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Fallecen leyendas del cine


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Trabajó junto a maestros del cine como Visconti, Fellini y Monicelli antes de dar el salto a Hollywood y convertirse en una de las grandes figuras cinematográficas de las décadas de 1960 y 1970.


El vals de El gatopardo, su etérea aparición bajo la luz estival en Ocho y medio, observada con fascinación por Mastroianni tras sus gafas oscuras, o su encanto como princesa en La pantera rosa son imágenes imborrables que Claudia Cardinale, fallecida este martes a los 87 años, deja en la memoria del cine.Estas tres películas, estrenadas todas en 1963, bastarían por sí solas para definir una carrera excepcional: que coincidieran en cartelera ese mismo año muestra el impacto que causó su belleza y talento natural. Sin embargo, Cardinale filmó más de 130 películas, consolidándose como un símbolo del cine mundial durante la edad de oro del cine italiano. A lo largo de su trayectoria trabajó con grandes directores como Visconti, Fellini, Germi, Monicelli, Leone, Gance, Edwards, Hathaway y Brooks. Con su partida se va una de las últimas grandes damas del cine italiano clásico; solo Sophia Loren queda de aquella generación irrepetible.



La actriz falleció en su residencia de Nemours, cerca de París, según confirmó su representante, Laurent Savry, a la agencia AFP. Hacía años que vivía allí, en uno de los tres países que marcaron su vida. Además de Italia y Francia, el primero fue Túnez, donde nació en 1938, cuando el territorio aún era un protectorado francés, en el seno de una familia de origen siciliano. Uno de sus primeros recuerdos era la llegada de los soldados estadounidenses durante la guerra.


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En Túnez fue descubierta para el cine por el director francés René Vautier, quien la vio frente a su escuela y quedó impresionado. “Se acercó y me preguntó si podía hablar con mi padre”, recordaría años más tarde. La eligió para el cortometraje Les Anneaux d’or, premiado en Berlín, y poco después ganó —sin haberlo buscado— un concurso de belleza que la proclamó la mujer más hermosa de Túnez. El premio consistía en un viaje a la Mostra de Venecia, y allí empezó todo, en 1957. En aquel festival repetía a los fotógrafos que no quería dedicarse al cine, aunque algo debió despertar en ella al ver una de sus primeras películas en una sala: Las noches blancas, de Visconti. Tres años más tarde actuaría bajo su dirección en Rocco y sus hermanos, una obra maestra que marcó su despegue y donde el realizador supo ver en ella una actriz de gran potencial.



Su debut cinematográfico llegó a los 20 años, en la comedia Rufufú (1958) de Mario Monicelli, sobre un grupo de ladrones torpes y hambrientos. En ese rodaje, confesó después, apenas entendía el italiano y pensaba que los gritos del equipo eran discusiones. Aunque su papel fue breve, su presencia en pantalla resultó deslumbrante y su carrera comenzó a crecer de inmediato.


El productor de esa película, Franco Cristaldi, acabaría siendo su primer esposo. Más tarde, tras su separación, mantuvo una larga relación con el director Pasquale Squitieri, con quien tuvo un hijo. Pero ya en 1958, año de su debut, había dado a luz a su primer hijo, fruto de una violación.



Decidió tener al bebé y durante años lo presentó públicamente como su hermano, hasta que confesó la verdad en una entrevista. Durante ese embarazo rodó tres películas sin que nadie lo supiera. Cuando se lo contó a Cristaldi, temerosa de perder su trabajo, él la ayudó discretamente y la envió a Londres para dar a luz en secreto. Así comenzó su vínculo personal y profesional.


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Hasta llegar a su consagración en 1963, Cardinale participó en una serie de películas notables dirigidas por grandes nombres que vieron en ella un enorme talento. Interpretó papeles intensos y diversos en títulos hoy considerados de culto, como Un maldito embrollo (1959) de Germi, El bello Antonio de Bolognini junto a Mastroianni, Rocco y sus hermanos (1960) de Visconti y La chica con la maleta (1961) de Zurlini. En todas mostró una mezcla de fuerza y melancolía, y demostró una versatilidad que la hizo destacar tanto en el drama como en la comedia.


Cuando Fellini la eligió para Ocho y medio, quiso que fuera ella misma: espontánea, alegre, luminosa. Algunas escenas de la película reproducen conversaciones reales entre ambos, con Mastroianni como alter ego del director. Visconti, por su parte, la consagró definitivamente con El gatopardo, donde formó con Alain Delon una de las parejas más bellas del cine.


