Del piringundín al pentagrama: La leyenda del Negro Casimiro
- Arcón Cultural
- 3 sept
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Para rastrear el origen prostibulario del tango, resulta útil empezar por los títulos de sus primeras composiciones. Descubrir que piezas como Cara sucia o La cara de la luna no llevaron originalmente esos nombres refuerza la idea de que en aquel ambiente cargado de erotismo los jóvenes tenían “la idea fija”, y que ese clima se plasmaba inevitablemente en la música.
La obra atribuida a Casimiro Alcorta, por ejemplo, no aludía a un rostro manchado sino a otro tipo de “suciedad”, vinculada con la falta de higiene propia de los prostíbulos de la época. De ese mismo mundo surgieron otros tangos tempranos, como El entrerriano de Rosendo Mendizábal —considerado el primer tango publicado (1898)—, inspirado en un estanciero de Entre Ríos habitué de un piringundín porteño. También se recuerdan hitos como El choclo de Ángel Villoldo, que con el paso del tiempo dejó de ser una referencia al maíz para convertirse en un emblema del sentimiento tanguero, gracias a nuevas letras y versiones de autores como Marambio Catán y Enrique Santos Discépolo.
En el caso de Alcorta, se lo asocia sobre todo con el tema titulado originalmente Concha sucia, que con los arreglos y la grabación de Francisco Canaro terminó transformándose en Cara sucia. Pero más que la canción, lo que perduró fue la leyenda: a “El Negro” Alcorta se lo reconoce como uno de los pioneros del género.
Afrodescendiente como Mendizábal y Gabino Ezeiza, Casimiro heredó su apellido de la familia Alcorta, para la cual habían trabajado como esclavos sus abuelos. Se cree que nació hacia 1840 en Santiago del Estero, aunque algunos lo ubican en Buenos Aires, donde entre 1870 y 1890 ganó notoriedad como violinista, acompañado por el misterioso clarinetista y guitarrista conocido como “Mulato Sinforoso”. Juntos animaban salones como el Scudo d’Italia, la casita de Laura o El Prado Español.
De Alcorta se conocen otros tangos, como La yapa o Entrada prohibida, y muchos sostienen que varias de sus melodías fueron luego “legalizadas” en partituras por otros músicos, ya en los albores del siglo XX, sin reconocer su autoría. Un ejemplo: en antiguas partituras figura Cara sucia con música y arreglos de Canaro y letra de Juan A. Caruso, pese a estar inspirada en la pieza original de Casimiro. Canaro grabó su versión en 1917 y, en la edición publicada, la portada mostraba el rostro de un niño, apelando a una interpretación inocente que suavizaba el verdadero trasfondo prostibulario.
Los estudiosos coinciden en que la primera mención documentada sobre Casimiro apareció en 1913 en la revista Crítica, firmada por José Antonio Saldías bajo el seudónimo “Viejo Tanguero”. Décadas más tarde, el ensayista José Gobello sintetizó la cuestión: muchas partituras firmadas por músicos célebres eran en realidad viejas melodías anónimas surgidas de las “academias”, esos salones disfrazados de pistas de baile. Entre esos autores anónimos, el más representativo fue “El Negro Casimiro”, a quien no pocos llaman directamente “el padre del tango”.
Su vida también tiene ribetes novelescos. Además de músico fue bailarín, y se lo recuerda junto a “La Paulina”, una italiana de gran belleza que fue su pareja artística y sentimental. Se la describe como una de las primeras grandes bailarinas de tango, cuya presencia electrizaba a los asistentes de los bailes porteños, y en cuyos brazos —según la tradición— murió Casimiro.
Su figura incluso inspiró una obra teatral: El día que conocí a Casimiro. El inventor del tango, de Andrés Gavajda, estrenada hace poco más de veinte años. Allí, el fantasma de Alcorta se presenta como un bonachón violinista, creador de melodías y habituado a la vida nocturna porteña, que termina alejándose de ese mundo al enamorarse de Paulina.
Más allá de las licencias poéticas, lo cierto es que rescatar a Casimiro Alcorta es rescatar un fragmento esencial de la historia del tango: la de un hombre afrodescendiente que, desde los márgenes, contribuyó decisivamente a dar forma a una música y a una cultura que hoy ya son centenarias.
Escribe: ANDREA GABRIELA NIKODEM*

*Poeta y escritora, oriunda de Gualeguaychú (Entre Ríos), Argentina. Creadora del programa radial "Entre vos y yo", el cual moderaba en FM Spacio 104.7 de su ciudad natal.
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