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Rascar donde no pica

Actualizado: hace 4 días

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En esta nueva entrega de mi columna, quise detenerme en algo que me acompaña desde hace tiempo: la inquietud. Esa sensación que aparece sin aviso, a veces en medio de la rutina, y me impulsa a pensar en todo lo que pasa —y en lo que no debería pasarse tan rápido—. Vivimos en una época que nos empuja hacia la inmediatez, hacia la acumulación, hacia el “tener” antes que el “ser”. Y, sin embargo, en medio de ese ruido, siguen surgiendo preguntas que me interpelan: sobre el amor, sobre la identidad, sobre la manera en que habitamos el mundo.


Este texto nace de ahí, de esos momentos de pausa involuntaria en los que algo —una idea, una emoción, una duda— me sacude y me invita a mirar más profundo. 

 

“Hablando de esa inquietud”, de Yanina Ceriani


Me inquieto porque creo que las cosas no tendrían que escaparse de uno tan fácilmente; por el contrario, deberían quedarse en el cuerpo, al menos por un tiempo. Y no me refiero a cuestiones mundanas, bobas o cotidianas; en todo caso, me refiero a lo profundo, a ir más allá de lo superficial, a “rascar donde no pica”, como dice la filosofía. Porque cuando “rasco donde no pica” es cuando verdaderamente aparecen los asuntos. Y cuando digo “asuntos” me refiero a emociones, ideas, cuestionamientos, etc. Podría llamarlos de muchas maneras posibles, pero a mí me gusta más decirles “asuntos”, para que la palabra abarque mejor la cosa.


Volviendo al tema: la inquietud de la que hablaba es esa idea que me surge cuando estoy en la mitad de la ducha, así como un rayo que cae de repente en la cabeza y te toma desprevenido. Bueno, justamente así. Me tomo el tiempo para analizarlas mientras mi cabecita entra en un período de reflexión (llámese período a un tiempo que puede ser largo o corto, pero período al fin). Y en ese duchazo, entre el jabón y el champú, nace una alarma.


A ver, para ser más específica: ¿por qué este capitalismo aterrador nos va arrasando lentamente, como la marea que tira y tira, hasta dejarnos sumergidos en una burbuja de marketing, estereotipos, tips, etc.? Justamente allí pareciera que dejamos de ser nosotros mismos, o por lo menos perdemos parte de nuestra identidad, para convertirnos exclusivamente en la mirada del otro: «quiero el mismo auto (o una versión mejorada) que tiene mi vecino; quiero viajar como Fulanita, que se va todos los años; quiero verme más joven que la pibita de la revista Teen que sale en TikTok». Y muchos bla, bla, bla que podría seguir enumerando en mi lista. El caso es que vivimos sumergidos más en el “quiero tener” que en el “quiero ser”. Ese capitalismo que nos tortura y sofoca, del cual, sin embargo, no podemos corrernos.


Y así como el capitalismo nos arrastra con su corriente invisible, también me pregunto si el amor nos arrastra con la misma fuerza. Entonces, volviendo al duchazo, este puede ser uno de los detonantes que surgen para mi propio análisis y reflexión. Como lo es también preguntarme: «¿Qué tan difícil es amar y ser correspondido? ¿Estamos hechos de química pura?». Es una pregunta muy amplia para pensar. A veces, estos cuestionamientos no tienen una única respuesta y simplemente abren llaves que, a su vez, nos llevan a repreguntarnos. Y esas mismas abren otras. Mientras tanto, ahí, sumergida en la ducha, analizo el escenario de los amores correspondidos o no encontrados.


¿La química influye en el amor? Respuesta: sí. Porque hay millones de personas dando vueltas por el mundo, pero esas millones no están moldeadas para mí. La química olfateará quién realmente lo está y rastreará hasta alcanzar a la persona adecuada para el choque químico.


Pero volviendo otra vez al asunto de las inquietudes: sí, me perturba. O, mejor dicho, a veces me siento abrumada en períodos en los que no hago otra cosa más que sentarme a explorar mi yo interior con la firme convicción de que algo de todo esto saldrá. En el fondo, creo que todos meditamos con nuestra esencia: nos hablamos, nos enojamos, nos repreguntamos. Y el punto es saber —o, por lo menos, darnos cuenta— cuándo es necesario y urgente, y cuándo no.


Hoy estoy justamente en este duchazo de agua fría, pensando, pensando y pensando… Quizás de eso se trate: de no dejar que los asuntos se escapen tan rápido, de permitir que nos incomoden, que nos rocen, que se queden un poco más en el cuerpo. Porque en esa incomodidad —en esa inquietud— puede que habite la respuesta que todavía no sé formular.


Me despido por hoy, dejando abiertas estas preguntas y con la esperanza de que también encuentres en ellas un espacio para pensar, sentir y cuestionar.


Escribe: YANINA CERIANI*


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*Nacida en la ciudad de Rosario en 1971, Yanina estuvo ligada al arte desde niña debido a las influencias de un tío abuelo, pintor reconocido de la ciudad de Rosario, Osvaldo Traficante y a su hijo quien también la apadrina, Marcelo Traficante.Yanina es autodidacta y ha dedicado su vida al arte en forma permanente.


Su capacidad de comunicación va pareja a la proyección y variedad de sus obras literarias como la poesía, el género de distopías, soliloquios, microficciones, etc.


Ha dado muestras de su versatilidad y su pasión por el arte desplegándola en varias expresiones artísticas como la pintura y la fotografía.


Actualmente dirige un taller literario para adultos llamado “Ronda de la palabra, los libros nos hacen libres” y difusión del arte por medio de programas radiales.

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