Una flor por Pastorita
- Arcón Cultural
- 3 sept
- 6 Min. de lectura

«¡Cómo! Vais a ser la sal de la tierra, la inteligencia del futuro, la semilla de nuestras esperanzas, ¿y ni siquiera saben liberarse de ese insensato catecismo del honor, ni de sus reglas, dictadas por el derecho del más fuerte?»
Nietzsche
«¡Ya vuelvo!» (2025), la reciente novela de Albeiro Hernández, es una remembranza de época. Es una carta leída con el corazón y la memoria que alude al pasado e interpela el presente. Una voz en off semejante al eco de un recuerdo vivo que narra el traspaso de lo rural a lo urbano, de la inocencia de las flores y las muchachas, a la grisácea realidad de un país que se construyó con violencia y demagogia. Un libro que nos acerca a la historia de una familia compuesta por la viuda Pastorita y sus cuatro hijos: Hugo Alberto, Francisco «Paco» Javier, Luis Ángel, y una hermana que igual a Camilo Torres, se enroló en una incursión política por defender a los pobres, a los sin techo: Jimena. Pero no solo ellos, pues también se siente en esta obra otros personajes secundarios y fundamentales como Florencia, o Tío Rico, actores de un drama que involucra la política, la fe y la sociedad.
Este es el circuito narrativo y los protagonistas que nos encontramos, y frente a los cuales es imposible callar o dejar de hacer preguntas como lector, en especial, porque esta familia ficcionada por Albeiro Hernández, y por ende, aquella generación de mitad del siglo XX, fue una que vivió en carne propia la violencia en Colombia, como miles de campesinos que la padecieron o siguen padeciendo. Un flagelo histórico que no deja de hablar o ser irónico, ya que la violencia de ayer es el intento de paz de hoy, y la ciudad no puede ser o configurarse sin la historia de las regiones.
Por eso es que el autor como novelista se encuadra entre los escritores que mantienen viva la memoria rural, sin desconectarse del presente, ni por supuesto, obviar las conflagraciones políticas que fueron decisivas para el país. Sus novelas previas como «Vida Parva» (2019) y «El bolero de Ravel» (2020) nos confirman esta temática, donde ya se relata la difícil vida del pueblo, el abuso de los patronos hacia los que no tienen nada, el robo subrepticio de tierras, el acaparamiento de los medios de producción, y la riqueza de los jefes con base en la explotación y expoliación campesina.
Luchas antagónicas y dialécticas que continúan porque la ciudad parece ser la anti-norma de todo lo correcto, aunque en ella desembocaran irremediablemente todos los que confundieron desarrollo por progreso, o ciudadanía con civilidad, o acaso estar en la capital constituía una obediencia a esa centralidad que poco a poco se difumina con los nuevos tipos de administración estatal.
Como sea, este acto heroico de Albeiro Hernández por narrar los orígenes de Hugo, Paco, Luis, Pastorita y demás, constituye una hazaña literaria que nos recuerda obras literarias de región como El poder de los turpiales de William Betancourt Suárez o Los no elegidos de Óscar Montoya López, que también refrendan todo el desastre que empezó a partir de los años 40 en Colombia, cuando azules y rojos, godos y liberales, chulavitas y pájaros se debatían a tiros y métodos de asesinato por un proyecto de país que dejó por igual víctimas y verdugos.

