añoraba abandonar. Podía estar con quien quería, sin dar explicaciones al hacer algo, ser uno mismo o sentir, asumiendo las virtudes, el bien realizado y la culpa de tamañas maldades, aunque con el consuelo de haber pecado sin faltarle jamás a mis sentimientos, sacrificando códigos, pero también saboreando el júbilo. De nuevo, me dejé arrastrar quizás por las circunstancias en que fui feliz, idealicé a las personas que amaba y les vendí todo a cambio del pequeño placer de una compañía, arrancándole a la suerte ese goce incomparable que mezquina hasta el cansancio, como si la existencia tuviera matices de despropósito.


Semiinconsciente, entreabrí los ojos y a un costado, surgían las llamas desde el auto, que tenía la forma de un paquete de galletas de soda magullado sobre el piso. De la curva montañosa a la negrura perpetua, retorné desgraciadamente a mi viejo amigo el dolor. Las sábanas blancas del hospital trataron de ocultar en vano las vendas que envolvían mis costillas, manchadas de rojos lamparones. Al pie de la cama, los barrotes verdes, mofándose, repetían al unísono: “Volverás a ser un prisionero a la luz del alba, en el ámbito cerrado y moderno de una libertad, que apenas te servirá para morir de hambre”. Las horas transcurrieron y nadie vino a verme. La voz de una radio perdida en el corredor, donde la foto antigua de una enfermera en gesto de rogar silencio, anunciaban lluvias para toda la semana. El amor, el cariño, el abrigo, la tierna nube polvorosa de cristales, se marchó sin decirme donde, ni como buscarla sin dar pena. Estaba obligado a comparecer como un gemelo más de Lázaro, teniendo que dar gracias a la vida por resucitar, maldiciendo, escupiendo en mi desprecio y condenado a llorar, vagar, sufrir, ansioso de una muerte próxima, huérfano de horizonte, esclavo del cruel destino de levantarme cada mañana a nada, a ninguna cosa, desangrándome entre malvados y peregrinando en busca de aquel soñado mendrugo de cariño, siempre mentiroso cuando no ausente, el cual cuando se ama o se cree encontrar lo que se añora, la mayoría de las veces, si le falta una daga para clavar por la espalda, no existe.





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