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En esa misma película compartió escena con Burt Lancaster en el inolvidable baile final, símbolo del fin de una era. Resulta asombroso pensar que rodó El gatopardo y Ocho y medio simultáneamente, viajando de Sicilia a Roma, bajo la guía de dos cineastas completamente opuestos: el perfeccionista Visconti y el caótico e intuitivo Fellini. En una película aparecía rubia, en la otra morena.


Ese mismo año, 1963, interpretó también a la elegante princesa en La pantera rosa, la comedia de Blake Edwards que dio origen a la célebre saga del inspector Clouseau. Ese papel la lanzó internacionalmente y le abrió las puertas de Hollywood, aunque nunca se dejó absorber del todo por la industria estadounidense: siempre regresaba a Europa.



Trabajó con los actores más reconocidos de su tiempo, entre ellos John Wayne, Sean Connery, William Holden, Henry Fonda, Orson Welles, Anthony Quinn, Laurence Olivier y Burt Lancaster. Rechazó numerosos pretendientes —entre ellos Mastroianni, Delon y Marlon Brando— y, en tono divertido, desmintió años después el rumor de un supuesto romance con Jacques Chirac.


En Estados Unidos rodó películas destacadas como Los profesionales (1966), de Richard Brooks, y el western épico Hasta que llegó su hora (1968), de Sergio Leone. También participó en Fitzcarraldo (1982), de Werner Herzog, y en Las petroleras (1971), rodada en España junto a Brigitte Bardot, donde ambas simbolizaban el duelo entre los dos grandes sex symbols europeos: “BB contra CC”. Entre sus últimas apariciones figura El artista y la modelo (2012), de Fernando Trueba.


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Su hija escribió un libro sobre ella titulado Claudia Cardinale, la indomable, un nombre que la propia actriz consideró perfecto. “La palabra ‘indomable’ me define bien”, dijo alguna vez, porque su vida fue siempre una afirmación de libertad, fuerza y autonomía.



Adiós al gran Robert Redford



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Robert Redford, uno de los grandes nombres del cine estadounidense, falleció este martes a los 89 años. Actor, director y productor, fue una figura emblemática de Hollywood y participó en más de 50 películas a lo largo de su extensa carrera.


Ganador del Oscar como mejor director por Gente corriente (Ordinary People), Redford no solo brilló frente a las cámaras, sino que también se convirtió en un firme impulsor del cine independiente, al fundar el Festival de Cine de Sundance, un espacio creado para dar visibilidad a nuevos talentos del séptimo arte.


Su éxito internacional le permitió elegir con libertad sus proyectos, muchos de los cuales reflejaban sus convicciones progresistas. Además, fue un activo defensor del medioambiente y de los derechos de los pueblos originarios.


Aunque su atractivo físico fue parte inseparable de su carrera, Redford consideraba que su apariencia le había traído más obstáculos que ventajas. Incluso llegó a decir que la vida le había cobrado esa suerte con tragedias personales dentro de su familia.



Los primeros años


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Charles Robert Redford Jr. nació el 18 de agosto de 1936 en Santa Mónica, California. Su padre trabajó primero como productor lechero y luego como contador para la compañía Standard Oil.


Durante su adolescencia se unió a una pandilla callejera y fue arrestado por “tomar prestado un automóvil que contenía joyas robadas en el maletero”. Más tarde, obtuvo una beca deportiva para estudiar en la Universidad de Colorado gracias a su talento en el béisbol, aunque fue expulsado año y medio después por problemas de alcohol.


La muerte de su madre, a los 40 años, marcó profundamente al joven Redford. A raíz de esa pérdida, se alejó de los estudios y trabajó en los campos petroleros de California antes de viajar por Europa. En París y Florencia estudió arte, experiencia que cambió su visión del mundo y de su propio país. “Comencé a ver a Estados Unidos desde otra perspectiva”, recordaría tiempo después.


Al regresar, ingresó en la Academia Estadounidense de Arte Dramático con la intención de dedicarse al diseño escénico, pero pronto descubrió su verdadera vocación: la actuación. En los años cincuenta consiguió pequeños papeles en teatro y televisión, participando en series populares como The Untouchables, Perry Mason y Dr. Kildare.