Un asunto que no es menor y que mantiene a Colombia en suspenso, y que ahora se visualiza más por las novelas, pues estas diatribas que comenzaron en el campo configuraron las ciudades, su gente y sus costumbres actuales. ¿Qué es Pereira o Dosquebradas, por ejemplo, sin los migrantes de los catorce municipios de aquella Risaralda de 1967? Por eso es que «¡Ya vuelvo!» es un regresar a los orígenes, al olor de las flores, las charlas de sobremesa, el escuchar a los mayores en sus historias y gestas. Y por otro lado, también es un hilo conductor que cose los recuerdos, experiencias, y vivencias de una familia que es parte y testigo de una violencia estructural y sin sentido.
«¡Ya vuelvo!» Hablando desde otro lindero, es un canto narrativo sobre los que nunca volvieron, escrito por los que se quedaron. También es un testimonio del progreso y de cómo se formó Pereira cuando esta aún dependía del Gran Caldas, pues el narrador en un tono de remembranza, nos dice: «A Paco le gustaba referir el socorrido alegato de que la región se hizo a golpe de hacha y a lomo de mula, que se bajaron del ferrocarril y se montaron en el trajín del comercio, el acelere de las empresas de confecciones y textiles y el agite de las trilladoras de café. Y que la ciudad fue creciendo al recio empuje de los titanes y que con la gesta cívica se construyó un aeropuerto, un estadio y unas avenidas».
Un libro tratado en esta dirección es importante per se, pues nuestro departamento está hecho de migraciones, y divisiones políticas, temas claros y expuestos en la novela de Albeiro Hernández que no pasan desapercibidos. Migraciones no por ocio, rutina o cambio de estatus, sino por obligación impuesta y armada, cosa que sigue sucediendo en pleno siglo XXI; y también migraciones por divisiones políticas como sucedió con el «Gran Caldas», incluso con el «Cauca», ya que Rizaralda (sic), durante la colonia y los primeros años de la República estuvo sujeto a Popayán.
Asuntos demográficos, pensaríamos, pero también temas políticos que, con Hugo, Paco, Luis y Pastorita, comienzan en su propia casa. Es decir, en las sesiones de sobremesa cuando se conversa sobre libros, música, filosofía, del estado actual del país, incluso, de lo que se avecina en materia de gobierno. Por eso no es extraño (y no debe extrañarnos a nosotros los lectores) que cada uno de estos jóvenes quieran explorar el mundo, entenderlo, interpretarlo, y en el último de los casos, transformarlo. Aunque por supuesto, no depende solo del idealismo de cada uno de ellos, sino de las estructuras que los acogen, sea un partido bien logrado en teoría como el Comunismo, la Anarquía o simplemente, la filiación a grupos pre-paramilitares en Colombia reconocidos en los chulavitas, los pájaros, la «mano negra» o la «Delegación de Inteligencia Estatal».
En fin, en estos tres hermanos, más fuerte en Paco y menos en Luis, es clara la «toma de posición», a excepción también de Hugo, quien parece desviarse del ideal de la revolución, quizá desencantado al estilo de Arthur Koestler o Ignace Leep, incluso como Richard Wurmbrand o Lev Trotski, hacia un tipo de vida más burgués, identificado en la música, la moda, y también en la forma de concebir la propiedad y las relaciones sociales. Detalles imprevisibles que son parte del circuito narrativo que nos conecta a la historia, aunque cada uno de estos jóvenes intenten ser uno con su época y respondan a su llamado, entre otras cosas, impulsados por la desaparición de su padre, quien, como un cliché clásico, salió a comprar cigarrillos, dijo «¡Ya vuelvo!» y jamás regresó.

Y así es que aparece en escena, y en una parte importante del libro, un personaje medular: Tío Rico. Un doctrinario semejante a Abimael Guzmán en Perú o a un Manuel Cepeda en Colombia, que conmina a la juventud a luchar por los pobres, a repeler a los ricos, a transformar las dinámicas políticas, eso sí, por medio de una revolución propagandística anclada en el lenguaje, pues Tío Rico no es un «comunista» dice el narrador, sino un «íntegro marxista», y sus definiciones sociales en realidad son «otra» interpretación del sentido militante:
El porvenir: esa promesa lejana e inacabada
La justicia: una obligación latente.
La libertad: el embrollo en que se debaten los individuos.
La sociedad: esa cascada discrepante que deriva en un individualismo feroz.
La utopía: la búsqueda de significado.
Finalmente, esta es una novela política, en el buen sentido del término, que puede comenzar en Marsegovia (hoy Marsella) y podría terminar en el Kremlin, o en alguna Universidad como Patrice Lumumba donde se preparaban los revolucionarios latinoamericanos en el siglo XX. (La imaginación lectora nos permite licencias amplias). Sin embargo, y lo recalco como lector acuciante, evitemos culpar los arrebatos de estos tres jóvenes, cada uno singular a su manera, aunque plurales y comprometidos en un proyecto fallido de país. O si no de país, de ideal, pues es claro que el marxismo tan fuerte y directo a partir de los años 60 falló en su propuesta de un mundo más humano en materia política, y mutó en la cultura, las universidades y en la psicología de las masas, cambiando las reglas del juego.
«¡Ya vuelvo!» Una novela llena de nostalgia, poesía, hechos marcados, y por sobre todo, el poder de una carta o una voz que nos recuerda que «todos somos políticos» por el mero hecho de estar en la «polis», es decir, querámoslo o no, estamos en el sistema y es imposible ignorar los cambios y movimientos de gobierno, pero lo que sí es factible es entender el presente leyendo novelas que confronten nuestra realidad actual, esa que deseamos cambiar para, como dice Víctor Jara, tener el «derecho de vivir en paz».
Enhorabuena por el nuevo título de Albeiro Hernández. Una obra literaria de relectura, de goce, de interés general, que nace en el pueblo y termina en la ciudad, o mejor, se recibe en la imaginación lectora y crea una impresión memorable por su toque de realidad y su llamado de conciencia frente a las dinámicas del poder; dinámicas que realmente empiezan entre pequeñas violencias rurales y se desentrañan en la urbano, en las grandes capitales. Salud.
Escribe: DIEGO FIRMIANO*

*Escritor. Ensayista. Coleccionista de libros. Lector.
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