El salto al cine


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Su debut cinematográfico fue en 1960 con Juego de amor (Tall Story), junto a Jane Fonda. Aunque la película fue un fracaso, marcó el inicio de una amistad duradera con la actriz, quien confesó más tarde que se enamoraba de él cada vez que trabajaban juntos.


El éxito le llegó primero en los escenarios, interpretando al abogado Paul Bratter en la comedia romántica de Neil Simon Descalzos en el parque (Barefoot in the Park), papel que repitió en la versión cinematográfica de 1967, también junto a Fonda.


En 1965 ganó el Globo de Oro a la nueva estrella del año por su papel en Intimidades de una adolescente (Inside Daisy Clover), con Natalie Wood. Poco después, fue rechazado para el papel principal en El graduado (The Graduate) por ser “demasiado atractivo”, algo que lo llevó a preocuparse por quedar encasillado en roles superficiales.



La consagración



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La fama mundial llegó en 1969 con Butch Cassidy and the Sundance Kid, donde interpretó al carismático Sundance Kid junto a Paul Newman. La química entre ambos actores dio origen a una de las duplas más memorables del cine.


Curiosamente, Redford estuvo a punto de perder el papel cuando un ejecutivo del estudio lo desestimó por ser “solo otro rubio de Hollywood”. Fue Newman quien insistió en que lo contrataran, iniciando así una amistad que perduraría hasta la muerte de Newman en 2008. La película ganó cuatro premios Oscar y consolidó a Redford como una estrella internacional.


Durante los años setenta protagonizó títulos emblemáticos como Todos los hombres del presidente (All the President’s Men), sobre el escándalo Watergate, donde encarnó al periodista Bob Woodward. Redford adquirió personalmente los derechos del libro escrito por Woodward y Carl Bernstein, temiendo que Hollywood distorsionara la historia. Estrenada en 1976, la película obtuvo cuatro premios Oscar y fue un éxito tanto de crítica como de taquilla.


Ese mismo año, volvió a compartir pantalla con Newman en El golpe (The Sting), donde fue nominado al Oscar por su papel de Johnny Hooker. Más tarde protagonizó El jinete eléctrico (The Electric Horseman), dirigida por Sydney Pollack, con quien trabajaría en siete filmes, incluyendo su tercera colaboración con Jane Fonda.



Director, productor y mentor



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En los años ochenta debutó como director con Gente corriente (Ordinary People), historia que le valió el Oscar a mejor dirección y mejor película en 1981. Poco después fundó el Festival de Cine de Sundance, con el objetivo de promover el cine independiente. El evento, bautizado en honor a su icónico personaje de 1969, se realiza anualmente en Park City, Utah, y ha sido cuna de películas como El proyecto Blair Witch, Donnie Darko y Perros de reserva (Reservoir Dogs).


A lo largo de las décadas siguientes, Redford alternó proyectos exitosos y discretos. Memorias de África (Out of Africa), junto a Meryl Streep, le dio otra gran satisfacción profesional, mientras que títulos como Habana o Leones por corderos, que él mismo dirigió, no alcanzaron el mismo reconocimiento.


Como realizador, impulsó la carrera de un joven Brad Pitt en El río de la vida (A River Runs Through It), premiada con el Oscar a mejor fotografía. Años más tarde volverían a compartir pantalla en Juego de espías (Spy Game).



Reconocimientos y legado



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Entre sus numerosos reconocimientos figuran el Oscar honorífico (2002), el premio del Kennedy Center (2005), la Legión de Honor francesa (2010) y el León de Oro del Festival de Venecia por su trayectoria. También participó en el universo cinematográfico de Marvel interpretando a Alexander Pierce en Capitán América: El soldado de invierno (Captain America: The Winter Soldier).


En sus últimos años, Redford se retiró a su residencia en Utah, desde donde siguió vinculado al arte y a causas sociales hasta su fallecimiento. Su muerte generó una ola de homenajes por parte de colegas y admiradores en todo el mundo.


“Significó mucho para mí. Fue un hombre hermoso en todos los sentidos y creía en un Estados Unidos por el que vale la pena seguir luchando”, escribió Jane Fonda.Meryl Streep, su compañera en Memorias de África, expresó: “Hoy ha muerto un león. Descansa en paz, querido amigo”.



Fuente: ARCÓN CULTURAL

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